“Ilegales” se despidieron el viernes de Madrid con un concierto vibrante en una sala Heineken a rebosar. (FOTO: ALBERTO CEÁN)
Que “Ilegales” haya adoptado la fórmula norteamericana del “Meet & greet” (entradas VIP con acceso a la prueba de sonido y a saludar al grupo), permite comprobar que la muchachada seguidora de Jorge & Co. ha evolucionado hacia una pandilla variopinta (en edad, en nacionalidad, en aspecto) de un único rasgo común: la veneración mariana del líder de la banda. En el “soundcheck” se evidencia que esta admiración está justificada; aparte de juguetear con ellos, sorprende la vigencia temas tan diversos como el “doo wop” de “La fiesta” o esa rareza de pop lisérgico titulada “Quántica”.
Utiliza el vaivén previo Jorge para tantear (y explicar) a los VIPs las particularidades de la sala y los instrumentos. Eso sí, aquello que media hora antes sonaba rugoso e inconcreto, en el estruendo del arranque del concierto madrileño de despedida de Ilegales, asalta al público con la limpieza y la rotundidad de un “Tiempos nuevos, tiempos violentos” ejecutado a un ritmo exacto. Este magistral “protest rock” de Martínez, un himno individualista frente al apocalipsis (¿neoliberal? ¿pre-23F?), asocia el directo de la sala al lejano debut de “Ilegales” ¡hace casi 30 años! De este LP (un álbum que se agiganta con el tiempo) caerán numerosos cortes (“Delincuente habitual”, “Hombre solitario”, “Caramelos podridos”…) y, según el respetable en los meaderos de la Heineken, se echará de menos uno, “Heil Hitler!”. A pesar de que ciertos analistas definan este trabajo como un simplista “resumen/final” de su carrera, la fuerza imponente de los tres ilegales, marciana a muchas bandas del momento, revive cortes que dan a entender la obra de Martínez en la figura de un todo maleable (impresionante revisitación de “Lavadora blues”), adaptable, profundo y, esencial, divertidísimo.
Ése quizá es el gran compromiso del cantante (incluso corta la melancólica “Hoy no hay sonrisas” con un sonoro “¡os dejo de dar la vara!”) pero, precisamente por ese “laissez faire, laissez passer” impostado (sólo necesitamos ver su preocupación por los detalles técnicos) ante su propio material, el esfuerzo creativo de Jorge puede ser considerado por observadores poco atentos de la misma manera que la felicidad de Jobim y Vinicius de Moraes: un ente fugaz y liviano.
Ponen su alma (y su discreción con un guitarrista/mala bestia semejante al lado) Alejandro Blanco (bajo) y Jaime Belaustegui (batería) para conceptualizar el cancionero del grupo en un “corpus” con sustancia más allá del simple envoltorio divertido que siempre trata de vendernos (¡menudo truhán!) su líder. Resulta asombrosa la interiorización del trío de composiciones que subrayan la escritura de Jorge, “Chicos pálidos para la máquina” y su “Chicos pálidos locos de rabia/ si no hay odio no hay rock´n´roll” o “Si la muerte me mira de frente, me pongo de lao” y su herencia de los Ventures. Por tanto, parece lógico que, olvidando discos individuales, su obra se ofrezca ahora en una caja con sus 126 canciones.
En “Chinatown”, John Houston declamaba que “los políticos, los edificios feos y las putas se vuelven respetables si duran lo suficiente”. Es curioso que Jorge Martínez (con su descontrol “punk”, con su dandismo rockero, con su nihilista “Destruye” cerrando el concierto) se haya tornado en solitario referente respetable de una generación aguada por el despropósito (revivals, LPs mediocres, majaderías varias). Su alegato final por recuperar, a través de “Jorge y los magníficos”, las bandas de pueblo de los pelmas habituales, suena a locura de Jerry Lee Lewis, a movimiento de cadera de Elvis, a “riff” de Chuck Berry, a quijotada de alguien muy grande.
No hay comentarios:
Publicar un comentario