miércoles, 30 de junio de 2010

LA VIDA PRIVADA DE PIPPA LEE

Directora: Rebecca Miller
Intérpretes: Robin Wright Penn, Alan Arkin, Winona Ryder
Web: http://www.pippalee.com/



Durante la proyección de "La vida privada de Pippa Lee", la historia de una mujer madura (Robin Wright Penn) casada con un escritor anciano (Alan Arkin), uno no puede evitar pensar en los paralelismos del filme con la biografía su directora y guionista, Rebecca Miller. Hija del dramaturgo Arthur Miller y la fotógrafa Inge Morath y mujer de Daniel Day-Lewis, la existencia de la escritora estuvo marcada por la relación con su padre; desde una infancia complicada (su hermano, con sindrome de Down, fue internado y ocultado al poco de nacer) hasta una madurez tumultuosa (fallecida Morath, Arthur Miller comenzó un "affaire" con la artista Agnes Barley, cincuenta años más joven que él). Un "deja vú" semejante (y siempre basado en lo que creemos que fue su intimidad) sucedía con "Maridos y mujeres", la película de Woody Allen que documentaba las miserias de varias parejas y que fue estrenada a la vez que el director neoyorquino se divorciaba amargamente de Mia Farrow.

Se estructura la cinta en dos relatos: la infancia de Pippa Lee y la convivencia con su madre, adicta a los fármacos (una Maria Bello pasada de vueltas), y, el presente, marcado por el día a día con el hombre en el que atracó con tal de escapar de su familia. Detrás del espectacular reparto (Robin Wright, Alan Arkin, Keanu Reeves, Winona Ryder, Monica Bellucci,...), "La vida privada de Pippa Lee" se pierde en una multitud deslavazada de líneas argumentales. Y se advierten las posibilidades de algunas: la rutina de la decrepitud o esa Winona Ryder embarcada en su hundimiento marital. Se recupera eventualmente el largometraje de sus minutos más pobres (una seducción gélida con Keanu Reeves) mediante las tangentes (conscientes o inconscientes) a la persona de Rebecca Miller: la distancia con su madre y su padre, las diferencias de edad en una pareja, la incomunicación en una familia. Quizá se trate de una mínima excusa para cien minutos de cine.

sábado, 19 de junio de 2010

EL RETRATO DE DORIAN GRAY

Director: Olivier Parker
Intérpretes: Ben Barnes, Collin Firth, Ben Chaplin
Web: http://doriangraymovie.co.uk/



Aunque supongo que ya lo habrán escuchado mil veces, nunca está de más recordar este chiste de Billy Wilder: "Están dos cabras comiendo rollos de celuloide y le dice una a la otra: “¿Qué quieres que te diga? Me gustó más el libro"". Con su cinismo de fábrica, se refería el cineasta austríaco a dos ejemplos de cabreo de semejante catadura: la de los autores indignados quienes, tras vender sus derechos a una productora, muestran su desprecio al resultado final (me encanta recordar a Javier Marías y su cabreo con la espléndida "El último viaje de Robert Rylands") y los lectores indignados que, tras leer una obra e "imaginársela", muestran su desprecio al celuloide que acaba de destrozar sus vidas.

Hay determinadas ocasiones que nos vemos obligados a dar la razón a las cabras. "El retrato de Dorian Gray", la adaptación de la novela de Oscar Wilde, es una de ellas. Acostumbrado a tratar con el escritor irlandés (dirigió para cine "La importancia de llamarse Ernesto" y "Un marido ideal"), hasta la fecha al realizador Oliver Parker le había salido bien el truco: a la imaginería literaria de los textos se ajustaba con sosa corrección su visión cinematográfica de planos estáticos y repartos corales. En cambio, una vuelta de tuerca innecesaria (más preocupada por el "márketing" que por la película) impone un aroma "teen-gótico" y barato al conjunto. La afectada interpretación de Ben Barnes, atemperada por el eficaz Colin Firth, encaja mejor con una sensibilidad postmoderna que con las intenciones decimonónicas del libro (un cuento moral, dual, freudiano). Mientras que el horror anunciado por Wilde provenía del interior (ese ámbito literario, tapiado por la sensibilidad victoriana, que también exploró Stevenson), en este "El retrato de Dorian Gray", se propaga desde el exterior. El sexo "cool" y violento, los terrores de palomita (puertas que se cierran de pronto, cadáveres mal disimulados) o las escenas de acción objetivizan los deméritos de Parker. Me gustó más el libro.

domingo, 13 de junio de 2010

LA ÚLTIMA ESTACIÓN

Director: Michael Hoffman
Intérpretes: Christopher Plummer, Helen Mirren, James McAvoy
Web: http://www.sites.sonypicturesreleasing.es/sites/laultimaestacion/



Paradójicamente, el aroma literario de los últimos días de algunos escritores (y no su obra) puede ofrecer material jugoso a cualquier guionista. Además, si su desaparición se produjo en tiempos tumultuosos (Neruda y el golpe de estado de Pinochet; Lorca y la guerra civil española), las posibilidades de ficcionalizar estas muertes (con las necesarias licencias), se multiplican. Algo así sucede con “La última estación”, que se encarga de trasladar a celuloide la novela del mismo título de Jay Parini. La película cuenta la vejez y el fallecimiento de Tolstoi con la intención de sumergirse en una época esencial de la historia rusa, justo durante el cultivo ideológico previo a la revolución de 1917. Poco a poco, descubrimos que no pretende el filme más que dar una pincelada del filósofo-creador. Utilizando de pretexto todos los “ismos” de su biografía (izquierdismo, pacifismo, vegetarianismo, catolicismo), el director y guionista Michael Hoffman se adentra en la relación del escritor con su familia y las disputas, en desenlace de su vida, entre ésta y los seguidores de su política, los tolstoianos.

“La antigua estación” abandona, por tanto, la macrovisión crítica de una Rusia que comenzaba a ebullir y afianza su carácter dramatúrgico de conflictos y enredos. Desarrollada en la casa de Tolstoi cerca de Tula, la cinta arrastra un problema común a este tipo de producciones: su premisa central aparenta siempre haber sido ensartada “a posteriori”. La figura (a aquello que los promocionales dan una importancia vital: el epílogo de la existencia de Tolstoi en este caso) resulta ser el fondo (no se escarba lo suficiente en el personaje y se le deja, a medida que avanza, en un arquetípo aséptico de viejo sabio); y el fondo (una historia de amor protagonizada por James McAvoy como secretario del escritor) resulta ser la figura y dominar al metraje. No se intenta rebajar los logros interpretativos (especialmente, Helen Mirren y Christopher Plummer), pero “La última estación” se queda en un esbozo que lleva a la indiferencia. Es muy posible eso que ocurra cuando escoges el camino fácil (sus tramas teatrales) y desechas recorrer el tortuoso, pre-bélico, inquietante escenario ruso del que desertó Tolstoi en una estación de tren.

jueves, 10 de junio de 2010

JACUZZI AL PASADO

Director: Steve Pink
Intérpretes: John Cusack, Craig Robinson, Rob Corddry
Web: http://www.jacuzzialpasado.com/



En “El fin del mundo”, uno de los cortos de este año del “Notodo film fest”, el gran Alberto González Vázquez divagaba (a la forma que divaga él) con la posibilidad de que las modas acaben regresando desde décadas tan, tan cercanas que, al cabo de unos años, vuelva la moda del futuro. Este hecho, razonaba muy oportunamente Alberto, conduciría a una contradicción espaciotemporal terrible que aniquilaría nuestro universo. Hoy, el advenimiento del apocalipsis es manifiesto: “Katrina and the waves” se esfuerzan por ensalzar el veinticinco aniversario de “Walking on sunshine”; las hombreras resucitan de su tumba de espuma ortopédica; los calentadores chillones se han atrincherado bajo el término “encantadores”; e, incluso, ¡va y se nos muere Gary Coleman!

“Jacuzzi al pasado” se sirve de estos signos de destrucción total para combinarlos con un arquetipo del presente: el cuarentañero que añora sus juergas juveniles. Figura instaurada en las pantallas colectivas por ese monumento titulado “Aquellas juergas universitarias”; refrendada por una de las películas del año pasado, “Resacón en las Vegas”; y admitida en los múltiples “clubs revival” de nuestras ciudades; dentro del largometraje de Pink su sombra resulta aún más lamentable. Tres amigos (Cusack, Robinson y Coddry) y el sobrino de uno de ellos (Clark Duke) retroceden al invierno del 86 metidos en el jacuzzi de un antiguo hotel. Concebida como comedia gamberra, se mezclan en ella los ingredientes habituales del subgénero: la escatología, el romanticismo y, en este caso, la nostalgia.

Distribuido en “sketches” (a ratos, parece que ha sido cercenada en sala de montaje), el filme funciona al ritmo que le otorgan sus pequeñas píldoras cómicas (pregunta clave si queremos descubrir en qué década hemos caído: “¿De qué color es Michael Jackson?”) y a la presencia de un Rob Corddry que oscurece al resto de actores (especialmente a un indiferente John Cusack). En lugar de basarse en sí misma (y repito, debido a un material pobre), el recurso de los “hits” (suenan “Modern love” de Bowie o la adecuada “Once in a lifetime” de Talking Heads) o las referencias al “reaganismo” (la impostura comunista, el Crispin Glover de “Regreso al futuro”), no bastan a “Jacuzzi al pasado”. No sabemos bien si podría haber sido más o si han salvado lo poco aprovechable. De todos modos, estamos seguros de que el papel recortado de Chevy Chase (¡viva Chevy Chase!) no es digno de semejante talento, de semejante cómico. Ah, y no podemos terminar sin aplaudir las enormes palabras de John Cusack sobre la cinta: “es el “Ciudadano Kane” de las películas de jacuzzis”.

martes, 8 de junio de 2010

KICK ASS. LISTO PARA MACHACAR.

Director: Matthew Vaughn
Intérpretes: Aaron Johnson, Christopher Mintz-Plasse, Nicolas Cage
Web: http://www.kick-ass.es/



En mi mundo, los superhéroes sólo existen en los cómics. Esto sería justo si los malvados sólo existiesen allí también”. En la vida de Dave Lizewski (Aaron Johnson), como en nuestras vidas, no habita la justicia poética: es un nadie para las chicas, para sus amigos, para su familia. En Cannes, Woody Allen repitió uno de sus lemas: “La ficción es la única forma de sobrellevar los horrores de la realidad”. Mientras que a Alonso Quijano “llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles”, Dave se embarga la imaginación con la quimera de convertirse en un justiciero sobrehumano y alcanzar los dos principales objetivos de éstos: ser alguien (por contra a una personalidad vacía, la real) y conseguir algo (el objeto de deseo, el reconocimiento popular… unas hazañas inabarcables por su persona desenmascarada).

El mecanismo intertextual (visualidades de “comic”, canciones pop, referencias a otras películas, requiebros a “El Quijote”) que el realizador Matthew Vaugh utiliza en “Kick Ass” no debería sorprender al público incauto. Productor de “Lock & Stock” o “Snatch” y director de “Layer Cake”, Vaughn pertenece a una generación de cineastas británicos (Guy Ritchie, Danny Boyle...) fascinados por la estética del videojuego (en “Sherlock Holmes” se ofrecen múltiples disquisiciones previas a machacar a alguien, previas a apretar el botón del golpeo); del punk (siempre un punk muy “limpio”, aquí al servicio de la súper-prepúber “Baby girl”); y del “videoclip”. Adaptada (se trastocó, sobre todo, al vengador encarnado por Nicolas Cage) del “comic book” de Mark Millar y John Romita Jr., la película funciona más por su sustento quijotesco (y enternecedor) que por su vampirización de la postmodernidad fílmica (incluso a medida que avanza el metraje se hace evidente lo limitado, por redundante, de esta opción formal).

A pesar de su dependencia del estilo “neo brit”, sus intenciones transgresoras y su compromiso por la diversión salvan a una excesivamente autoconsciente “Kick ass” de la mediocridad. Ese “laissez fare” con el que se distribuye la violencia a lo largo del filme (y que ya se manifiesta en la brutal introducción) asienta una cualidad que, al menos, separa a la cinta de obra en automático a obra con ciertos méritos. No esconde Vaugh las referencias al “corpus” tarantiniano pero, al reinterpretar a una niña mona (y occidental) en la piel de una psicópata, el celuloide va (un poco) más allá del director norteamericano, así como al otorgar la responsabilidad del mal a un actor híperbizarro (Christopher Mintz-Plasse, “Súpersalidos”). Esas felices licencias con las que se desembaraza de corsés y olvida deudas, dotan a “Kick Ass” de una identidad que parecía que se había perdido en el transvase del cómic a la pantalla.