Director: Samuel Bayer
Intérpretes: Jackie Earle Haley, Kyle Gallner, Katie Cassidy
Web: http://www.nightmareonelmstreet.com/
Uno de los esfuerzos titánicos de la carrera de Sylvester Stallone, aún mayor que rodar "Rocky VI”, aún mayor que rodar "¡Alto!, o mi madre dispara", se centró en la (inútil) ocultación de su intervención en un "porno light" de principios de los setenta, "El semental italiano" o "Fiestón en Kitty y Stud's", dirigido por el “híper-freak” Morton Lewis . Es curioso que el ¿actor? tratase de enterrar a su criatura (un tipo latino, hípermusculado y trincador), para que luego él mismo la necrofilizase en "El especialista" u "Óscar", películas terribles que, ¡putadas de no llegar a fin de mes!, ensalzaban a un tipo latino, hipermusculado y trincador. Similar es la quimera del director Wes Craven (“La serpiente y el arcoiris”, “La última casa a la izquierda”); como Pierre Nodoiuna, el cineasta persigue (con nula fortuna) la masacre de uno de sus monstruos, Freddy Krueger. Harto de secuelas y secuelas y secuelas ajenas (¡hasta una en 3D, “Pesadilla final”!), el realizador norteamericano pensó en acabar con el hombre del jersey a rayas de dos puñaladas definitivas y repletas de talento: el largometraje "La nueva pesadilla" (1994) , que trasladaba a su psicópata satánico del mundo onírico a la realidad y le desmembraba gracias a las leyes de la física; y la saga “Scream”, donde Craven le remataba con las armas adecuadas a la bellísima tarea de la aniquilación total del arquetipo “slasher” (asesino machetero): la autorreferencia y la ironía.
Después de esta hazaña, parece lógico que al bueno de Wes le haya sentado como una patada en las criadillas que inhumen el cadáver putrefacto de Krueger del fondo de su sótano infernal. Vaquero, éstos son los daños colaterales de no haber salvaguardado los derechos legales de tu personaje. Al no poseer el copyright de tu invento, es muy posible que las malignas “majors” te ataquen con “crossovers” (la estupenda “Freddy vs. Jason” de Ronny Yu) o, créanselo, ¡hasta “realities”(en 2004, NBC produjo “The Real Nightmares”, donde concursantes vivían sus pesadillas con Robert Englund)! Inevitable: el siguiente paso era el “remake”. Tras el éxito de experimentos semejantes (“Viernes 13”, “Las colinas tienen ojos”), tocaba cederle la figura arqueada del cuchillero maldito al realizador de “videoclips” Samuel Bayer. Imagino a los productores de “Pesadilla en Elm Street: el origen”, en una mesa plagada de puros y billetes, haciendo cálculos: “a Robert Englund le disfrazamos de Jackie Lee Earle digitalizado; a los adolescentes ochenteros, les disfrazamos de adolescentes de Facebook; y a las pesadillas sangrientas del XX las disfrazamos de “cangueles” del XXI. Chaval, pónme otro Cardhu, ¡que vamos “embolaos”!”.
Ay, amigos de la pasta, no es tan fácil. La conceptualización “kitsch”, “naive” (y, por tanto, marrana) de los filmes de Craven no deja mucho espacio a su adaptación en nuestro hábitat internetizado, impoluto y siliconado. Esa liviandad de serie “B” (la primera película y la última, “Freddy vs. Jason”, supuran ese bizarrismo) se tambalea al jugar con variables contradictorias (cine “mainstream” vs. cine de bajo presupuesto; actor enraizado vs. debutante); y al redibujar a Freddy desde una perspectiva sombría (las referencias gratuitas a la pederastia y al psicoanálisis vuelven pretencioso al conjunto). Se lo anticipo, no se basa esta reseña en una nostalgia viejuna de terrores ochenteros: escarbando el palimpsesto de esta revisitación no encontramos nada que recuerde méritos de entregas previas ni que asiente suficientes honores autónomos. Tampoco la nueva Nancy (la chiquilla preferida de Krueger, aquí interpretada por Rooney Mara), despojada del encanto “nerd” de Heather Langenkamp, se diferencia de cualquiera de las miles de secundarias que pueblan terrores mínimos (“Un San Valentín de muerte”, “Destino final 3” o, por ponernos patrios, “Intrusos en Manasés”).
En suma, el imaginario de la calle Elm debería mimetizarse en formas tan ingobernables (y tan divertidas) como su dueño. Así, la estrategia de pretender aprisionarlo con márketing, digitalizaciones, estandarizaciones o, el mayor pecado, la rebaja en su sana sinvergonzonería, se revela como una temeridad equiparable a la del pobre “teenager” guaperas e imbécil que confía en librarse de las garras de Freddy mientras aúlla por las tinieblas de su sótano infernal. De castigo ¿divino?, molaría que el Sr. Craven copase las pesadillas de los productores de este “remake” al grito, en bucle infinito y predicante, de “ésto nooooo, majaderooooosssss, ésto nooooooooo”.
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