Director: Jane Campion
Intérpretes: Abbie Cornish, Ben Whishaw, Paul Schneider
Web: http://www.brightstar-movie.com/
Hay películas que, como a antiguas novias, postres de niñez o acnés prefrontales, uno no debería regresar. Una de ellas es “El piano” (1993) de la directora neozelandesa Jane Campion. Los recuerdos, que son un poco cabroncetes, la colocan siempre en ese lado benevolente de la memoria que uno nunca sabe si nace A) del valor intrínseco del filme o B) del valor del momento en el que se consumió el largometraje. Eso sí, niéguense a comprobar cuál de las dos opciones es la correcta y recuerden que, antes que la Verdad, preferimos la Identidad. Además, con la madurez (una forma de hablar) con la que hemos visto la producción posterior de Campion, probablemente marquemos la opción “B”. Brilla la cineasta en su compromiso con su manifiesto artístico, lo que le otorga, y esto no convalida a todos los creadores que en el mundo son, una voz propia y característica; vamos, que sabemos cuándo estamos ante una película de la Campion. Desde las cimas (o eso creemos) de “El piano”; pasando por las rarezas, “Holy Smoke”; los encargos, “En carne viva”; y las bajezas, “Retrato de una dama”; su constancia en el discurso pausado, cromático (y congelado), la engancha con las rutinas de James Ivory o algunas irregularidades de la obra de Stephen Frears.
En “Bright star”, continúa la directora con esa obsesión por buscar una “literalidad visual” a la literatura mediante su lenguaje fílmico casero. La relación del poeta John Keats con su vecina Fanny Brawne ocupa los minutos de Campion con una parsimonia asombrosa e impertinente. Atrapada en los tópicos narrativos de este tipo de filmes (uno sufre mucho pero no menos que la otra, que sufre un huevo; él se suele morir y ella llora un montón), y en los tópicos narrativos de su tipo de filmes, solamente reviven a la cinta de un letargo infinito, los hallazgos visuales (esas agujas deslizando la tela, esa mágica luz “veermeriana”) de sus subordinados Greig Fraser, director de fotografía, y Christian Huband, director artístico. Tampoco, y esto es de justicia, se nos puede olvidar el trabajo de la actriz Abbie Cornish. Al lado de un Ben Whishaw que parece que no renueva sus recursos dramáticos, la actriz australiana sostiene, junto al talento explosivo de Paul Schneider, la vertiente interpretativa de la película.
Y a todo esto, ¿dónde anda Campion? La imaginamos tan monopolizada por su estilo que no es capaz de preocuparse por el fondo de su obra. Estallan las imágenes de la naturaleza lluviosa al desbocarse la emocionalidad del romance, los silencios a-sexuales entre los protagonistas y, cuando el pulso decae, la voz en “off” de Whishaw leyendo poemas de Keats. Demasiado fácil, vamos. Los rótulos del final, manteniendo el comatoso “qué fue de...” de telefilme (¿para qué nos vamos a liar?), nos dejan con la sensación de que hay películas que no sólo empeoran con el tiempo, sino que empeoran a velocidad absurda, como un video de Lady Gaga (vean su “jit-basura” “Alejandro”) o una pizza titilínica de microondas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario