Antes...
En la serie animada “Scooby Doo”, cinco adolescentes y un Gran Danés bobalicón resuelven misterios alrededor de Norteamérica. En cada episodio, un monstruo horrible se dedica a espantar a los habitantes de un pueblo con sus poderes fantasmagóricos y son estos chiquillos, con sus dotes lógicas (y con las trompadas de Shaggy y Scooby), los que descubrirán que, bajo el atemorizador del lugar, no se esconde un ente sobrenatural, sino uno de los miembros de esa comunidad que busca sacar algún tipo de tajada del resto. Además de divertirnos con sus aventuras, “Scooby Doo” alberga otros méritos monumentales: su apología del racionalismo (los fantasmas, la metafísica, no caben en la explicación del capítulo); y uno muy específico de las ficciones tipo “whodunit” (“¿Quién es el asesino?”), el desenmascaramiento del malvado de entre las personas que menos se espere el espectador que puedan ocupar este papel, es decir, de entre las personas más respetables del grupo.
La realidad mediática y, como buen espectáculo de masas, la realidad deportiva, se organiza al estilo de un capítulo de “Scooby Doo”. En 2008, Tiger Woods era un bendito padre de familia, el perfecto “Uncle Tom” que consagraba su vida a comportarse como los blancos que le rodeaban. En 2009, quién lo iba a imaginar de un multibillonario treintañero heterosexual, el “National Inquirer” destapó que el buen hombre tenía una clara vocación por las prostitutas y pasó a la liga de los grandes infieles: ¡120 mujeres, oiga! En 2009, Marta Domínguez era la campeona inmaculada de los 3000 metros, vicepresidenta de la Federación Española de Atletismo y candidata por el Partido Popular. En 2010, quién lo iba a imaginar de unas marcas deportivas (sin que nuestro cuerpo evolucione hacia el de un avatar color pitufo) que mejoran imparables cada año, la policía la detuvo por ser la presunta “dealer” de una compaña de atletas españoles sobre los que, por favor, pido que alguien ruede una serie al estilo “The wire”.
... y después
Deberían plantearse los lectores si, bajo la mácula incorrupta de los personajes blanquísimos o coronando la roña pestilente de los personajes maléficos, no existirá una explicación racionalista y desmitificadora que incluya, como solución al crimen, a personas con múltiples e inevitables contradicciones. Por eso, en el Madrid, necesitamos que Scooby Doo levante la careta al “Special one” y Mourinho se nos revele de una vez con todas las aristas humanas, ésas que vimos en el 5-0 contra el Barça, con las que no nos lo vendieron.
¿Antes?
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