¿Un homenaje o un funeral?
Este sábado, cuando Florentino Pérez y Jorge Valdano le entregaron a Raúl su trofeo por alcanzar los ¡¡¡711!!! partidos en el Real Madrid, me vino al cabezón la leyenda negra del “Premio Donostia” del festival de cine de San Sebastián. Dicha teoría “freak” (una profecía autocumplida y un chiste cadavérico, “tó” junto) proclamaba que cada vez que se concedía este galardón a alguien, el humano en cuestión la palmaba. Bette Davis (suyo en 1989, no termina ese año), Claudette Colbert (“winner in” 1990, “dead in” 1996), Anthony Perkins (acude en 1991, autopista en 1992) y Robert Mitchum (se lo lleva en 1993, se lo llevan en 1997). Esténseme tranquilos: si se lo dan, acéptenlo; no me jodan. El acto de que un festival guipuzcoano te otorgue un premio no correlaciona con ir a saludar al “Monstruo del Espagueti Volador”. El homenaje a Raúl (cara indiferente de Pérez, semiabrazo con Valdano) se sintió como una maldición oscura, como una despedida prematura. Un jugador acabado, que supuestamente no nos sirve ni en las segundas partes, levantando un premio a su hazaña.
Amigos, Raúl comparte bendita locura con el cómico norteamericano Richard Pryor. En la tarde del 9 del Junio de 1980, a Richard le apeteció fumarse unas bases de cocaína y jalarse una botella de ron. Acto seguido, en un estado de psicosis inducida, se prendió fuego con una lata de gasolina y una cerilla. De pronto, este incidente humeante no sólo provocó una atención renovada por Pryor (le habían cancelado su show en la NBC y había sufrido su tercer divorcio) sino que el propio cómico lo utilizó en su monólogo mítico “Live at the Sunset Strip”. Con Raúl, declarado muerto entre distinciones, pasa un fenómeno similar: para que nos demos cuenta de su grandeza tiene que quemarse a sí mismo marcando dos goles contra el Valladolid y convertirse en uno de los jugadores de la jornada (¿aspiran a eso alguno de los once barcelonistas que jugaron en Valencia?).
No nos valen sus 711 partidos, sus goles, su compromiso. A la mínima, si no replica uno de sus asombrosos espectáculos, a Raúl se le manda fuera del equipo. En cambio, él (como Richard Pryor) utiliza de catarsis su juego abrasado. Entonces, de las botas de Raúl llamean tantos que nos pueden dar la liga y de la inteligencia de Richard llamean chistes que pueden dar sentido a la existencia. “¿Saben lo que es esto?”, pregunta Pryor mientras agita una cerilla encendida en el aire, “Richard Pryor corriendo calle abajo”.
El chiste de la cerilla
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