Director: Anh Hung Tran
Intérpretes: Rinko Kikuchi, Kenichi Matsuyama, Kiko Mizuhara
Web: http://www.tokioblues.es/
La inclusión en la banda sonora de “Tokio blues” de diversas canciones de “Can”, ese grupo sesentero, psicodélico (y alemán), sirve para desvelar muchas de las intenciones de Anh Hung Tran en su adaptación cinematográfica de la novela de Haruki Murakami. A lo largo de 1967, año en el que arranca el metraje, en Alemania Occidental y en Japón alcanzaba la mayoría de edad una generación que había crecido bajo control norteamericano y que, en parte, se había educado bajo una serie de reformas (y rutinas) (tele)dirigidas por el gobierno estadounidense. La canción de los Beatles, “Norwegian Wood”, representante de un movimiento occidental (hippismo + amor libre) en conflicto con una cultura oriental, desencadena el recuerdo en Toru Watanabe (Kenichi Matsuyama) de un tiempo de posadolescencia en el que (sobre)vivió al suicido de su mejor amigo Kizuki, a la vez que establecía una relación amorosa con la ex-novia de éste, Naoko (Rinko Kikuchi).
Hung Tran, director de las imprescindibles “El olor de la papaya verde” y “Cyclo”, traslada el texto de Murakami con el mayor respeto posible en cine: asimilándolo a su visión filmica. El cineasta aplica su tempo, pausado y detallista (disfruten la fotografía de Pin Bing Lee), a la inestabilidad de lo retratado; un cúmulo de emociones soterradas durante la iniciación de unos adolescentes a un mundo adulto que, reitero, (a)parecía aún más incierto en el Japón de 1967. En ese mosaico surge la sexualidad, la locura, el suicidio (diseccionado durante una escena inicial fuera de plano) o la enfermedad, todo a revoluciones súbitas que remarcan las intenciones del director para con su proyecto. “Los tiempos están cambiando”, cantó Bob Dylan cuatro años antes de lo que ficciona la película. El metraje basta como evidencia tangible de la afirmación del cantautor, describiendo con fuerza las contradicciones de una época que dejó enmedio a una nueva tipología masiva: la de la mujer liberada (y sus despresurización, especialmente, en una sociedad como aquel Japón). No deben de extrañar, y de esta manera están contadas en el filme, algunas de las consecuencias de la asimilación de lo norteamericano en el país imperial: la progresiva occidentalización de los trastornos psicológicos (incluso integrados en un sistema de curación como el que sugiere la cinta) o la expresión de (ya) nuestra variopinta sexualidad (“necesito ver porno, algo perverso”, ordena una de las mujeres del filme). Asumimos alguna cadencia excesiva y alguna hípermetafora en “Tokyo blues” solo porque posee méritos notables: adaptar un “best-seller” muy ligado a la memoria sentimental actual (casi tanto como “Norwegian wood” a su protagonista) y, además, por hacerlo con voz autónoma, casi proponiéndonos que nos olvidemos de, que matemos a, Murakami.
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