lunes, 26 de septiembre de 2011
CARIÑO, ¡¡HE AGRANDADO AL RAYO!!
Mourinho, siguiendo las instrucciones patafísicas del gran Rick Moranis, ha creado una máquina asombrosa, un aparato capaz de hacer crecer de tamaño a los equipos contrarios. Vaya lío. Juntando unas piezas de Varane, colocando a Sergio Ramos donde Carrillo perdió el mechero y sacando a Lass en un doble pivote loco, loco, loco, loco, loco, loco, el portugués hizo que el Rayo se creyese un gigante en el Bernabeu. Amigos, necesito que tomen perspectiva. Ahora que Mou lo ha convertido en Fernando Romay, les recuerdo cuán diminuto es el equipo vallecano: su estadio se encuentra ¡en la avenida del payaso Fofó!, su antigua presidenta anunciaba flanes, lo entrena un míster con apellido de tertuliano del corazón y, para mayor chifladura, ¡ha conseguido subir a un jugador del Oviedo a Primera!
Mete miedo que sea la segunda vez esta semana. En Santander, ese campazo de Champions, se vivió otro momento estomagante. Del susto y la tortura posterior, a los que estábamos cenando patatas bañadas en alioli, mayonesa, salsa rosa, ketchup y mostaza se nos formó un país asiático en el colon. ¿Me están diciendo que nos pone en apuros un equipo con Munitis, un «futbolisto» del Madrid 2000-01? ¿Me están diciendo que casi nos ganan el partido con gol de?? ¿Óscar Serrano? ¿Me están diciendo que José «El luso» responsabilizó del empate a «las simulaciones» del Racing?
En «Cariño, ¡¡he agrandado al niño!!», un chiquillo enorme destroza las calles de Las Vegas. Moranis, preocupado porque su hijo descomunal no le hace caso, descubre una importantísima verdad: para que los niños respeten a sus padres, éstos últimos deben de tener más estatura que ellos. Entonces, el bueno de Rick utiliza su máquina con su mujer y ella, ya transformada en una gigante, tranquiliza al pipiolo. Ésta es una realidad Disney que Mou no ha asumido todavía. Para controlar a un equipo, debes de ser más grande que tu plantilla. Obviamente, culpando a Khedira de una derrota, dando voces en una rueda de prensa o utilizando el dedo en el ojo de un contrario, uno se vuelve muy, muy pequeño.
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