sábado, 25 de junio de 2011

SOLO UNA NOCHE

Director: Massy Tadjedin.
Intérpretes: Keira Knightley, Sam Worthington, Eva Mendes.
Web: http://www.lastnightmovie.com/



Se debería estudiar seriamente qué se considera infidelidad y cómo comunica ésta en nuestro Occidente del siglo veintiuno. ¿Una mirada furtiva a una chica del metro cuando no me ve(s)? ¿La tercera noche que tu marido se queda trabajando? ¿Unas palabras cariñosas de un ex de tu novia en Facebook? En “Solo una noche” la desencadenante de las tensiones entre Michael (Sam Worthington) y Joanna (Keira Knightley) es una mano lenta en un hombro. A través de un cristal de fiesta burguesa, Joanna observa la cercanía que una compañera de trabajo, Laura (Eva Mendes), demuestra con él y ese gesto comienza una retahíla de reproches. Al día siguiente, la pareja separa sus caminos (ella se queda en Nueva York y se topa a un antiguo amor, mientras él se va de viaje de negocios con Laura) y, en otro movimiento, la cineasta Massy Tadjedin nos plantea la artimaña que va a utilizar en su disección de la infidelidad: dos historias paralelas que no confluirán hasta el epílogo.

Al ver “Solo una noche”, se recuerda esa obra maestra póstuma de Kubrick, “Eyes Wide Shut”, que desgranaba, deambulando por la noche neoyorquina, los claroscuros del matrimonio burgués en el fin del milenio. Aquí también tienen presencia esencial la nocturnidad, un lugar cercado por bares, fiestas y cenas (casi todo el filme se confiesa en esos lugares), y Nueva York, como espacio perfecto para obedecer los mandatos de la infidelidad global (tan cercana y tan lejana; tan GPS ella). Pedimos lo mismo a los estudios sobre los (h)usos de los escarceos extramatrimoniales que al guión de Massy Tadjedin: una mayor mordacidad y contradicción en sus planteamientos iniciales. Con un reparto impecable (Sam Worthington resulta un actor solidísimo, a pesar de “Avatar”), “Solo una noche” se empequeñece por su utilización de un simplista (híper)paralelismo narrativo como motor dramático. Si Kubrick, Altman (“Short cuts”) o Antonioni (“La noche”) proponían aristas, dudas (en forma y fondo) a sus discursos sobre la infidelidad, las reflexiones de Tadjedin se quedan en un noble intento (más aún, al tratarse de un debut) del que solo quedan instantes (muy potentes, algunos) que le pueden dar a la directora pistas para futuros proyectos de superior calado.

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