(Publicada en el diario La Nueva España el 4-1-14)
Director: Joel & Ethan Coen
Intérpretes: Oscar Isaac, Carey Mulligan, John Goodman
Hemos asistido a diferentes formas de abordar el revival folk izquierdista (tan pre-hippie, tan pro-derechos civiles) de finales de los cincuenta y principios de los sesenta en Norteamérica.
La primera es desde dentro del propio movimiento, que intenta sobrevivir destrozando un cable, ese cable eléctrico que trató de cortar con un hacha Pete Seeger (1919), uno de sus principales representantes. Un esfuerzo vano de desenchufar al “nuevo” Bob Dylan (1941) quien, en pleno festival de Newport (1965), osó rebelarse contra el folk abandonando la protesta canónica y acústica de “The times are a’changin” para atacar con toda su banda ese blues eléctrico que lleva por título “Maggie’s Farm” (atención a la letra: “te dicen, “canta” mientras te esclavizan/ y yo ya estoy harto”). La segunda aproximación, mucho más festiva y desde lo lejos, es la que tomó el cómico Christopher Guest con su falso documental “A mighty wind” (2003), una reivindicación nostálgica y humorística a un tiempo en tono de revival noventero (fallido) de aquella época.
Y llegamos a los Coen, una tercera vía. A resultas de una mezcolanza de biografías, la de los folksingers Dave Van Ronk y Ramblin’ Jack Elliot, estos hermanos cineastas cuentan la vida del ficticio Llewyn Davis (Oscar Isaac) durante sus inicios como cantante protesta en el Greenwich Village. Este es el principio de los sesenta y el músico adivina la revitalización del género (que culminaría en la marcha sobre Washington por los derechos civiles, 1963) desde la peor de las situaciones: sin un dólar, sin casa, sin nadie que le apoye.
De arranque, es “A propósito de Llewyn Davis” un potentísimo mosaico de la vida en el Village neoyorquino de la época. Empieza en el mítico Gaslight Café y se enroca en mostrar la lucha de un chaval por su arte y todos los obstáculos que se encuentra delante (ahí están los agentes y productores, encarnados en F. Murray Abraham o John Goodman; ahí están los locales; ahí está la nieve de la Gran Manzana). Empeñados en mostrar el alrededor con una delicadeza inusual en su cine, los Coen se recrean en el relato y en lo circundante.
“Eso era así”, parecen decir una y otra vez mediante un recurso (la fotografía y la dirección de arte) que puede ser interpretado por espectadores menos dispuestos al sosiego como falta de solidez de guión. No, los Coen se paran y (de)muestran. Solo te piden que te pares con ellos.
Pero, además de una recreación vívida y emocionante sobre un lugar y un tiempo de la Historia norteamericana,
“A propósito de Llewyn Davis” también cuenta la pelea vital de un artista por encontrar su lugar. Después de que su compañero de dúo se suicidase, Davis busca una nueva voz; y una nueva mujer; y un nuevo objetivo; y, lo cantaba Dylan en “Tangled up in blue”, el próximo cruce de caminos. Esta lucha por reinventarse, que definió a buena parte de los músicos que transitaron desde el folk a la psicodelia, la reflejan perfectamente los Coen dándole el traje adecuado a un Oscar Isaac que lo modela y lo porta con una dignidad extraordinaria. Que esta búsqueda de la siguiente voz no se resuelva (o se resuelva en manos de otro cantautor, ese Dylan incipiente y destinado a romperlo todo en Newport) parece necesario para ejemplificar la visión de los cineastas, esta tercera vía de la que hablaba al principio. Al utilizar una primera persona total (aunque rota por flashbacks),
los Coen nos permiten entender que esos tiempos que cambiaban eran unos tiempos que ni siquiera sus propios protagonistas comprendían del todo.