¡Manos arriba!
¡Qué bien lo “estemos” pasando! Durante una mesa redonda con Jorge Valdano, el filósofo Gustavo Bueno nos recordaba que el fútbol se divide en dos partes; el núcleo, que comprende aquello que ocurre dentro del terreno de juego, y el cuerpo, que es el espectáculo que lo rodea. El primer problema filosófico, por tanto, radica en desenmadejar las relaciones entre ambos. Y, ¿a qué viene este rollo filosófico, Galán? No se me apuren, sólo intento introducir el gran problema de nuestra semana futbolística y, seguramente, el gran reto de toda la temporada: analizar los usos del verbo florido y fluido de nuestro entrenador portugués. La antepenúltima chifladura de nuestro míster (y que relaciona espectáculo y campo de juego) fue sugerir que Manolo Preciado manejó mal a su Sporting contra el Barcelona y solventó la labor de Guardiola. “Es un canalla”, le reprendió el bigote más poblado del fútbol español. “Si por mi fuese, no le colocaría en el palco, le sentaría con los Ultra Boys”, remató. Ay, qué talento innato tiene Manolo para insultar, pero esta habilidad no es compartida por muchos de sus colegas, tímidos y pacatos ellos (y no hablo de Pochettino, Guardiola o Caparrós), a los que Mou va a faltar al respeto sí o sí.
Hay varias normativas imprecativas en el fútbol que condensaré, por espacio, en cinco. Primera. Dele donde duele: en el Madrid, se titula acosar a los débiles de la plantilla; me refiero, claro, de Pedro León, Higuaín y Canales… un momento… eso ya lo ha hecho Mourinho. Empezamos mal. Segunda. No insulte con esdrújulas: aprendan de Preciado, hágalo siempre con palabras llanas o agudas (canalla, montón de mierda o calamidad), nunca esdrújulas (parafílico, parásito o aerófago). Tercero. Sea agorero; lleve el “Ahora está muy acostumbrado a ganar, veremos cuando pierda…” del preparador esportinguista a límites puteantes: “Ahora se cree muy guapo… veremos cuando tenga ochenta y tres años”. Cuarta. Sugiera una supuesta homosexualidad. De enorme efectividad en este deporte, fíjense en la teoría conspiranoide que unía a Guardiola y Manel Estiarte o ¿eran Ibrahimovic y Piqué? en los baños turcos de un búnker situado bajo el Camp Nou, justo donde Laporta celebraba sus “secret parties”. Quinta. La más importante y complicada de administrar: gradúe sus insultos. Si el partido ha alcanzado una temperatura aceptable (lo que busca Mou constantemente), con tal de que no se le vaya de las manos y que tampoco el de enfrente note la impostura tele-dirigida a calentarle, añada a sus tacos los sufijos “-uco”, “-in” o “-ito”. ¿No creen que al luso no le resultará hasta adorable que otro míster le llame “cabronzuco”, “mariconín” o “capullito”?
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