Ozores, explicando lo anterior
En un día en el que no hay dios que entienda nada, va y se muere alguien que podría explicárnoslo todo: Antonio Ozores. Durante “Encuentros en el fin del mundo” (2006), Werner Herzog se quejaba amargamente de que se organizasen campañas para salvar a cualquier especie, pero no al último hablante de una lengua. Con Ozores se extingue una lengua (su aglomeración de pseudopalabras a velocidad de crucero) y desaparece una especie de un solo ejemplar. Campeón del “trash” postmodernista (protagonizó espléndidas barbaridades como “El erótico enmascarado”, donde interpretaba a un doctor cachondo que intentaba “calentar” a un actor porno retirado, ¡Fernando Esteso!); miembro de la Real Academia del género “S” en España (Pajares ocuparía la “T”; Esteso, la “e”; Juanito Navarro, la “t”; y él, la “a”); y, en resumen, currante del cine (participó en casi 200 películas y, como muchos de nuestros actores ancianos, cobraba 400 euros de pensión), a este valenciano nadie le recordará por hazañas particulares. Lógico, demasiado pequeñas. Jamás sus elegantes traspiés de secundario soportarían la desfachatez de vestirse el blanco idiota de Malcolm McDowell y “La naranja mecánica” o de Mark Hamill y “La guerra de las galaxias”. Su filmografía se dedicaba a otra tarea bien diferente: fabricar en cadena y a escala industrial (ahí habría que nombrar peones a su familia; su hermano Mariano y su hija Emma) un humor costumbrista que, como la costumbre, caducó ante sus ojos con el fracaso de su serie “El sexólogo” (TVE).
Lo único que se mantuvo impoluto fue el arquetipo ibérico y, a priori, intransferible del propio Ozores, una presencia encarnada en múltiples recodos de la realidad patria: el binguero empedernido, el putero ocasional, el oficinista salido, el borracho impenitente,... en suma, una gran parte de nuestros mejores amigos. Porque Ozores (y sólo él, siguiendo la tradición de Mihura, Poncela, “Tip”, Millán Salcedo, Faemino y Cansado,...) propagó con cada intervención su condición bizarra de “marciano familiar”, de humano incomprensiblemente comprensible. O sea, de alguien al que podríamos, ya no podemos, pedir ayuda con los titulares de hoy.
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