¡Si es que tiene clase hasta para gritar!
Siglo tras siglo, la Humanidad se ha enfrentado a cuestiones vitales: ¿A dónde vamos? ¿De dónde venimos? ¿Dios existe? ¿Por qué los jubiletas llenan los supermercados los sábados cuando tienen toda la semana para comprar? ¿A qué se debe la cancelación de «I love Escassi»? De las preguntas anteriores, la última es la única que no me deja dormir. Se escapa al conocimiento humano que no triunfe un «reality» televisivo con mozas saladas, Jesús Vázquez y un jinetero con careto de endogamia. Amigos, propongo una alternativa a Telecinco que puede romper moldes y audiencias, «I love Mourinho»: trece madridistas en una casa compitiendo por el amor del portugués.
Menudo éxito en la cadena del bendito Paolo: las peleas («¡Es mi tipo de entrenador!», «¡Y yo he llamado a mi bar "el bar de Mou" en su honor!» discutirían dos aficionados cejijuntos de Tiñana), las emociones («¿por qué te dicen que eres el antifútbol, José?, ¡no entienden nada!», «¡eres más luso que las toallas y los gallos meteorológicos!») y, por supuesto, el folleteo («tontorrón, me gustaría cogerte por el cuello como Valdés»). En «Maridos y mujeres», Woody Allen habla de una pareja que «la única vez que consiguió un orgasmo simultáneo fue cuando el juez les concedió el divorcio». El subidón poscoital simultáneo de los madridistas el miércoles tuvo varias vertientes. Al divertimento habitual de cada vez que pierden los de Guardiola (ser blanco, no se engañen, significa ser antibarcelonista: como demostró M. Night Shyamalan en «El protegido», todo héroe debe tener su némesis) y a la alegría excepcional de que ocurriera en la Champions se unieron en esta ocasión a esa especie de alivio cósmico de saber que los azulgranas no van a profanar nuestro limpísimo Bernabeu.
De tanto amor salió un gran beneficiado, Mourinho. Un tipo que posee las esencias de nuestro club: trata de ganar por lo civil o lo criminal (Capello 2.0.), es más chulo que Juanito (el episodio de los aspersores presenta su candidatura a «Momento bizarro» de la temporada), no tiene la tristeza de Pellegrini (¡qué maravilla será ver un partido en el Reyno de Mordor contra el Osasuna con alguien que sale gritando de la bancada!) y ha probado que controla un vestuario de estrellas. Nosotros, esos descerebrados que queremos al bueno de José en el banquillo del Real Madrid, estamos seguros de que el tiempo (y las victorias) convertirán a los agnósticos a la religión «mourinhana». We love you, Mou.
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