viernes, 7 de enero de 2011

CAMINO A LA LIBERTAD

Director: Peter Weir
Intérpretes: Jim Sturgess, Ed Harris, Colin Farrell
Web: http://www.thewaybackthemovie.com/



La relación del hombre con la Naturaleza ocupa el fondo de la filmografía del extraordinario director australiano Peter Weir. Se vale ésta del océano (“Master and commander”), de la selva (“La costa de los mosquitos”), del desierto (“Gallipoli”), o, en su ausencia, de las maldades de un medio ambiente sujeto a leyes artificiales (“El show de Truman”), para (re)marcar la épica a la que el cineasta nos tiene acostumbrados. Frente al azar indiferente, materialista, que la Naturaleza juega en la obra de otros directores (pensamos, cómo no, en Werner Herzog) y que arrolla incompasiva a sus personajes, el imaginario de Weir remite sin contemplaciones a “La Odisea” homérica, amoldando un mundo hostil al héroe, y sólo al héroe, que lo conquiste.

De la mano de National Geographic Entertainment, bajo el título de “Camino a la libertad”, regresa el realizador a narrarnos el huida de varios prisioneros de un gulag siberiano, en plena Segunda Guerra Mundial, desde las garras de Stalin hasta la libertad, miles de kilómetros más tarde, en la India británica. Basada en hechos reales, único punto sobre el que apoya su (in)verosimilitud, se argumenta la película como un largo viaje que evita suspense (la escapada del campo de concentración, el lugar perfecto a la tensión), Historia (tan sólo, al arribar a Mongolia, en una escena espléndida, se descubre la amplitud del imperio-Stalin), o interacción con el camino (los personajes que se encuentran en el viaje son sombras inertes), dejando el metraje en un itinerario repetitivo donde no hay evolución de los roles principales ni, por tanto, emotividad. Pareciese que Weir abandonase la suerte de su proyecto en una épica autista y en algunas (mínimas) bazas solventes: un arranque interesante (la in-humanidad del gulag); sólidos trabajos actorales (hay que reiterar la desbordante delgadez de Ed Harris); y un intenso y bellísimo diseño de producción que, en su exuberancia plagada de detalles, muy National Geographic, resta efectividad a lo contado (esto no es una contradicción).

Ya en el epílogo, se confirma la infertilidad del trayecto vital de estos hombres cuando Weir cierra el desarrollo con una escena innecesaria, impropia a su mejor cine: la visualización surreal (y, paradójicamente, real), de una vuelta al hogar previsible, lacrimógena, anciana, maniquea.

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