Miss U..
En una estupenda micro-canción, los Replacements pedían más cigarrillos para que la fiesta no decayese. Una gran actitud la de esta banda norteamericana de cachondos mentales. Desde “Un blanco radiante” apoyamos esa moción, aún con el riesgo de que nos incendien el chiringo los fumadores y nos muramos dentro con tal de aspirar el humo. Pero, de entre los malvados inhaladores de efluvios peligrosos, esos cabronazos emperrados en que nuestro Lacoste huela mal, los más hundidos con esta imposición sanitaria somos los madridistas.
Háganse a la escena. Cuatro gorilas macho jamando y viendo el Real Madrid-Atlético en una cafetería del centro de la capital. Si les digo que el lugar en cuestión se llama “El Boston” ya podrán hacerse una imagen mental del habitáculo donde nos encontrábamos. Eso sí, para tranquilidad de mi abuela, no había barra americana. Patatas bravas, cerveza, oreja, cerveza, calamarones, cerveza. Una dieta equilibrada. Gritos a cascoporro. Un inglés, flipando en la mesa de al lado. Mateu Lahoz, en su papel de árbitro ausente. Y un Atlético, otra vez (y van…), a nuestra merced: Raúl García, desaparecido, Reyes, desaparecido, Forlán, desaparecido, Domínguez, desaparecido, Perea, desaparecido. Tan sólo Agüero y las manos de De Gea, ese prodigio postadolescente, retrasaron su agonía.
El principio de antítesis de Darwin, incluido en su esencial “La expresión de las emociones en hombres y animales” (1872), explica que algunos animales pueden manifestar de forma contradictoria una única emoción. Así, determinadas aves, cuando están en alerta, echan el cuerpo hacia atrás en posición de guardia y, a la vez, erizan las plumas en posición de ataque. Con la felicidad del último gol, a pies de ese monumental (y jovencísimo) Özil, y al mismo tiempo que elevábamos la mano izquierda en señal de victoria, la mano derecha buscaba un objeto humeante, tranquilizador, cancerígeno, bendito, sobre el que descargar la tensión, la frustración con Benzema y la panzada patatil que nos acabábamos de meter. Queríamos ver el Marlboro quemarse con la lentitud e inmovilismo de Quique Sánchez Flores. No. Prohibido, nos avisa Braulio, el camarero. Orfandad, miseria, desengorile en un solo instante. Nos miramos y pedimos una droga diferente (un gin-tonicazo). El partido dejó de ocupar el televisor y emergió Anne Igartiburu y su asquerosa higiene. Cuando despertamos, el cigarrillo no estaba allí.
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