martes, 9 de junio de 2009

LOS MUNDOS DE CORALINE

Director: Henry Selick
Web: http://www.coraline.com/



Como antes J. M. Barrie, Lewis Carrol o Fernández Flórez, Henry Selick equipara la realidad con un gigantesco palimpsesto en el que se adivinan huellas subterráneas de mundos paralelos. En "Pesadilla antes de Navidad", levantaba un pueblo fantasmal repleto de personajes de cuento. En "James y el melocotón gigante", un tallo mágico del que germinaban fantasías y posibilidades extrañas a un hogar miserable. Hoy, en “Los mundos de Coraline” busca un espacio alternativo en el que una niña reviente su infancia ánonima, un espacio en el que ella adopte el papel protagonista.

Durante la era digital, reconcilia (quizá esto sea producto de una añoranza viejuna) con el Cine (mayúsculas) el obstinado “re-regreso” de Selick a rutinas olvidadas como la "stop-motion". La espectacular (a la vez, tenebrosa autopsia de juguete) escena inicial, recobra los carriles por los que Ray Harryhausen movía a sus dinosaurios de "Hace un millón de años" o al Kraken de "Furia de titanes". Eso sí, lo que diferencia a esta "Coraline" de los emocionantes trucos del pionero es que avanza un poco más allá de la aventura (ésta amplificada, además, con efectos 3D) y cruza el espejo con todos sus puñeteros daños colaterales. Así, sería un error etiquetar al filme de Selick dentro de los cuentos infantiles de final feliz, dentro de las películas a las que llevamos a los niños para que se rían un poco. Aquello que Gilliam intuyó (con mal tiento) en "Tideland", el creador norteamericano lo perfecciona con una brillantez inusitada y nos introduce en la (maldita y maravillosa, luminosa y sombría) casa de chocolate de Hansel y Gretel. Sabe el director que las pesadillas forman una dialéctica potentísima con los sueños (¿funcionan unas sin otros?) y crea personajes terriblemente ambivalentes que sustenten esta revelación: un niño escondido bajo un tríclope o una sangrienta araña mimetizada desde una encantadora madre.

"Cuidado con lo que deseas", avisa el cartel norteamericano del filme. Esa puerta cuadrangular, mínima, que permite traspasar el espejo y escapar de un mundo monótono (mundo real, al cabo), no contiene las apasionantes aventuras de Peter Pan. Allí se arrastran sueños al abismo donde, rendida la fantasía, acaban transformados en pesadillas.

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