domingo, 31 de octubre de 2010

LOS OJOS DE JULIA

Director: Guillem Morales
Intérpretes: Belén Rueda. Lluís Homar, Pablo Derqui
Web: www.losojosdejulia.es



En el cine español actual, el terror se ha consolidado como materia exportable. Los éxitos comerciales de Amenábar (“Los otros”), Balagueró y Plaza (“REC”) o Bayona (“El orfanato”), certifican este fenómeno, convirtiendo a nuestro país en una especie de cantera de género: mientras nuestros taquillazos en comedia (“Torrente” sigue a la espera de adaptador) no se venden, los directores que se especializan en horrores diversos comienzan a tener oportunidades en el mercado internacional. Así, las condiciones económicas favorables impulsan un síntoma inequívoco: la industrialización de filmes de este tipo.

Financiada por Antena 3 con el molde de “El orfanato” (mismo productor, misma actriz principal, mismo trasfondo) en mente, “Los ojos de Julia” atormenta a una mujer (Belén Rueda) que sospecha de la versión oficial (suicidio, claro) de la muerte de su hermana, cegada por una enfermedad genética. Guillem Morales juega, después de su debut “El habitante incierto” (2004), a un terror paranormal (sólo se explica de esta manera la conexión cósmica de las dos gemelas) con una pizca de “whodunit”, que acaba desembocando en película con psicópata. Tras los manuales de propuestas como “Sola en la oscuridad” (Terence Young, 1967) o “Jennifer 8” (Bruce Robinson, 1992); tras un arranque prometedor, el misterio del largometraje se atranca en medio de lo improbable (una visita a un hotel con anciano perturbado y llave rara) y lo imposible (la maravillosa Julia Gutiérrez Caba de vecina inquietante; ese final rimbombante y pseudopoético).

Uno, quizá enfangado en tanta inconsciencia fílmica, halla valor a “Los ojos de Julia” en su último (y alocado) tercio. Al facturar horror, a veces, es justo perder la vergüenza. Eso se permite Morales con el “tour de forcé” entre la correcta Rueda y el (necesariamente) sobreactuado Pablo Derqui. Ellos dos, en su chifladura inverosímil de perseguidor y perseguida, nos hacen esbozar una sonrisa nada complaciente ni misericordiosa para con “Los ojos de Julia”. Si el cine español ya produce, con dignidad “goticoide”, terrores de psicópata obsesivo (¡y, además, con todas las majaderías del original!), el camino está abonado a que germinen experimentos más acertados, filmes más afortunados.

martes, 26 de octubre de 2010

TONY CURTIS EN PANTALLA PARTIDA

La carrera de Tony Curtis, como ocurría en la imprescindible “El estrangulador de Bostón”, podría seccionar la pantalla en cuatro compartimentos que, independientes (e indiferentes) unos de otros, fuesen emitiendo verdades, tan distantes como contundentes, sobre el actor.

Esquina superior izquierda: el héroe americano.


Hijo de padres húngaros bajo el infranombre de Bernard Schwartz, Curtis representó aquel ideal que todas las chicas “doo-wop” querían: un héroe de mármol, un héroe de la II GG, rebelde y respetable a un tiempo, que las socorriese en su vida de carretera. Él encarnó al campeón en dilema, en la subvalorada “El dulce sabor del éxito” (Alexander Mackendrick, 1957); al campeón de la integración, en las necesarias “Fugitivos” (Stanley Kramer, 1959) y “Cenizas bajo el sol” (Delmer Davies, 1958); al campeón de la magia, en la olvidable “Houdini” (George Marshall, 1953), o al campeón mítico, en la obra maestra “Los vikingos” (Richard Fleischer, 1958). En esta última, probablemente el trabajo más imponente de la filmografía de Curtis, se conjugaba todo aquello que su figura, aún atlética, aún mitológica, simbolizaba en el inconsciente norteamericano.

Esquina superior derecha: ¡Curtis ríe! 


 Dispuesto a reinventarse, Tony Curtis halló su nuevo filón en la comedía. Como prefiguró la desconocida (y estupenda) “El temible Mister Cory” (Blake Edwards, 1957), el futuro del actor se encontraba en crear a ese personaje encantador, ese filibustero machista de clase alta, que enamorase con el mismo furor a ricas, aunque las quisiese por su dinero, y a pobres, aunque las quisiese por su cuerpo. Nadie entendió esa dicotomía, en la que él siempre salía ganando, como Billy Wilder y su “Con faldas y a lo loco” (1959). La iconografía que recorre las venas del siglo XX (y que el XXI vampiriza), jamás juntará en un fotograma tal cantidad de talento. Cierren los ojos y digan “Marilyn Monroe, Jack Lemmon y Tony Curtis”. ¿Merece la pena añadir más? Él estuvo ahí, y ese momento cósmico desbarató su carrera por completo. Ya no era el campeón en “Espartaco” (Stanley Kubrick, 1960), sino un aliado del campeón oficial Kirk Douglas; ya no era el campeón en “Taras Bulba” (J. Lee Thompson, 1959), sino el hijo desterrado, moribundo de Yul Brinner. Al igual que el primogénito traidor del filme de Lee Thompson, el arquetipo cómico que cultivó en “Con faldas y a lo loco” confabuló en su contra y degeneró en cruces salvables, la divertidísima “La carrera del siglo” (Blake Edwards, 1965), y en un montón de proyectos que, en la lejanía, aparecen como ejemplos del “kitsch” setentero que encanta a Austin Powers o que revisitó, con ansias postmodernas, Peyton Reed y su “Abajo el amor” (2003). Me refiero a “La pícara soltera” (Richard Quine, 1964), “Soltero en apuros” (Norman Jewison, 1963), “Bromas con mi mujer, ¡no!” (Norman Panama, 1966) o la imposible “No hagan olas” (Alexander McKendrik, 1967).

Esquina inferior izquierda: redefinirse (otra vez). 


 Si algo impulsó la distorsión de su arquetipo favorito hacia sucedáneos lamentables, fueron a las ansías de Curtis de destruirlo definitivamente. “El estrangulador de Boston”, uno más de los filmes de referencia de Richard Fleischer, dibujaba a un tercer Tony, cercano como nunca a lo que hubiese sido un Bernard Schwarz envejecido. “¿Por qué le abren la puerta?”, se preguntaba un periódico de Boston sobre las mujeres a las que el asesinó mató. Tal vez ellas viesen, en el fondo de los ojos de ese mediocre, lo que quedaba en Curtis de héroe y que iban diluyendo kilos y ojeras. Freud afirmaba que las mujeres buscan a la figura paterna a lo largo de su existencia, ¿quién sabe si la heroicidad pretérita del actor no fuese la perfecta para representar los instintos incognoscibles que impulsaban a una chica a abrir sus puertas a un psicópata? En una creación digna de un Norman Bates ajado, el actor se abandonó a la locura, a una demostración de talento de semejante calibre que no le permitió volver a levantarse.

Esquina inferior derecha: pero, ¿no estaba muerto ya? 


Como si se tratase de una broma, los últimos treinta años de Curtis se han dedicado al derrumbe final de su propia figura, bien, en la decrepitud anciana, con unas apariciones bizarras en peluquín y camiseta de purpurina, o, bien, en la decrepitud fílmica, con películas que le hacían muy poco bien (un limitado grupo de humanos le recordamos en engendros como “El hombre centollo de Marte” u “Otelo, comando negro”). Puede ser que no merezca la pena detenerse demasiado en este compartimento de la pantalla salvo, quizá, por el solitario placer de comprobar la emigración de sí mismo, digna y patética, valiente y cobarde, que llevó a cabo Tony Curtis durante toda su vida y que ha alcanzado, ayer, su meta.

(Inédito)

lunes, 25 de octubre de 2010

GUARDIOLA ES ZULÚ

Maximino tiene pelotas

Un señor que viste bien, que no grita, que no eructa, que respeta las colas, que no cree en la lotería primitiva, que no sabe para qué utiliza Leire Pajín sus morritos… no puede ser español. En “La invasión de los ladrones de cuerpos”, el cineasta Don Siegel caracterizaba a unos engendros alienígenas sin emociones que trataban de conquistar el mundo camuflados como seres humanos. ¿Y si la ficción se ha vuelto realidad? ¿Quién nos dice que el teletubbie morado Guardiola no sea uno de ellos? Al final de la película clásica, Kevin McCarthy gritaba a una multitud de automóviles indiferentes que los extraterrestres están entre nosotros. Esa desazón ha creado Maximino Martínez, el presidente de la Federación de Futbol asturiana, al desvelar que Guardiola es “extranjero”.

El etnólogo Martínez (sus estudios transversales en el Vallobín occidental y la famosa frase que pronunció un habitante tribal de La Felguera al verle bajar del Alcotán, “Maximino, supongo”, así lo prueban) ha refrendado nuestras sospechas cuando, este viernes, declaró que el catalán Guardiola no comprendía los premios Príncipe y, por tanto, no permitía a sus jugadores acudiesen porque, como el portugués Mourinho, era “extranjero”. ¡Grande Maximino! Dejen de engañarse, cabestros. Pep es alguien que, si seguimos la etimología de la palabra “extranjero”, viene “de fuera”; en definitiva, Pep pertenece al “exterior”. Y, ¿existe algo más extrínseco (¡y a-español!) que enfundarse “tweeds” púrpura? En lo único que se ha equivocado nuestro presidente es en la posibilidad de que el portugués y el catalán no conozcan los premios Príncipe. Cualquiera que siga las siguientes instrucciones podría hacerlo: 1) vaya a un locutorio; 2) encienda un ordenador; 3) mande que apaguen el “guatanebikonso”; 4) cómprese dos chicles; 5) abra Google; 6) Teclee en el buscador “premios príncipe”.

Al igual que el alegre langreano, todos los grandes genios fallaron por poco: Colón creyó que llegaba a las Indias, Hipatia de Alejandría que explicaba el movimiento de los planetas a Amenábar o Cachero que podría hundir a Gabino. Craso error dentro de una teoría revolucionaria. Puestos a aceptar que Guardiola es extranjero, yo le veo más de Zimbabue. Su piel morena, su acento multicultural y su afición al baile demuestran que al hombre le va la marcha (ordenada) y extranjera. Aunque no haya dado en el clavo, me atrevo a proponer a Max Martínez como nuevo Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales. Un tipo así, que ha planteado un algoritmo que distingue taxativamente quién es extranjero y quién no, se merece semejante galardón. Y, amigos, no duden de que él sí va a venir a la ceremonia, no como Bob Dylan. Bendito sea.


En "Talkin John Birch Paranoid Blues", Dylan veía gente "de fuera" (en este caso, comunistas) por todas partes

jueves, 21 de octubre de 2010

LA RED SOCIAL

Director: David Fincher
Intérpretes: Jesse Eisenberg, Andrew Garfield, Justin Timberlake
Web: http://www.sites.sonypicturesreleasing.es/sites/socialnetwork_site/



En 1857, el político y orador Frederick Douglass escribía: “Los “Self-made men” (Hombres hechos a sí mismos) […] son los hombres que deben poco o nada a su lugar de nacimiento, sus relaciones, sus amistades; ni a herencias o medios para educarse. Ellos son quien son, sin el empuje de las condiciones favorables en las que otros hombres normalmente avanzan y consiguen grandes resultados”. Cuarenta años después, Edwin Arlington Robinson publicó el poema “Richard Cory”, en el que se (de)mostraba la madurez del arquetipo de Douglass. Aún en su vida de superación, aún en su vida de reconocimiento público, aún en su vida de riquezas, su Richard Cory, su “self made man”, acababa pegándose un tiro en la cabeza. Lo que ocurre entre el niño que albergaba ilusiones de gachas y harina y el triunfador que otorga indulgencias al botones, centra una de las temáticas predilectas del cine norteamericano. Ahí convive la ficción de Charles Forster Kane, contrachapada al magnate William Randolph Hearst, con otras limítrofes como el minero Daniel Plainview que Daniel Day Lewis ejecutó con talento desbordado en la magistral “Pozos de ambición”(Paul Thomas Anderson, 2007).

Parecía extraño que David Fincher, un explorador de los vacíos flexibles del éxito postmoderno en “El club de la lucha”, no se hubiese entrometido todavía en uno de los referentes del “american dream” para, con su saña habitual, desmontarlo. Pero parecía más extraña su asociación con el guionista Aaron Sorkin (“El ala oeste de la Casa Blanca”) al empantanarse juntos en este cometido a través del postadolescente Mark Zuckerberg, el fundador (¿solo o en compañía de otros?) de Facebook. No se engañen: poco importa el concepto Facebook en “La red social” si no es con la intención de dibujar los claros (su visión, su ambición, su inteligencia “entusiasmal”) del protagonista. Como hiciera Welles con su ciudadano K., construye Fincher la historia de este “self made man” mediante un puzle rocoso, literario, desafiante, que se nutre de “flashbacks” con el objetivo de plantear(nos) e intuir(nos), no concluir(nos), los vericuetos del sórdido ascenso de este chaval de veintipocos años a la cima. El personaje que Sorkin le ha regalado a Jesse Eisenberg, uno de los actores imprescindibles de la post-comedia hollywoodiense, cimienta a un icono neonato del cine norteamericano, aunque, paradójicamente (y por mucho 2.0. que haya por medio) éste no tenga nada de nuevo. En su hierática condición de observante y conspirador, el Zuckerberg de Fincher dedica el metraje a estructurar líneas de código que canibalizan a todo aquel que no ejecute su lógica de comandos, a todo aquel que se deje llevar por las contingencias imbéciles (amistad, sexo, confianza) del ser humano.

Es “La red social” el gran intento de Fincher de derribar (¿acaso se dedican a diferente menester los grandes creadores?) una ilusión esencial, en este caso la del mito fundacional estadounidense del “hombre hecho a sí mismo” que propagaron Douglass y alrededores. Según el político del XIX, la meta que explicaba el éxito de estos humanos era la consecución de los retos diarios, honestos, que el propio triunfador planeaba, imagen literaria nos toca, justo al erguirse de la cama. Desde la primera (y, en su contención verborreica, extraordinaria) escena, el “Rosebud” de Zuckerberg es, mimetizando al trineo de Kane, un algo tangible, inmerso en la vida, por consiguiente, un algo alejado de cualquier motivación metafísica; a quien ansía impresionar el chaval (quien lo probó, lo sabe) es a una moza que le dijo “no”. A lo largo del filme, y quizá en el único atisbo de la humanidad titubeante del protagonista (ni siquiera se nos esboza su familia), todo (Facebook, el dinero, el éxito, las fiestas) remite a esa chica que no aceptó compartir, daños colaterales de la realidad, los algoritmos de la existencia del futuro magnate.

Con “La red social” y su actualización inquietante y desoladora del arquetipo del “hombre hecho a sí mismo”, David Fincher rueda la cuarta obra maestra de su filmografía (añadiéndose a “El club de la lucha”, “Zodiac” y “El curioso caso de Benjamin Button”). El impresionante trabajo de edición de Kirk Baxter y Angus Wall, unido a la comprensión extrema del texto que prueba la BSO de Trent Reznor (Nine Inch Nails), complementan la multitud de justificaciones por las que semejante calificación, hoy tan manida, se le debería otorgar sin ningún pudor. Nunca se ha coronado a un “self made man”, a ese “new” Zuckerberg del epílogo, de forma tan comprimida, tan amarga, como con la de esa sentencia terrible (“piensa en ellos como en una multa de tráfico”), compuesta por unas palabras que engloban antiguas amistades y convivencias, significada por un epitafio que entierra definitivamente un pretérito.

Aún concluyendo que su red social jamás hubiese cuajado si su impulsor no hubiese conspirado (así se decide en “primera división”, nos recuerda el Maquiavelo de Timberlake) para eliminar “lastres”, Fincher cierra su mirada al creador de Facebook con el irónico y revelador “Chico, ya eres rico” de los Beatles: “¿Qué se siente al pertenecer a la gente guapa?/ ahora que sabes quién eres/ ¿quién quieres llegar a ser?”. Fuera de la sala; bombardeando la cabeza de referencias (esto provocan las chicas guapas y las obras maestras); clickando el Zuckerberg de Fincher en bucle, casi un lamento 2.0., una petición de amistad en Facebook; uno recuerda al genial Randy Newman cuando cantaba eso de “joder, vaya si se está solo en la cima”.

Postdata del jueves 21 de octubre de 2010:
Crítica de Jorge Luis Borges a "Ciudadano Kane" (Revista Sur nº83, agosto de 1941)
"(...) El tema (a la vez metafísico y policial, a la vez psicológico y alegórico) es la investigación del alma secreta de un hombre, a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto. El procedimiento es el de Joseph Conrad en Chance (1914) y el del hermoso film The Power and the Glory: la rapsodia de escenas heterogéneas, sin orden cronológico. Abrumadoramente, infinitamente, Orson Welles exhibe fragmentos de la vida del hombre Charles Foster Kane y nos invita a combinarlos y a reconstruirlo.(...)"

lunes, 18 de octubre de 2010

¡QUE CASILLAS CURRE YA!

Nos vale pa anunciar guantes...

Al personal futbolístico se le ha obturado el conducto rectal este fin de semana cuando el bueno de Florentino Pérez ha desautorizado a su entrenador, Mourinho. Menuda bolsa escrotal la del constructor, amigos: Flo ha conseguido una hazaña similar a devolverle un cachetazo a Chuck Norris. Con un puñetazo al son de “yosoyelquemandaaquí,leñe”, el presidente ha obligado a Casillas a que acuda a esa gran, magnífica, estratosférica, magnánima, limpia, impresionante, brillante, cultural ciudad del norte de España, Oviedo, para recoger el premio Príncipe de Asturias. No se me vuelvan locos los madridistas con que Íker se puede descentrar con las mozas de Vetusta justo el día antes del Real Madrid-Racing. Piénsenlo. Si en lo que llevamos de temporada el portero madridista no ha currado ni un puñetero fin de semana, no va a ocurrir nada porque se acerque a Oviedo a hacer un “moonwalker” en el Campoamor frente a los Príncipes. Me voy a inocular “el virus Intereconomía”: en un país sometido por ZP, con cuatro millones de parados, con una nueva edición de Gran Hermano en ciernes y, sobre todo, con señores dispuestos a ser el novio de la duquesa de Alba por dinero, uno siente que en el mundo del fútbol algo va mal. No puede ser que un señor que gana cinco millones de euros al año se pase los fines de semana de cachondeo, en primera línea de partido, sin un tiro a puerta y viendo cómo Higuaín y CR7 marcan los goles.

... pa poner cara "sepsy"...

Es terrible. Se sufre el Málaga-Real Madrid con la única inquietud de que sea Dudek el escogido por Mou para salir al campo. Las discusiones sobre el juego del Real Madrid se reducen a temas accesorios; una vez se es líder, se han marcado diez goles en dos partidos y se sabe pronunciar “Özil”, los problemas se terminan (o sólo existen en la Champions) y, con ellos (es lo que acarrean los problemas), la emoción. Seguimos apostando por la concepción del fútbol de Mou, probablemente lo más madridista que hay en el Madrid, seguimos pensando que éste es el equipo (a falta de que Higuaín se entone totalmente) con el que podemos ganar la liga, y seguimos considerando al Barça (ha quedado demostrado el “bluff” del Valencia de Emery, muy por debajo de los dos candidatos) como único enemigo a batir.

... pa charlar con Felipe...

 Eso sí, no se engañen: en unos cincuenta partidos al año, podremos sustituir a nuestro portero por su figura de cera. Que no se preocupe nuestro dedicado entrenador portugués ni el financiero del club: a Casillas le podemos rentabilizar en entregas de premios, en bodas de socios VIPS o, sé que lo estaban esperando, tontonas, en despedidas de soltera.

 ... ¡o pa hacer un dueto con Manolo Escobar!...

viernes, 15 de octubre de 2010

WALL STREET: EL DINERO NUNCA DUERME

Director: Oliver Stone
Intérpretes: Michael Douglas, Shia LaBeouf, Carey Mulligan
Web: http://www.wallstreetmoneyneversleeps.com/



Si en su examen de la PAU les piden una prueba de que la popularidad de los arquetipos cinematográficos está condicionada por la sociología y psicología del momento, no busquen en la chuleta del de enfrente: piensen en el zombie. Canonizado por Romero en los sesenta, manufacturado por miles de producciones “Z” en los setenta, y aguado por el uso excesivo en los ochenta y noventa, el no-muerto ha encontrado el perfecto campo de cultivo en la primera década del siglo. Múltiples marcadores socio-psicológicos facilitan que se asiente en el gusto masivo actual: el miedo al contagio (gripe A); la hiperpoblación (disfruten de la infinitud zombi de “Resident Evil: Resurreción”); la insatisfacción crónica de consumo (lean “Bienvenidos a Metro-Centre” de Ballard); o la desconfianza postmoderna ante instituciones y puñeteros científicos (las causantes, siempre, del virus). Obviamente, también los personajes, como muestras de arquetipos, se doblegan al proceso vivo, cambiante, de representar a/identificarse con una época. Un gran ejemplo aluniza en nuestras pantallas este fin de semana: la resurrección de Gordon Gekko.

La muy ochentera “Wall Street” situó a Gekko y a su sagrado “La codicia es buena” en el epítome de ese neoliberalismo que instaurasen en sus países humanos de calañas tan diferentes (y tan similares) como un actor mediocre, una metodista británica o un general golpista, y que acabó solidificándose, imaginario colectivo mediante, en la figura trajeada de un señor engominado, el “yuppie”, que esnifaba cocaína por un tubo (valga la redundancia) y portaba consigo, para el consiguiente mercadeo, un artefacto del que cualquier hijo de vecino desconfiaba, el teléfono móvil. Ese pastor protestante de Armani que nos cantaba entonces, manos en alto, “Disfrutad de los buenos tiempos y ambicionad mucho”, se ha transmutado en la actualidad, por obra y gracia de la crisis global, en un profeta apocalíptico de tradición cristiana. Los peores tiempos aún no han llegado, diría el que antes cantaba las loas de un sistema capitalista, pero, si regresamos al lugar de donde hemos partido, las cosas mejorarán, hermanos. De ahí que el retorno del “bussiness man” de Stone posea una consistencia que sólo el momento histórico otorga, y se distancie, a priori, del oportunismo de movimientos similares.

Durante la escena más efectiva de “Wall Street: el dinero nunca duerme”, un ajado Gordon Gekko (un Michael Douglas en automático) reniega simbólicamente, al salir de la cárcel en la que ha cumplido ocho años por fraude, de dos objetos representativos de su encarnación previa como “yuppie” protestante: su celular arcaico y su limusina. El primero, por su popularización (y, por tanto, su vulgarización), y el segundo, por su ostentosidad “hip-hop” (y, por tanto, su vulgarización), mutan a artilugios pretéritos, erosionados, inútiles. Ahora lo que mola son las biblias de “vivencias personales” (en una presentación del volumen sobre su presidio, el ejecutivo, en gesto que valdría una vida paralela de Plutarco, se mimetiza con Mario Conde); e Internet (qué mejor púlpito para predicar y comerciar a la vez). Por eso, la vieja escuela no entiende nada: el anciano jefe (Frank Langella) del heredero de Gekko (Shia LaBeouf) asume su desarraigo en un mundo en el ya no hay caras con quien negociar.

El planteamiento, con la despresurización del mito del “yuppie” ochentero en el planeta XXI, constituye lo más potente de la película de Stone. Molesta que, como ocurría en las recientes “W.” o “World Trade Center”, esta fuerza de arranque se le escape por la boca. En lugar de a sus (supuestas) intenciones primigenias, uno las esperaba similares a las del largometraje anterior, naufraga Oliver Stone hacia un melodrama que deriva, gracias, por ejemplo, a pseudo-moralinas como Gekko observando, sorprendido, la ecografía de su nieto, en “tv movie” repleta de obviedades de la peor categoría.

Convierte el cineasta su filme en justo aquello que parece criticar en sus declaraciones públicas: otro producto masivo de Hollywood. Eso sí, frente al zombie postmoderno, este nuevo Gekko no tiene pinta de que vaya a conectar con grandes públicos. Su subordinación a LaBeouf (realmente, el que centra el metraje), su falta de encanto (salvo en el “speech” universitario o en la salida de la cárcel) y su liviandad anecdótica le alejan de aquel hombre siniestro que conquistó un estrado y, en uno de los momentos más terroríficos de esa década, pronunció el mantra “la codicia es buena”. Vistos algunos documentales de diversa fortuna alrededor del tema (“Capitalismo: una historia de amor” de Michael Moore, “The shock doctrine” de Michael Winterbottom, o “I.O.U.S.A.” de Patrick Creadon), permítaseme reclamar una ficción que haga justicia a los tiempos convulsos que vivimos.

miércoles, 6 de octubre de 2010

WORKERS IN SONG: FRAN NIXON & RICARDO VICENTE EN OVIEDO

Francisco Nixon y Ricardo Vicente. Sábado 25 de septiembre. Lugar: La
antigua estación, Oviedo. 10 euros.




En uno de los encuentros que organiza myspace.com, el alma de los Beach Boys, Brian Wilson, charla con la actriz Zoey Deschanel, embarcada estos días en el proyecto musical “She & Him”. En un instante revelador, Wilson le cuenta a la cantante que le ha gustado mucho su disco, “Volume one”, y, especialmente, “el corte uno y el tres”. Al despiezar los LP, convirtiéndolos en una secuencia numérico-mecánica con sentido, entidad global y posibilidad de desmontaje, Wilson remite a algunas de las esencias de la (su) música: su conexión pitagórica y la concepción, tan olvidada, de la composición como artesanía, “craftmanship”, duro trabajo que requiere más de proletariado que de pose.

Fran Nixon y su compañero de armas, Ricardo Vicente, demostraron en la Antigua Estación de Oviedo que conocen los mandatos de San Brian Wilson y los ponen en escena. Únicamente desmerecidos por una sonoridad de ultratumba, la pareja revivió con solvencia inusitada hitos de sus tres etapas, la Costa Brava (“Adoro a las pijas de mi ciudad”), el proyecto Nixon (“Inditex” o “Vagamos por la calles”) y ese último cruce de talentos que se titula “Gloria y la belleza sureña” y que combina a partes iguales los esfuerzos de Francisco y Ricardo. Certificada la grandeza popular de “El perro es mío”, uno de los discos nacionales de la década, resulta chocante (y esperanzador) que el personal indie ventriloquee a Ricardo Vicente y sus estupendas canciones de subordinada (“Del lucero de la noche saqué lo que te digo, las adelfas de tu patio, el jardín de los ahorcados;/ los senderos se bifurcan en San Fernando”). Funcionan las coplas pop de Nixon como un mecanismo prodigioso que se adaptaría a una producción de Bacharach, a una velada acústica con el “Paul Simon Songbook” de fondo o a un concierto a doble voz (qué trabajo hay en las armonías de la pareja) en un sótano de un bar.

“Algunos no saben ni lo que significa la palabra “trabajo””, recita Dylan en “Working Man's Blues #2”. Cuando atrás se queda el músico pinchando en el “Supernova Bar”, después ya de su concierto, tres de la bendita mañana, uno recuerda lo que significaba la palabra “trabajo” para su abuelo, un lechero de Tiñana, y asume que es sinónima a lo que hacen Nixon y Vicente al cantar la extraordinaria “Erasmus borrachas” o colocar en el plato “You can call me Al” y, somos nosotros, ahora, los que cantamos.

lunes, 4 de octubre de 2010

EL MADRID, EN SEGWAY

Si bebes, no conduzcas

Estos días se ha producido un par de disturbaciones en la fuerza que reafirman esa frase hipersobada que me soltó la hipersobada hermana de mi novia en la oscuridad de un cine: «Ten cuidado con lo que deseas, porque puede hacerse realidad». La primera alteración, en el cuerpo del bueno de Felechosa, ex concejal de Cultura del Ayuntamiento de Oviedo. El mozo escribe una carta de apoyo a Cascos, inocente donde las haya (¿no es lo que esperan hacer los niños en Navidades?), y se lo cargan alegando trapicheos artísticos. A él, al pobre de él, que toda la vida anheló ser concejal y, luego, alcalde, y luego, jedi. En «Foot of pride» cantaba Bob Dylan que «¿sabes lo que dicen sobre adular a la gente adecuada cuando subes? / Que a esos mismos te los vas a encontrar cuando caigas». El que se cayó fue el pobre Jimi Heselden. El empresario se compra la compañía Segway (esos biciclos en los que todos, en un futuro bizarro, nos moveríamos, como íbamos a usar el laserdisc, Second Life o los magnetizadores de agua) y, mientras da un paseo por un monte subido en, orgulloso de, una de sus máquinas, se estrella y, ¡oh, my God!, se mata.

Cómo queríamos a Mou. Le queríamos tanto que ahora que está aquí echamos de menos a Pellegrini. Sí, a ese triste, a ese ingeniero que nos arrastró a la ruina de ganar todo y no ganar nada. Por lo menos, dicen los espabilados, marcábamos goles. Por lo menos, dicen los alumnos aventajados, CR7 estaba contento y enseñaba la quijada como «Imperioso». Por lo menos, dicen esos pecadores, el Pipita vivía en racha y podíamos depender de él.

Madridistas del alma, en todos los clubes hay personal como el que acabo de retratar. Evítenlos más que el presidente Bances a un miembro de los Symmachiarii. Cuando se escoge a Mou, como cuando se escoge a tu novia, como cuando se escoge ser concejal, se escoge todo el paquete. Te toca a la suegra, a las puñeteras de sus amigas, a su perro «Toby» y al anormal de su hermano. Con el portugués, nos llevamos sus desplantes, sus imbecilidades (jamás al nivel de las de Stoitchkov), y las enormes posibilidades de ver miles y miles y miles de partidos del palo del Auxerre-Real Madrid.

Sabíamos que iba a pasar, nos picaba todo al ver los partidos de Mou en el Inter; sabía que iba a pasar, Felechosa lo notaba cuando sus compañeros le miraban raro en los plenos; sabía que iba pasar, Jim Heselden lo sospechaba al trastabillarse en su nuevo Segway. Lo sabíamos, lo queríamos, lo escogimos, y Floren nos lo regaló. Ahora no andemos jodiendo.

domingo, 3 de octubre de 2010

BURIED (ENTERRADO)

Director: Rodrigo Cortés
Intérprete: Ryan Reynolds
Web: http://www.experimentaburied.es/



En 1944, Alfred Hitchcock ideó un reto maléfico (más) en su carrera cinematográfica: encarcelar a varios personajes en un espacio limitado por el océano (un bote salvavidas) y dejarlos hacer(se). En el texto clásico que recoge las entrevistas entre ambos, el director británico le comentaba a François Truffaut que, si la mayor parte de las “películas psicológicas corrientes” (cito textualmente) se basaban en planos cortos y medios de sus protagonistas, por qué no proponerse lo mismo acotándoles los espacios, por qué no proponerse lo mismo abandonándoles en alta mar. De ese desafío formal nació “Náufragos”, un filme que abrió paso a atrevimientos de retales similares (“El ángel exterminador”, de Luis Buñuel).

Que el maestro inglés inunda la cabeza de Rodrigo Cortés se demuestra ya en los títulos de crédito; unos trazos amarillos desgarran la pantalla y evidencian la tradición postmoderna, ahí está Hitchcock pero además, de sus reflejos de dólares dorados, emerge la lúdica de tramas como los “Ocean's Eleven” de Lewis Milestone o “Charada” de Stanley Donen. Los que vimos el debut de Cortés, “Concursante” (2007), notamos que, bajo la supuesta artificiosidad de su producción, se escondía un cineasta comprometido con la industria y los retos formales. Eso parece que fue lo que le atrajo de un guión maldito (no se entiende que haya deambulado desapercibida por los despachos de las “majors”). El desafío creativo de maquinar una solución (equivalga solución a divertimento de gran público) a un texto ¡de suspense! en el que el protagonista ocupa todo el metraje dentro de una caja, parecía suficientemente interesante como para asumir el riesgo.

Y el riesgo arranca al apagarse los títulos de crédito: la oscuridad despierta a su inquilino a centellazos de luz. Es la cinta de Cortés un artilugio de artilugios; si Hitchcock utilizó un periódico abandonado en la mar para su “cameo” profesional de “Náufragos”, Cortés avanza su desarrollo sólo si un artefacto lo consiente: un mechero, una linterna, un “vecino” inesperado, un vídeo, un móvil... bastan en su labor de evitarle al espectador “flashbacks” y onirismos, y de engrandecer los usos de Cortés. Pocas ocasiones en el cine reciente una película se asemeja más a un enorme mecano, a una competición de castillos de naipes tele-dirigida, no tanto a que el público se asombre, estamos suficientemente condicionados como para no asombrarnos con nada, sino a conseguir que su trama discurra, carbure. En uno de los capítulos de “Alfred Hitchock presenta”, titulado “Breakdown” (1955), el cineasta contaba la historia de un hombre (Joseph Cotten) que, dado por muerto cuando, en realidad, se encuentra paralizado, se desespera por comunicarse con el exterior mediante su única extremidad móvil, un dedo de la mano. En su reescritura de mitos hitchcockianos también se apoya Cortés en el cuerpo de un actor (un impresionante Ryan Reynolds) que acciona con su musculatura las bisagras de su juguete mortuorio. Ahora son sus dedos, ahora su cabeza, ahora sus piernas. Extraordinario esfuerzo de un intérprete que remite a una estirpe de actores mediocres (Kevin McCarthy en “La invasión de los ladrones de cuerpos”, Victor Mature en “El beso de la muerte”) en el papel de su vida.

No se engañen, no hay intenciones políticas en el ataúd; con su trasfondo iraquí, el realizador homenajea a Hitchcock, de nuevo, mediante un “mccguffin”. No importaría que su caja de pino, nada se acopla mejor a una pantalla rectangular, estuviese enterrada en El Cairo, Ohio o las Hurdes: lo esencial es crear el tras-fondo de cultivo para que el “show” continúe. Con lo que Cortés actualiza al maestro, como ya lo hiciera la sobresaliente “Última llamada” de Joel Schumacher, es con la sabia utilización de nuestra tecnología circundante en pos del suspense. Escribía Richard Sennet en el esencial “La corrosión del carácter” que, mientras que nuestros abuelos amortajaban sus relaciones personales con un mínimo movimiento (mudarse de ciudad, extraviar un número de teléfono), nosotros acarreamos (internet, móvil) a las personas de nuestro alrededor, en pesadísima alforja, a lo largo de nuestro camino vital. Entonces, ¿tiene algún sentido un bote en el que montar un “ring” donde los personajes se machaquen? No. Simplemente, dele un celular a un hombre encerrado y, como buen celular, permita que éste último le putee siempre que haya (o no) cobertura, que haya (o no) contestador, que haya (o no) respuesta.

Que, en su epílogo, “Buried” nos conduzca a una trampa (más), no debería cabrearnos en mayor grado que si nos sorprendemos porque un trilero, quién lo iba a pensar, nos haya estafado nuestra pasta. Cortés (y puede que no se dedique a otra cosa durante el metraje) no se cansa de repetirnos, a través de un aliado imprevisto, a través un amor inalcanzable, a través un psicópata y sus chantajes, “os voy a engañar”. No me sean dignos, déjense meter mano y disfruten. De eso se trata. Hitchcock estaría, salvo por su deshonroso doble espejo final, orgulloso de su discípulo.

viernes, 1 de octubre de 2010

GOODBYE, MR. CURTIS


 Aunque muchos le diesen por muerto, el actor Tony Curtis falleció ayer en su casa de California a los ochenta y cinco años, según informó su hija, la también actriz Jamie Lee Curtis. Desaparecido para el gran público durante los últimos treinta años, el intérprete vivía de recordar sus grandes películas, esos éxitos que poblaron su carrera en los cincuenta y sesenta y que dejaron de aparecer a medida que se acercaba su madurez.

A pesar de la lejanía, no se puede olvidar la importancia del actor en el apogeo (y posterior decadencia) de un cine de estudios que no se repetirá jamás. Él encarnó, en una carrera mutable e incomparable, a héroes y a comediantes, a asesinos y a mediocres. Hijo de inmigrantes húngaros, a un tipo que se llamaba Bernard Schwartz de nacimiento, le aguardaba la gloria inmerso en otro nombre, Tony Curtis. Con esa bandera, y tras participar en la Segunda Guerra Mundial desde la distancia, el actor entró en Hollywood de golpe, encadenando grandes taquillas en las que el campeón que representaba se solidificaba a golpes: “Fugitivos”, “Cenizas bajo el sol” o la magistral “Los vikingos” construyeron en él a un mito sexual que Billy Wilder se encargó de arrastrar a la comedia. “Con faldas y a lo loco”, uno de los largometrajes esenciales del siglo, le encumbró a otro arquetipo: el de ligón de clase alta. Desde ese pedestal, alternando subproductos, “Bromas con mi mujer, ¡no!”, con experimentos divertidos, “La carrera del siglo”, Curtis encaró los sesenta con una nueva imagen de triunfador, de actor de clase “A”, preparado para comerse el mundo.

Pero eso no ocurrió. Cansado de venderse a su arquetipo, entrado en kilos y ojeroso, se lanzó a su proyecto más arriesgado y acertó. “El estrangulador de Boston” fue, a la vez, el culmen y el inicio de la decadencia del intérprete. A partir de ese Fleischer oscuro, mucha serie “B”, mucho “revival”, mucha mujer más joven, demasiado intento vano de regresar a ese cuerpo, el puto tiempo no nos lo permite, que co-reinaba “Espartaco”.