"El cazador" esculpe a balazos una tragedia en tres actos. La felicidad de una boda. El drama de una guerra. La amargura del regreso. Esas estaciones de paso recorre la obra maestra de Michael Cimino que LA NUEVA ESPAÑA ofrece a sus lectores mañana, sábado, por 4,95 euros más el cupón de descuento que se incluye en el periódico del día. Dentro de la colección De Niro-Pacino, "El cazador" alberga el trabajo de un Robert De Niro hermético y desesperado; un actor que, ausentes las palabras, se abandona al dolor.
DIOS BENDIGA AMÉRICA
La quietud mortecina de un pueblo minero (sonidos de fábrica, silencios de derrota) abre los inmensos títulos de "El cazador" a las sombras. Sabemos rápidamente lo que Michael Cimino quiere hacer y, con su meticulosidad de pintor costumbrista, le dejamos. Como David Attenborough en un documental de "Nacional Geographic", permitimos que Cimino nos arrastre por los ritos que envuelven a una boda de dos mamíferos en el Medio Oeste norteamericano. Otorga el cineasta tiempo al tiempo y, poco más que con un "sí, quiero" (ahí hay planos largos, ahí hay miradas encubiertas, ahí hay violencia manifiesta), casa en la salud y en la enfermedad a Ángela y Steven (John Savage).
Alrededor de ellos se mueve un cosmos obrero, un cosmos de clase baja a punto de reventar como predicen dos mínimas gotas de vino malditas en el vestido de la novia. Tambaleándose contra amigos y enemigos (una mención a John Cazale, actor añorado), Michael (Robert De Niro) y Nick (Christopher Walken) no sólo se preparan para encarar la guerra de Vietnam, sino para decidir quién va a poseer el cuerpo de Linda (Meryl Streep), una mujer que aguarda a que alguien se la lleve de ese pueblo rastrero, de ese padre miserable.
Pero antes de ir a la batalla exprimen los días de gloria en una cacería de ciervos, en borracheras inconscientes, en disparos que comienzan a erosionar la inocencia de la (su) naturaleza. Cerca, demasiado cerca, se encuentra un país asiático a exterminar, enfrentado a la patria, a la Religión americana, a las barras y estrellas, al “american dream”, justo las verdades sobre las que nunca más podrá sostenerse su futuro, justo las verdades que Vietnam se encargará de derrumbar.
Implosionando la metafísica de "Apocalypse Now", Cimino disecciona la guerra en espacios estancos que muestran el acantilado previo a la locura. En el campo de concentración donde acaban nuestros tres personajes la ruleta rusa siempre mata. A cada disparo, aún huérfano de bala, la distancia entre la realidad y la esquizofrenia se estrecha y se empapa una en la otra y se mezclan ambas en un río plagado de ratas y en un hospital de campaña lleno de lisiados y, de pronto, uno ya no se habita a sí mismo.
De los protagonistas, únicamente Michael (Robert De Niro) se atreve a sufrir el lugar al que debe regresar. Cimino retrata su vuelta con una maestría inusitada: todo, siendo igual, no es igual. Continúa la fábrica, los amigos que le esperan, la mujer a la que quiere... y, en medio él se desploma, sin dirección, con un solitario horizonte, rescate inevitable (promesa de hombres), al que dirigirse. En ese momento, Cimino y su equipo (de justicia nombrar al gran Vilmos Zsigmond y a la dirección artística de Hobbs & Swados) han ensombrecido el mosaico inicial, brillante de “El cazador” hasta despojarlo de certezas, convirtiendo las existencias de sus personajes en una puta mentira. Cantan entonces "God bless America" ("Dios bendiga a América") y parece que Dios se haya olvidado de su misericordia infinita y de su América querida y de sus hijos desamparados, aquéllos que rodean una mesa desbordada de vacío.
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