miércoles, 29 de diciembre de 2010

PINCHADA HOY EN EL ROCKET CON ANTONIO RICO

¿La Navidad es espantosa?
Sí, lo es.
Pero el rock and roll la puede hacer un poco menos insoportable.
Edu Galán
y Antonio Rico
pincharán canciones escritas con tres acordes
el miércoles 29
(un momento, el 29 ¿es miércoles o jueves?,
da igual: el 29)
a las 23:00 horas (más o menos)
en el Rocket
(calle Oscura de Oviedo, p'abajo).
La cerveza no será gratis,
Buddy Holly, sí.

martes, 28 de diciembre de 2010

EL DISCURSO DEL REY

Director: Tom Hooper
Intérpretes: Collin Firth, Geoffrey Rush, Helena Bonham-Carter
Web: http://www.kingsspeech.com/



Aún hoy, uno se fascina con la maestría de ciertos artesanos británicos para trasladar, con mecánica precisa, casi cualquier guion dramático a una zona muerta entre el filme y el telefilme. Es esta corrección absoluta, teatral, de té a las cinco, darling, thank you very much, la que dirige “El discurso del Rey” de Tom Hooper (en su haber las recomendables “The Damned United” y “Elisabeth I”) hacia unas temporalidades, espacialidades y tonalidades muy determinadas. Esta habilidad acomodaticia, que llegó a su paroxismo con aquella incómoda teleserie de la BBC “Pennies from heaven” (1978) del literato Dennis Potter, despreciada por Herbert Ross en celuloide dulzón y aséptico (“Dinero caído del cielo”, 1981), se torna referencia aquí al narrar el tratamiento de la tartamudez del Rey Jorge VI de Inglaterra (Collin Firth) por parte de un actor mediocre, Lionel Logue (Geoffrey Rush). Sólo de vez en cuando, a través de fisicidades de otras épocas (ese recrearse en primeros planos, ocasionalmente con acierto), demuestra Hooper algún interés en afrontar retos en su película; al cabo, abandonada en panegírico “british” de una figura vital en su Historia reciente.

Impulsados por un metraje que carga su única baza a sus espaldas, el principal logro de “El discurso del Rey” se halla en sus interpretaciones. Rodeados de una pléyade de actores británicos consagrados (Bonham-Carter, Jacobi, Spall…) que se revelan absorbidos por lo anecdótico (debajo de la barba, ¿está Michael Gambon?), los dos protagonistas se empeñan en levantar la función. Quizá sea porque Geoffrey Rush le ha soplado a Collin Firth que la forma adecuada de alcanzar un Oscar es la de dar vida a un discapacitado que se supere a sí mismo con esfuerzo y un mentor canoso. Los ejemplos históricos son innumerables: Dustin Hoffman en “Rain Man”, Marlee Matlin en “Hijos de un dios menor” o el citado Rush en “Shine”. Nada más lejos de la primera candidatura de Firth a la estatuilla dorada: un profesor gay en la California de los sesenta en “Un hombre soltero” de Tom Ford. “Con el rollo homosexual-liberal no se va a ninguna parte”, pensaría el estupendo actor (véanle en “Génova” de Michael Winterbottom), “¡ya se lo han dado a Sean Penn!” Si buscaba semejante premio, ha hecho bien Collin Firth en enmadejarse en su interpretación de Jorge VI: él solo ha eliminado las planicies del personaje; ha ahondado en sus tartajeos; ha aguantado de pie a un magistral Geoffrey Rush; y ha cercenado en minucia chirriante, agravada por ese último título de crédito que avisa que Rey y plebeyo cutre “fueron muy amigos toda la vida”, el libreto de Hooper.

TRON: LEGACY

Director: Joseph Kosinski
Intérpretes: Garrett Hedlund, Jeff Bridges, Olivia Wilde
Web: http://disney.go.com/disneypictures/tron/



“Tron: legacy” pide de una atención cuidadosa: analizamos una película que, sin ser un “remake”, al mismo tiempo, lo es. Secuela de aquel éxito “Disneybizarro” de 1982 donde se proponía un universo electrónico que conducía sus comunicaciones a través de una red infinita, el nuevo filme no sólo se dedica darnos pistas sobre el paradero del científico Kevin Flynn (Jeff Bridges) y las pesquisas de su hijo (un pétreo Garrett Hedlund) para encontrarle. Obligado por la dependencia al estilo abrumador del original, han transcurrido veinte años desde su estreno, el largometraje se ve forzado a remozar su diseño, acercándolo a los dejes masivos del siglo XXI.

Uno no sabe qué es lo interesante del filme. ¿Merece más la pena focalizarse en las aventuras de un chiquillo y su padre enfrentados a un sistema rebelde que, a la vez, es el padre? O, probablemente, ¿no será de mayor provecho poner en contraposición las ambiciones formales de “Tron” y “Tron: legacy”? Si existía alguna duda ante este dilema, el guion en automático de Kitsis y Horowitz, rodado con mecánica frialdad por el debutante Joseph Kosinski, nos la descarta. El regreso a la tierra de las motos lumínicas repite los dejes del original. Por mucho que el tiempo lo haya mitificado, aquel “Tron” de Steven Lisberger no escapa a la anécdota, a ese “fíjate cómo éramos en los ochenta” que bastantes entonamos, observen lo mal que nos ha tratado la senectud, cuando nos recuerdan a las hombreras, a Wham! o a Ronald Reagan. Uno piensa que, con esta cinta, ocurrirá lo mismo al cabo, si me apuran, de dos o tres años. Desnaturalizada en sus referencias sexuales, ¿en qué se basa la relación pupila-maestro de Bridges y la estupenda Olivia Wilde?, y narrativas, un simple amontonamiento de escaramuzas sin fondo, la mirada del espectador se debería acercar más a la sociología que al análisis fílmico. “Tron: legacy” atrae a sus argumentos formales ochenteros (siempre “cool”, siempre de club gay) a las últimas tendencias petardas con el cuidado moral en albal que Disney exige. Ahí está el metrosexual (si es que no ha caducado), la meditación, las discotecas “techno” (incluso intervienen los “Daft Punk”), la comida macrobiótica, la loca “Ziggy Stardust” (un Michael Sheen desatado)…

Con esta película (y con la modernez mitificadora que tan rápido encumbra a Alaska como a Tamara), uno echa de menos los sudorosos, masculinos, cutres y tabaqueros “Recreativos Martínez” de Oviedo. Frente a la asepsia imbécil de “Tron: legacy”, allí se atropellaban los olores, el DYC, el mal rollo y la mediocridad, abstraídos todos ellos en el juego con un encanto especial, cuasinavideño.

lunes, 20 de diciembre de 2010

QTAR LIMPIA Y DA BRILLO


Blatter sabe varias cosas de Qatar: que hace un calor de cojones, que hay pasta a cascoporro y que los gays no les hacen mucha gracia.

Vivir esta liga es vivir atrapado en el tiempo. Uno arranca el fin de semana con la vana esperanza de que nada se repita y, al final, todo continúa igual. El Barcelona arrolla a nuestro querubín, el Espanyol, con la misma contundencia que a nosotros; el Sporting se agarra al bigotaco de Preciado como última arma antes del abismo; el Atlético se lo pasa estupendo con sus ciclotimias y machaca al pobre Málaga; y nosotros sobrevivimos a un Sevilla repleto de macheteros (el hachazo de Dabo a Di María es infame) y a un Clos Gómez que se afianza como uno de los peores árbitros de primera división. A finales de los noventa, se acuñó en España el nombre de “Liga de las estrellas” para designar al campeonato y, poco a poco, ese concepto se ha ido erosionando hasta convertirse en una sonoridad vacua que remite al pasado.

Hoy, el interés del aficionado se ha trasladado del campo a sus afueras. Si se fijan, hemos gastado la semana garruleando sobre si a Cristiano no le quiere el resto de sus compañeros. ¡Ay, amigos, cómo es posible que alguien piense eso! ¿Quién no podría adorar a un poligonero musculado? ¿Qué podría crear mal rollo con él? ¿Que le gusta “La excepción” y “Andy y Lucas”? ¿Que le molan las joyas de oro y las putucas de fin de semana? Uno no entiende que un ser humano con ese jolgorio encima pueda caer mal. Cabestros, dejen al portugués respirar y presten atención al tema más importante de la semana, el recién estrenado patrocinio del Barça por parte de la Qatar Foundation.

En una realidad previsible, lo único que salvaguardaba al Barcelona de la rutina era ese halo místico con el que envolvía, cual albal pringoso de un bocata de calamares, a su camiseta. ¿Cuántas veces hemos aguantado los madridistas el discursito de que “nuestra camiseta es intocable”, “nuestra camiseta es incorruptible”, “nuestra camiseta es esponjosa”? ¡Y todo porque no tenía un logo! Pero, claro, a estos humanos que van de dignos y limpios y buenos y suaves les ofreces treinta millones de euros y ¡se cargan al “Teletubbie” morado con sus propias manos! Cruyff declaró estos días que “Rossell había manchado la camiseta”. No se le olvide a “Yojan” que el verbo “manchar” es transitivo. Le faltó añadir el con qué: ¿grasa de chorizo, quizá? Mucho peor aún, con una fundación que defiende los valores de un país donde, según el informe anual de Amnistía Internacional de 2009, “se priva arbitrariamente de su nacionalidad a centenares de personas. Las mujeres siguen siendo objeto de discriminación y violencia. Hay al menos 20 personas condenadas a muerte”. Por lo menos, “Teka” sólo fabricaba fregaderos.

domingo, 19 de diciembre de 2010

BALADA TRISTE DE TROMPETA

Director: Alex De La Iglesia
Intérpretes: Carlos Areces, Antonio De La Torre, Carolina Bang
Web: http://www.baladatristedetrompeta.com/



La aparición en la escena nacional de «Acción mutante» (1993), ese disparate neo-punk y «axturiano», resultó un revulsivo vital y (aún hoy) muy emocional; un disparo en el desierto para una generación de cineastas y cinéfilos que ahora rondan la cuarentena. En aquel largometraje, y esto merecería una nota al pie, ya se incubaban los claroscuros del cine de Álex de la Iglesia. En una esquina del ring, su indudable músculo narrativo, su impronta visual que auguraba a un autor, su oportuna hibridación entre el cómic y el celuloide, o su habilidad al arremolinar géneros (sci-fi y comedia) con, no hay paradoja, desbordante mesura. En la otra, un discurso formal reiterativo, una afición recurrente a presentar personajes deslavazados, o una incapacidad crónica al desarrollar ideas potentes hacia sus últimas consecuencias. Éstos han sido los males y bondades que se han ido repartiendo a lo largo de su filmografía: desde las notas altas, «El día de la bestia», «La comunidad» o «Muertos de risa», hasta las bajas, «Perdita Durango» o «Crimen perfecto». Omitiendo ese experimento ajeno y fallido titulado «Los crímenes de Oxford», la carrera del cineasta español continúa con uno de sus mayores éxitos de crítica: «Balada triste de trompeta», premiadísima en el anterior Festival de Venecia.

Intenta el filme tirar un paralelo entre la historia del franquismo (su prólogo se sitúa en la Madrid sitiada de 1937 y su epílogo se centra en el lustroso Valle de los Caídos 73) y la de dos payasos, Carlos Areces y Antonio de la Torre, que se disputan la posesión de una mujer, Carolina Bang. El poderosísimo arranque, con la irrupción súbita en un circo de unos milicianos republicanos, y los extraordinarios títulos de crédito, un repaso terrorífico y «pop» a la dictadura, contrastan intensísimamente con el resto de la cinta. A partir de la primera media hora, cuando hemos asimilado que De la Iglesia está emperrado en contarnos su epopeya de «amor y muerte» sin importarle en exceso el desarrollo de personajes (uno no entiende cómo pueden sucederse situaciones esbozadas de esa manera), o la coherencia narrativa (y no somos «fans», al igual que Hitchcock, de la verosimilitud), sólo nos queda observar cómo «Balada triste de trompeta» se hunde en su propio ensimismamiento.

Quizá ése sea el gran déficit de la película de De la Iglesia: su hiperbólica autoconsciencia que, como buena autoconsciencia hiperbólica, abandona al espectador y, peor aún, engulle a la historia reciente de España dejándola en un ligero barniz que sorprende a los personajes en su discurrir («¿De qué circo sois?», pregunta Areces a los terroristas que acaban de cometer el atentado contra Carrero Blanco). Ese compromiso que existía en una buena parte de su anterior producción con apresar el espíritu patrio (un cura, un quinielista o dos cómicos cutres) y violentarlo en ambientaciones posmodernas (la venida del Anticristo, una comunidad hitchockiana, un «western»), pierde toda su fuerza en «Balada triste», probablemente (y esto es aventurar) por la orfandad en el texto de un segundo de a bordo, podría haber sido el habitual guionista de De la Iglesia, Jorge Guerricaecheverría, que rescatase al autor de sí mismo. Obviamente, su excesiva autocomplacencia también afecta a los actores: ni Carlos Areces, un cómico extraordinario empantanado en un protagonista dramático de corto recorrido, ni Carolina Bang, una actriz correcta, se sostienen ante un De la Torre, actor de raza, magnífico, que aquí se zampa cualquier segundo en el que se le intuya (estudien cómo maneja una escena en la que no todo su universo le ríe un chiste).

Que alrededor de sus minutos pululen algunos de los intérpretes esenciales del panorama español (Sancho Gracia, Terele Pávez, Enrique Villén), perdidos entre el desconcierto y el desconocimiento de sus roles, reafirma la obra desaprovechada que es «Balada triste de trompeta». Mediante un suspense mecánico, ya robado de Hitchcock con algarabía en «La comunidad» y resucitado aquí, la película culmina en una innecesaria autorreferencia formal que captura a la perfección la sensación final de observar a un artista que se canibaliza, que desecha búsquedas. Ojalá De la Iglesia, un cineasta del que nos gustaría seguir hablando en el futuro, abandone ese peligroso bucle y se dedique a hablar de los demás, a despertar(nos) a los demás.

lunes, 13 de diciembre de 2010

EL EFECTO SCOOBY DOO

Antes...

En la serie animada “Scooby Doo”, cinco adolescentes y un Gran Danés bobalicón resuelven misterios alrededor de Norteamérica. En cada episodio, un monstruo horrible se dedica a espantar a los habitantes de un pueblo con sus poderes fantasmagóricos y son estos chiquillos, con sus dotes lógicas (y con las trompadas de Shaggy y Scooby), los que descubrirán que, bajo el atemorizador del lugar, no se esconde un ente sobrenatural, sino uno de los miembros de esa comunidad que busca sacar algún tipo de tajada del resto. Además de divertirnos con sus aventuras, “Scooby Doo” alberga otros méritos monumentales: su apología del racionalismo (los fantasmas, la metafísica, no caben en la explicación del capítulo); y uno muy específico de las ficciones tipo “whodunit” (“¿Quién es el asesino?”), el desenmascaramiento del malvado de entre las personas que menos se espere el espectador que puedan ocupar este papel, es decir, de entre las personas más respetables del grupo.

La realidad mediática y, como buen espectáculo de masas, la realidad deportiva, se organiza al estilo de un capítulo de “Scooby Doo”. En 2008, Tiger Woods era un bendito padre de familia, el perfecto “Uncle Tom” que consagraba su vida a comportarse como los blancos que le rodeaban. En 2009, quién lo iba a imaginar de un multibillonario treintañero heterosexual, el “National Inquirer” destapó que el buen hombre tenía una clara vocación por las prostitutas y pasó a la liga de los grandes infieles: ¡120 mujeres, oiga! En 2009, Marta Domínguez era la campeona inmaculada de los 3000 metros, vicepresidenta de la Federación Española de Atletismo y candidata por el Partido Popular. En 2010, quién lo iba a imaginar de unas marcas deportivas (sin que nuestro cuerpo evolucione hacia el de un avatar color pitufo) que mejoran imparables cada año, la policía la detuvo por ser la presunta “dealer” de una compaña de atletas españoles sobre los que, por favor, pido que alguien ruede una serie al estilo “The wire”.

... y después

Deberían plantearse los lectores si, bajo la mácula incorrupta de los personajes blanquísimos o coronando la roña pestilente de los personajes maléficos, no existirá una explicación racionalista y desmitificadora que incluya, como solución al crimen, a personas con múltiples e inevitables contradicciones. Por eso, en el Madrid, necesitamos que Scooby Doo levante la careta al “Special one” y Mourinho se nos revele de una vez con todas las aristas humanas, ésas que vimos en el 5-0 contra el Barça, con las que no nos lo vendieron.

¿Antes?

FRANKLYN

Director: Gerald McMorrow
Intérpretes: Ryan Phillippe, Eva Green, Sam Riley



El insufrible chute de “neo-gótico” que inyectó Alex Proyas en nuestras venas postadolescentes con producciones como “El cuervo” o “Dark city”, resurge de tarde en tarde cual mono de yonqui vallecano. En la genética de estos filmes se incuba, aparte de las gabardinas de cuero y las mozas con los ojos sombreados, ese necesario juego cartesiano o, si se me ponen tontos, “baudrillardiano”, que bambolea la débil línea entre la simulación y la realidad y que, como su estética de edificios negruzcos sin esquinas, cansa. Aún así, con “Franklyn” comprobamos que “Matrix” y sucedáneos todavía no han muerto. Tras un par de años en una hibernación sospechosa desde su estreno en Inglaterra, arriba a nuestras pantallas el debut del director Gerald McMorrow, que funda sus argumentos en cuatro historias entrelazadas a lo largo de dos realidades: la primera (la “real”), el Londres actual, y la segunda (la “simulada”), un oscuro mundo utrarreligioso por donde pulula un justiciero vigilante.

Leyendo la sinopsis de “Franklyn” y obviando su “look & feel” (que diría un moderno), uno se espera mucho más del filme de McMorrow de lo que al final se encuentra. A medida que su metraje avanza, todo parece un castillo de naipes desembarazándose de sí mismo. Aceptada su capacidad como cortometrajista (su “Thespian X”, recomendable), uno descubre que las intenciones y la grandilocuencia del cineasta británico para con su creación superan ampliamente el resultado final. Al contrario que en otros filmes de múltiples variantes temporales, lo que funciona en esta cinta es el ensamble de sus diversas tramas: la historia desgarrada de un padre que busca a su hijo (un siempre efectivo Bernard Hill), el superhéroe ateo de Ryan Phillipe (una gran idea) o la seductora Eva Green en un papel endeble, sí casan en un epílogo que, repito la sorpresa, marca lo mejor del total. El problema, suele ocurrir, es que “Franklyn” nos proporcionaría un sobresaliente corto de segundos cruzados, no un insípido largo de minutos cruzados.

lunes, 6 de diciembre de 2010

EL SÍNDROME POSTBARÇACIONAL


¡Supérelo, amigo mío!

Hermano madridista, contésteme a una serie de preguntas. Durante esta semana, ¿se ha sentido cansado, sin ganas, deprimido por su día a día? ¿Ha notado una apatía generalizada al acudir al trabajo? Mientras hablaba con los miembros de su familia, ¿ha percibido cómo la desidia y la insatisfacción crecían hasta unos niveles superiores a la norma? ¿Espera que no llegue el final de Liga nunca? No se me engañe, so cabestro. Asuma cuanto antes su condición de enfermo mental; hay un hecho que ha trastocado su vida de una forma irremediable, como cuando Bertín Osborne cantó su primera ranchera. El 5-0 del Barcelona nos ha dejado tocados y, encima, nos vemos obligados a ser el pararrayos de todos los gremlins azulgrana que conocemos (uno ya no puede decir la palabra “cinco” sin que le rimen, uno ya no puede defender a Marcelo, uno ya no puede meterse con San Pep). Ay, estimado compañero, recuerde su vida antes del partido. En aquel entonces (siempre me ha gustado esta expresión) éramos felices, vivíamos una existencia de daiquíris, desenfreno y confianza absoluta en nuestro entrenador. Dios, cuán equivocados estábamos.

Ahora eso se ha terminado. El garrotazo del Barça sólo nos ha servido, como se demostró contra el Valencia, para poner el automático y seguir adelante. Hoy nos aferramos a los únicos mitos que todavía se nos sostienen: Casillas o Cristiano Ronaldo soportan el envite que jugadores como Benzema, invisible, o Sergio Ramos, machetero, no fueron capaces de aguantar. No nos olvidemos la importancia de la psicología en partidos decisivos. Si la semana pasada analizábamos cómo el gesto de Guardiola superó, en un movimiento, a la actitud pasiva de Mou, este lunes hay que plantearse lo mismo con nuestro míster y Unai Emery. El bueno del guipuzcoano permaneció congelado ante la imposibilidad (parece que sólo la posee el Barcelona… y de qué manera) de asir al Real Madrid y dejarlo KO, salvando las embestidas brutales del poligonero y compañía.

Recientemente, la sociedad española de Psiquiatría afirmó que el síndrome postvacacional no puede equipararse a una enfermedad mental, sino que es, más bien, una época muy transitoria, caracterizada por una sintomatología (re)construida a partir de unos índices comunes (cansancio, desidia) al regreso al trabajo tras un impás de descanso y dispendio a cascoporro. Nosotros deberíamos seguir la recomendación psiquiátrica y otorgarle a la derrota contra el Barça el sentido que tiene: una etapa en un recorrido que, esperamos, superemos pronto.

jueves, 2 de diciembre de 2010

LOS MILLONES


"Los millones" arrastra dos noticias estupendas: que inaugure una editorial a partir de un fanzine tan disfrutable y disfrutado como «Mondo Brutto» y, sobre todo, que el cineasta Santiago Lorenzo regrese, por fin, a contarnos sus historias. Director de "Mamá es boba" (1997), esa joya subterránea del cine español, y la irregular y terrorífica "Un buen día lo tiene cualquiera" (2007), el vizcaíno narra en su texto las andanzas de Francisco, un terrorista del GRAPO, al que le tocan doscientos millones en la lotería. El pobre buen desgraciado, uno más en el imaginario de pobres buenos desgraciados del creador, no puede cobrar el premio por no poseer DNI.

Con gran pulso, el escritor recuerda, en esta época de depilación, antiperspirantes y «Cuéntame» (no es gratuita la conexión), lo que verdaderamente era ese neonato, la «España-de-la-Transición»: un conglomerado abriéndose a la occidentalidad y sus quehaceres pero que aún cobija(ba) el olor de un bar cutre (Los millones también es una geografía baril de ese Madrid ¿difunto? de boina y roña); un aroma, razona el autor, que «ni cambia, ni remite, así pasen las décadas» y con el que bendice administraciones de lotería hostiles, jefes de redacción con olor a puro y tonticos tan tonticos que no lo son del todo. Por tanto, no es extraño que Lorenzo desarrolle en una época desubicada a sus personajes característicos: los desubicados. Si en "Mamá es boba", su niño no entendía ni a sus padres («me da vergüenza de ellos») o en "Un buen día lo tiene cualquiera", su ejecutivo no tenía ni casa donde morirse, su ¿terrorista? aislado le da la oportunidad de plantear una doble relojería: la de un suspense (un divertimento que Lorenzo mantiene hasta casi el epílogo), en el que reitera hábilmente los psicologicismos (miserias, soberbias, gilipolleces) que mueven, más que sus eslóganes, a una organización (importa poco que sea terrorista, consigan el filme "Four lions" de Christopher Morris); y la de una historia de un amor, en la que describe, con su ternura habitual, el único lugar donde sus personajes se treguan con las puñeteras injusticias del mundo. Después de averiguar que "Los millones" comenzó como guión de puerta en puerta y terminó en novela notable, esperpéntica, de alguien que maneja con tiento e inteligencia a Valle-Inclán, y a Jardiel, y a Azcona (si es que no son lo mismo), uno no sabe qué pedirle a Santiago Lorenzo: si que ataque cuanto antes su próxima película, su próximo libro o, mejor aún, los dos.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

COMO PUEDAS



Qué jodido. Se nos ha muerto Leslie Nielsen y con él, el sargento Frank Drevin de “Agárralo como puedas” y el doctor Rumack de “Aterriza como puedas”. Esa santísima trinidad de cineastas, la ZAZ (Zucker, Abrahams y Zucker), no tuvo que buscar a un protagonista para su serie de bizarradas encadenadas “Police Squad!” (el germen de “Agárralo...”). Sabían su nombre: Leslie Nielsen, un actor dramático de medio pelo (su único papel noticiable había sido en “Planeta prohibido”, una encantadora serie “B” de Fred M. Wilcox), al que regalaron uno de los roles cómicos más extraordinarios del siglo XX; el de un médico que trataba a los pasajeros de un avión a punto de estrellarse en la “spoof movie” “Aterriza como puedas”.

Afirma Bergson en su texto clásico sobre la risa, que ésta se origina cuando algo rígido (una cara, un andar marcial) se desbarata (bien por un rictus inesperado, bien por un tropezón). Nielsen, con su voz grave y su aspecto de vigilante, llevó hasta los altares la máxima del filósofo francés; son sus personajes una burla contra la normalidad. Bajo el aspecto de un funcionario bien, de un guardían de las buenas maneras, el canadiense desplegaba una gestualidad imposible que, apoyada en textos tan brillantes, tan increíbles, como los de los ZAZ, resultaba una apuesta segura en la construcción de cualquier comedia. Salvo esos papeles irrepetibles, la extensísima carrera de Leslie Nielsen (alrededor de doscientos metrajes) dio para pequeñas apariciones míticas o para pequeños momentos en filmes olvidables (entre su producción disfrutable, recomiendo con cariño “Espía como puedas”, “Reposeída” y “¡Vaya un fugitivo!”). “Tiene una voz infernal y cara de maníaca”, le soltaba la madre de una poseída al exorcista interpretado por Nielsen en “Reposeída”. “Eso no prueba nada, ¡podría ser familia de Joe Cocker!”, contestaba el gran Leslie. En el desorden ontológico del mundo chorra de Nielsen, uno de los cómicos al que más voy a echar de menos, era muy difícil concluir algo a partir de algo. En su algarabía atropellada de humorista puro, desbocado, uno encuentra un solitario sentido; como le ocurría a Woody Allen en “Hannah y sus hermanas” cuando hallaba consuelo a sus penares nihilistas con “Sopa de ganso” de los hermanos Marx, Leslie Nilsen y su cine nos proporcionan cobijo cálido, luminoso, paternal, mientras nieva ahí fuera.

martes, 30 de noviembre de 2010

EL GESTO DE GUARDIOLA


Hablo de ésto...

Hay determinados gestos que marcan la Historia. Rodrigo de Triana señalando tierra a bordo de La Pinta, Tejero disparando al techo en el Congreso o Massiel, hípercolocada, agitando sobre su cabeza un mantón en un bodorrio. Si algo definió el partido de ayer fue un momentazo en el que el público catalán y madrileño se encabronó a un tiempo, en diferente dirección, como en un orgasmo coreografiado. Cristiano se acercó a la banda a coger un balón que agarraba Guardiola y éste, en un movimiento chungo del estilo “ay-que-te-lo-doy-ay-que-no-te-lo-doy”, le cabreó hasta tal punto que nuestro poligonero, el pobre, se vio obligado a empujarle. Eso nos hizo el Barça desde el principio: nos enseñó el balón, nos vaciló un poco y, cuando pensábamos que íbamos a conseguir el esférico, nos lo quitó de las narices. Obviamente, la única reacción posible fue el pataleo, fue el empujón, fue el decir “mecachis en la mar, que te doy de canto y te dejo suave”.

Amigos, esperábamos que el amigo Mou no cayese en la equivocación de sus predecesores pero, como al tratar de ligar en un after, así lo hizo. Permitió moverse a Xavi y a Iniesta y volvió a insistir con uno de los males endémicos del Real Madrid: jugar sin delantero. Desde Van Nistelrooy no ha tenido el equipo blanco un verdadero “killer” del área y ni Higuaín ni, mucho menos, Benzema, son futbolistas capacitados para imaginar maravillas como las que Messi perpetró ayer: aparecer en un rebote, redefinir los espacios o encarar a un contrario y acojonarle más que con el nuevo disco de Ainhoa Arteta. Eso sí, nadie puede dudar que el Barça, si no hubiese ganado con esta contundencia, habría adoptado la gestualidad de una banda de cuatreros con Victor Valdés, un chulillo cutre, barato, de barriada, a la cabeza.

Mostrarlos como la turba de bandoleros que realmente son: ésa y sólo ésa debería de haber sido la misión de Mourinho. Parece mentira que el luso sea el mismo hombre que el año pasado que, cuando el Barcelona daba pavor, supo contenerlo, leñazos y defensa por medio, con el Inter. Se quedó el portugués helado en el Nou Camp, rictus sobrio y asombrado, superado por el pijerío de un Guardiola convertido en señor barbudo y “cool” por un día. Muchas veces los partidos se ganan por gestos: alguien levantando las manos, alguien gritando “¡vamos a por ellos, joder!” o alguien saltando a la grada a hostiar a un espectador gordo. Cálculo táctico, gestos emocionales y un goleador. Todo, vamos. Eso le faltó al Madrid.

SALIDOS DE CUENTAS

Director: Todd Phillips
Intérpretes: Robert Downey Jr., Zach Galifianakis, Michelle Monaghan
Web: http://wwws.warnerbros.es/duedate/mainsite/



Que Zach Galifianakis es uno de los cómicos esenciales en la última hornada estadounidense lo prueba ya, sin bromas, la bienvenida de su página web: “el vivir una vida contradictoria te deja confundido y feliz”, además de sus apariciones en series (“Bored to death”), en “stand up” (“Zach Galifianakis live at the purple onion”), en experimentos web (“Between two ferns”, véanlo en “Funnyordie.com”) y en películas. En este capítulo resulta significativa su relación con el director Todd Phillips, que le introdujo a las audiencias masivas con el estupendo “Resacón en Las Vegas”, y con el que vuelve a la gran pantalla en “Salidos de cuentas”.

Phillips, experto en “road/buddy movies” (“Viaje de pirados”, la imponente “Aquellas juergas universitarias” o el citado “Resacón…”), se desvía aquí hacia una comedia más amable de las que nos tiene acostumbrados. Si la temática de la mayoría de filmes del norteamericano eran las patéticas intentonas de cuarentañeros por asemejarse a adolescentes, este “Salidos de cuentas” parte de una premisa de corto recorrido: un cuarentañero queriendo ser un cuarentañero. Asumir su edad (un empeño limitadamente gracioso), eso busca Peter Highman (Robert Downey Jr.) cuando se bate por llegar a Los Ángeles a tiempo para poder disfrutar del nacimiento de su primer hijo. En ese objetivo se le interpone Ethan Tremblay (Galifianakis), un aspirante a actor en viaje a Hollywood que, en la buena tradición de un Peter Sellers fofo, descoyunta todo orden.

Al despojar a una comedia de su premisa humorística de base, ya que nuestro protagonista persigue una meta noble y congruente a sus características personales (visitar a su bebé, en lugar de irse de colocón con sus amigos o resucitar el folleteo universitario), “Salidos de cuentas” se abandona a los “gags” de dúo cómico. Ahí el torbellino Galifianakis deja temblando a Downey Jr., un actor que últimamente vive su segunda juventud. Una masturbación ¿zoofílica?, una confrontación con un inválido o una escaramuza en la frontera evidencian que la función se la merienda el gordo pelirrojo, aunque ésta sea, más que un viaje coherente, una serie de etapas independientes, mal ensambladas.

lunes, 29 de noviembre de 2010

GRACIAS A DIOS, NO SOMOS MODESTOS

Los madridistas somos mucho de tocar los huevos

Estos días, nuestro querido gurú, nuestro dios, el hombre al que pediríamos que inseminase a nuestras mujeres, el macho alfa del madridismo, Mourinho declaró que “gracias a dios, no soy modesto” y concluyó que la modestia, “no ayuda en nada”. ¡Extraordinario Mou! Estas palabras, como cabía esperar, crearon una pequeña hecatombe en los medios con boina. Que si es un “sobrao”, que si “no tiene abuela”, que “si se le ha ido la mano”, que “si se dejase bigote, me molaba más que Preciado”, están siendo las frases más escuchadas en los baretos de Farias y DYC en los días previos al clásico. Pero, amigos, quien se extrañe por las palabras de Mou es que no entiende la idiosincrasia del Madrid.

Ahora mismo, orden del sargento Galán, mire a su mujer porque, quizá, sea la última vez que aprecie su figura de Michelín y su sonrisa de forespán. Les voy a meter en una máquina del tiempo, un Delorean como el de “Regreso al futuro”, donde recordaremos las sobradas de madridistas ilustres. “Noventa minuti in Bernabeu son molto longo”, afirmó Juanito con sus “balls” en orden y su italiano de Fuengirola. “El que se lo crea bien, y el que no, que vaya a coger amapolas al campo”, soltó Guti a un periodista incómodo en una rueda de prensa. “Les vamos a chorrear”, enunció nuestro presidente más sudoroso, Boluda, ante uno de los clásicos en los que, mala suerte, nos chorrearon a nosotros. Aparte de su frase del cerdo volando sobre el Bernabéu, habría que enmarcar la siguiente pasada de Toshack cuando fuimos a jugar a Kiev en Liga de Campeones: “¿Chernobil? Creía que era un lateral izquierdo del Dinamo”. Ah, y no nos podemos olvidar del amigo Calderón saltando al campo de La Romareda a celebrar un título que ¡todavía no había conseguido!

Lo que trataba de ilustrar con este artículo es que las vaciladas pertenecen a la genética blanca y, esto es una chulería también, les animo a que las cultiven antes, durante y después del Barcelona-Real Madrid con los gremlins azulgrana que les den la brasa. Porque, si siendo madridista y habiendo ganado miles de millones de títulos, habiendo masacrado a miles de millones de equipos, uno no se puede permitir sobradas antes del derby, no me digan quién puede. ¿Un aficionado del Albacete? ¿Uno del Oviedo? ¡Hombre, por favor! Exageren, diviértanse y el martes, ocurra lo que ocurra, citen al poeta Benito Floro y su “con el p%&/$ nos los f)(&$”. Eso, aunque no se lo crean, es ser madridista y lo demás, pijadas.

CHLOE

Director: Atom Egoyan
Intérpretes: Julianne Moore, Amanda Seyfried, Liam Neeson
Web: http://www.chloelapelicula.com/



Busca el matrimonio protagonista de “Chloe” (Julianne Moore y Liam Neeson), nuevos hábitos a automatizar en su vida burguesa: un cumpleaños sorpresa (la rutina rota por ella), una alumna como amante (la rutina rota por él) o unas cuantas peleas con su hijo (la rutina rota por un tercero). Los daños colaterales de este afán por resucitar el misterio del inicio de su relación, cuando ella era aún joven, cuando él todavía le hacía caso, dirigen la propuesta de Atom Egoyan, un “remake” del filme francés “Nathalie” de Annie Fontaine. Descubren ambos títulos a la impulsora del drama: una prostituta (Amanda Seyfried, Emmanuelle Beart en la película gala) que acepta el encargo de la mujer de averiguar si su marido es capaz de resistir sus tentaciones profesionales.

Con una factura impecable en la que se incuba, decepción a decepción, el aislamiento progresivo de Julianne Moore ante el conflicto que ha desencadenado, el largometraje sopesa sus argumentos hasta tal punto que provoca una indiferencia desconocida en el cine de Egoyan. De las diversas fortunas de sus previas “Exotica”, “El dulce porvenir”, “El viaje de Felicia” o “Where the truth lies” (no estrenada en España), se podrían escribir muchísimas cosas pero ninguna incluiría la apatía frente a lo expuesto por el cineasta canadiense. Salvo su prólogo, una interesante demostración fílmica a través de la delicadísima Amanda Seyfried de cómo ejecutamos personajes en nuestro discurrir vital, “Chloe” se atranca en una disección excesivamente medida, excesivamente artificiosa, de la obsesión de una pareja burguesa por (re)crear los vericuetos de lo perdido (demasiado) tiempo atrás. Poco hay que añadir en los méritos de la cinta cuando su cierre se basa en un artificio que, jugando a poéticas nada sutiles, limítrofes a un Adrian Lynne desbocado, confirma a la producción de Egoyan en un papel menor, irregular, inevitable en una carrera larga y trabajada.

jueves, 25 de noviembre de 2010

SCOTT PILGRIM CONTRA EL MUNDO

Director: Edgar Wright
Intérpretes: Michael Cera, Mary Elizabeth Winstead, Kieran Culkin
Web: http://www.scottpilgrimthemovie.com/



El cine actual está inmerso en un periodo de transición hacia una formalidad inédita: en ella, se le exige adaptarse a la multipantalla (PC, sala grande, 3D, móviles...) y a sus circunstancias (nuevas vías de comercialización, maneras de distribución, apuestas en la realización, escrituras). Esto implica que el celuloide se ve obligado a sumergirse en otros discursos artísticos (el cómic, "V de vendetta"; o el videojuego, "Resident evil") como reflejo de una sensibilidad artística en continuo zigzagueo y como exigencia de adaptación de su lenguaje al neo-espectador (si uno se quiere comunicar con él, claro). De ese esfuerzo que aleja, si me permiten parafrasear a Azcona, al cine de la vida y, más aún, al cine del cine, para acercarlo a la compartimentación propia de la viñeta, han germinado ejercicios tan interesantes como "American splendor", de Springer Berman y Pulcini, “Persépolis”, de Marjane Satrapi, o "Watchmen", de Zack Snyder. Aparte de continuar hasta la distorsión con ese ejercicio de estilo que olvida lo cinematográfico y se apoya en construcciones de cómic/videojuego/videos musicales, "Scott Pilgrim contra el mundo" parece destinada a convertirse en la película de culto de una determinada generación (dentro de una generación) que comparte edad, clase social y quehaceres con los protagonistas.

La existencia del postadolescente Scott Pilgrim se debate entre conseguir que su grupo musical triunfe y lidiar con su novia del momento, Ramona. Porque Ramona viene con un pequeño problema de fábrica: si quiere conservarla, Scott deberá enfrentarse, en duelos similares al arcade "Street fighter", a sus siete ex-novios. Acostumbrado a las diabluras entre géneros (dirigió las estupendas cintas "Zombies party" y "Arma fatal" y la serie "Spaced", al lado de Simon Pegg), Steven Wright vuelve a reafirmar su increíble capacidad al amoldar su creatividad a discursos normativos de la era “pop” (el terror zombie, el “whodunit” británico o, en este caso, el videojuego/comic). “Scott Pilgrim” se apoya tanto en la forma, constante homenaje a la historieta de la que procede, que algunos podrían equivocarse y considerarla un envoltorio precioso, milimétrico, sin nada dentro.

Lejos de la realidad. La película de Wright constituye uno de los ejemplos paradigmáticos (últimamente, también podríamos hablar de la cachondísima y oportuna “Machete” de Robert Rodríguez) de cómo la entidad del cómic es exportable, con todas sus consecuencias, a otras disciplinas (y viceversa). La personalidad de su Scott Pilgrim (qué estupendo actor es Michael Cera) resultaría, al cabo, un resumen de las bondades del filme: al igual que el postadolescente de hoy, que mezcla, revuelve, e integra vida y multipantalla (cine + cultura “pop” + cómic + arcade + MP3), los minutos de “Scott Pilgrim contra el mundo” son una celebración fílmica de cómo transversalizar el cine (o afianzarlo en la postmodernidad) y, de paso, remedarlo en un algo múltiple y poliédrico, contradictoriamente, sencillo y divertido. Faltaría, como experimento loco, comprobar su impermeabilidad al paso del tiempo: ¿aguantará el filme su inocencia de pixel al discurrir de los años o nos horrorizaremos dentro de una década? No lo sé; eso sí, estoy seguro de que Jason Schwartzmann permanecerá en nuestra memoria como lo que ya intuíamos que era: un “indie” pero un “indie” malvado, muy malvado.

lunes, 22 de noviembre de 2010

QUE RAMOS JUEGUE DE PORTERO

Si puede ser "bonguero", puede ser portero o lanzador de penalties

En nuestra postmodernidad molona, uno puede ser cualquiera o, en rebajas, tener la ilusión de parecer cualquiera. No hace falta más que lo comprueben en los realities en los que manadas de mastuerzos ansían ser bailarines sin saber bailar, novios de la Duquesa de Alba no habiendo cumplido la setentena, o humanos educados a la vez que sorben la sopa y gritan “¡esta mierda está que jode!”. Lo importante, amigos, son las etiquetas, las “tags”, que te cuelgan y si en la tele, y en la Wikipedia, y en un documental de Telecinco, repiten que eres la “princesa del pueblo”, a pesar de ser la ex vociferante de un torero, quizá acabes siéndolo.

Con esto intento resaltar varios detalles sorprendentes del partido del sábado en el que cenamos león con jamón (chiste chungo patrocinado por “Pollerías López”). Mourinho, por sanción, se transformó en espectador: un lugar adecuado a su carácter. ¿No les rondó la sensación de que el paisanín de su lado le podría haber rulado el bocata en cualquier momento? Sergio Ramos también participó en esta locura de cambio de papeles. De pronto, como Miki Molina en un “after”, se abalanzó hacia el mogollón del área. El penalti a Di María sirvió para cambiar dos papeles; Sergio se convertía en el primer defensa que lanza una pena máxima en el Madrid desde Hierro y Karanka fue el primer entrenador ¡de la casa! al que Mou increpaba: permaneció acongojado mientras el portugués le miraba con cara de mala leche. Te da la sensación de que, en este postmodernismo y en esta liga mediocre, uno ya puede hacer lo que quiera. Sería interesante que en uno de estos múltiples 0-8 que vivamos, Sergio ocupe el lugar del portero y pruebe a ver si Carbonero acepta su nueva identidad y se morrea con él.

Eso sí, hay actitudes que no cambian por mucho lío que inunde el estadio. El Athletic de Caparrós, aún con sus déficits en defensa y la soledad de un Llorente desafinado, interpretó el papel de siempre, macheteros a cascoporro. A partir del 3-1, se dedicaron a arrear a todo el que se moviese. Se entiende que Joaquín no quiera abandonar su concepción del fútbol, pero le vendría bien aliviarla un poco, del “level of macheterismo 1” al “level of macheterismo 3”. Tampoco, y esto sí que es una suerte, trastoca su papel nuestro poligonero favorito, que propició la declaración más inamovible de la jornada. Cabreado por la terapia a hachazos de los bilbaínos, cuando enfocó los vestuarios declamó los siguientes versos: “Vamos a ver si el Barça nos mete ocho goles”. Ahora, y este es un personaje que no me creía desde hace mucho tiempo, podemos ganar al Barcelona, podemos acabar con el imperio del Mal.

domingo, 21 de noviembre de 2010

THE WAY

Director: Emilio Estévez
Intérpretes: Martin Sheen, Deborah Kara Unger, James Nesbitt



Tras la estupenda “Bobby”, ese mosaico que mezclaba al mejor Oliver Stone y al Robert Altman automático, Emilio Estévez ha suspendido sus proyectos y le ha dedicado a su padre, Martin Sheen, seguramente en el gesto más emocionante de “The Way”, el tiempo necesario para plasmar en imágenes su aproximación mística al camino de Santiago. Resulta muy complicado (al menos, conociendo mis limitaciones), valorar un algo que no es del todo una película y que tampoco es una mera postal-documental-financiada-por-una-consejería de La 2. El filme del primogénito de los Sheen sirve de homenaje a su familia, una familia de emigrantes que partió desde Galicia y que retorna a ofrecer su, física y metafísica cohabitan, testimonio vital del Camino. Además, esforzados en rizar el rizo sentimental, Taylor, uno de los hijos de Emilio Estévez, vive ahora en Burgos después de haberse enamorado de una de sus (adorables) lugareñas.

Como ven, y no pidan otra cosa, “The Way” nace de ese empeño, tan de viajero en regreso (si es que existe un tipo diferente de travesías), que ocupa a Martin Sheen en el último acto de su vida. En ese punto, y porque es Martin Sheen, joder (“Malas tierras”, “Apocalypse now”, “El ala oeste”), se lo respetamos. Los valores fílmicos, por tanto, se oscurecen pero, en ningún caso, hasta el ridículo: la película narra, con mayor pulsión en su primera media hora, el discurrir de varios peregrinos a lo largo de las tierras del norte de España. Al frente, el veterano actor norteamericano encarna a un padre que se obsesiona con hacer el camino para, de alguna forma, resucitar a su hijo, fallecido al poco de comenzarlo en Francia.

Uno, ocurrió con “Vicky Cristina Barcelona” o, recientemente, con “Noche y día”, siempre ha recelado de aquellos que señalan barbaridades (“A Asturias no se va en avioneta” o “En Sevilla no hay encierros”) en ficciones masivas. Toca pensar en la absurdez de un humano de Tejas que señale a la pantalla de una proyección madrileña a la que nosotros asistamos, impasibles, y grite: “Pues en Austin las barbacoas no se preparan así”. Obviando esta tara mía, “The Way” parece fiel (salvo en el inevitable flamenco en Burgos) a esas bizarradas mochileras que te puedes encontrar si te pones (discúlpenme el “urbanitismo” pedante) a andar como un cosaco por el mero hecho de andar como un cosaco y no por el más noble de dirigirte a un H&M o al Pachá. Así, el grave problema del desarrollo del largometraje no es su fidelidad con lo retratado ni la emoción nostálgica que rebosa, sino su inconexión entre las diversas postales que plantea, quizá producto de apoyarse en un libro de relatos. Aunque, bueno, puede ser que el Camino, y todos los caminos, se traten de eso: una serie de postales inconexas a las que otorgamos, en un esfuerzo vano, una cierta coherencia falsa.

lunes, 15 de noviembre de 2010

APRENDA A INCREPAR A MOU USTED MISMO

¡Manos arriba!

¡Qué bien lo “estemos” pasando! Durante una mesa redonda con Jorge Valdano, el filósofo Gustavo Bueno nos recordaba que el fútbol se divide en dos partes; el núcleo, que comprende aquello que ocurre dentro del terreno de juego, y el cuerpo, que es el espectáculo que lo rodea. El primer problema filosófico, por tanto, radica en desenmadejar las relaciones entre ambos. Y, ¿a qué viene este rollo filosófico, Galán? No se me apuren, sólo intento introducir el gran problema de nuestra semana futbolística y, seguramente, el gran reto de toda la temporada: analizar los usos del verbo florido y fluido de nuestro entrenador portugués. La antepenúltima chifladura de nuestro míster (y que relaciona espectáculo y campo de juego) fue sugerir que Manolo Preciado manejó mal a su Sporting contra el Barcelona y solventó la labor de Guardiola. “Es un canalla”, le reprendió el bigote más poblado del fútbol español. “Si por mi fuese, no le colocaría en el palco, le sentaría con los Ultra Boys”, remató. Ay, qué talento innato tiene Manolo para insultar, pero esta habilidad no es compartida por muchos de sus colegas, tímidos y pacatos ellos (y no hablo de Pochettino, Guardiola o Caparrós), a los que Mou va a faltar al respeto sí o sí.

Hay varias normativas imprecativas en el fútbol que condensaré, por espacio, en cinco. Primera. Dele donde duele: en el Madrid, se titula acosar a los débiles de la plantilla; me refiero, claro, de Pedro León, Higuaín y Canales… un momento… eso ya lo ha hecho Mourinho. Empezamos mal. Segunda. No insulte con esdrújulas: aprendan de Preciado, hágalo siempre con palabras llanas o agudas (canalla, montón de mierda o calamidad), nunca esdrújulas (parafílico, parásito o aerófago). Tercero. Sea agorero; lleve el “Ahora está muy acostumbrado a ganar, veremos cuando pierda…” del preparador esportinguista a límites puteantes: “Ahora se cree muy guapo… veremos cuando tenga ochenta y tres años”. Cuarta. Sugiera una supuesta homosexualidad. De enorme efectividad en este deporte, fíjense en la teoría conspiranoide que unía a Guardiola y Manel Estiarte o ¿eran Ibrahimovic y Piqué? en los baños turcos de un búnker situado bajo el Camp Nou, justo donde Laporta celebraba sus “secret parties”. Quinta. La más importante y complicada de administrar: gradúe sus insultos. Si el partido ha alcanzado una temperatura aceptable (lo que busca Mou constantemente), con tal de que no se le vaya de las manos y que tampoco el de enfrente note la impostura tele-dirigida a calentarle, añada a sus tacos los sufijos “-uco”, “-in” o “-ito”. ¿No creen que al luso no le resultará hasta adorable que otro míster le llame “cabronzuco”, “mariconín” o “capullito”?

BERLANGA, BERLANGUIANO



Hasta en su fallecimiento, Berlanga ha sido berlanguiano. A pesar de tener a un golpe de “click” su obituario desde hace meses, el mejor director de la historia del cine español, ése que junto a Rafael Azcona tomó el testigo de Pío Baroja, Valle-Inclán o Jardiel Poncela y que ha proporcionado sustento fílmico al ente de fritanga, roña y griterío de nombre “España”, va y se nos muere en fin de semana, ausentes de las redacciones el personal necesario para apretar el botón de “publicar rememoranza”. El guionista y el director probablemente se descojonarían de la pomposidad de su funeral de Estado en la Academia de Cine, como ya hicieron con otros entierros (de variada calaña) en la trilogía “Nacional” o en “Todos a la cárcel”, observando en plano secuencia la danza, frente a su caja, de ministros, austrohúngaros y personal de diversa procedencia. Porque si algo reitera la producción berlanguiana es la importancia de deconstruir (de cagarse en, vamos) ritos patrios mediante el humorismo: los ritos de la ejecución (“El verdugo”), los ritos de la caridad (“Plácido”), los ritos de la guerra (“La vaquilla”), los ritos del fetichismo (“Tamaño natural”), los ritos de la política (“Todos a la cárcel”) o, y en este retrato puso extremo empeño, los ritos de la picaresca (“Bienvenido, Mr. Marshall”, “Moros y cristianos”, “La escopeta nacional”).

Prueba póstuma de la raigambre del arte berlanguiano, pareciera como si la comedia actual española tratase de canibalizarle. Sesenta años después del debut del cineasta valenciano, directores de generaciones tan diferentes como Borja Cobeaga (“Pagafantas”), Santiago Lorenzo (“Mamá es boba”) o José Luis Cuerda (“Amanece que no es poco”) recogen su herencia y su tesón en un esfuerzo, inconsciente y consciente a un tiempo, de mantenerle con vida. La sentencia “tengo miedo” clausuraba el plano final de “París Tombuctú”, la última película de Luis García Berlanga: ahora, gracias a su legado, el cine español puede sentirse más seguro, con menos miedo, al mirarse al espejo y otear futuros.

LOS OTROS DOS

Director: Adam McKay
Intérpretes: Will Ferrell, Mark Wahlberg, Eva Mendes
Web: http://www.sites.sonypicturesreleasing.es/sites/losotrosdos/



Al tándem Adam McKay & Will Ferrell hay que agradecerle el incontable número de partidas de culo que, en estados más o menos confesables, nos han regalado. Y, por si no teníamos bastante, con “Ron Burgundy”, “Hermanos por pelotas” o “Pasado de vueltas” se han dedicado al noble deporte de insultar a buques insignias del imaginario norteamericano (el “anchorman”, el piloto de NASCAR, ¿se imaginan lo divertido de rodar algo así sobre Fernando Alonso?, o la "American way of life"). Alguien diría, con un vistazo superficial al resto de sus trabajos, que la obsesión del dúo es la de desencajar rigideces a hostia limpia. A estas alturas, insuflan ya el inconsciente bastardo-popular con sus baquetazos testiculares, su interrogatorio policial a manos de una niña de 4 años (en “funnyordie.com”), o su bendición "protestantoide" a una mesa llena de comida basura, como armas potentísimas contra la peligrosa inmovilidad de la tradición "Texas ranger", contra las oscuridades de esos Estados Unidos mitológicos a los que quiere regresar una porción considerable del electorado yanqui.

Entonces, habituados a desmontar esencias, en "Los otros dos" tocaba el turno de cachondearse de las "buddy movies" (películas policiacas de compañeros) ochenteras. Gestadas en clave interracial por cintas como “Arma letal” o “Límite: 48 horas”, el subgénero buscaba dos metas: una más pastosa, demostrar que "America, the beautiful" ya podía aceptar una pareja de policías de diferente color, y otra más seria, demostrar que la justicia ¡norteamericana! terminaba funcionando, aunque fuese de la mano de un par de cabestros que arrasaban, sin excusas, con los criminales que se les pusieran por delante. Dos mastuerzos de ese estilo son los que retrata el inicio del largometraje; The Rock y Samuel L. Jackson atrapan a los criminales pero, ¿a qué costo? Como en las buenas comedias, la mirada de McKay no se detiene en ellos sino que abre campo hacia una pareja de inútiles (Ferrell y Wahlberg) que sueñan con ocupar su posición.

A partir de esta ilusión imbécil, casi tan imbécil como la serie de filmes a la que parodia, "Los otros dos" desarrolla argumentos cómicos notabilísimos. Tras algún que otro exceso, se demuestra que McKay y Ferrell han acunado su mirada gamberra al ritmo de películas "mainstream" (o las "mainstream" se han acostumbrado a ella) y que, por tanto, son capaces de domarla, balanceando el "gag" bestia con el desarrollo de una trama rutinaria, de la misma manera que Walhberg controla los excesos de su compañero. También se aprovechan en el filme de otra de sus habilidades, esencial para construir cualquier comedia, saber escoger a una estela de secundarios que, o bien son cómicos (Steve Coogan, en un inolvidable arquitecto de un esquema Ponzi), o bien han tanteado la disciplina (Michael Keaton), o bien son novatos en ese arte (Eva Mendes, The Rock). Si el humorismo se nutre de la incongruencia de términos, "Los otros dos" sabe aprovecharse perfectamente de ella: un oficinista aburrido que vuelve locas a las mozas o un policía duro que ejecuta ballet a la perfección. A pesar de que, como en casi todas estas funciones, el tercer tercio languidezca y caiga en una rutina que no se adivinaba en el arranque, uno se vuelve a rendir ante el inmenso talento de Will Ferrell, ante su compromiso inquebrantable con arrasar mitologías… mientras se descojona.

martes, 9 de noviembre de 2010

Charla "Cómo ligar realmente con gente virtual", el viernes en Oviedo‏

¿Cómo nos presentamos en redes sociales?

¿Por qué les molan unas redes más que otras?

¿Qué coño es eso del capitalismo emocional?

¿Me huele el pozo en Facebook?

¿Si quiero ligar, es bueno poner en mi perfil de match.com que me compré merchandising de "Come, reza, ama"?

¿Merece la pena apuntarse a "Ijustmadelove.com" si no trincas nada?

¿Y qué pinta Orson Welles en todo esto?

Responderemos a todas estas preguntas y alguna más en la charla "Cómo ligar realmente con gente virtual", este viernes a las 18 horas en la facultad de Derecho de Oviedo. Dentro del curso "Vaya gente más rara. Los desafíos de la interculturalidad", curso de extensión dirigido por los profesores Domingo Caballero y Julio Rodríguez, trataremos de descifrar algunos de los retos que desafían a la persona hum/urb-ana ante la aparición de una nueva manera en las formas de relacionarse, la web 2.0., que, defenderemos, trastoca sustancialmente al resto. Además, la imagen digital, la transubstanciación del carácter en caracter o la última portada de la revista "Cuore" serán temas de importancia en nuestra de-posición.

Os esperamos!!

Título: "Cómo ligar realmente con gente virtual". Por Eduardo Galán
Lugar: Aula L101 (Aula de audiovisuales), Facultad de Derecho - Relaciones laborales, Campus del Cristo, Oviedo.
Día y hora: viernes 12 de noviembre, 18:00.

lunes, 8 de noviembre de 2010

COPIA CERTIFICADA

Director: Abbas Kiarostami
Intérpretes: Juliette Binoche, William Shimell, Jean Claude Carriere



La reproducción y el original. El simulacro y la realidad. Las ciertas-desconfianzas-ciertas del postmodernismo anegan el prólogo de “Copia certificada”, ganadora de la Espiga de Oro en el reciente festival de Valladolid, mientras el ensayista James Miller (el barítono William Shimell, arrastrado a excelente actor) desmenuza al público italiano sus argumentos, una defensa de la copia artística como regreso a los orígenes del hombre, como una necesaria arqueología mimética y rescatadora del pasado. Entre los asistentes a su conferencia se encuentra Elle (Juliette Binoche), una mujer que regenta una tienda de antigüedades y que acompaña al escritor en las horas previas a su viaje de regreso a casa.

A lo largo de la primera mitad del largometraje, el director iraní Abbas Kiarostami explora los gestos de dos personas que compiten en el campo minado de la seducción. En las múltiples entrevistas promocionales de la película, el cineasta desvelaba que supo que Juliette Binoche era su actriz cuando, al contarle la historia de “Copia certificada”, observó los matices cambiantes de su cara. Ése es el cine de acción-reacción que pone en marcha su cinta y, especialmente, en el arranque de éste; una formalidad, marciana a la fílmica occidental, de detalles al fondo, de ausencias a cuadro y de contraplanos cortos, que se detiene en las respuestas de personajes enfrentados a narraciones, enfrentados la pelea lingüística que se (les) avecina. Entiende Kiarostami, y así lo demuestra su filmografía, que el lenguaje no sólo sirve para comunicarnos, sino para batallar: una madre que se desgañita ante un chiquillo indiferente, un intelectual sádico (y tierno) que seduce envileciéndose, una hermana que se mantiene fuera de cobertura (emocional) y una mujer, esa espléndida, delicada, abrasadora Binoche, que trata de dominar los límites del lenguaje, a Wittgenstein le hubiese encantado “Copia certificada”, para dominar su mundo.

Kiarostami no se agota en palabras sangrantes, en verdaderas (ir)realidades; ellas funcionan de abono en su disección sutil, delicadísima, del amor. Pasea por un pueblo italiano nuestra pareja en potencia que, en un momento mágico posterior, se convertirá en pareja en acto, e, inmersos en hipótesis, apuntalan en su encuentro fugaz, en su tarde cualquiera, las maravillas de un futuro ideal. Porque justo a mitad de la película, simulando la impostura que Orson Wells maquinaba en su magistral “F for fake” (1973), Kiarostami concede a los primerizos su sueño: que esos extraños que están coqueteando se conviertan, de golpe (¿por un maleficio? ¿por una engañifa inocente que termina tragándoles?), en otra pareja, la de dos personas casadas desde hace muchos años. Miente la Binoche primigenia a la dueña de un café, asegurándole que Shimell es su marido y, finalmente, éste se transforma en él. “Es verdaderamente estúpido sentirse mal en el nombre de un ideal”, avisa la anciana a nuestra protagonista y, por arte del cine, ella alcanza este ideal (el matrimonio largo, habitual, burgués), descubriendo que las miserias (muy oportuna la aparición del coguionista de Buñuel, Jean-Claude Carriere), permanecen. Lo que en sus caminares de seductor y seductora observaban como promesa incólume de futuro (a unos recién casados, a unos ancianos queriéndose), se resuelve/se revuelve en idéntico espacio, con idénticos actores (he aquí lo extraordinario del filme de Kiarostami) a través de sus “alter ego”; dos miradas diferentes que, contrapuestas, se revelan como un continuo vital, pero evitando que se desarrolle dramáticamente el “impasse” de tiempo que las separaría. En definitiva, hay que nombrar a “Copia certificada” como una de las películas imprescindibles de la temporada, un manual complejo, un desafío al espectador, sobre los verdaderos discursos falsos (el de la seducción, el del amor “naïf”, el del amor-rutina…) que sustentan al amor.

ATLÉTICO, ¡AÑO 2000, LLEGA EL AÑO 2000!


Año 2000, llega el año 2000...

Este sábado, en el Palacio de Deportes de Madrid, dieciséis mil humanos compartimos con Miguel Ríos su despedida de los escenarios. Vale, es cierto que a nuestro alrededor pululaba personal de cierta edad (abundaba el calverismo y el taponismo, una prueba de que las generaciones futuras nos mejoran), que las canas monopolizaban la melena de Rosendo (no la de Ana Belén), y que, en determinados momentos, el chute de nostalgia (el “Himno a la alegría” es uno de los entes más pastosos de los últimas tres décadas) nos dejó temblando. Pero si hubo algo que nos recordó que la carrera de Miguel Ríos rondaba el cincuentenario fue cuando el granadino entonó su canción “Año 2000”… Año dos mil, año dos mil, el milenio traerá un mundo feliz, un lugar de terror, o simplemente no habrá vida en esta tierra…

Al único equipo en España que no le debe sonar anacrónica esta canción es al Atlético de Madrid. Desde el 30 de octubre de 1999 no gana al Real Madrid y, después del partido de ayer, así seguirán, en un estado de congelación permanente, como Mr. Freeze, Jordi Hurtado o Esperanza Aguirre, hasta el año que viene. Uno observa en el Atlético actual la misma inocencia con la que, post-adolescentes nosotros en aquella época, consumíamos Internet (¿recuerdan Terra u Ozú?) o idealizábamos a Britney Spears y su aspecto entre Disney y Playboy. Fíjense en el tremendo “¡haced lo que queráis, grandes!” que nos permitieron los colchoneros; incluso Carvalho se creyó que un robo de balón en el centro del campo le autorizaba para subir a línea de fondo, recibir un pase de Di María y ¡marcar gol! Menudo elemento el portugués: un jugador del siglo XXI, al igual que Özil o Agüero, si este último jugase en un equipo grande.

Pareciese como si la candidez de De Gea (¿se fijaron en su cara imberbe durante el segundo gol?) se contagiase al resto del equipo en cada una de las visitas del Atlético al Bernabeu. Por mucho que Forlán nos azuzase con un palo, nosotros teníamos a Higuaín (reitero que no está todavía en forma) y a Marcelo, en una de las mayores vaciladas a un jugador que se recuerda en el estadio madridista; Reyes parecía el chino Cudeiro de “Humor amarillo”: no sabía por dónde le venían. Fines de semana así, fallan Marcelo, Ramos y Benzema el tercero, producen paradojas espaciotemporales: ¿cómo es posible que se retire un tipo con la fuerza, el madridismo y el talento de Miguel Ríos? Y, ¿cómo es posible que el Atlético haya ganado la copa de la UEFA en 2010 sin haber llegado, aún, al año 2000?

lunes, 1 de noviembre de 2010

OS INVITAMOS A LA PRESENTACIÓN DE NUESTRO LIBRO "UNA RISA NUEVA" EN MADRID‏


Nausícaä Ediciones, Abycine y la Universidad de Castilla-La Mancha se complacen en invitarle a la presentación del libro "Una risa nueva. Posthumor, parodias y otras mutaciones de la comedia", que tendrá lugar el próximo miércoles 3 de noviembre en la librería Ocho y Medio, situada en la calle Martín de los Heros, 11. Madrid.

¿En qué libro críticos cahieristas, blogueros de combate, humoristas chanantes y dibujantes de tebeos post-underground se unen en la causa común de descifrar los secretos más escondidos de la Nueva Comedia?

¿Puede un chiste obsceno salvar a la humanidad?

¿De qué demonios se ríe un coreano (del Sur)?

¿Qué tienen en común Chiquito de la Calzada, Takeshi Kitano y Witold Gombrowicz?

¿Qué le pasaba por la cabeza a Bill Murray la noche de los Óscars en que estuvo nominado por "Lost in Translation"?

¿Puede sobrevivir un género cinematográfico a su auto-destrucción?

¿Qué tipo de humor puede surgir en la Zona Cero de la comedia?

Todas estas preguntas y muchas más hallan su respuesta en las páginas de "Una risa nueva", un libro con textos de Miqui Otero, Venga Monjas, Eduardo Galán, Carlos Losilla, Alvy Singer, Juan Agustín Mancebo Roca, Señor Ausente, John Tones, Roberto Cueto y Jordi Costa.

El único ensayo cinematográfico vitaminizado con 16 páginas de historieta firmadas por un auténtico cóctel de estrellas: Joaquín Reyes, Jorge Riera, Scalerandi&Souto, Darío Adanti, Juarma López, Jonathan Millán & Miguel Noguera, Albert Monteys, Bárbara Perdiguera y Guillem Dols.

Oficiará de Maestro de Ceremonias el cineasta Nacho Vigalondo.

El acto contará con la presencia de buena parte de los autores del volumen.

Recuerda: el próximo miércoles 3 de noviembre a las 19.30 h. en la Librería Ocho y Medio C/Martín de los Heros, 11. Madrid,

LA OTRA HIJA

Director: Luis Berdejo
Intérpretes: Kevin Costner, Ivana Baquero, Samantha Mathis
Web: http://www.laotrahija.com/



La carrera de Luis Berdejo ha arrancado de una manera inusual. Tras rodar algunos cortometrajes de raza (“La guerra” o la magistral “For(r)est in the des(s)ert”), al director vasco le ha topado la oportunidad de atacar un texto de John Connolly en Estados Unidos con Kevin Costner comandando el reparto. Se estrena en España “La otra hija” con todo el pescado vendido en USA: allí, su lanzamiento ha concitado tantas dudas en crítica y público que sus productores han decidido comercializarla directamente en DVD. Cuenta el largometraje el traslado a una casa de campo de un novelista (Costner) y sus dos hijos (Ivana Baquero y Gattlin Griffith) después de que su mujer les abandonase. A partir de ese momento, el filme desarrolla los cambios en el carácter de la post-adolescente que, aunque en principio parezcan propios de su edad, se irán revelando como motivados por otras fuerzas bien distintas.

Al igual que Stephen King en “El resplandor” (no es gratuita la profesión del protagonista, ni la soledad del paraje, ni la asociación con cementerios indios), está interesado Berdejo en la figura del doble, de ese reverso oscuro que, si tiramos de Freud, todos escondemos dentro. Con el imponente Kevin Costner sobrellevando el peso de los minutos, el metraje habla de desamparos (de un hombre con respecto a su mujer, de una niña con respecto a su padre) y de oscuridades, obviando la fuerza del resto de la obra del realizador. Ivana Baquero enreda con ser actriz feral (sus escenas en contacto con la tierra así lo prueban) en lo indeleble de una película que se va ocultando bajo capas de corrección formal y previsibilidad.

Lo que decepciona de “La otra hija” es, en contraste con la interpretación de Baquero, su falta de riesgos. A veces, vale más un debut fallido que una presentación cauta. En las potencialidades de la cinta (las ambivalencias punzantes entre adolescencia y madurez, entre salvajismo sexual y virginidad, entre amor paterno y repugnancia), se marcan a fuego sus decepciones. Aún su briosa última parte (lo notable del filme), con ese terrible dilema al que Costner se ve obligado a enfrentarse, evita escaparse al trabajo de Luis Berdejo de aquello que sus anteriores producciones no evidenciaban: la comodidad, el automatismo, la ausencia de ese algo que te hace revolverte en la butaca.

MARCELO YA NO ES UN MIERDAS

Marcelo, ese hombre

Este domingo las portadas de los periódicos madridistas (ésos que hay que leer, no los cómics de los de enfrente) amanecieron repletas de fotos de nuestro poligonero favorito: que si va a alcanzar a Hugo Sánchez, que si podría haber repetido “hat-trick” (el fallo en su última oportunidad fue monumental)... Y, en parte, llevan razón. No le debemos quitar a él ni a Mou su gran porción de responsabilidad en la victoria del sábado y se lo pagamos de la forma que más les pone a estos portugueses: con fotos de su careto (pensativo, en el caso del míster; y sonriente, en el caso de CR7). Tranquilos, madridistas, dentro de nuestro equipo hay, al menos, dos hombres a los que jamás Arturo Pérez-Reverte podrá llamar “mierdas”.

El caso de Marcelo es bien distinto. Nosotros lo teníamos claro: hace un año le bautizamos como el nuevo Terminator, el M.A.R.C.E.L.O. (Mechanical Armoured Robot Capable of Eliminating Lots of Objects), pero no estábamos tan seguros de que el novelista más macho del panorama ¡español! compartiese nuestra opinión.

Probablemente, para él, el brasileño era todavía aquel fiestero, un mierdas, que no conseguía que ningún entrenador le comprendiese y que, ¡menudo blando, Arturo!, uno se imaginaba llorando en la soledad del vestuario como un concursante cualquiera de Gran Hermano. Regresemos al pasado: Juande Ramos y Pellegrini, ese dúo que repartía diversión en las ruedas de prensa, decidieron que Marcelo era extremo izquierda. A pesar de que en el Fluminense su carrera se había centrado en el carril lateral de la defensa, en España nos obsesionamos (por las limitaciones de nuestra plantilla, no nos engañemos) con reinventarle a imagen y semejanza de Roberto Carlos.

Lo maravilloso es que, por obra y gracia del esfuerzo titánico del carioca, Marcelo se ha (re)convertido en uno de los referentes del ataque del Real Madrid. La jugada previa al segundo gol del Madrid en Alicante da una pincelada del extraordinario futbolista que se nos puede venir encima. Con una internada impresionante (¿cuántos de ustedes exclamaron “¡Redondo!”?), el chaval (¡calza 22 añitos!) reivindicó un lugar en el “hall of fame” del equipo. Sólo falta que se mantenga y que, si le cae una lágrima en la celebración de alguno de los títulos que ganará el Real Madrid este año, no le pille Pérez-Reverte.

domingo, 31 de octubre de 2010

LOS OJOS DE JULIA

Director: Guillem Morales
Intérpretes: Belén Rueda. Lluís Homar, Pablo Derqui
Web: www.losojosdejulia.es



En el cine español actual, el terror se ha consolidado como materia exportable. Los éxitos comerciales de Amenábar (“Los otros”), Balagueró y Plaza (“REC”) o Bayona (“El orfanato”), certifican este fenómeno, convirtiendo a nuestro país en una especie de cantera de género: mientras nuestros taquillazos en comedia (“Torrente” sigue a la espera de adaptador) no se venden, los directores que se especializan en horrores diversos comienzan a tener oportunidades en el mercado internacional. Así, las condiciones económicas favorables impulsan un síntoma inequívoco: la industrialización de filmes de este tipo.

Financiada por Antena 3 con el molde de “El orfanato” (mismo productor, misma actriz principal, mismo trasfondo) en mente, “Los ojos de Julia” atormenta a una mujer (Belén Rueda) que sospecha de la versión oficial (suicidio, claro) de la muerte de su hermana, cegada por una enfermedad genética. Guillem Morales juega, después de su debut “El habitante incierto” (2004), a un terror paranormal (sólo se explica de esta manera la conexión cósmica de las dos gemelas) con una pizca de “whodunit”, que acaba desembocando en película con psicópata. Tras los manuales de propuestas como “Sola en la oscuridad” (Terence Young, 1967) o “Jennifer 8” (Bruce Robinson, 1992); tras un arranque prometedor, el misterio del largometraje se atranca en medio de lo improbable (una visita a un hotel con anciano perturbado y llave rara) y lo imposible (la maravillosa Julia Gutiérrez Caba de vecina inquietante; ese final rimbombante y pseudopoético).

Uno, quizá enfangado en tanta inconsciencia fílmica, halla valor a “Los ojos de Julia” en su último (y alocado) tercio. Al facturar horror, a veces, es justo perder la vergüenza. Eso se permite Morales con el “tour de forcé” entre la correcta Rueda y el (necesariamente) sobreactuado Pablo Derqui. Ellos dos, en su chifladura inverosímil de perseguidor y perseguida, nos hacen esbozar una sonrisa nada complaciente ni misericordiosa para con “Los ojos de Julia”. Si el cine español ya produce, con dignidad “goticoide”, terrores de psicópata obsesivo (¡y, además, con todas las majaderías del original!), el camino está abonado a que germinen experimentos más acertados, filmes más afortunados.

martes, 26 de octubre de 2010

TONY CURTIS EN PANTALLA PARTIDA

La carrera de Tony Curtis, como ocurría en la imprescindible “El estrangulador de Bostón”, podría seccionar la pantalla en cuatro compartimentos que, independientes (e indiferentes) unos de otros, fuesen emitiendo verdades, tan distantes como contundentes, sobre el actor.

Esquina superior izquierda: el héroe americano.


Hijo de padres húngaros bajo el infranombre de Bernard Schwartz, Curtis representó aquel ideal que todas las chicas “doo-wop” querían: un héroe de mármol, un héroe de la II GG, rebelde y respetable a un tiempo, que las socorriese en su vida de carretera. Él encarnó al campeón en dilema, en la subvalorada “El dulce sabor del éxito” (Alexander Mackendrick, 1957); al campeón de la integración, en las necesarias “Fugitivos” (Stanley Kramer, 1959) y “Cenizas bajo el sol” (Delmer Davies, 1958); al campeón de la magia, en la olvidable “Houdini” (George Marshall, 1953), o al campeón mítico, en la obra maestra “Los vikingos” (Richard Fleischer, 1958). En esta última, probablemente el trabajo más imponente de la filmografía de Curtis, se conjugaba todo aquello que su figura, aún atlética, aún mitológica, simbolizaba en el inconsciente norteamericano.

Esquina superior derecha: ¡Curtis ríe! 


 Dispuesto a reinventarse, Tony Curtis halló su nuevo filón en la comedía. Como prefiguró la desconocida (y estupenda) “El temible Mister Cory” (Blake Edwards, 1957), el futuro del actor se encontraba en crear a ese personaje encantador, ese filibustero machista de clase alta, que enamorase con el mismo furor a ricas, aunque las quisiese por su dinero, y a pobres, aunque las quisiese por su cuerpo. Nadie entendió esa dicotomía, en la que él siempre salía ganando, como Billy Wilder y su “Con faldas y a lo loco” (1959). La iconografía que recorre las venas del siglo XX (y que el XXI vampiriza), jamás juntará en un fotograma tal cantidad de talento. Cierren los ojos y digan “Marilyn Monroe, Jack Lemmon y Tony Curtis”. ¿Merece la pena añadir más? Él estuvo ahí, y ese momento cósmico desbarató su carrera por completo. Ya no era el campeón en “Espartaco” (Stanley Kubrick, 1960), sino un aliado del campeón oficial Kirk Douglas; ya no era el campeón en “Taras Bulba” (J. Lee Thompson, 1959), sino el hijo desterrado, moribundo de Yul Brinner. Al igual que el primogénito traidor del filme de Lee Thompson, el arquetipo cómico que cultivó en “Con faldas y a lo loco” confabuló en su contra y degeneró en cruces salvables, la divertidísima “La carrera del siglo” (Blake Edwards, 1965), y en un montón de proyectos que, en la lejanía, aparecen como ejemplos del “kitsch” setentero que encanta a Austin Powers o que revisitó, con ansias postmodernas, Peyton Reed y su “Abajo el amor” (2003). Me refiero a “La pícara soltera” (Richard Quine, 1964), “Soltero en apuros” (Norman Jewison, 1963), “Bromas con mi mujer, ¡no!” (Norman Panama, 1966) o la imposible “No hagan olas” (Alexander McKendrik, 1967).

Esquina inferior izquierda: redefinirse (otra vez). 


 Si algo impulsó la distorsión de su arquetipo favorito hacia sucedáneos lamentables, fueron a las ansías de Curtis de destruirlo definitivamente. “El estrangulador de Boston”, uno más de los filmes de referencia de Richard Fleischer, dibujaba a un tercer Tony, cercano como nunca a lo que hubiese sido un Bernard Schwarz envejecido. “¿Por qué le abren la puerta?”, se preguntaba un periódico de Boston sobre las mujeres a las que el asesinó mató. Tal vez ellas viesen, en el fondo de los ojos de ese mediocre, lo que quedaba en Curtis de héroe y que iban diluyendo kilos y ojeras. Freud afirmaba que las mujeres buscan a la figura paterna a lo largo de su existencia, ¿quién sabe si la heroicidad pretérita del actor no fuese la perfecta para representar los instintos incognoscibles que impulsaban a una chica a abrir sus puertas a un psicópata? En una creación digna de un Norman Bates ajado, el actor se abandonó a la locura, a una demostración de talento de semejante calibre que no le permitió volver a levantarse.

Esquina inferior derecha: pero, ¿no estaba muerto ya? 


Como si se tratase de una broma, los últimos treinta años de Curtis se han dedicado al derrumbe final de su propia figura, bien, en la decrepitud anciana, con unas apariciones bizarras en peluquín y camiseta de purpurina, o, bien, en la decrepitud fílmica, con películas que le hacían muy poco bien (un limitado grupo de humanos le recordamos en engendros como “El hombre centollo de Marte” u “Otelo, comando negro”). Puede ser que no merezca la pena detenerse demasiado en este compartimento de la pantalla salvo, quizá, por el solitario placer de comprobar la emigración de sí mismo, digna y patética, valiente y cobarde, que llevó a cabo Tony Curtis durante toda su vida y que ha alcanzado, ayer, su meta.

(Inédito)

lunes, 25 de octubre de 2010

GUARDIOLA ES ZULÚ

Maximino tiene pelotas

Un señor que viste bien, que no grita, que no eructa, que respeta las colas, que no cree en la lotería primitiva, que no sabe para qué utiliza Leire Pajín sus morritos… no puede ser español. En “La invasión de los ladrones de cuerpos”, el cineasta Don Siegel caracterizaba a unos engendros alienígenas sin emociones que trataban de conquistar el mundo camuflados como seres humanos. ¿Y si la ficción se ha vuelto realidad? ¿Quién nos dice que el teletubbie morado Guardiola no sea uno de ellos? Al final de la película clásica, Kevin McCarthy gritaba a una multitud de automóviles indiferentes que los extraterrestres están entre nosotros. Esa desazón ha creado Maximino Martínez, el presidente de la Federación de Futbol asturiana, al desvelar que Guardiola es “extranjero”.

El etnólogo Martínez (sus estudios transversales en el Vallobín occidental y la famosa frase que pronunció un habitante tribal de La Felguera al verle bajar del Alcotán, “Maximino, supongo”, así lo prueban) ha refrendado nuestras sospechas cuando, este viernes, declaró que el catalán Guardiola no comprendía los premios Príncipe y, por tanto, no permitía a sus jugadores acudiesen porque, como el portugués Mourinho, era “extranjero”. ¡Grande Maximino! Dejen de engañarse, cabestros. Pep es alguien que, si seguimos la etimología de la palabra “extranjero”, viene “de fuera”; en definitiva, Pep pertenece al “exterior”. Y, ¿existe algo más extrínseco (¡y a-español!) que enfundarse “tweeds” púrpura? En lo único que se ha equivocado nuestro presidente es en la posibilidad de que el portugués y el catalán no conozcan los premios Príncipe. Cualquiera que siga las siguientes instrucciones podría hacerlo: 1) vaya a un locutorio; 2) encienda un ordenador; 3) mande que apaguen el “guatanebikonso”; 4) cómprese dos chicles; 5) abra Google; 6) Teclee en el buscador “premios príncipe”.

Al igual que el alegre langreano, todos los grandes genios fallaron por poco: Colón creyó que llegaba a las Indias, Hipatia de Alejandría que explicaba el movimiento de los planetas a Amenábar o Cachero que podría hundir a Gabino. Craso error dentro de una teoría revolucionaria. Puestos a aceptar que Guardiola es extranjero, yo le veo más de Zimbabue. Su piel morena, su acento multicultural y su afición al baile demuestran que al hombre le va la marcha (ordenada) y extranjera. Aunque no haya dado en el clavo, me atrevo a proponer a Max Martínez como nuevo Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales. Un tipo así, que ha planteado un algoritmo que distingue taxativamente quién es extranjero y quién no, se merece semejante galardón. Y, amigos, no duden de que él sí va a venir a la ceremonia, no como Bob Dylan. Bendito sea.


En "Talkin John Birch Paranoid Blues", Dylan veía gente "de fuera" (en este caso, comunistas) por todas partes

jueves, 21 de octubre de 2010

LA RED SOCIAL

Director: David Fincher
Intérpretes: Jesse Eisenberg, Andrew Garfield, Justin Timberlake
Web: http://www.sites.sonypicturesreleasing.es/sites/socialnetwork_site/



En 1857, el político y orador Frederick Douglass escribía: “Los “Self-made men” (Hombres hechos a sí mismos) […] son los hombres que deben poco o nada a su lugar de nacimiento, sus relaciones, sus amistades; ni a herencias o medios para educarse. Ellos son quien son, sin el empuje de las condiciones favorables en las que otros hombres normalmente avanzan y consiguen grandes resultados”. Cuarenta años después, Edwin Arlington Robinson publicó el poema “Richard Cory”, en el que se (de)mostraba la madurez del arquetipo de Douglass. Aún en su vida de superación, aún en su vida de reconocimiento público, aún en su vida de riquezas, su Richard Cory, su “self made man”, acababa pegándose un tiro en la cabeza. Lo que ocurre entre el niño que albergaba ilusiones de gachas y harina y el triunfador que otorga indulgencias al botones, centra una de las temáticas predilectas del cine norteamericano. Ahí convive la ficción de Charles Forster Kane, contrachapada al magnate William Randolph Hearst, con otras limítrofes como el minero Daniel Plainview que Daniel Day Lewis ejecutó con talento desbordado en la magistral “Pozos de ambición”(Paul Thomas Anderson, 2007).

Parecía extraño que David Fincher, un explorador de los vacíos flexibles del éxito postmoderno en “El club de la lucha”, no se hubiese entrometido todavía en uno de los referentes del “american dream” para, con su saña habitual, desmontarlo. Pero parecía más extraña su asociación con el guionista Aaron Sorkin (“El ala oeste de la Casa Blanca”) al empantanarse juntos en este cometido a través del postadolescente Mark Zuckerberg, el fundador (¿solo o en compañía de otros?) de Facebook. No se engañen: poco importa el concepto Facebook en “La red social” si no es con la intención de dibujar los claros (su visión, su ambición, su inteligencia “entusiasmal”) del protagonista. Como hiciera Welles con su ciudadano K., construye Fincher la historia de este “self made man” mediante un puzle rocoso, literario, desafiante, que se nutre de “flashbacks” con el objetivo de plantear(nos) e intuir(nos), no concluir(nos), los vericuetos del sórdido ascenso de este chaval de veintipocos años a la cima. El personaje que Sorkin le ha regalado a Jesse Eisenberg, uno de los actores imprescindibles de la post-comedia hollywoodiense, cimienta a un icono neonato del cine norteamericano, aunque, paradójicamente (y por mucho 2.0. que haya por medio) éste no tenga nada de nuevo. En su hierática condición de observante y conspirador, el Zuckerberg de Fincher dedica el metraje a estructurar líneas de código que canibalizan a todo aquel que no ejecute su lógica de comandos, a todo aquel que se deje llevar por las contingencias imbéciles (amistad, sexo, confianza) del ser humano.

Es “La red social” el gran intento de Fincher de derribar (¿acaso se dedican a diferente menester los grandes creadores?) una ilusión esencial, en este caso la del mito fundacional estadounidense del “hombre hecho a sí mismo” que propagaron Douglass y alrededores. Según el político del XIX, la meta que explicaba el éxito de estos humanos era la consecución de los retos diarios, honestos, que el propio triunfador planeaba, imagen literaria nos toca, justo al erguirse de la cama. Desde la primera (y, en su contención verborreica, extraordinaria) escena, el “Rosebud” de Zuckerberg es, mimetizando al trineo de Kane, un algo tangible, inmerso en la vida, por consiguiente, un algo alejado de cualquier motivación metafísica; a quien ansía impresionar el chaval (quien lo probó, lo sabe) es a una moza que le dijo “no”. A lo largo del filme, y quizá en el único atisbo de la humanidad titubeante del protagonista (ni siquiera se nos esboza su familia), todo (Facebook, el dinero, el éxito, las fiestas) remite a esa chica que no aceptó compartir, daños colaterales de la realidad, los algoritmos de la existencia del futuro magnate.

Con “La red social” y su actualización inquietante y desoladora del arquetipo del “hombre hecho a sí mismo”, David Fincher rueda la cuarta obra maestra de su filmografía (añadiéndose a “El club de la lucha”, “Zodiac” y “El curioso caso de Benjamin Button”). El impresionante trabajo de edición de Kirk Baxter y Angus Wall, unido a la comprensión extrema del texto que prueba la BSO de Trent Reznor (Nine Inch Nails), complementan la multitud de justificaciones por las que semejante calificación, hoy tan manida, se le debería otorgar sin ningún pudor. Nunca se ha coronado a un “self made man”, a ese “new” Zuckerberg del epílogo, de forma tan comprimida, tan amarga, como con la de esa sentencia terrible (“piensa en ellos como en una multa de tráfico”), compuesta por unas palabras que engloban antiguas amistades y convivencias, significada por un epitafio que entierra definitivamente un pretérito.

Aún concluyendo que su red social jamás hubiese cuajado si su impulsor no hubiese conspirado (así se decide en “primera división”, nos recuerda el Maquiavelo de Timberlake) para eliminar “lastres”, Fincher cierra su mirada al creador de Facebook con el irónico y revelador “Chico, ya eres rico” de los Beatles: “¿Qué se siente al pertenecer a la gente guapa?/ ahora que sabes quién eres/ ¿quién quieres llegar a ser?”. Fuera de la sala; bombardeando la cabeza de referencias (esto provocan las chicas guapas y las obras maestras); clickando el Zuckerberg de Fincher en bucle, casi un lamento 2.0., una petición de amistad en Facebook; uno recuerda al genial Randy Newman cuando cantaba eso de “joder, vaya si se está solo en la cima”.

Postdata del jueves 21 de octubre de 2010:
Crítica de Jorge Luis Borges a "Ciudadano Kane" (Revista Sur nº83, agosto de 1941)
"(...) El tema (a la vez metafísico y policial, a la vez psicológico y alegórico) es la investigación del alma secreta de un hombre, a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto. El procedimiento es el de Joseph Conrad en Chance (1914) y el del hermoso film The Power and the Glory: la rapsodia de escenas heterogéneas, sin orden cronológico. Abrumadoramente, infinitamente, Orson Welles exhibe fragmentos de la vida del hombre Charles Foster Kane y nos invita a combinarlos y a reconstruirlo.(...)"