lunes, 31 de agosto de 2009

MAPA DE LOS SONIDOS DE TOKYO

Directora: Isabel Coixet
Intérpretes: Sergi López, Rinko Kikuchi
Web: http://www.mapofthesoundsoftokyo.com/



El cine de Isabel Coixet (sí, ya hay algo con ese nombre tras veinte años) se revuelve entre contradicciones. Nunca ha evitado la realizadora su compromiso con contar historias y eso es lo que ensalza su producción. “Cosas que nunca te dije”, “Mi vida sin mí” y “Elegy” continúan en la terna de sus trabajos reseñables. Ahora bien, en el momento que decide que debe mediar el artificio en la emoción, incluso su mejor producción se resiente. “A los que aman” y “La vida secreta de las palabras”, paroxismos de la herencia publicitaria de la realizadora, mudan su texto en eslogan musical, sus colores en contraposiciones cromáticas “á la Álmodovar”, y sus escenas en discursos silentes muy, muy largos (y muy, muy incoherentes).

“Mapa de los sonidos de Tokyo” resumiría los vicios y las virtudes de Coixet. En esencia, a una asesina japonesa se le encarga eliminar a un español del que acaba enamorándose. Entonces gusta la película. Gusta cuando dedica su tiempo a la antropología y a la psicología: la transferencia de un ser desaparecido (una suicida, aquí) a una persona vacía (como nuestra protagonista, como Freud en su silla), y la venganza de un padre a través de un Tokyo bizarro, inesperado, “camp”, delicado, marciano.

A “Mapa de los sonidos de Tokyo” le ocurre como a un sencillo grano de maíz convertido en palomita iluminada por el microondas industrial de un multicine atiborrado de color. Como si se tratase de un asunto de vida o muerte, deforma Coixet las motivaciones de sus personajes con diseño, publicidad y artificio. En su reiteración, las escenas de sexo (un trasunto que se devalúa de Bertolucci a Lynne) escribirían la síntesis de excesos generales: una voz en off injustificada que retira el sentido al narrador; o un epílogo (con línea final embarazosa incluida) que no haría justicia a Corín Tellado.

Sólo dejando la sala atrás y repensando “Mapa de los sonidos de Tokyo”, extirpándole sus capas sobrantes, hallamos la fuerza de la directora catalana. Sabe Coixet arrancar ideas (y adaptarlas, vean “Elegy”); dirigir actores (López está a la altura de un grande) y componer caracteres interesantes. Para redondear un filme, le faltaría a Coixet escuchar a Leonard Cohen en “Anthem” (“Hay una grieta en todo/ así es como entra la luz”). Comprendería que no es necesario abrir grietas, sino descubrirlas. De ahí entra la luz.

AÑO UNO

Director: Harold Ramis
Intérpretes: Michael Cera, Jack Black, David Cross
Web: http://www.yearone-movie.com/



Harold Ramis y Judd Appatow. Dos de los maquinadores de la actual comedia norteamericana, reunidos en un largometraje. Muy bien. Tema: el primer año después del nacimiento de Cristo. Justo. Jack Black, Michael Cera, David Cross, Christopher Mintz-Plasse, Hank Azaria. Vale. ¿Título? “Año uno”. Perfecto.

El engranaje previo funciona. ¿Qué le pasa a la película? De inicio, su inconexión. Se nota tanto, tantísimo que a Ramis le han cortado minutos que se producen efectos clarísimos de falta de continuidad. Gags incompletos o sobrepasados (el arranque en el poblado se tambalea por ese problema); personajes que desaparecen y aparecen sin elipsis que valga (un ejemplo: el Caín de David Cross). De inicio, sería “Año uno” una película “des-montada” pero, aún imaginándola en su construcción adecuada, no adivinaríamos ese carácter unitario que permitiría juzgar sus intenciones. ¿Quieren Ramis y Appatow revisar “El cavernícola” (“Caveman”, 1981), una sobredosis “kitsch” en la edad de piedra ¡con Ringo Starr de prota, amigos!? O bien, ¿buscan la sátira ácida, inmisericorde, de los Monthy Python en “La vida de Brian” (1979)?

Pues ni lo uno ni lo otro. Ni la metahistoria cachonda (los sacerdotes “gaylord”; las feministas), ni la crítica a la religión (el mito de Abraham; el silencio de los dioses). ¿Cómo sé que no alcanza ninguno de sus objetivos? Pues repito: porque no divierte al nivel de “El cavernícola” y, más importante, porque tampoco incomoda al personal religioso como consiguió (y consigue) la omnipotente “La vida de Brian”.

MARKETING ES MARKETING

Con tácticas de un “Blockbuster” hollywoodiense, la liga explotó en el Bernabeu. Háganse a la idea: Florentino Pérez maneja los mismos mecanismos que Michael Bay, el director de “Transformers” o “Armaggedon”. El espectáculo pirotécnico de fichajes, salidas, declaraciones y presentaciones produjo el efecto buscado: crear una nebulosa (emocional) sobre los tres títulos del Barcelona (y, de paso, sobre Calderón y compañía). Estos “tempos” de marketing globalizado, éstos que cabrean a Laporta o Busquets, son los que dominan el presidente y los directivos del Real Madrid. Y son los que provocan que los aficionados nos parezcamos a los protagonistas de “Resacón en Las Vegas”. Hay pruebas suficientes de que la temporada pasada existió (las vitrinas obesas del Barça, los infiltrados a las asambleas de Calderón) pero ya no la recordamos. Los focos de un mundo “youtube” dirigen hoy su luz (efímera, artificiosa, “impactante”) hacia Cristiano Ronaldo, Benzema, Kaká, Xabi Alonso o Arbeloa. Eso sí, ¿durará?

Lo gritaba el cómico Bill Hicks: “profesionales del marketing, ¡suicídense!”. Es esencial que hablemos de fútbol cuanto antes y “suicidemos” a los comerciantes. En “Robocop”, la corporación OCP ofrecía solucionar los problemas de seguridad de Detroit con la fórmula perfecta: un “robo-policía” ensamblado del cadáver de Alex Murphy, un agente asesinado en servicio, y piezas de tecnología robótica. Esa vorágine de cables y carne representa perfectamente al Madrid de Pellegrini. Un “robo-equipo” que posee restos de la anterior campaña (Marcelo, Raúl, Lass) incrustados en un esqueleto metálico de última generación (Kaká, CR, Xabi Alonso).

La “neoplantilla” que se enfrentó al voluntarioso y limitado Depor de Lotina, sufrió las carencias de estos experimentos. En un lado de la báscula, se materializan futbolistas reinventados (enorme Lass) y jugadas impecables (el segundo gol o el palo de Benzema). Y en el otro, como le atormentaban a Alex Murphy/Robocop los recuerdos de su vida anterior, pesan las memorias de tiempos pretéritos: una defensa quebradiza y jugadores heridos por la duda. Sí, me refiero a Raúl. ¿Se mantiene el capitán por marketing o porque es la pieza futbolística que solidifica a un Madrid heterogéneo, desconcertante, inestable?

viernes, 28 de agosto de 2009

SOBRE "LLAMARADAS" (1991)

ENTRE LAS LLAMAS



"Llamaradas" (1991) arrancó de la imaginación de Gregory Widen, un guionista que había saltado a la fama por parir un éxito inesperado del cine de los ochenta: "Los inmortales". A pesar de que se había forjado en el fantástico, un escritor no puede evitar que sus experiencias emerjan. Widen había trabajado como bombero en su juventud y fue ese oficio el que definió las líneas de "Llamaradas": “no sólo se trataba de pirotecnia, necesitaba mostrar las consecuencias de las tragedias inherentes a una estación de bomberos cualquiera”.

Su texto está protagonizado por Brian McCaffrey (William Baldwin), un chaval que no sabe qué hacer con su futuro. En cambio, su hermano mayor, el sargento Stephen McCaffrey (Kurt Russell) ha hallado el camino; honrar a su padre, fallecido de servicio en un incendio, continuando la tradición familiar. Brian, presente en el instante de la muerte de su progenitor, duda pero acaba por admitir que ése es su mundo, un mundo convulso. En ese momento, el cuerpo de bomberos de los Ángeles se dedica a descubrir quién está provocando fuegos y por qué. Esa tarea se la han encomendado a Donald Rimgale (Robert De Niro), un investigador experimentado que acoge a Brian de discípulo.

A principios de los noventa, Ron Howard confirmaba su habilidad como director de encargos de estudio. Desde sus primeras películas a las órdenes de Roger Corman ("Loca escapada a Las Vegas") o Brian Grazer (la subvalorada "Turno de noche"), pasando por "Splash", "Willow" o "Coocon" hasta "Angeles y demonios" o "Frost/ Nixon", el "wonder boy" hollywoodiense comprende la difícil tarea de traspasar guiones "bestseller" o éxitos literarios de consumo a las salas de proyección. "Llamaradas" abandona las anteriores cintas cómicas y de aventuras de Howard y propone un drama de suspense. Con un tropel de estrellas (William Baldwin, Donald Sutherland, Robert De Niro, Kurt Russell,...) que justificaría una película de catástrofes, el largometraje combina estos dos géneros colindantes gracias a la artesanía de un realizador que sabe lo que quiere la audiencia. Estudiando su biografía, resulta casi imposible que alguien así no entienda todos los mecanismos del séptimo arte industrializado de Hollywood. Ron Howard es un prisionero del cine (familia de actores y directores, actor, productor, realizador, cámara, guionista) y en "Llamaradas" prueba su capacidad para afrontar mil desafíos: controlar una producción enorme, domar a un reparto heterogéneo, ajustar los tiempos a un público masivo (ahora, acción; ahora, drama) y ser fiel al texto de Widen.

Un último mérito de Ron Howard: Robert De Niro. Aunque ganase el Oscar al mejor secundario por "El padrino II", los setenta fueron una sucesión de protagonistas que le revistieron (¡y no había cumplido cuarenta!) en una leyenda. Consagrado su mito, el actor se reinventa en los ochenta y noventa con secundarios irrepetibles: Archibald "Harry" Tuttle en "Brazil"; Al Capone en "Los intocables de Elliott Ness"; Louis Gara en "Jackie Brown" o este Donald Rimgale que compone, gigante, en "Llamaradas".

domingo, 23 de agosto de 2009

EL MUNDO DE LOS PERDIDOS

Director: Brad Silberling
Intérpretes: Will Ferrell, Danny McBride, Anna Friel
Web: http://www.landofthelost.net/



Las revisitaciones cinematográficas de seriales televisivos discurren por caminos diversos. Uno de ellos, sin duda el más "kitsch", consiste en mantener el léxico, la narrativa y la opción formal de la serie y darle un ligero lavado de cara. "Los vengadores" (Jeremiah S. Chechik, 1998), "La tribu de los Brady" (Betty Thomas, 1995), "Starsky y Hutch" (Todd Phillips, 2004) o "Batman y Robin" (Joel Schumacher, 1997), esa adaptación confesa del "Batman" de Adam West, utilizan ese enfoque que combina la parodia (su preconsciente) con la nostalgia (su inconsciente). Las limitaciones de estas adaptaciones son obvias: hablan única y exclusivamente a la memoria emocional, bien a la de aquellos que las vivieron o bien a la de aquellos (¡ay, las maravillas del postmodernismo!) fascinados con las referencias "trash" de un mundo icónico.

"El mundo de los perdidos", una vuelta a la peculiar serie infantil, juega a la inconexión de cartón piedra digital (a ratos recuerda a la surrealista "Casino Royale" de 1967), a la aventura tontorrona (las carreras con dinosaurios bordean el absurdo) y a la comedia gamberra (Will Ferrell suelta a Ron Burgundy). No le interesa tampoco a Brad Siberling (creador de la mínima y soleada "Dame 10 razones") el público infantil, sino que opta por el público infantil setentero, hoy unos cuarentañeros dispuestos a buscar referencias del original. Siempre con la bizarría activada, siempre apagando el modo automático, "El mundo de los perdidos" admite un pase a los atrevidos que sepan bien lo que van a ver (repetimos, como ya ocurrió con "Starsky & Hutch"). El resto, mejor déjenlo.

LA VIDA ANTE SUS OJOS

Director: Vadim Perelman
Intérpretes: Uma Thurman, Ewan Rachel Wood, Eva Amurri
Web: http://www.lifebeforehereyes.com/



Una matanza en un instituto norteamericano, suceso terrible (¿y habitual?) ya explorado en "Elephant" (Van Sant) o en "Bowling for Columbine" (Michael Moore), atormenta a los personajes de la segunda película de Vadim Perelman. Si en otras ocasiones la acción la marcaba una narración lineal, en "La vida ante sus ojos" ésta se divide en dos paralelos que proporcionan una pátina de suspense al filme: la juventud de Diana McFee (Ewan Rachel Wood) y los restos trágicos de su supervivencia en la madurez, con Uma Thurman en el papel de Diana adulta.

"La vida ante sus ojos" confirma algunos de los vicios que podíamos intuir en el, por otra parte, muy apreciable debut de Perelman, "Casa de arena y niebla" (2003). De dos tramas desiguales, suele pasar, adoptamos aquélla que destila mayor emoción y nos desentendemos del artificio. Aunque a veces se fuerce con situaciones límite sin dosificador y con ciertos tópicos previsibles, la adolescencia que protagoniza Ewan Rachel Wood, impregnada de esa sexualidad inocente suya, convence y apega más al filme que los quehaceres de una Thurman rubísima contagiada de la frialdad general; una gelidez reiterada por las opciones formales de Perelman y su equipo. De esta contraposición extrema de argumentos (verdaderamente vital, uno; innecesariamente metafísico, el otro), sólo puede salir un perjudicado: el largometraje. Al final olvidamos, perdón, nos obliga Perelman a olvidar la violencia irracional, la estupidez humana y los sueños truncados con un epílogo gratuito, ideal para atraer a espectadores aficionados a la “fast food”.

viernes, 21 de agosto de 2009

SOBRE "EL CABO DEL MIEDO" (1991)

EL MAL REVISITADO



Spielberg regaló la oportunidad a Scorsese: “Marty, este proyecto tiene el potencial de un éxito comercial”, le vendió, “si sale bien, será tuyo el control sobre tus siguientes películas”. “Eso sí”, bromeó el director judío, “únicamente te lo pasaré si la familia sobrevive al final”. ¿Cuál era la propuesta y por qué Martin Scorsese llevaba un año rechazándola? La solución: un “remake” de “El cabo del terror” (1962), un suspense menor dirigido por J. Lee Thompson. En él, Gregory Peck interpreta a Sam Bowden, un abogado acechado por un psicópata, Max Cady (Robert Mitchum), que le culpa de haber testificado en su contra durante un juicio por el que pagó ocho años de su vida. Scorsese se negaba y se negaba, quizá pensando que no era el director adecuado para la revisitación de una cinta olvidada que jugaba, en términos muy obvios, a un antagonismo bien rodado pero poco profundo. No se imaginaba el cineasta que Robert De Niro ya había adoptado el proyecto. Con el ahínco de un buen amigo, el actor convenció a Scorsese y comenzaron a rodar en Florida “El cabo del miedo” casi solapándose al estreno de “Uno de los nuestros” (1990), esa obra maestra (y su inmediata colaboración anterior) que recorre la evolución de la mafia neoyorquina de los sesenta hasta los ochenta. Aún así, Scorsese no encontraba los acordes necesarios. Salvo De Niro, el resto de papeles estaba en el aire. Harrison Ford o Robert Redford como Sam Bowden, Resee Witherspoon o Jennifer Connelly como Danielle Bowden… y, lo peor, faltaba el tono general.

Hasta que llegó la respuesta. Con Jessica Lange, Juliette Lewis y Nick Nolte interpretando a la familia Bowden, el cineasta italoamericano vio la luz: rodar un cruce entre la asfixiante “La noche del cazador” (Charles Laughton, 1955) y la obra de Hitchcock. De esta forma, los títulos de crédito se los encargaría a Saul Bass (“Psicosis”) y la BSO la ensamblaría Elmer Bernstein a partir del original de Bernard Herrman, el compositor habitual de Hitchcock, mezclados con cortes inéditos de otra banda sonora del maestro inglés, “Cortina rasgada”. Esta cópula de estilos sobre un lienzo inestable (la película original, un material sin pulir repleto de oportunidades), permitió a Scorsese ahondar en los personajes y aportar nuevos matices (aquí irrumpe Laughton) que transforman “El cabo del miedo” de un filme de suspense correcto a un espléndido largometraje moral que (de)muestra la corrupción humana, sus consecuencias (y cómo redimirse de ellas). Frente la dicotomía “bondad/maldad” de la obra del 62, el realizador plantea un mosaico de claroscuros: en este “Cabo del miedo” todos los personajes han sido tan embarrados con culpabilidades, traiciones, mentiras y perversiones que Scorsese declaró que hubo un momento que deseó que “Max los matara a todos”.

Y cuando el director pide algo sabe que su estrella sería capaz. Robert De Niro, como antes hizo en “Toro salvaje” o “Los intocables”, dedicó alma y cuerpo a Max Cady porque descubrió uno de los principales problemas de la anterior versión: Robert Mitchum, el malvado, poseía un físico claramente inferior al de Gregory Peck (Peck, ya lo canta Bob Dylan en “Brownsville girl”, era un gigante de 1,91 al lado de los 1,80 de Mitchum). Y con Nick Nolte esto se repetía. Por eso, pagó 5000 dólares para que le alterasen los dientes, utilizó un acento sureño irreconocible (Scorsese admitió que le producía una gran inquietud) y, sobre todo, se ejercitó hasta la extenuación. En los meses previos al rodaje, el actor ocupó su tiempo quemando grasa hasta tal punto que ésta se vio reducida al tres por ciento de su cuerpo. ¿Una locura? Puede. Su Max Cady, sobrehumano, malvado, vengativo, asesino y purgante permanece en la memoria de los espectadores de la misma manera que habita en Danielle, la hija de los Bowden. “Nunca hablamos de lo que pasó. Por lo menos, entre nosotros. Miedo, supongo, de que recordar su nombre o lo que hizo significase devolverle a nuestros sueños”.

sábado, 15 de agosto de 2009

RESACÓN EN LAS VEGAS

Director: Todd Phillips
Intérpretes: Ed Helms, Zach Galifianakis, Bradley Cooper
Web: http://www.hangovermovie.com/



Ya en 1957, Delbert Mann evidenció con "La noche de los maridos" la importancia de ese rito alcohólico, mujeriego y (hasta entonces) único que arrastra el nombre de "despedida de soltero". Ahora que somos del siglo XXI y tenemos Internet y Prozac y “raves” cuando queremos, este evento masculino se justifica a sí mismo extremando las conductas de cualquier fin de semana discotequero. El cine, muy aficionado a comportamientos límite, ha mostrado las consecuencias de tanto lío: unas lúdicas (el burro ultradrogado de "Despedida de soltero") y otras negrísimas (la prostituta descuartizada de "Very bad things"). Acostumbrado a estos pasotes (en su curriculum están las espléndidas "Aquellas juergas universitarias" y "Viaje de pirados"), Todd Phillips decide producir un divertimento que acompaña a cuatro individuos durante dos días locos en Las Vegas.

"Resacón en Las Vegas" remueve y remueve el subgénero con inteligencia. En lugar de construir las barbaridades de los protagonistas, Phillips propone "re-construirlas". Ese “whodunit” punk del director mantiene el ritmo mientras nos reímos de, nunca con, tres imbéciles que tratan de averiguar por qué arruinaron su vida en una sola noche. Aún así, aunque esta cinta se diferencie con su juego de adivinanzas, las buenas comedias destacan por elementos comunes: una buena historia con buenos "sketches" a manos de buenos cómicos. Los enormes (y desconocidos) Ed Helms (“The office”) y Zach Galifianakis condensan la bizarría general de un metraje atiborrado de momentos impagables y referencias “freak”: “strippers” casaderas, mafias chinas o el mismísimo Mike Tyson. Probablemente por deformación profesional (pocas gamberradas nos salvan del epílogo facilón), el filme acaba desinflado sin el (maravilloso) dolor de cabeza que nos debería dejar una juerga de este porte.

PEQUEÑOS INVASORES

Director: John Schultz
Intérpretes: Ashley Tisdale, Robert Hoffman, Kevin Nealon
Web: http://www.aliensintheatticmovie.com/



Niños y alienígenas. Niños y aventuras, vamos. "Pequeños invasores" cuenta el alunizaje de unos minúsculos (y malvados) extraterrestres en el tejado de una familia norteamericana. Más que en un guión armado, este filme prepúber encuentra sus bazas en contadas ideas visuales (una buena: esos humanos controlados por mandos de la “Play”) y en estrellas actuales del público infantil (Ashley Tisdale, "High school musical"). Pero esto no es suficiente: como desvelaron intentos similares (vienen a la cabeza "Exploradores" o "E.T."), una película de aventuras pide de una narración que la sustente, no de una serie de escenas amalgamadas. Eso sí, una de ellas es perfecta. Si hay algún ser en este universo que no se descojone con Doris Roberts (la irrepetible secundaria de "Remington Steele" o "Todo el mundo quiere a Raymond") interpretando a una abuela "street fighter", que pida cita para hacérselo mirar.

domingo, 9 de agosto de 2009

G.I. JOE

Director: Stephen Sommers
Intérpretes: Christopher Eccleston, Sienna Miller, Rachel Nichols
Web: http://www.gijoemovie.com/



Transformers, Bratz y, próximamente, el Monopoly de Ridley Scott. Los acuerdos de las grandes productoras con firmas de juguetes comienzan a dar sus frutos. El universo está ahí, prefabricado en un estante de una tienda, listo para transmutar plástico en carne. A Stephen Sommers ("La momia") le encargan el papel de científico loco que mueva a una criatura pesada y monumental, "G.I. Joe", dentro de un celuloide de acción. Los cómics y la serie de dibujos animados, inmediatos antecedentes, de poco sirven: hablamos de productos insípidos (en España todavía recordamos el bizarro doblaje mexicano) que han resistido muy mal el paso del tiempo. Sommers dedica su primera lección a desmontar el componente ideológico (militarista y conservador, “un héroe americano”) de los muñequitos creados por Stanley Weston en 1964. Opta el director por travestir a los soldados G.I.Joe con una fuerza multinacional (algo marciano al planteamiento original) que se enfrenta a una organización maligna en gestación, "Cobra". Intencionadamente (según Sommers), "G.I.Joe" organiza un homenaje al Bond "kitsch", súperhumano, liviano y follador; un Bond de siglo XX que abandona a Jason Bourne y retoma el gesto de Derek Flint. Observándola con esta despreocupación sesentera (entre cameos, amenazas al mundo, "Siennas Millers" marcando y mucho gadget) el filme se mantiene, en especial durante su última parte, como un entretenimiento resultón.

En cambio, si se acercan al cine con expectativas de encontrarse un nuevo meneo al género (el que dieron Nolan y su "Caballero oscuro" o Ang Lee y su "Hulk"), no disfrutarán de la película: sólo verán una serie de escenas inconexas, diálogos imposibles (no se me rían) y actores pétreos (Byung-hun Lee). Mejor alquilen la estupenda "Pequeños soldados". En ella, Joe Dante no necesitó maquillar a los "G.I. Joe", los mostró en su verdadera esencia: unos trozos de plástico fachas (y cachondos) empeñados en extender el imperio estadounidense a cañonazo limpio.

EXORCISMO EN CONNECTICUT

Director: Peter Cornwell
Intérpretes: Virginia Madsen, Kyle Gallner, Elias Koteas
Web: http://www.hauntinginconnecticut.com/



Cualquier humano adivinaría que "Some like it hot" no se traduce "Con faldas y a lo loco", que "Another you" no equivale a "No me mientas, que te creo" y que "Ice Princess" no significa "Soñando, soñando... triunfé patinando". Pero, al menos, los títulos españoles de estas películas tienen algo que ver con el filme que presentan (la trama, la idea...). "Exorcismo en Connecticut" ("Maldición en Connecticut" en el original) suena raro porque en él sólo hay el Connecticut del rótulo, amigos. Nada de curas, nada de niñas vomitando y nada de demonios.

Lo más curioso es que los traductores (de forma inconsciente, lo único paranormal de la producción) han hecho justicia a la deshonestidad del metraje. Al igual que no vemos exorcismo que valga, no se justifica colocar el rotulito "basado en hechos reales". Si el director Peter Cornwell sugiere que lo que cuenta (casas embrujadas, maldiciones, fantasmas, curaciones milagrosas) posee algún viso de realidad, nos obligaría a enviarle los trabajos del gran Joe Nickell, un hombre que ya desmontó en los ochenta las barrabasadas sobre las que se asienta la "realidad" de esta película.

En cuanto una ficción mediocre (de buen arranque, eso sí) remite innecesariamente a la realidad, ambas se corroen; un largometraje de terror se convierte entonces en "recreación" cochambrosa de "Cuarto Milenio". Por culpa de embadurnar una palabra tan bella como “ficción”, “Exorcismo en Connecticut” no logra ni asustar. Otra prueba de que suele ser más creíble lo imaginado que lo real.