lunes, 28 de febrero de 2011

LOS DE LOS HORARIOS (Y EL PORNO)


Los de los horarios, esa (a)gente secreta

“Mientras que el cine convencional aspira a que el público aguante durante toda la película, el porno busca que el espectador se vaya cuanto antes”. Esta gran declaración de intenciones, atribuida al actor pornobizarro Ron Jeremy, nos valdría también para comparar el juego del Real Madrid y el Barcelona. Después de que el Barça nos mantuviese atados (a pesar del 0-3) al televisor, el Madrid nos echó al poco de comenzar su encuentro. Todo un éxito... La narrativa del equipo de Mourinho funciona como la de las películas porno: sus trozos inconexos cobran más sentido separados que juntos. Si una escena con dos actrices dedicándose al “chiqui-chiqui” posee una mayor entidad (nunca mejor dicho) y solidez (nunca peor dicho) que la película en la que se encuentra (por ejemplo, la versión “goucha” de “Los Simpson”), el Real Madrid nos excita con las individualidades de Cristiano Ronaldo (¿si se lesiona?) y no con el juego del equipo, deslavazado e imposible.

Como cuentan Andrés Barba y Javier Montes en su imprescindible “La ceremonia del porno” (Ed. Anagrama), el senador norteamericano William Hays redactó una ley en 1930 (el “código Hays”) que regulaba la moralidad en el cine: además de la homosexualidad, el incesto o las relaciones interraciales, el texto prohibía mostrar los ombligos de las actrices. Lo maravilloso viene cuando, al divorciarse, la mujer del senador declaró al juez que su marido “siempre había confundido ombligo y sexo femenino”. Grave problema logístico del bueno de William, amigos. En la rueda de prensa posterior al partido, Mou habla de que “los de los horarios” (esa gente misteriosaaaaa y muy cerdaaaaa) le boicotean y confunde lo esencial (el fútbol) con lo accesorio (por mucho que nos gusten los ombligos), cayendo en la peor equivocación de un míster: justificarse con tonterías (práctica habitual en Guardiola; fíjense en cómo se apoyará en los árbitros si pierden la eliminatoria contra el Arsenal). Piénsalo bien, Mou: si quitasen los partidos a las diez de la noche, ¡nos obligarían a sufrir “La noria”! ¡Vivan esos “Men in black”, “los de los horarios”, y, de paso, viva “el de los cuadros”!

“Quizá no podría definir con toda claridad el concepto de porno, pero lo reconozco cuando lo veo”. Estas fueron las palabras del juez Stewart en una sentencia de 1964 sobre el tema pringoso que nos ocupa. Yo tampoco alcanzaría a definir a qué está jugando el Real Madrid de Mourinho, ni si nos va a dar la alegría de la Copa del Rey o la Champions, pero, al ver perderse a Kaká, al aguantar las pijadas de Pepe, al desaprovechar a Xabi Alonso, uno reconoce a este Real Madrid y asume que, de momento, tiene difícil arreglo.

domingo, 27 de febrero de 2011

CHICO & RITA

Director: Tono Errando, Fernando Trueba & Javier Mariscal
Web: http://www.chicoyrita.es/



La estética de la Habana pre-revolucionaria, ésa que conoció las dictaduras de Machado y Batista y la intervención estadounidense, emparenta a aquella lejanísima capital cubana con su ética y sus aspiraciones. En sus calles, en sus teatros, en sus bares brillaba, esplendorosa, “neón-izada”, la sumisión (y se incubaba la reacción castrista) hacia todo lo que sonase a norteamericano. No sólo era el lugar (“noir”) perfecto para los negociantes (como mostraron Coppola en su “El Padrino II” o Pollack en su “Havana”), sino que supuso un cruce de caminos entre los grandes del jazz (Gillespie, Cab Calloway, Charlie Parker) y los grandes de la música cubana (Mario Bauzá, “Mongo” Santamaría, Pérez Prado); una infección musical (por lo que posee de inoculación) que acabó extendiéndose, en forma de “mambo” o “Cubop” a Nueva Orleans, Nueva York o Miami. En La Habana se combinaba el sabor caótico, sexual, arrabalero, de un país caribeño, y el ansia por tarifar esa locura sudorosa como espectáculo, ellos lo habían visto triunfar en Las Vegas o Broadway, de los estadounidenses. Una meta similar (inhalar esa cultura cubanonorteamericana de entonces, esta vez, a través de una microhistoria de dibujos animados) es la que tienen Fernando Trueba y Javier Mariscal en “Chico y Rita”.

Cuenta el filme los vaivenes en la relación amorosa de una cantante y un pianista desde sus inicios hasta la actualidad con una referencia en mente y trazo: el músico nonagenario Bebo Valdés, compositor de la banda sonora. Y esto determina el desarrollo y el peso de la película, un (sentidísimo) homenaje a una figura esencial de la música cubana: es él el que se mueve por las calles animadas de La Habana (en un hábil 2D que muta a 3D durante persecuciones y paseos) y es él hacia quien se tiran líneas de ficción para que éstas se coloquen, domadas y paralelas a su biografía (la colaboración de Chico con Estrella Morente en correspondencia a la colaboración de Bebo con Diego “El Cigala”). Pero, aceptado lo emocionante y lo merecido de su pleitesía a Valdés, “Chico y Rita” no guarda el aroma que le suponemos a aquella Cuba. Suele ocurrir al imponer un estética y un discurso excesivamente envarados a una música bastarda o un contexto histórico convulso; por muchos méritos técnicos que se encuentren en su animación, el resultado acaba remitiendo más a las postales mecánicas de un “biopic” al uso, que al “amour fou” (en una “cité fou”) de sus dos protagonistas. ¿Qué salva al filme de Trueba y Mariscal? Lo (menos) automático de su propuesta: los “standards” “Stardust”, “Besame mucho” o “Sabor a mí” suenan en la voz de Limara Meneses y el piano de Bebo Valdés con mayor resuello, con mayor verdad, que cualquier artilugio del metraje.

lunes, 21 de febrero de 2011

WINTER’S BONE

Director: Debra Granik
Intérpretes: Jennifer Lawrence, John Hawkes, Garreth Dillahunt
Web: http://www.golem.es/wintersbone



Los niños, en sus clases preescolares, describen el sur como eso que está justo debajo del norte y el este como aquello que se encuentra a la derecha del Oeste. Sin complicaciones, sin meteduras de pata. Al tornarnos adultos, esta teoría continúa vigente en nuestras cabezas, quizá adornada por una brújula o un GPS, y obvia otros condicionantes que ayudan a geo/antro/socio/psico-localizar lugares alrededor del mundo. Fíjense en el Sur (mayúscula) norteamericano, una zona que, paradójicamente, no engloba a todo el territorio sureño de USA (Nuevo Méjico o Arizona se quedan fuera), ya que las fronteras de esta parcela de tierra arenosa se rigen por unas leyes que complementan a las físicas. La moralidad férrea y protestante, el amor desmedido por las armas y la propiedad privada (no poseemos unas, no podemos defender lo otro), o la lealtad inquebrantable a una concepción de familia inmutable, cercan sus territorios con más fuerza que los muros entre estados.

Debra Granik viaja a las montañas Ozark, a la Texas profunda, en su segunda película. Basada en un relato del escritor Daniel Woodrell (“escribo “country noir””, declaró recientemente el novelista, acusándose), el filme sigue las pesquisas de Ree (Jennifer Lawrence), una adolescente en busca de su padre, un prófugo de la justicia. En la extraordinaria novela de Erskine Caldwell, “El camino del tabaco” (1932), una familia veía desmoronarse su miseria mientras el Sur (encarnado en predicadora, vendedor o deficiente) visitaba su porche. En un desafío redentor y utilitario (en el protestantismo, ¿no son lo mismo?) que mezcla la ¿rutina? de despellejar una alimaña con los escenarios lynchianos de “Twin Peaks”, nuestra protagonista investiga sobre el paradero de su padre, inconsciente del Sur que este último simboliza, que hay más allá de su porche. De pronto, a nuestra niña le asaltará ese lugar, metafísico y violento, peligroso y tribal, que ya visitara John Boorman en “Deliverance” o que arrasara Eastwood en “Sin perdón”. Por tanto, no resulta gratuito asociar el largometraje de Granik al western postmoderno, y ligarlo a la potencia del arquetipo prepúber, femenino y fronterizo (lo usan los Coen y su “Valor de ley”) como heroína accidental, como salvadora de lo único que queda (aquí, dos niños) de bello en el infierno.

Ganadora del festival de Sundance y nominada a cuatro Oscar, “Winter's bone”, con sus claroscuros narrativos y su naturalismo formal (ascético y brutal a un tiempo), reclama su puesto entre las películas esenciales del año. Nuestra chiquilla, tan perdida y fuerte como la Dorothy de “El mago de Oz”, casi tan rodeada de brujas, leones buenos y maldiciones está la pobre, devuelve esa sensación maravillosa de (re)conocer a cineastas que saben que hay un Sur lejos del sur, que saben que de lo oculto supura el horror del hallazgo.

FUTBOLISTOS

Cromazo...

“Esto es lo que pasa cuando das por el &%$Ç a un desconocido”, gritaba Walter Sobchak (John Goodman) mientras destrozaba el coche equivocado en “El gran Lebowski”. Es imposible no recordar este momentazo cuando a uno le cuentan el “remake” con Juanele. Como en la película de los Coen, el humorismo del instante bizarro no solo reside en los dos protagonistas (Sobchak/el pobre Juanele; y el propietario del auto), sino en El Nota/El guardia de seguridad gijonudo. Ambos secundarios observan atónitos la escena, comprobando cómo su mundo se desbarata a golpes: al personaje de Jeff Bridges le machacan su coche-casa-porruniverso a barrazos; y, si era un fiel sportinguista, al segurata le derrumban a su héroe, a ése titán del equipo rojiblanco, ocupado hoy en el arte del pincheo vehicular. Todo muy doloroso, vamos.

Preocupados por la mentalidad de algunos deportistas, hemos gastado el fin de semana a estudiar si el número de estupideces por persona aumenta significativamente entre la población de futbolistas. Nuestras conclusiones son definitivas: sí y con mayor incidencia en los delanteros. Piensen el lugar común de partida: humanos jóvenes y bienintencionados con, de pronto, mucho dinero para liarla. Güiza y su madre y la Nuria Ber (“mi hijo no é mu lizto”, soltó la señora en un programa del corazón). José Antonio Reyes, multimillonario en Londres y quemado porque “allí no hay nada que hacer” (¡¡¡en Londres, compañeros!!!): es lógico que se dedicase al coleccionismo de coches de lujo. El portugués Miguel y sus disparos al aire al salir de una discoteca. Benjamín escondiéndose de Lopera durante una fiesta de cumpleaños. Pandiani yendo a entrenar en camión y quedándose atrapado en una de las entradas. Donato y su terrible “fuerza pa vivir”. Kaká, su mujer y su “Dios puso el dinero en manos de Florentino para que fichase a mi marido”. Cañizares tiñéndose y parando un bote de colonia con el pie. Oleguer y sus artículos sesudos sobre De Juana Chaos. La lista es interminable: Collymore, Guti y su tatuaje de la capilla sixtina, Julio Salinas en “Mira quién baila”…

Amigos, las barrabasadas son tan inherentes al mundo del balompié como el balón. Yo propondría arrejuntar a estos futbolistas en un solo equipo y probar a ver qué ocurre. ¿Correlacionará inversamente el CI con la calidad de su juego? Ay, no sé qué pensar pero sí puedo sugerir al entrenador perfecto: David Vidal. Ya estamos todos: ¿en qué ventanilla se hace uno socio?

martes, 15 de febrero de 2011

DESDE LA GALA DE LOS GOYA

Los Goya

 Alex De La Iglesia, charlando con nosotros

Por mucho que en esta edición parezca que se ha montado el lío padre, Jimmy Jump incluido, en los Goya siempre hay batallas. Hay batallas en el público que espera a las celebrities, hay batallas al buscar(se) un sitio entre las decenas de policías que cercan el Teatro Real, y hay batallas al apropiarse de un recodo entre la marea de fotógrafos.

The carpa

Porque en la inmensa carpa de 25 aniversario que la Academia ha colocado en la plaza de Oriente comienza la gran pelea de estos premios, la de los actores que quieren salir en la foto y la de los fotógrafos que solo quieren a algunos (vamos, a Bardem) actores en sus fotos. Se demuestra en el “photocall” que pervive una generación de histriones, inquilinos de un cine español que nunca volverá, Sancho Gracia (que ya se cabrea en su entrada), Terele Pávez, Massiel y Juan Luis Galiardo; y que también hay un relevo nacido en la televisión y de inquietante asepsia (Mario Casas, Dafne Fernández).

 Areces, a lo suyo

Tosar

Asusta lo que se encuentran dentro, recién salidos de un Audi, a esa turba de fotógrafos que multiplican sus caras, diafragma más abierto, enfoque adecuado, flash, flash, flash, y les exploran las imperfecciones desde sus pantallas LCD. “Ésta la vendo fijo”, me dice un compañero fotógrafo mientras enseña un posado de Belén Rueda, tan sonriente e imposible como siempre.

Emilio Aragorn

Mario Casas

La que tendrá buenos postores será la foto Alex-Ángeles, casi una pareja en segundas nupcias ambos, agarraicos de la mano, simulando frenesí. Casi uno echa de menos al inhóspito Palacio de Congresos al sufrir la que se ha montado a las puertas del Real: humanos con la careta del ¿héroe? de “V de Vendetta” gritan, me gritan, al entrar que “ya saben los ganadores” y que “Internet es libre” y que “Sinde es una sinvergüenza”.


 No sé, esto me parece muy lejos de la bandera de Wikileaks que muestra Assumpta Serna, algo bobalicona ella; bueno, que está frío y uno prefiere entrar y ver cómo el público, hoy disfrazado de clase alta, se otorga a Jorge Drexler que hace gala de una elegancia, “adelante, por favor”, me (con)cede en un quicio, sobrehumana.

 Elena Anaya, as beautiful as always

Puigcorbé, su majestad

“Parece ser que a dimitir ahora lo llaman “hacerse un Alex De La Iglesia””, ironiza con nosotros el presidente de la Academia. Su militancia twitteriana, con los riesgos que componen ese mundo de 140 caracteres y su mono de instantes molones que compartir, le han empujado a esta situación: un limbo donde, como cineasta, no puede defender a la ley Sinde ni, como presidente, tampoco puede criticarla. Su discurso, leído con una contundencia “charlesbronsoniana” que le aleja de la pomposidad autista de la ministra, esquiva los charcos más peligrosos (derechos de autor, su relación con González-Sinde, modelo de negocio futuro del cine) y se centra en reforzar la unidad y su “be cool” con los internautas (eso sí, en su “Internet es la salvación del cine”, a De La Iglesia le falta el cómo); por tanto, auguro un reto realmente difícil para su sucesor: aunar las mentalidades e intereses de figuras (productores, distribuidores, directores, políticos) tan diferentes en una industria ya de por sí fragmentada y aún desconocedora de cómo gestionar en Internet sus contenidos para que sean rentables.

Abogadooo...

Bang!
 
Se nota, y en especial en la cara de Carolina Bang al perder su Goya, que la gala a la que asiste De La Iglesia no es en su papel de cineasta sino de presidente. Por eso, la falta de premios de “Balada triste” no suena a fracaso, sino a casi una confirmación de su irregularidad “clown”.

Balada, y tan triste, de trompeta

En su lugar, emerge una película comprometida, de pulso, y se premia con ella la carrera de un director con voz propia, agrietada por los años de producción independiente: Agustí Villaronga. Se le galardona a él, pero también se galardona a su obra, poblada de filmes indispensables (“Aro Tolbukhin”, “El mar” o “Tras el cristal”).

Manuela Velasco

Aceptando que hablamos de una ceremonia con excesivo número de premios, con intervenciones de agradecimiento demasiado largas en trofeos menores, reconcilia con los Goya una sensación de estar ante un espectáculo rodado y redondo (bendito Buenafuente) y de una justicia general para con (casi) todos los premiados: reconocida “La mosquitera” y derrotado “El discurso del rey” frente a la magistral “Un profeta” (además, Audiard y su maravillosa excentricidad estaban en la sala), el total hubiese quedado perfecto. Última entrega con Alex De La Iglesia y, cuando sales a la calle, permanecen en el “hall”, Goyas tras Goyas, las chiquillas con escote, riéndose, fascinadas por algún actor, negociantes dejándose notar, Andrés Pajares con cara de perdido y Massiel, ¿qué sería un sarao sin ella?, paseando entre sonrisas y bizarrismo.

The Pajares Family

Audiard, ese dios

lunes, 14 de febrero de 2011

EL PELACO DE LEONEL ÁLVAREZ

Leonel, seguro de su pelo

Estoy seguro de que a ustedes les ha pasado. Se encontraban ¿disfrutando? el España-Colombia en sus casas, en el bar o en un motel de carretera y, de golpe y porrazo, apareció Leonel Álvarez y su pelaco. Ya lo saben, soy un gran aficionado a los jugadores latinobizarros (Dertycia y su alopecia, Hicks y su “chapacú-ismo”, Mauro Zárate y sus saludos fascistas…) que han alunizado en Europa y la imagen del “asistentetecnicoalseleccionadorcolombiano” funcionó en mis entrañas emocionales con una potencia similar a admirar la papada de Uribarri. Esos rizacos, ese devenir capilar entre la turbulencia y el torbellino, me arrastró principios de los noventa, cuando el bueno de Leonel era futbolista del Valladolid y las armaba pardas en los campos de España con su compatriota Carlos Valderrama. Antes de que conociésemos a Aureliano Buendía, antes de que Shakira se liase con Piqué y se estampase en nuestras vidas #eldeloscuadros, esos dos humanos del equipo blanquivioleta nos descubrieron Colombia y sus “waka-locuras” en una visita a Oviedo. Allí estaban, con sus miradas turbias y su pelaco, ¡ese pelaco moreno!, ondeando en el Tartiere. Chiquillos nosotros, nos acercamos a ver si caía un autógrafo… y solo nos llevamos la mirada cabreada de otro ilustre colombiano, el dentista (y, entonces, míster del Valladolid) “Pacho” Maturana.

Este viaje a los noventa no terminó el miércoles. Los madridistas de mi generación, además de recordar a Leonel, volvimos a tener una sensación olvidada en el más remoto de los tiempos: ¡una jornada en la que el Barcelona no gana! ¡Qué emoción, compañeros! ¡Ay, amigos, y tenía que ser el Sporting, ese equipo tan querido en la capital asturiana! Por una vez y sin que sirva de precedente, nuestro profundo agradecimiento al equipo de Preciado; Mou le enviará un “bouquet” de flores al entrenador con un sencillo mensaje, tomado de esa gran composición de Daddy Yankee, “lo que pasó, pasó”. Lo que dijo el portugués sobre Preciado (“cuando juegan contra el Barça y ven que no pueden ganar, meten al segundo equipo”) era una broma de cámara oculta. Ríanse, mozos, y enterremos calificativos del estilo de “p… canalla” o “asqueroso”. Mou no se refería al Sporting, tontones, que hizo un partido muy serio y supo contener, Cuellar mediante (a pesar de su error en el gol), a esa armada de orcos.

No nos engañemos, como María Teresa Campos o Parada, los madridistas somos unos yonquis de la nostalgia. Escribía Neil Young en “The needle and the damage done”, “canto esta canción porque quiero al adicto”. Amigos, quiérannos. De tarde en tarde y más en estas tardes de los tres últimos años, los aficionados al Real Madrid tenemos que mirar al pasado para intentar construir un algo (¿una liga? ¿una copa? ¿un buen pelaco?) que lo siga alimentando, que nos vuelva a dar motivos para añorarlo.

viernes, 11 de febrero de 2011

PRIMOS

Director: Daniel Sánchez Arévalo
Intérpretes: Quim Gutierrez, Raúl Arévalo, Antonio De La Torre
Web: http://www.primoslapelicula.com/



La comedia “romanticostumbristelevisiva” ha marcado la trayectoria de una generación de cineastas: David Serrano, Borja Cobeaga, Tom Fernández, Nacho G. Velilla... Aunque todavía no esté muy claro si el movimiento se debe al éxito comercial del subgénero, a una afinidad temática entre creadores (o a ambas), sí existen diferencias al afrontarlo: desde el franquiciado (G. Velilla), desde el localismo astur (Tom Fernández) o desde la remezcla postmoderna (Cobeaga). Daniel Sánchez Arévalo, a pesar de compartir edad y gustos con los anteriores, se situaba a medio camino entre este humorismo y el drama. Sus dos experimentos previos, “Azuloscurocasinegro” y “Gordos”, saltaban del grotesco a la dramedia, del gamberrismo al almodóvarismo, complicando con semejante mezcolanza el vaticinio de hacia dónde se dirigiría su carrera. Ahora, con “Primos”, su opción no deja lugar a dudas: danzar alegremente por los (pringosos) terrenos de la comedia romántica junto a algunos de sus actores fetiches.

Dos primos (Raúl Arévalo y Adrián Lastra) consuelan a un tercero (Quim Gutierrez), al que una (mala) mujer ha abandonado en pleno altar. Como manda la reciente comedia española, nada mejor que regresar al pueblo (natal o accidental) si queremos reubicar nuestra vida sentimental (es decir, encontrar a una moza salvaje y casera) mientras que, en el impás entre lo/a uno/a y lo/a otro/a, se deje paso al suficiente número de enredos que justifiquen el metraje. Esto, que parece tan mecánico, puede (de)mostrar diversas formas de enfocar el cine. Que Sánchez Arévalo se mueve a un nivel notable en todo aquello que cuenta lo podemos adivinar con el inicio del relato: un hombre solo, patético, se inmola ante su familia como un inmaduro funcional (no es capaz de desvelarles que le han dejado hasta el último momento) y, consecuentemente, se comporta como un inmaduro funcional, tratando de recuperar a su primer amor. En un pequeño pueblo de Cantabria, lejos de la (malvada) gran ciudad, se encuentra esa chica del pasado, Martina (una espléndida y guapísima Inma Cuesta), y es allí, entre borrachos buenos y putas buenas, entre “glory days” caducados, donde los personajes recomponen su existencia, atrapados por las recetas clásicas shakesperianas: equívocos, “gags” y romance. Este material, que en manos de muchos de sus congéneres se tornaría plano y repetitivo, durante la primera mitad del filme adquiere una entidad brillante, soleada, frenética. Su “cast” principal, con un Quim Gutiérrez que perpetra comedia con encanto, un Raúl Arévalo que perpetra comedia “punk” y un Adrián Lastra que perpetra comedia autista, engrandece el resultado final. Que este subgénero depende en gran parte del guión y de los actores se nos recuerda, para bien y para mal, en el total de “Primos”; aunque su tramo final derive en comedia romántica al uso (y exportable), se agradecen sus ratos luminosos, su Comillas imposible, su reparto y, cómo no, su liviandad bien hecha.

martes, 8 de febrero de 2011

127 HORAS

Director: Danny Boyle
Intérpretes: James Franco, Amber Tamblyn, Kate Mara
Web: http://www.foxsearchlight.com/127hours/



En este mundo, hay “historias no-hollywoodizables” e “historias hollywoodizables”. En la primera categoría (si nos ceñimos a la actualidad), entrarían “La vida en tiempos de guerra” de Todd Solondz o “Copia certificada” de Kiarostami. Entre las segundas, se podría incluir a la reciente (y pomposa, y automática, como prueba la bendición de la Reina de Inglaterra) “El discurso del rey” o a la nueva cinta de Danny Boyle, “127 horas”. La película se ocupa de una microsecuencia en la vida de Aron Ralston que marcó el resto de su existencia. Ralston, un aventurero experimentado, quedó atrapado por el brazo después de un accidente en las montañas de Utah. Solo, sin posibilidad de escape, Aron decidió cortarse la mano para conseguir zafarse y, así, evitar una muerte segura. Material guionizable de supervivencia épica que, en lugar de incubarse en la corte isabelina a través de la aséptica superación de una tartamudez, se prueba aquí cercenándose un miembro del cuerpo.

Danny Boyle, poseído física y cinematográficamente por Joel Schumacher, aupado a los altares por la mediocre “Slumdog millionaire”, asume la tarea de llevar al celuloide las ciento veintisiete horas que aislaron al montañista dentro de la grieta. Esa ¿modernidad? ¿modernez? con la que nos asaltó Boyle en los noventa (se recuerda, con cariño, sin revisión, a “Tumba abierta” o “Trainspotting”), ya suena, vistas “La playa” o “Sunshine”, a ajada el día del estreno. Mientras que el Timothy Threadwell de Werner Herzog en “Grizzly man” era reverenciado como un profeta hippie o el Christopher McCandless de Sean Penn en “Hacia rutas salvajes” se desarrollaba como un poeta “new age”, las primeras escenas del metraje revelan a un idiota inconsciente y autorreferente (siempre con cascos, siempre grabándose) con el que es muy difícil compaginarse. Esa pantalla partida, un recurso repetido que hace perder a la película eficacia dramática y consistencia fílmica, dibuja a un personaje incompleto, a alguien que aluniza en un hoyo y (re)construye sus conflictos emocionales con la única motivación de que avance un guion deslavazado.

Sueños sobremetaforizados, apariciones de familiares/chicas etéreas o pequeños artilugios narrativos (una lluvia repentina, la posibilidad de un rescate, bien dosificados por Rodrigo Cortes en “Buried”) no bastan a “127 horas” en su intento de sostener una ficción real. Sus minutos, una vez sufrida la (sangrienta e inútil) auto-amputación del protagonista, desembocan en el mismo punto que cualquier historia hollywoodizable: en el inevitable final feliz, en los inmaculados títulos de “qué fue de…” danzando por una triple pantalla.

lunes, 7 de febrero de 2011

BENZEMA NO ES JAMES BOND

¿Este tipo se llama Bond, James Bond?

El lío más grande de la carrera de Albert R. Broccoli, mítico productor de las películas de James Bond, fue buscar un sustituto a Sean Connery después de que éste anunciase su abandono tras su quinto metraje interpretando al agente británico, “Sólo se vive dos veces” (1967). Intentando que todo cambiase para que todo siguiese igual, Broccoli escogió a George Lazenby, un modelo australiano cuya principal experiencia como actor eran unos anuncios de chocolatinas. “Al servicio secreto de su majestad” (1968) fue su único filme dando vida a Bond; bien parecido (y majete), Lazenby cumplió una de las premoniciónes que, con ironía, soltaba en el transcurso de la cinta: “esto no le hubiese ocurrido nunca al otro tipo”.

“Esto no le hubiese ocurrido nunca al otro tipo”, seguro que se ha repetido Karim Benzema a lo largo de la temporada pensando en Van Nistelrooy. Salvo en determinados momentos de verdadera demostración de clase, no se nos puede olvidar ese golazo en Sevilla o el tanto frente al Mallorca, al francés le vence la apatía, el fallo, el desapego ante la portería. ¿Adebayor es la solución? En lo poco que ha jugado, la solidez del africano es destacable. Aunque su currículum se encuentre a años luz del galo, sería justo reivindicarle como un posible reemplazo de Benzema en el once titular, al menos, hasta la vuelta de Higuaín. Se veía venir con el discurrir de los fichajes de verano: nos faltaba y nos falta todavía un “killer”, un delantero centro que socorra a CR7 con la responsabilidad del gol. Lo que en el Barça compone Xavi o Iniesta y ejecuta Messi, en nuestro equipo recae sobre Cristiano. Cuando falta alguno de sus proveedores (en la derrota en Pamplona, Xabi Alonso arrancó en el banquillo), él se ve desbordado por multiplicarse y por soportar a públicos de guerrilla como el del Osasuna en el Reyno de Mordor.

Valdano y Florentino tendrían que haberse leído la historia de Broccoli antes de hacer el ridículo con el regreso de Van Nistelrooy. El productor, al comprobar el fracaso de la saga con el experimento Lazenby, ofreció a Sean Connery un (con)trato inmejorable si reemplazaba al australiano y protagonizaba “Diamantes para la eternidad” (1971): 1,3 millones de dólares y un 12% de la taquilla. Con sus (imposibles) demandas económicas, el Hamburgo nos hizo un favor. Connery solo aguantó una aventura más de Bond, el personaje que le había aupado a la fama y que ya le lastraba, y aterrizó Roger Moore, que encarnaría al espía en siete películas consecutivas. En esas está el Madrid aun: buscándole un Roger Moore a Van Nistelrooy.

sábado, 5 de febrero de 2011

THE FIGHTER

Director: David O. Russell
Intérpretes: Mark Whalberg, Christian Bale, Amy Adams
Web: http://www.thefightermovie.com/



Aun con sus irregularidades, echábamos de menos al cineasta David O. Russell. Casi como una mímesis de sus inestabilidades (se rumorea que en el rodaje de «Tres reyes» George Clooney estuvo a punto de golpearle), su filmografía discurre entre altibajos; ahora, después de guardar silencio durante seis años, estrena «The fighter», un proyecto ultrapremiado. Tras el desastre comercial de «Extrañas coincidencias» (un metraje a revisar), pareciera como si el director hubiese sacrificado parte de sus propuestas fílmicas (deformación multipantalla de la imagen, tramas/temporalidades entrecruzadas) en pos del reconocimiento público. Ya de arranque, su (socorrida y luminosa) afición por la neocomedia indie, cercana a sus amigos Alexander Payne o Wes Anderson, se aparca al abordar una (deport)ografía hollywoodiense en la que irrumpen características ajenas a su subgénero habitual: la ausencia de humor (incluso «Tres reyes» debía más a las películas «Road to...» de Crosby & Hope que a «Black Hawk derribado») y la capacidad de superación como principal motor en la evolución de personajes.

El atrevimiento de su director evita que «The fighter» no despegue siendo otro biopic-franquicia de Hollywood. La desmesura del prólogo, en tempo y atmósfera cercanos al Scorsese de «Malas calles», retrata con talento a sus dos hermanos protagonistas (y a su asfixiante Massachussets): en el caso del primogénito, un Christian Bale pasado de vueltas, la implacable (tele)visión de un hundimiento, y, en el caso del segundo, la (in)candidez de un futuro posible dentro de un ring. En la zona más potente del relato, familia y tradición (de fracasos) se interponen en el camino de la promesa del boxeo, Micky Ward, y colisionan contra las carnes de una mujer perdedora/ida, la única que le empuja a seguir adelante. Es en su realismo social, que huele (hablamos de emigrantes irlandeses) a Frears o Loach, donde mejor se mueve el metraje: mientras muestra la inmersión de la clase baja en el discurso televisivo como generadora y consumidora del mismo; el choque cultural con un cine marciano (la referencia a «Belle époque», deliciosa), o, por encima, la verdadera representación de esa familia hiperpoblada que, con una impresionante Melissa Leo a la cabeza, fagocita a sus propios miembros.

Al bambolear sobre el riesgo decepciona que la narración de «The fighter» desemboque en el convencionalismo. Nadie niega a O. Russell la fidelidad a la historia de Micky Ward, pero quizá esta (i)realidad sea lo que peor le haya sentado a su ficción. El brío, los claroscuros y las paradojas emocionales/visuales se diluyen al final, en busca de un «happy ending» que deje contento a productores y a biografiados. Este sacrificio, que en manos de Bruce Beresford o Gabriele Muccino hubiese degenerado en grima, en David O. Russell termina en una cierta amargura. Cuando nos (medio) reíamos con su metodología Robert Altman, cuando le ofrecía un (buen) par de hostias a George Clooney, nos gustaba más.