lunes, 31 de mayo de 2010

THE CRAZIES

Director: Breck Eisner
Intérpretes: Timothy Olyphant, Radha Mitchell, Joe Anderson
Web:http://www.thecrazies.es/



Uno de los mejores intérpretes del terror venidero, ése que nos asaltaría en el siglo XXI y que se define por el miedo al contagio (a la cercanía del otro, del sucio desconocido; al derrumbe de la confianza en la asepsia higiénica del mundo), fue George A. Romero. No contento con explorar únicamente ese horror (ya lo había diseccionado en "La noche de los muertos vivientes"), utilizó su "The crazies" de 1973 como una doble pantalla al futuro, explorando además otro territorio común a nuestras paranoias postmodernas: las teorías conspirativas. Retomaba el cineasta su manifiesto político en el que, por acción humana (como buen norteamericano, por acción de un gobierno "alejado del pueblo"), el salvajismo reconquistaba la realidad capitalista, legal, "estructurada" con el objetivo de restaurar el verdadero “orden” armónico: el natural. Y sólo desde allí (en caminos arrasados, en casas perdidas en medio de la nada) se podría comenzar a adivinar una reconstrucción, un porvenir.

Con ese regreso al virus que aniquila el contrato social y que trastoca "La noche de los muertos vivientes" de serie "Z" a tratado filosófico, Romero vuelve también a una pequeña ciudad norteamericana en la que algunos de sus habitantes empiezan a comportarse de forma violenta. En paralelo, el ejercito, causante del caos por el derrame de un agente toxico en un lugar próximo, ejecuta un plan para eliminar a todos los infectados. Un material de "remake" perfecto que Breck Eisner se encarga de rodar en el estreno de igual título. El aumento de presupuesto, que desnaturalizaba similares revisitaciones ("Las colinas tienen ojos"), no chirría de la manera que se esperaba ya que la versión de 1973 no apoyaba su discurso en argumentos con caducidad, como los terrores “camp” o las algaradas setenteras, sino en motivaciones mucho más consistentes. Timothy Oliphant, un actor de registro limitado (las dobleces interpretativas, le ocurría en la serie "Daños y perjuicios", no le sientan bien), sí consigue aquí un retrato convincente, capaz de sostener el desarrollo al lado de la desaprovechada Radha Mitchell. Ellos sufren la degradación de un pueblo, que va de un clásico y estable "We'll meet again" de Johnny Cash, al sonido hospitalario de la maquinería militar. La irrupción del horror en la nada cotidiana (ese partido de beísbol que hemos vivido todos) se dirige, imparable, a la destrucción total. Frente a Romero, el guión de los habituales del género Wright & Kosar acentúa la incorporeidad de un ejercito (ahora sí nos ataca la contemporaneidad) que observa y, a lo lejos, en su atrofia emocional de “screens” y puntitos, bombardea. Probablemente, lo único que haga titubear al "remake" de Eisner sea que la potencia de su primera parte aplaque a un endeble segundo acto. Qué le vamos a hacer; de media, bien.

LEGION

Director: Scott Stewart
Intérpretes: Paul Bettany, Lucas Black, Tyrese Gibson
Web: http://www.sites.sonypicturesreleasing.es/sites/legion_site/



A comienzos de los años noventa se pusieron de moda los ángeles. Una encuesta en la revista TIME de 1993 confirmaba que el 69% de los norteamericanos creían en la existencia de estos seres sobrenaturales, y que un 32% afirmaba haber sentido personalmente alguna vez en su vida la presencia de una o más de estas criaturas”. Teniendo en cuenta que el libro que contiene esta cita, “El planeta americano” (Ed. Anagrama) de Vicente Verdú, fue escrito en 1996, hay que concluir que los ángeles están de capa caída. Los muy desgraciados han sido sustituidos, en el afán goticoadolescente del personal postmoderno y “cool”, por los vampiros (y, en días “guarretes”, por los zombies); en definitiva, han sido expulsados del imaginario postapocalíptico del XXI... ¡vaya por dios (que es su Jefe)!

En los relatos bíblicos, bien como mensajeros, bien como caídos, se nos daba buena nota de la existencia de estos seres voladores. En cambio, no hay rastro de ellos en los últimos conatos fílmicos de fin del mundo (“La carretera”, “El libro de Eli”, “La niebla”), ni en las recientes representaciones de cielo metafísico “cuco” (“Desde mi cielo”)... y, ¡ay, qué pena!, tampoco buscamos un rato para recordar a ese ideal pop que encarnó, cádaver exquisito, John Phillip Law en “Barbarella”.

Con el tinte a pseudo “B” que ya poseía una de sus predecesoras, “La profecía” (una cinta que llegó a trilogía de manos de Christopher Walken ¡y Jennifer Beals!), Scott Stewart cuenta la llegada del “The end” global a una gasolinera donde se entrecruzan varios personajes arremolinados alrededor de un ángel que llega a proteger a la madre del Salvador. Sin la potencia de la extraordinaria “La niebla”, también con sus habitantes enclaustrados en un límite, “Legion” funciona cuando acepta su condición y rechina cuando reniega de ella. En su vertiente descarada de película de terror, los logros no son pocos: perturbar la inocencia (un niño, una anciana) y adentrarse en el horror; rescatar del olvido los aluviones de insectos de cualquier plaga; o poner la palabra de Dios al alcance de profetas extremos y sobreactuados (un estupendo Charles S. Dutton). El defecto del largometraje se hace especialmente evidente en el tramo final, al tomarse Scott Stewart demasiado en serio su material. Por mucho que nos haga gracia esa cita angélica de una canción de sus satánicas majestades (“But if you try sometimes well you just might find/ You get what you need”), la impostada trascendencia en la que cae a medida que avanza (ese pétreo Paul Bettany, esas referencias burdas), convierten a “Legion” de divertido filme “B” a tontería de clase “A”.

martes, 25 de mayo de 2010

PRINCE OF PERSIA



En nuestro mundo de intertextualidades (y franquicias) era lógico que el videojuego «Prince of Persia», imaginado por el psicólogo Jordan Mechner, acabase convertido en una cinta de aventuras producida por Disney. En una de las últimas entradas de su blog, el propio Mechner relata su emoción al descubrir un gigantesco cartel de su película-software en el (maravilloso) cine Odeon de la londinense Leicester Square; justo donde, recuerda él, «vio por primera vez "Indiana Jones y el Arca perdida" en 1981».

Al igual que Mechner, a una serie de espectadores (probablemente, de una edad, de una clase social y de una tara mental determinadas) también su metraje les/nos haga retroceder a los ochenta. En 1989, se ponía a la venta «The Prince of Persia» con una jugabilidad desconocida: ¿quién no se ha dejado las manos en esas cuatro (puñeteras) flechas del teclado para que el personaje (de Spectrum, de Atari, de PC) realizase sus hazañas imposibles? Además de mejorar nuestras habilidades táctiles (no se rían, no es broma), el videojuego re-creaba un imaginario muy fértil que Mechner había cultivado a partir de las aventuras del arqueólogo de George Lucas y Spielberg pero que, obviando su juventud «naïf» y casi autorreferente, apuntaba a logros previos, obligados en cualquier mención a la novelesca: «Las mil y una noches» («Simbad el marino»), «El prisionero de Zenda», «Arsenio Lupin»?

La transustanciación de papel, luego píxel, luego celuloide que propone el filme «The Prince of Persia» de Mike Newell no se acomoda a la franquicia. Y no es tanto en su amalgama de «revivals» (Ben Kingsley regresando al Brandon Hurst de «El ladrón de Bagdad»; Alfred Molina, de homenaje al «Indiana Jones» primigenio), como en su retahíla de obligaciones (¿contractuales?), donde la película flaquea. La necesidad de referir al videojuego (en este caso, a su resurrección-revisitación «Prince of Persia: Las arenas del tiempo» de 2001) constriñe y mata el devenir de las aventuras de Dastan (un aséptico Gyllenhaal). No pretende el metraje una reinterpretación, una evolución del material de Metchner, excesivamente abigarrado por el formato en el que fue lanzado. Con esta filosofía, no hay sustancia que sostenga los fotogramas: las peleas (con las habituales escaladas a las que habíamos jugado) o el planteamiento visual de los retos futuros (un recurso inherente a una aventura gráfica, no a un filme) se vuelven anécdota a base de monotonía y reiteración. Y eso que Newell intenta aprovechar una icónica que controla bien (dirigió «Harry Potter y el cáliz del fuego») y que, al sobarla en exceso sin más objetivo que el tributo «per se», termina degradando la película a una concatenación de lamentables «déjù vu».

lunes, 17 de mayo de 2010

¡LOS “SMS” CULÉS ATACAN DE NUEVO!


Así empezaron a escribir ayer...

Como la llegada de los malignos alienígenas reptilianos de “V”, como el ataque del virus zombie de “28 días después”, todo comenzó abruptamente y se propagó por el cielo con un tintineo amenazante (“piii”, “piii”, “piii”). Justo cuando se cumplió el minuto 79 del Barcelona-Valladolid, mi móvil empezó a sonar de continuo, anticipando la turba de SMS que se agolpaba en las ondas con muchas ganas de tocarme el madridismo. Fíjense qué desgracia: el pobre aparato no paró de vibrar durante alrededor de 20 minutos, casi imitando los movimientos convulsivos de David Civera al cantar ese monumento poético: “Que la detengan /que es una mentirosa/ malvada y peligrosa”. Hagamos antropología culé. Mi Nokia se agitó con los socarrones “Gracias florentino” o “El único equipo que gana títulos en Madrid… es el Atleti”; los aliviados “Campeones por fin”, “nos costó pero… ¡joderos!”; o esos mensajes personales que demuestran el cariño que le tienen a esta columna algunos de nuestros lectores, “Galán, a ver q escribes mañana, so cabezón”, “Desde que te dejé por un barcelonista, hay alegría en mi vida, ¡imbécil!” o “¡Vete con tu gurú, Tomás Roncero, a la cofradía del clavo ardiendo! ¡Deformes!”.

Me imagino a esos azulgranas, sobreexcitados después del nerviosismo (Clemente, en el fondo, les da miedito), sin pupilas, como el maestro de “Kung Fú”, del esfuerzo de no apretar “enviar” antes de que el partido no estuviese solucionado y, por supuesto, pensando más en qué iban a escribir a sus amigos madridistas que en celebrar la liga. Nada nuevo bajo el sol: el rasgo definitorio del barcelonismo es una “madriditis” galopante y muy tozuda. En una temporada en la que se vendían como el “mejor equipo del mundo” han acabado ganando (y no nos olvidemos, a tres puntos del Real Madrid) una liga mediocre en la que sólo los blancos les han plantado cara.

Linus Van Pelt, el universal personaje animado de “Snoopy”, se aferraba a su manta de seguridad para tranquilizarse frente al tenebroso mundo exterior. Nuestro club, en lugar de formarse como grupo, en lugar de hacerse adulto, ha basado la campaña en la seguridad de los objetos externos: CR9, Clemente, el Espanyol, el Inter, Mouhrinho… Depender de otros únicamente puede terminar en el desquicio y eso le ocurrió en Málaga: la sinvergonzonería de que Guti se encare con un verdadero gigante del madridismo, Chendo; la desesperación de no atisbar un futuro; la resignación de repetir el pasado.

Linus y el Madrid, primos hermanos

domingo, 16 de mayo de 2010

TWO LOVERS

Director: James Gray
Intépretes: Joaquin Phoenix, Gwyneth Paltrow, Vinessa Shaw
Web: http://www.twoloversmovie.com/



Un cuerpo desemboca en el agua. Con un "flashback" supurando pareja podrida, James Gray re-presenta a su último héroe desubicado (y que vuelve a las carnes de su actor fetiche, Joaquin Phoenix). Repite el director su principal obsesión; la familia como escenario sobre el que sus protagonistas deben tomar una decisión vital: tradición y continuismo o riesgo y ruptura. Gray, enfrentado al postmodernismo, enfrentado al individualismo, enfrentado (en "Two lovers") a la comedia romántica, escoge siempre (buen discípulo de Coppola) la opción de la camada, de la raza. Su filmografía se recrea en esa idea; recordemos su admirable debut, "Little Odessa" (1994), donde se anticipaba a “Promesas del este” (Cronenberg, 2007) en la utilización de una incipiente mafia rusa (tres años antes, la URRS había des-fallecido) como receptáculo ilusorio, en sustancia ya relleno de nada, al que regresar. Su segundo proyecto, "El otro lado del crimen" (2001), prorrogaba (aún en un tono más tenue, balanceado hacia los grises del "thriller") la contundencia de los argumentos de Gray en su siguiente filme, "La noche es nuestra" (2007). Agigantándose con el tiempo (revísenla, por favor), el homenaje a un cine con el que tan sólo el octogenario Lumet se empeña (y con el que nos evangelizaron humanos como Scorsese, De Palma, Coppola, Cimino, Friedkin...), se amplía también a una reflexión, tachada por ciertos imberbes de “conservadora”, alrededor de la familia y su aportación a la construcción del sujeto. Ofrece Gray la redención al Bobby Green de "La noche es nuestra" a través de la purgación (su padre muere asesinado) que sucede al pecado (haber desechado, en rebeldía, el hogar por placeres efímeros) y que le vale, como a Coppola con Michael Corleone, para demostrar que la llamada de la sangre, de la conservación del paraíso familiar, vence a cualquier canto de sirena.

El desequilibrio armónico de una mujer hitchcockiana (Paltrow) saca al Ulises de "Two lovers", Leonard Kraditor (Phoenix), del mar al que se había lanzado y le enclaustra en un dilema. Regresar a la placidez de una boda concertada con el amor cotidiano o apostar por el "amour fou" que se desnuda en una ventana del piso de arriba. Si palpamos la superficie del filme, todo señala las motivaciones previas de Gray. En ese personaje repugnado por, y abocado a, la rutina se deberían concentrar los sismiólogos de la ficción para diseccionar las pulsiones de la clase media actual: sus esclavitudes (¡qué indefensión ontológica cuando se adentra en las discotecas “snob”!); su mirada bucólica, en ausencia, y asqueada, en presencia, de la antigua generación de "working class heroes"; o su ansia de una relación de pareja similar a la sus padres, entre lo maternal y lo inestable, lo seductor y lo sumiso (nada gratuito el “casting” de Isabella Rosellini), y hoy extinta. Pero además el autor (tratémosle así, tras cuatro películas como realizador y guionista) desmonta con aires chejovianos los arquetipos de la comedia romántica. Mediante un barniz sombrío, melancólico, doloroso, el juego cómico que se podría establecer con tres personajes (dos mujeres, una intrusa y una habitual), sus familias y los necesarios pretendientes externos, acaba enfangándose en una serie de relaciones violentas (a la manera de la violencia de "Maridos y mujeres") que diseccionan uno de los miedos esenciales de la psique occidental: la elección (y su compañero, el descarte) de entre varias opciones aparentemente posibles.

Aunque James Gray no se queda la descripción. Como en el resto de su carrera, elige un camino y, al hacerlo, remarca su visión de las relaciones de pareja y, por tanto, “soluciona” el dilema planteado en el arranque. Pide a sus creaciones (siendo justos, las obliga) a seguir "el ideal kierkegaardiano del amor: aprender a desear lo que es posible y a evitar la naturaleza inestable de la pasión" (cito el esencial ensayo "Yo ya he estado aquí" de Xavi Pérez y Jordi Balló). La cinta condensaría el lema vital de su director: tomar partido; bien desde la reivindicación de su concepción del amor o desde la apuesta emocionada por formalismos (casi) desterrados del mundo “youtube”. Un tono dado por muerto (al igual que el propio Lumet), una actriz considerada “out of” Hollywood (Paltrow), un actor tomado por loco (Phoenix), una revisitación de sus temáticas de referencia... numerosas decisiones de valiente que provocan que el talento abrumador de Gray les venga grande a algunos; y que empujan a distribuidores tibios a no atreverse a lanzar ¡hasta dos años después! una de las películas imprescindibles de 2008.

jueves, 13 de mayo de 2010

CON OZORES LO ENTENDERÍAMOS

El Gobierno no improvisa, responde a circunstancias cambiantes” (Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno, 12-05-2010). “No tengo miedo. Me siento con fuerza para liderar este partido” (Francisco Camps, presidente de la Comunitat Valenciana, 12-05-2010).


Ozores, explicando lo anterior

En un día en el que no hay dios que entienda nada, va y se muere alguien que podría explicárnoslo todo: Antonio Ozores. Durante “Encuentros en el fin del mundo” (2006), Werner Herzog se quejaba amargamente de que se organizasen campañas para salvar a cualquier especie, pero no al último hablante de una lengua. Con Ozores se extingue una lengua (su aglomeración de pseudopalabras a velocidad de crucero) y desaparece una especie de un solo ejemplar. Campeón del “trash” postmodernista (protagonizó espléndidas barbaridades como “El erótico enmascarado”, donde interpretaba a un doctor cachondo que intentaba “calentar” a un actor porno retirado, ¡Fernando Esteso!); miembro de la Real Academia del género “S” en España (Pajares ocuparía la “T”; Esteso, la “e”; Juanito Navarro, la “t”; y él, la “a”); y, en resumen, currante del cine (participó en casi 200 películas y, como muchos de nuestros actores ancianos, cobraba 400 euros de pensión), a este valenciano nadie le recordará por hazañas particulares. Lógico, demasiado pequeñas. Jamás sus elegantes traspiés de secundario soportarían la desfachatez de vestirse el blanco idiota de Malcolm McDowell y “La naranja mecánica” o de Mark Hamill y “La guerra de las galaxias”. Su filmografía se dedicaba a otra tarea bien diferente: fabricar en cadena y a escala industrial (ahí habría que nombrar peones a su familia; su hermano Mariano y su hija Emma) un humor costumbrista que, como la costumbre, caducó ante sus ojos con el fracaso de su serie “El sexólogo” (TVE).

Lo único que se mantuvo impoluto fue el arquetipo ibérico y, a priori, intransferible del propio Ozores, una presencia encarnada en múltiples recodos de la realidad patria: el binguero empedernido, el putero ocasional, el oficinista salido, el borracho impenitente,... en suma, una gran parte de nuestros mejores amigos. Porque Ozores (y sólo él, siguiendo la tradición de Mihura, Poncela, “Tip”, Millán Salcedo, Faemino y Cansado,...) propagó con cada intervención su condición bizarra de “marciano familiar”, de humano incomprensiblemente comprensible. O sea, de alguien al que podríamos, ya no podemos, pedir ayuda con los titulares de hoy.

lunes, 10 de mayo de 2010

MÍCHEL, ¡PIDE PERDÓN A CLEMENTE!

¡JAVI, SI EN EL FONDO TE QUEREMOS, JODER!

A sufrir en Liga y a desaparecer en las otras competiciones. Éste es nuestro sino: primero, con Capello, después, con Schuster y, ahora, con Pellegrini. Resulta que el resto de variables no importa: ni los jugadores, ni el entrenador, ni el presidente, ni los árbitros. Al último Madrid sólo le vale pasarlo mal, muy mal. Y eso cuando el ingeniero chileno ha conseguido (bueno, me adelanto, más bien va a conseguir) ¡noventa y ocho puntacos!

Si se fijan, ésta ha sido una temporada de sacrificios rituales: Pepe se lesionó y se despidió de la competición en Diciembre; Raúl se ha desvanecido y es fácil que se vaya al fútbol inglés en verano; Gutiérrez, llorando como una magdalena, prepara las maletas a Turquía; Kaká no ha demostrado sus cualidades en todo el año; Pellegrini prometía potencial y se ha estancado en eso, en promesa a los cincuenta y tantos… ¿sigo? Tan aficionados que somos los madridistas a la metafísica balompédica, no sabemos bien qué carajo le hemos hecho al dios del fútbol para que nos trate así.

Eso sí, el Real Madrid y sus simpatizantes estamos dispuestos a seguir fustigándonos con tal de ganar la Liga. Y el primero en la lista, el modelo ejemplarizante, debe ser un madridista ilustre. No queremos que Clemente esté intranquilo el próximo fin de semana cuando dependamos de él. El entrenador vasco (Javi, eres una persona venerada en nuestro campo: si la gente te tira objetos a la cabeza, ¡es porque no puede bajar a dártelos!), debe comenzar a recibir “good vibrations” desde hoy mismo. Le necesitamos a él y a su careto enrojecido de mala leche; a él y a sus salidas de tono al ritmo de “¡andalahostia!”; a él y a su afición al séptimo central. A cambio, Javi, para que te quedes tranquilo, como enésimo sacrificio ritual, obligaremos a Michel, un verdadero “maikel nai” y probado madridista, a que te pida perdón por todo aquello que haya hecho y por lo que pudiese hacer en un futuro (con gente del palo de Josemi, nunca pongas la mano en el fuego). ¿Que te molestaron sus comentarios sobre tus aptitudes como seleccionador? Ná, pelillos a la mar, se te manda un ramo de flores de su parte con una foto al lado de Valderrama dedicada por ambos. ¿Que su marca de gomina te da repelús? Sin problema, se le ordena que se deje rastas. ¿Que te jodió que dijese que eras un entrenador mediocre? ¡No, hombre, lo malinterpretaste! Se contrata una tuna y que te cante “Perdóname” del Dúo Dinámico. Ay, amigo Clemente, en Madrid se te quiere y, si eres capaz de frenar al Barça, mandamos que Josemi esculpa un busto tuyo en la puerta cero del Bernabeu.

sábado, 8 de mayo de 2010

UN CIUDADANO EJEMPLAR

Director: F. Gary Gray
Intérpretes: Gerard Butler, Jamie Foxx, Colm Meaney
Web: http://www.lawabidingcitizenfilm.com/



El reciente movimiento estadounidense del “Tea party” constituye la enésima demostración del individualismo protestante incubado en una cierta Norteamérica. La posibilidad de que el Estado del “socialista”, “mentiroso”, “musulmán” y/o “nacido en Kenia” Barack Obama amplíe la cobertura médica, emprenda políticas proteccionistas o subvencione cualquier tipo de actividad, es considerada por estos patriotas disfrazados de colonos como una violación inaceptable de su integridad americana. Esta desconfianza en las instituciones (que alcanzó el paroxismo en la masacre de Waco), novelesca, metafísica y peligrosa, se repite a lo largo de la historia del cine y, si obviamos al gobierno (“top” en el “ranking” de conspiraciones fílmicas yanquis: “Los siete días del cóndor”, “Poder absoluto” o “La conversación”), quizá sea el poder judicial el candidato que más minutos ha acumulado de celuloides sospechosos de su funcionamiento.

Enturbiando las muestras hollywoodienses en las que un sujeto interpreta la ley para entregarla, brillante y bien encerada, al resto (“Doce hombres sin piedad”), se reproducen fórmulas en las que la institución judicial (jueces, abogados, fiscales) desnaturaliza la justicia y en las que esta última sólo puede ser devuelta por vengadores implacables a su “esencia”, a ese lugar mítico alejado de las leyes malditas que unos pocos liberales (además, ninguno de ellos es Dios, ni cree en Él) imponen a los individuos. Precisamente éste es el caso de “Un ciudadano ejemplar”, donde un hombre (Gerard Butler) sufre el brutal asesinato de su mujer e hija a manos de dos delincuentes. Obligado por el malvado sistema, aquí en la piel de su abogado (Jamie Foxx), a encarcelar a uno de los criminales y dejar en libertad al otro, el protagonista decide planear una venganza perfecta que arrase con todos ellos. Plantea el discurso de F. Gary Gray una inteligente degeneración de “El cabo del terror” (J. Lee Thompson), ese “B” “remakeado” por Scorsese años más tarde con Robert De Niro y Nick Nolte. En el clásico de 1962, el psicópata Max Cody (Robert Mitchum) buscaba la reparación de su condena en la aniquilación total (él + su familia) de ese abogado (Gregory Peck) que no le defendió como debía. Pero, mientras que J. Lee Cobb identificaba al espectador durante el metraje con el protagonista, en “Un ciudadano ejemplar” se trata (como haría Scorsese en su versión) de desmontar su figura. Primero, nos hace justificar las acciones de vengador y, después, nos empuja, pecadores de nosotros, a que nos arrepintamos de esa elección.

Por encima del desarrollo de una trama enferma de efectismos, sí sorprende de Gray esa crítica velada al pobre cinéfilo que apoyaba la vendetta de su personaje principal de la misma manera que gritaba los cañonazos ochentero-neoliberales de los justicieros autorizados de turno (Bronson o Seagal). Atraviesa Gerard Butler esa barrera terrible de perturbar brutalmente el sueño de una niña y las justificaciones a su revancha comienzan a apagarse. El padre es menos padre y la venganza es menos válida. Lástima que esa transgresión malvada del director se vaya aguando a medida que avanza el filme y que la cinta, de un puñetazo al individualismo norteamericano, de un garrotazo al espectador, se convierta en minutos cualquiera con soluciones cualquiera.

lunes, 3 de mayo de 2010

CIUDAD DE VIDA Y MUERTE

Director: Lu Chuan
Intérpretes: Liu Ye, Fan Wei, Hideo Nakaizumi
Web: http://www.cityoflifeanddeath.co.uk/



Recientemente, el ideario “spielbergiano” de la guerra (deudor de Fuller, Kubrick, Coppola,... desmontemos su supuestas invenciones y aplaudamos sus válidas reinterpretaciones) ha desplegado sus ejércitos a lugares cercanos: a su filmografía (las series “Hermanos de sangre” o “The pacific”), a la de otros (auspiciadas por el propio Spielberg, “Banderas de nuestros padres” y “Cartas desde Iwo jima” de Clint Eastwood) o a islas indefensas, vacías de contenido (el videojuego “Call of duty”). En esta aldea globalizada nuestra, lo curioso es que su aproximación al enfrentamiento bélico contagie a un director chino, Lu Chan, que debería estar asfixiado bajo, según el imaginario occidental, el impermeable, unitario, alienante régimen comunista de la República Popular. Escribía en este periódico el psicólogo/lingüista Domingo Caballero que “nada existe en el hogar de los hombres que no sea conflictivo internamente, contradictorio y belicoso”. Resulta, por tanto, que aún hay ciertas grietas en el terrible sistema chino que permiten que una película sea criticada con violencia en su país de origen y en Japón a un tiempo; que la visión de un cineasta-capitalista-judío se infiltre una megaproducción comunista; que el horror de la guerra se reviva en un cementerio de piedra y destrucción; que no se obvie la tolerancia al nazismo del gobierno chino; o que no se eviten los claroscuros dentro del ejército japonés, responsable de la matanza (no se escandalicen, luego les apetecería a los mismos chinos y a los alemanes y a los españoles y a los rusos y a los...) de doscientas mil personas y la violación de casi treinta mil mujeres durante la ocupación de Nanjing, capital entonces de China, en 1937.

El largometraje agota su sentido fuera de los límites de esa ciudad. Ahí arranca la acción, con la entrada de los militares japoneses (una escena frontal, repugnante a nuestro siglo XXI de matanzas teledirigidas) y ahí termina, con varios personajes abandonando Nanjing. Mientras desgrana el horror en ciento veinte minutos, la bicromía domina al celuloide en dos facetas. Como, así lo manifiesta el cineasta, única manera de capturar la guerra, y como, así lo utilizó Spielberg en “La lista de Schindler”, manifestación muy íntima (con esa fuerza está ligado el norteamericano al judaísmo) de un trauma colectivo de su pueblo. Lu Chan desarrolla su punto de vista a través de microhistorias que esbozan la historia general (si quieren ahondar en este último propósito, busquen el documental “Nanking” de Bill Guttentag y Dan Sturman). Ubicados sus relatos en la “zona de seguridad”, un campo de concentración donde los japoneses encerraron a los supervivientes de la masacre, la cinta se encarga con distinto celo de ellos. Probablemente por la mano del gobierno chino, las subtramas no dan una sensación de uniformidad ni de haber sido engranadas con tiento. Aunque “Ciudad de vida y muerte” encuentre subterfugios a la dictadura (de todos modos, estamos seguros que desaparecieron escenas), estas imperfecciones en el discurrir del filme se agravan, por comparación, ante momentos de un valor fílmico considerable.

No cabe más definición que ésta última para describir las mejores etapas del metraje. Intensificadas por la fisicidad de cientos de extras, consigue Lu Chan que las masacres multitudinarias, las violaciones sistemáticas y las algaradas de la guerra sobre las ruinas sangrantes de Nanjing, no oculten los principales argumentos de su trabajo. Tan sólo la constatación de un par de certezas posteriores nos hace olvidar a ese pobre comerciante que espera que la guerra respete tratos y leyes o a ese soldado japonés que se enamora de lo único bello del infierno. Una, la ocupación japonesa duró hasta bien entrado 1949. Dos, el resto de humanos siguieron, seguimos, matándonos con tal de que la Historia avance.

«I LOVE MOURINHO»

¡Si es que tiene clase hasta para gritar!

Siglo tras siglo, la Humanidad se ha enfrentado a cuestiones vitales: ¿A dónde vamos? ¿De dónde venimos? ¿Dios existe? ¿Por qué los jubiletas llenan los supermercados los sábados cuando tienen toda la semana para comprar? ¿A qué se debe la cancelación de «I love Escassi»? De las preguntas anteriores, la última es la única que no me deja dormir. Se escapa al conocimiento humano que no triunfe un «reality» televisivo con mozas saladas, Jesús Vázquez y un jinetero con careto de endogamia. Amigos, propongo una alternativa a Telecinco que puede romper moldes y audiencias, «I love Mourinho»: trece madridistas en una casa compitiendo por el amor del portugués.

Menudo éxito en la cadena del bendito Paolo: las peleas («¡Es mi tipo de entrenador!», «¡Y yo he llamado a mi bar "el bar de Mou" en su honor!» discutirían dos aficionados cejijuntos de Tiñana), las emociones («¿por qué te dicen que eres el antifútbol, José?, ¡no entienden nada!», «¡eres más luso que las toallas y los gallos meteorológicos!») y, por supuesto, el folleteo («tontorrón, me gustaría cogerte por el cuello como Valdés»). En «Maridos y mujeres», Woody Allen habla de una pareja que «la única vez que consiguió un orgasmo simultáneo fue cuando el juez les concedió el divorcio». El subidón poscoital simultáneo de los madridistas el miércoles tuvo varias vertientes. Al divertimento habitual de cada vez que pierden los de Guardiola (ser blanco, no se engañen, significa ser antibarcelonista: como demostró M. Night Shyamalan en «El protegido», todo héroe debe tener su némesis) y a la alegría excepcional de que ocurriera en la Champions se unieron en esta ocasión a esa especie de alivio cósmico de saber que los azulgranas no van a profanar nuestro limpísimo Bernabeu.

De tanto amor salió un gran beneficiado, Mourinho. Un tipo que posee las esencias de nuestro club: trata de ganar por lo civil o lo criminal (Capello 2.0.), es más chulo que Juanito (el episodio de los aspersores presenta su candidatura a «Momento bizarro» de la temporada), no tiene la tristeza de Pellegrini (¡qué maravilla será ver un partido en el Reyno de Mordor contra el Osasuna con alguien que sale gritando de la bancada!) y ha probado que controla un vestuario de estrellas. Nosotros, esos descerebrados que queremos al bueno de José en el banquillo del Real Madrid, estamos seguros de que el tiempo (y las victorias) convertirán a los agnósticos a la religión «mourinhana». We love you, Mou.

domingo, 2 de mayo de 2010

INCREÍBLE, PERO FALSO

Director: Gervais & Robinson
Intérpretes: Ricky Gervais, Jennifer Garner, Rob Lowe
Web: http://the-invention-of-lying.warnerbros.com/



"¿Qué pasaría si todo el mundo siempre dijese lo que pensase en el momento en el que se le ocurriera? ¿Cuánto duraría una cita a ciegas? Treinta segundos, seguramente. "Lo siento: tu culo es demasiado grande". "¡No te preocupes! De todos modos, te huele el aliento. ¡Hasta luego!". "¡Perfecto! Adíos"." (Jerry Seinfeld, “Seinlanguage”). A partir de una reflexión similar (y de unos recursos humorísticos similares) Ricky Gervais dirige, escribe y protagoniza "Increíble, pero falso", un "what if" cómico en el que se imagina un planeta huérfano de mentiras, podrido de sinceridad. Ahí vive Mark Bellison (Gervais) un guionista mediocre que descubre, ¡maravillas de las conexiones sinápticas!, la posibilidad de contar ficciones. De una idea jugosa, el filme maneja dos discursos: uno, que dedica su tiempo a la comedia romántica (Jennifer Garner interpreta al contrapunto del inglés) y, el otro, que tantea la construcción narrativa de una metafísica y la forma de "entregarla" (vital apuntar la dialéctica entre la arenga política y el "delivery" del monologuista cómico) a un público.

Hasta la fecha, la carrera de Gervais se mueve por tres compartimentos estancos: la televisión, el "stand up" y el cine. No queda más remedio que separarlos porque, mientras que sus habilidades en la pequeña pantalla (HBO estrenó su estupendo show animado "The Ricky Gervais Show", ¡viva Karl Pilkington!, en febrero) y en el escenario (hace unos días llenó el "Wembley Arena" de Londres con su espectáculo "Science") se validan con cada proyecto, en cine la historia es bien distinta. A la espera de su siguiente cinta, "Cemetery Junction", dirigida junto a su amigo y productor Stephen Merchant, "Increíble pero falso" se añade a la lista de celuloides fallidos de Gervais. En su vertiente de gran producción norteamericana, a la película le ocurre como a la previa "¡Se me ha caído el muerto!", de David Koepp, su efectividad disminuye por falta de argumentos cómicos. Aquí casi todo remite a algo inconcluso: la relación Garner-Gervais, a una pareja romántica desequilibrada e inverosímil; la resolución de los gags, a un desarrollo inconcluso (por ejemplo, la belleza a la que Gervais trata de seducir a base de mentiras apocalípticas); los secundarios, a unos esbozos desalmados (especialmente, el jugoso personaje suicida de Jonah Hill).

Incluso más difícil, por grosera y simplista, es justificar la crítica a la religión del británico. Puestas las miras en un objetivo enorme, replicar los mecanismos de fundación de un culto, mezclándolo con comedia, exige un talento y una implicación monumentales (viene a la cabeza “La vida de Brian”). Aún con episodios memorables ("¿a dónde vamos cuando morimos?"), en "Increíble, pero falso" se echa de menos mala baba, ingenio, ironía, actitud, creatividad, inteligencia, humor negro... Se echa de menos, menuda contradicción, a Ricky Gervais.