martes, 28 de septiembre de 2010

CARANCHO

Director: Pablo Trapero
Intérpretes: Ricardo Darín, Martina Gusman, Carlos Weber
Web: http://www.caranchofilm.com/



22 muertos por día, 683 por mes, más de 8000 por año, 100.000 muertes en la última década. En Argentina, los accidentes de tráfico son la principal causa de muerte entre jóvenes menores de 35 años. Esto sostiene un negocio millonario en indemnizaciones”.

Necesario apropiarse de las palabras que, sobre un fondo (muy) negro, prologan las sub-ciedades asfaltadas por donde se va a mover “Carancho”, la séptima película de Pablo Trapero (realizador de la memorable “Mundo grúa”). Las calles y carreteras de Buenos Aires le sirven a Sosa (Ricardo Darín), un abogado de poca monta, para ganarse el pan suyo de cada día. Muy sencillo: se trata de exprimir a los afectados de un accidente de tráfico a cambio de una generosa comisión o, si esa estrategia no funciona, se trata de simular atropellos, afectados, “incidentes”. Todo sea por el dinero de la aseguradora; todo sea por servirse el dinero de una organización mafiosa que se esconde bajo el nombre de “La fundación”. En un universo (los arrabales bonaerenses, saturados de oficinas de pladur, de matones de saldo, de hospitales descuartizados), donde la cochambre se contagia, donde la existencia equivale a la supervivencia, la huida de este hombre hacia una ficción luminosa, enganchado a un ángel de ambulancia (Martina Gusman), forma el principal ingrediente de un “noir” tenaz, trabajado e inteligente.

Controla Trapero los “tempos” del género y, aún más, se luce mediante licencias visuales que engrandecen su producción. Con su apuesta por los planos secuencia, un portento que remite, en un hospital convertido en una guerra de bandas, a George A. Romero y sus criaturas; o, en una sala de reanimación, a Brian De Palma y sus dobles identidades, el director recuerda a quién quiere rendir pleitesía: a esa generación de cineastas norteamericanos (Bob Rafelson, Arthur Penn, Robert Benton) que jugaron con el “negro” en los setenta, lo remezclaron,.. y ganaron. La pareja protagonista, interpretada con pulso y grandeza por Darín (qué inmenso actor) y Gusman, remarca, incansable, una de las profecías del género: los perdedores no tienen futuro, por mucho que nosotros, lamentables espectadores, consideremos que se merezcan un rato, un instante, un segundo, de victoria. Los dos, él, un mediocre acostumbrado al engaño, y ella, una adicta acostumbrada a la soledad, buscan una escapatoria que, en principio, les parece justa pero que, en el último tercio, les parece única, quién creería en la justicia cuando se vive en la mierda, y corren tras ella olvidando sus imposturas de arranque, su ilusión inicial de equidad ontológica y fiestas de cumpleaños.

A pesar de que se atranque en la segunda parte, entre alguna escena de hospital de más, entre alguna reiteración formal de más (no todos los cineastas son Audiard o Polanski), la notabilísima película de Pablo Trapero obliga una visita al cine. No siempre se consigue encontrar estas pequeñas joyas que, en el fondo, como lo eran las pequeñas/enormes joyas que se rodaron en los setenta en Estados Unidos, son un homenaje a un cine que no volverá, a unos señores llamados Tourneur, Houston o Hawks.

lunes, 27 de septiembre de 2010

APRENDA A QUEDAR 0-0 CON ESTE POST

 Me aburrooo

He visto cosas que nunca creeríais. He visto madridistas con cara de póker tras empatar cero a cero con el Levante. He visto a familias cambiando de canal a “La noria” durante nuestro partido en Valencia. No se engañen: todo esto no se disolverá en la lluvia, ¡nos entrena Mou, amigos!, sino que se repetirá un montón, un huevo, un cojón, de veces a lo largo de la temporada. Por eso, siguiendo el servicio social que presta esta columna a los lectores de LA NUEVA ESPAÑA, vamos a regalarles seis técnicas que les servirán para afrontar la infinitud de ocasiones en las que el Real Madrid de Mourinho quedará cero a cero. Síganlas al pie de la letra y, por dos euros más, les enviaremos un DVD motivador con Álvarez Cascos diciendo, en un bucle, “sí, jodido, tú puedes”.

1) Sonría compulsivamente a lo largo del partido. No se preocupe, el fútbol es en el único lugar donde uno se puede reír al tuntún sin que el personal piense que estás lobotomizado.

2) Mienta. “Con Mou, las cosas son así. No jugamos bien pero vamos a ganar todo”.

3) Dedíquese a otros menesteres. Lo sabemos. Sabemos que su mujer siempre le ha echado en cara que no se le presta atención cuando juega el Madrid. Eso se acabó. En un experimento de la Universidad de Utah se ha demostrado que, mientras se disputan partidos como el del Levante, los sujetos pueden acometer al mismo tiempo ¡hasta 4 tareas!: cocinar platos simples (huevo con patatas, guisantes con jamón), planchar camisetas, colocar mamparas, y realizar rutinas sexuales simples (imaginarse a sí mismos follando, vamos).

4) Grite aleatoriamente. En cualquier otro aspecto de su vida, como ocurría con la regla 1, le tratarían como un chiflado, pero ¡no en el fútbol! Le recomiendo varias imprecaciones fortuitas y asépticas para que se venga arriba: “Vamooos”, “Graanddeeeeees”, “Así, así, así gana el Madrí”, “Olé, Raúl” (aunque el gran capitán esté en el Schalke, nadie lo notará) y, sobre todo, refiriéndose al árbitro, “este *&%$@ nos viene a robar”.

5) Quédese con los detalles insignificantes. Al final, como en una primera cita, lo que permanecen son las nimiedades. “Bueno, Pedro León hizo algún centrín” o “Benzema tocó con cariño al cuarto árbitro cuando salía al campo”.

6) Espere el siguiente encuentro como si fuese el 3-8 del Oviedo-Valladolid. No hay cero a cero que no arregle un árbitro.

COME, REZA, AMA

Director: Ryan Murphy
Intérpretes: Julia Roberts, Javier Bardem, Richard Jenkins
Web: http://www.sites.sonypicturesreleasing.es/sites/comerezaama_teaser/



En el estreno de la octava temporada de su programa de debate “Real time” (HBO), el cómico Bill Maher afirmó, con mucha mala baba, que si el pastor Terry Jones quemaba copias del Corán, se les podía permitir a los musulmanes que quemasen copias de la nueva sagrada escritura estadounidense, “Come, reza, ama”. El “bestseller” de Elizabeth Gilbert se mantuvo durante ¡ochenta y ocho semanas! en la lista de libros más vendidos del “New york times”, atrapando con un subtítulo tan pomposo como vacuo (“The search for Everything”, la mayúscula es reveladora) los anhelos/ilusiones de un público objetivo muy determinado y muy apreciado por las marcas en su escalado caníbal de consumidores potenciales. Son las mujeres urbanas, de clase media y media-alta, con estudios y un trabajo estable, a las que azuza la novelista. ¿Y qué les cuenta? Su “historia” de “búsqueda interior” en un viaje “molón” a través del mundo (discúlpenme la acumulación de comillas pero necesito algún tipo de profiláctico lingüístico ante tal patraña). Tras divorciarse de su marido (en la película dramatizado como un idiota insensible en el cuerpo de Billy Cudrup) y “pasar de” una relación “superficial” con un actor que la introduce en la meditación (James Franco), la Gilbert (Julia Roberts) decide emprender un tránsito en tres etapas: la primera, Italia, para zampar; la segunda, India, para rezar a cascoporro y adentrarse en una “espiritualidad cool”; y la tercera, Bali, para darse un gusto con un negociante brasileño (Javier Bardem).

El director Ryan Murphy, renegando de sus agrias (y estupendas) “Recortes de mi vida” (2007) y la serie “Nip/Tuck” (2003), muestra las correrías de la Roberts con una luz cálida, cercana y, miedito, acrítica. Pareciera como si en sus retinas y en las de su extraordinario director de fotografía, Robert Richardson, no se inscribiesen las majaderías que están rodando. La concepción de un viaje de clase alta (o, ¿serán así los viajes de clase alta?) en el que todo se adapta a los preceptos, mandatos y prejuicios de la protagonista (¡incluso un elefante se le acerca mansamente y le arrulla!), deletrea una de las mayores barrabasadas que se han filmado en un buen tiempo, y convierte en quimera, este fenómeno no le ocurre al personal que me acompaña, cualquier suspensión de la verosimilitud. A lo largo del periplo de la Roberts, no hablamos de un “tour” con Marsans, cada una de las personas que se encuentra le tratan con amabilidad, le facilitan las cosas y le ayudan a, finalmente, “sentir el Universo en sí misma”, en una escena únicamente superada en pomposidad y gratuidad por el texto en el que se basa.

Aunque “Sexo en Nueva York 2” sea, categorización definitiva de Tino Pertierra en este diario, “una trama desharrapada”, sí poseía la ligereza de la desvergüenza neoliberal de cuatro mujeres ricas que, al igual que Stallone descarga ansiedades en soldados latinos, acarrean sus manías por compras compulsivas. Porque sólo puede verse “Come, reza, ama” en su papel de prescriptora enmascarada, apocada, “espiritualoide”, de ilusiones de consumo; y sólo puede verse enfrentada a al “blahnikismo” sincero, pijo y descarnado de Carrie Preston y su grupo de zombis devora-complementos. No es extraño que la novela apremie a añorar viajes inasumibles e imposibles; que diversos cines organicen una engendro tan lamentable como “Alfombras rosas” (pases exclusivos para mozas que incluyen un “cocktail” y coloquio posterior); y que la película recomiende “merchandise” circundante a su trama (velas, gorritos, “bolas de meditación”... visiten la tienda oficial worldmarket.com), como única solución a una vida insatisfactora de mujer de clase media. Observar con distancia el filme y disfrutar bebiendo, eructando, fumando de las canciones de Neil Young, Stevie Nicks, Joao Gilberto o Eddie Vedder que componen su BSO pueden ser algunas de las justificaciones a no cabrearse con semejante desfachatez.

lunes, 20 de septiembre de 2010

MOU, ¡TE CEDEMOS DOS PARTIDOS AL BARÇA!

¡Mira cómo dirige!

Muchos dirán “vuelve Galán otro lunes con Mourinho… menudo brasas”. Y llevan razón. Ni la adecuada adaptación de Özil (a pesar de que algunos chisgarabises anden escribiendo que el Barça no le aceptaría como suplente); ni la recuperación de CR7 en Anoeta; ni la alegría que nos dio el golazo de Di María a Bravo. Aquí lo que importa son las milongas de nuestro entrenador. Pasamos de que el Madrid haya ganado en un campo complicadísimo (aún con un gol de churro), pasamos de criticar la primera parte (en la que Xabi Alonso se desapareció) y todavía más, pasamos de ver como Higuaín está lejos de llegar a su mejor forma. Lo esencial es que a Mou le escupieron al entrar en el estadio (uno se acuerda del mítico capítulo de Seinfeld, “El novio”, que toca el mismo tema) y, sobre todo, que la federación lusa le solicitó para dirigir, por la gorra, los próximos dos partidos de la selección portuguesa.

Que los portugueses son gente lista lo sabíamos desde el 91. Mi abuela Luz se trajo de ese gran país un gallo de juguete que cambiaba de color con la temperatura. Aquel artefacto fascinaba por igual a los habitantes y a los visitantes de nuestra casa. Ahora, con avances como el Facebook o el Viagra, les sorprenderá semejante inocencia, pero piensen… eran los noventa: Masip gobernaba y los ovetenses andábamos por la calle enfundados con camisetas de “Zapato veloz”. ¡Ay, en manos de aquel instrumento de plástico resignamos el futuro de nuestra familia! Si se ponía verde, íbamos a la playa de Salinas y, si no, nos encerrábamos en casa. No revelaré su ratio de aciertos: sólo les voy a confesar que el pobre animal acabó saliendo por la ventana. Una movida violenta así debería de haber ejecutado el Real Madrid en el momento en el que la FPF les propuso la cesión de Mourinho. Con lo bien que dice “¡no!” Florentino, es una pena que permita que se den situaciones dantescas como A) que nuestro míster convoque una rueda de prensa bajo un reloj y B) que, desesperados, los portugueses terminen fichando a Paulo Bento, ese mozo que jugó en el Oviedo durante el Pleistoceno.


Ustedes también la bailaron, no me jodan

Eso sí, no me vayan a llamar rata. No dudaría un segundo en ceder dos o tres partidos a Mourinho al Barça. ¡Benditos!, tienen tanta obsesión con el entrenador del Madrid que, como los niños, no nos importaría prestárselo un par de fines de semana para que lo prueben. Seguro que con él aprenderían a jugarle al Atlético de Madrid, al Inter o ¡al Hércules! y recordarían los buenos tiempos en los que el luso le llevaba Fuensanta a Robson. Además, no os preocupéis, amigos culés, creo que esto os va a convencer definitivamente; ¡os lo dejamos gratis! ¡Quietos, locos, no os lancéis!

 Sniff, qué tiempos aquellos en los que el Barça jugaba con cinco defensas...

EL AMERICANO

Director: Anton Corbijn
Intérpretes: George Clooney, Violante Placido, Thekla Reuten
Web: http://focusfeatures.com/film/the_american/



En mayo de 2005, antes de que R.E.M. atacase “The one I love” (¿o era “Orange crush”?), el cantante Michael Stipe agarró un móvil, marcó, y pidió al público de su concierto en Gijón que entonase el “cumpleaños feliz” a un amigo. El humano en cuestión era el fotógrafo holandés Anton Corbijn, al que muchos en la audiencia recordaban (o, si no, ya había algún “gafapasta” cercano que se lo aclarase) por su colaboración en la construcción de franquicias como U2 o Depeche Mode. Aún con las dificultades que surgen al transmutar disciplinas artísticas, Corbijn enfrentó su debut cinematográfico en terrenos favorables: “Control” (2007), la biografía de Ian Curtis, el líder del grupo británico Joy división, le permitió entrar con seguridad en el celuloide al no alejarse demasiado de su discurso fotográfico de claroscuros rugosos (les recomiendo que lo exploren en su libro “Star trak”) y “celebrities”. Arropado por la bandera de la iconografía post-punk, el holandés logró reflejar con emoción esa fragilidad adolescente de su protagonista que, enclaustrada en un “amour fou” de Rivette, le atrancaba cualquier vida adulta, que, por tanto, le atrancaba cualquier futuro.

“El americano” supone, más que el “thriller” a lo “Bourne” que anuncian los carteles, un experimento con ese “noir” europeo clásico que reescribe los arquetipos del norteamericano y los mueve por terrenos escabrosos (violencia, sexo, introspección). Comienza su película con ¿una traición? que marcará el desarrollo posterior: un asesino (George Clooney) es descubierto en su retiro por un comando de mercenarios. Obligado por las circunstancias y los remordimientos, se oculta en un pequeño pueblo italiano donde se enamora de una prostituta (Violante Placido). Las reminiscencias de monumentos fílmicos a la reinvención personal, “El reportero” (1973) de Michelangelo Antonioni, al asesino hermético, “El silencio de un hombre” (1957) de Jean-Pierre Mellville, o al drama del último encargo, “Touchez pas au grisbi” (1954) de Jacques Becker, solidifican las fortalezas del metraje: la brutalidad de su arranque, el potente esfuerzo de un (siempre) arriesgado George Clooney o ese poso a cine milimetrado (fotografía impecable, silencios justos) que, en tiempos de vídeos YouTube, se le agradece a Corbijn.

Sin embargo, a pesar de sus desvelos por arrimarse a la tradición europea y a una buena labor de manufactura, “El americano” se desluce con preocupaciones estéticas que, de los nombres anteriores, sólo hubiesen atosigado a Antonioni. Centradas las cámaras en lo accesorio, es su guión, lo esencial, el gran vapuleado de la cinta. Mientras que el personaje principal de Clooney posee una entidad completa (y, reiteramos, la interpretación del norteamericano, por su riesgo y compromiso, resulta admirable), el resto del mosaico que le acompaña no supera el esbozo. Naturalmente, jamás sabremos por qué: ¿se perdió en la sala de montaje? ¿El déficit existía ya en la adaptación de Rowan Joffe o en la novela de Martin Booth? ¿Se sacrificó en una especie de mutilación a la mayor gloria del “cine críptico” que gusta a un cierto tipo de creadores?

Después de haber celebrado la primigenia “Control” casi con el mismo espíritu con el que le cantamos “cumpleaños feliz” en Gijón, uno duda al escoger entre la segunda o la tercera pregunta. Lo que sí se mantiene es la certeza de que el propio Corbijn es el que, con sus talentos, desmerece o ensalza su filme. Tan rápido rueda un estupendo prólogo como un estúpido final; una serie de metáforas visuales (muy) burdas, como una persecución cuasi-musical en un pueblo fantasmagórico; una redención grosera (cura mediante, of course), como un duelo hitchcockiano en el aparcamiento de un bar de carretera. Al final, huyamos de la seriedad, se trata de una segunda película. Siga buscándo(se), señor Corbijn.

lunes, 13 de septiembre de 2010

MOURINHO CONTRA NEIRA

Para mi bródel Gerardo, otro gran fan de Jesús Neira


¡¡Así queremos ver a Mourinho y a Jesús Neira!!

Una de las mejores tradiciones de Japón, si dejamos a un lado los “Love hotels”, el sushi o a Shin-chan, son, sin duda, las películas de Godzilla. Siguiendo la filosofía de la cumbia “El cocodrilo” (Un animal malévolooooo/ al que hay que tenerle pánicooooo) que cantaban “Fito Olivares y la pura sabrosura”, ese “peaso” de lagarto se dedicaba a destrozar ciudades del Imperio del Sol Naciente con la misma soltura con la que los Morancos sueltan chistes “pa’ rise muncho”. Una de las subvariantes de estos filmes era aquella en la que Godzilla se enfrentaba a otros animales mitológicos como Gigan, un dinosaurio con alas, o Mothra, un mariposón gigante. En estas luchas sólo había dos damnificados: la ciudad de Tokyo, que acababa como Madrid después de La Noche En Blanco, y los operarios que se disfrazaban de los monstruos, que acababan más sudados que “El golosina” después de una fiesta en “Cantora”.


Un animal malévolooooo/ al que hay que tenerle pánicooooo

“Ha sido un partido fácil de ganar, sin problemas”, declaró Mourinho al terminar el encuentro del sábado contra el Osasuna. Les reto a que busquen en las hemerotecas unas declaraciones semejantes de un entrenador “post-unpartidode1-0”. Donde Guardiola o Sánchez Flores dirían “peleamos mucho” o “fueron un digno rival”, nuestro amigo portugués se marca una sobrada del estilo de “jugamos contra cuatro fantoches de Pamplona”. Menuda huevada, amigos. Y como los madridistas (salvo los que pitaban en el Bernabéu) le hemos subido a nuestro “altar Charles Bronson” (con Juanito o Capello), le perdonamos todo. Eso sí, con esta tontunada contra los habitantes del Reyno de Mordor, se le ha ido la mano.

Que los Neiras son grandes lo sabe hasta Ernesto

De nada sirve que yo, un pobre columnista cabezón y gordito, le diga a Mou que se está pasando de la raya. Me hostiaría sin piedad y no me quedaría otra que llorar “a lo Belén Esteban”. Necesitamos a un monstruo de su altura que le ponga en su sitio para que no nos hunda la liga con sus bravuconerías. ¡Aleluya, “brodels”! ¡Ha aparecido el candidato perfecto! Un titán que, tras ir borracho al volante, haciendo eses por la carretera (uno se imagina al hombre practicando algún tipo de baile en la M40), declaró que “si me quito la cerveza, le voy a decir al médico que me voy a matar” y desafió a su jefa, la, asimismo, muy rabuda Esperanza Aguirre, a “que le eche”. Sabíamos por otros Neiras (Chus, periodista, y Ernesto, bailarín), que ese linaje era grande… pero nunca tanto. Jesús Neira tiene que ser el Mothma de Mourinho en una batalla a muerte sobre la ciudad de Seseña. Piensen que todos saldríamos ganando: por fin, borraríamos Seseña del mapa y, por fin, uno de los dos se callaría (un poco) la boca.

RESIDENT EVIL 3D: ULTRATUMBA

Director: Paul W. S. Anderson
Intérpretes: Milla Jovovich, Wentworth Miller, Ali Larter
Web: http://residentevil-movie.com/



Los franquiciados cinematográficos de Hollywood son como los sarpullidos, los hay de todos los tipos y los puedes pillar en cualquier época del año. Ni siquiera respetan los géneros: la acción (“Transformers”), la comedia (“Los padres de ella”), el terror (“Viernes 13”) o las aventuras (“La búsqueda”). También, y comienza a ser inquietante mi trastorno obsesivo-compulsivo, al repasarlos puedes darte cuenta que cada uno posee una biografía con planteamiento, nudo y desenlace: mueren por agotamiento (El “Star trek” de Shatner y Nimoy), se reinventan (“Batman & Robin” frente a “Batman Returns”), reviven (“Pesadillla en Elm Street”), se estancan (“James Bond”), o copulan (“Alien vs. Predator”, “Freddy vs. Jason”).

En principio, cuando se lanzó la primera entrega de “Resident evil”, ningún ser humano en la faz de este planeta pensó que esa amalgama de videojuego, James Bond y terrores “zombi” fuese a sobrevivir hasta la cuarta entrega. Nos equivocábamos. Ese director desigual, cargante y loco llamado Paul W. S. Anderson (“Mortal kombat”, “Horizonte final”) ha conseguido la dudosa hazaña de potenciar y estrenar otro filme que alimentase la saga y, esta vez, a ritmo del 3D. El discurrir de la Alice mutante (Milla Jovovich) aluniza en un Tokyo devastado por la apocalipsis (afortunadísimos títulos de crédito, lo mejor del metraje) y en una venganza cuasi-personal: la destrucción total de la maligna corporación que todavía se empeña en experimentar con el virus letal. Como buena capitana de barco de aventuras, la protagonista tiene sentido sólo si parasita a los quehaceres habituales del género: el viaje infinito plagado de desafíos (aquí va desde Tokyo a Alaska y, luego, a Los Ángeles, en busca de Arcadia, un ¿lugar? donde ¿no exista? la infección); la contraposición con un malvado incansable e interminable (para James Bond, SPECTRA; para el inspector Gadget, MAD; para nuestra Alice, UMBRELLA); y, asociado a ese caminar impenitente, el establecimiento de la franquicia en un “tempo” de serial clásico (arranca la película dando solución a un “continuará” anterior y da pie a un “continuará” posterior, en este caso, el quinto, sin miedo a que éste último, por falta de financiación, no se produzca).

Lo contradictorio es que, mientras la estructura general del cuarteto de filmes está clara y muy mascada (repetimos, la de un serial de aventuras, he ahí su éxito), el metraje del que se sustenta, especialmente ahora que ha cambiado del más convencional Rusell Mulcahy a Paul W. S. Anderson, se encasquilla en varios compartimentos estanco dedicados en exclusiva a que el espectador disfrute (mucho, eso sí) del 3D. Esta adicción monotemática convierte a la cinta en una ficción susceptible, cual zombi, de empodrecerse rápidamente. En una suerte de “eterno retorno”, “Resident evil: Ultratumba” se atrinchera en el búnker del que salió: el videojuego. De ahí que su valía, esto es, su capacidad para entretenernos, se apoye en unos pocos resortes (cámaras lentas, efectos tridimensionales, mucho machetazo) que, nos imaginamos, caducarán pasado mañana.

La que sí parece impermeable al paso del tiempo es Milla Jovovich. ¡Casi veinte años! después de “Retorno al lago azul” (sí, me marcó, ¿algún problema?), y con diversos triunfos en su filmografía (“Jóvenes desorientados”, “Juana de Arco”, “El perdón”, “Sin motivo aparente”, “La cuarta fase”…), la estupenda actriz ucraniana se ha apropiado de Alice y, como Harrison Ford e Indiana Jones o Sigurney Weaver y Ripley, ya no se entiende su personaje sin su persona. Quizá por ese solitario motivo (y por sus buenos ratos de aventura olvidable), debamos estar siempre agradecidos al petardo de Paul W. S. Anderson y, quizá por ese solitario motivo, la saga “Residente evil” permanezca en pie.

domingo, 5 de septiembre de 2010

BRIGHT STAR

Director: Jane Campion
Intérpretes: Abbie Cornish, Ben Whishaw, Paul Schneider
Web: http://www.brightstar-movie.com/



Hay películas que, como a antiguas novias, postres de niñez o acnés prefrontales, uno no debería regresar. Una de ellas es “El piano” (1993) de la directora neozelandesa Jane Campion. Los recuerdos, que son un poco cabroncetes, la colocan siempre en ese lado benevolente de la memoria que uno nunca sabe si nace A) del valor intrínseco del filme o B) del valor del momento en el que se consumió el largometraje. Eso sí, niéguense a comprobar cuál de las dos opciones es la correcta y recuerden que, antes que la Verdad, preferimos la Identidad. Además, con la madurez (una forma de hablar) con la que hemos visto la producción posterior de Campion, probablemente marquemos la opción “B”. Brilla la cineasta en su compromiso con su manifiesto artístico, lo que le otorga, y esto no convalida a todos los creadores que en el mundo son, una voz propia y característica; vamos, que sabemos cuándo estamos ante una película de la Campion. Desde las cimas (o eso creemos) de “El piano”; pasando por las rarezas, “Holy Smoke”; los encargos, “En carne viva”; y las bajezas, “Retrato de una dama”; su constancia en el discurso pausado, cromático (y congelado), la engancha con las rutinas de James Ivory o algunas irregularidades de la obra de Stephen Frears.

En “Bright star”, continúa la directora con esa obsesión por buscar una “literalidad visual” a la literatura mediante su lenguaje fílmico casero. La relación del poeta John Keats con su vecina Fanny Brawne ocupa los minutos de Campion con una parsimonia asombrosa e impertinente. Atrapada en los tópicos narrativos de este tipo de filmes (uno sufre mucho pero no menos que la otra, que sufre un huevo; él se suele morir y ella llora un montón), y en los tópicos narrativos de su tipo de filmes, solamente reviven a la cinta de un letargo infinito, los hallazgos visuales (esas agujas deslizando la tela, esa mágica luz “veermeriana”) de sus subordinados Greig Fraser, director de fotografía, y Christian Huband, director artístico. Tampoco, y esto es de justicia, se nos puede olvidar el trabajo de la actriz Abbie Cornish. Al lado de un Ben Whishaw que parece que no renueva sus recursos dramáticos, la actriz australiana sostiene, junto al talento explosivo de Paul Schneider, la vertiente interpretativa de la película.

Y a todo esto, ¿dónde anda Campion? La imaginamos tan monopolizada por su estilo que no es capaz de preocuparse por el fondo de su obra. Estallan las imágenes de la naturaleza lluviosa al desbocarse la emocionalidad del romance, los silencios a-sexuales entre los protagonistas y, cuando el pulso decae, la voz en “off” de Whishaw leyendo poemas de Keats. Demasiado fácil, vamos. Los rótulos del final, manteniendo el comatoso “qué fue de...” de telefilme (¿para qué nos vamos a liar?), nos dejan con la sensación de que hay películas que no sólo empeoran con el tiempo, sino que empeoran a velocidad absurda, como un video de Lady Gaga (vean su “jit-basura” “Alejandro”) o una pizza titilínica de microondas.