lunes, 28 de septiembre de 2009

UNA LIGA SIN ROSTRO

"Robert Mitchum estaba marcado por una cara, nuestra liga ni la tiene"

En “The Hold-Out” (1962), un mediometraje televisivo, Groucho Marx interpretaba uno de sus escasos papeles dramáticos. Cuenta Stefan Kanfer que cada vez que Groucho aparecía en pantalla, el público se descojonaba. Les (nos) resultaba imposible abstraerse del bigote, las cejas arqueadas y esa voz que, en lugar de ametrallar con chistes, se dedicaba ahora a recitar líneas trágicas. Robert Mitchum, el rostro del mal en el cine (“La noche del cazador”, “El cabo del terror”), nunca será ya un hombre de fiar. Da igual que interprete a un sheriff que defiende a una familia (“El dorado”) o a un extraño con un pasado oculto (“Retorno al pasado”), en Mitchum vive la contradicción de unas facciones nacidas para el mal. “La cara es el reflejo del alma”. Y la cabeza, añadiría Gall. Fuera de sus roles, determinados actores son nada (y, según Gassman, de eso se trata). Como el Alien incubado en John Hurt, persona (con cuerpo, con faz) y personaje (con el destino que una ficción ha preprogramado) se funden de tal manera que desligarlos supondría la muerte de ambos.

Nuestra liga, de momento, no tiene cara. Ni siquiera se le intuye una (bella, horrenda o estéril), como la que delatan las máscaras de Rorschach en “Watchmen” o de Peter Parker en “Spiderman”. ¿Esta temporada poseerá el mentón de Messi o los carrillos de Benzema? ¿Sonreirá con los labios de Casillas o de Ibrahimovic? ¿Mirará con los ojos de Pujol o de Cristiano Ronaldo? Cuando la distancia se reduce al “goal average”, al “photo finish”, la cuestión (y los argumentos de los futboleros) se convierten en gestos de gomaespuma. Unos minutos inspirados de Kaká o tres jugadas encadenadas de Ibrahimovic, vamos. A priori, nadie se ríe en los momentos dramáticos de los partidos del Madrid ni asocia a este Barcelona a medio gas con interpretaciones del pasado.

Como me dijo una vecina gorda en el funeral de un pariente, “Eduardo, no somos nadie”. Justo, vecina gorda, así se resume el campeonato actual. Ser nadie. Jurar promesas vacías. Ninguno de los dos equipos líderes ha rodado todavía su “Noche del cazador” ni ha protagonizado “Sopa de ganso”, aunque nos hayan bombardeado con demasiados tráilers previos. “Yo no podría hacer drama. Estaría perdido; no tengo esa capacidad, no sabría si el material es bueno”, le confiesa Larry David a Ricky Gervais. He aquí la cuestión: definirse. Vestir el gesto cómico o dramático y que el campeón se quede con ese rictus cuando, en Mayo, muera la liga.

JENNIFER'S BODY

Directora: Karyn Kusama
Intérpretes: Megan Fox, Amanda Seyfried, Adam Brody
Web: http://www.jennifersbody.com/



Diablo Cody se ha ganado un chute de respeto. Su pasado en los clubs de "striptease", su guión de "Juno" y su serie "Los estados unidos de Tara", justifican la curiosidad por su siguiente texto, "Jennifer's body". Aunque el reclamo de "marketing" sea la estratosférica Megan Fox, no se engañen. Es su negrísima sátira de "highschool" ("Escuela de jóvenes asesinos", "Secuestrando a la señorita Tingle"), adornada con chorrazos (poco inspirados) de terror, la diferencia esencial con productos de semejantes intenciones.

En un psiquiátrico femenino (entre Harker y Renfield, una referencia manifiesta al "Drácula" de Stoker), Needy Lesnicky (Amanda Seyfried) rememora los pasos que le han encerrado en una celda acolchada. Con las (afortunadísimas) líneas "el infierno es una chica adolescente" ("y su puñetero mundo", añadiría yo), Cody y la directora Karyn Kusama abren los minutos más lúcidos del metraje. Sin la contundencia de la poética "Déjame entrar" (quizá eso sea lo único desatinado del inicio, combinar brochazos y pinceladas), "Jennifer's body" desbroza las relaciones y expectativas de esta generación de "teenagers" norteamericanos, icónica y multimedia, hiperreflexiva e hipersexual.

Existe otra idea potente en "Jennifer's body" que ni siquiera la plana realización de Karyn Kusama es capaz de difuminar. Quiere Cody (de)mostrar (en especial, a las chiquillas inmersas en ella, como ocurría en "Juno" con los embarazos no deseados) qué hay más allá de la hiperbólica belleza púber mediante las licencias cotidianas del terror del XXI (las dos uves, vamos: “vampiros” y “virus”). Eso que Zemeckis repetía en la notable "La muerte os sienta tan bien" con distinto tramo de edad y parecidos artilugios, aquí se traslada al epítome del canon femenino actual, Megan Fox. Sólo un grupo de diablos (torpes y con rollo "The Fray"), a precio justo, permitiría que la fama, que la inmaculada juventud de instituto, dure siempre. Lástima que, una vez firmado el acuerdo al borde de un pozo infinito, la película prefiera su vertiente efímera de argumentos adolescentes y cremalleras lésbicas de Megan Fox, a la disección del proceso soterrado, gradual y trascendente, de envejecer y ser desterrada de las córneas masculinas por los siglos de los siglos.

lunes, 21 de septiembre de 2009

BASTARDOS MALDITOS

¡A POR ELLOS, CABRONES!

Tengo algo que deciros, panda de guerreros aficionados. Bajo mi mando, adquirís una deuda. Una deuda personal conmigo. Cada uno de vosotros me debe cien cabelleras nazis”.

En “Malditos bastardos”, el nuevo pasote de Quentin Tarantino, el teniente Aldo Raine (Brad Pitt) alienta a su pelotón de soldados y les recuerda por qué y para qué combaten en la Francia ocupada de 1944. Torturar y matar nazis. Cuantos más, mejor. Punto. Y sus hombres, los soldados Donny Donowitz, Hugo Stiglitz o Smithson Utivich, atacan su cometido. Mujeres, familias, lealtades, países… nada, nadie. El único motivo de su existencia se resume en masacrar a los seguidores de un “maníaco asesino en masa” llamado Adolf Hitler.

La concienzuda labor exterminadora del Barcelona, reiterada en el partido contra los teleñecos rojiblancos, necesita ser detenida por el bien del fútbol. Esa superioridad manifiesta (¿cómo no se iba a acoplar bien Ibrahimovic?), esas demostraciones megalomaníacas de Laporta en la Diada (sí, sí importan), no las puede parar un club pequeño repleto de guerras internas. Kün y… Abel, Forlán y… Roberto, Jurado y… Pablo. Como la resistencia francesa del 44, el Atlético no posee la suficiente estructura, la suficiente claridad de ideas, la suficiente entidad frente a un ejército demoledor.

Entonces hay que llamar a los norteamericanos, a los profesionales, a los malditos bastardos. Y en la primera división española, este batallón es el Real Madrid. En su partido contra el Xerez (escribo el domingo por la mañana), la plantilla tiene una deuda personal con todos los aficionados madridistas. Los jugadores deberían traernos al menos cinco goles de diferencia con el equipo andaluz. No nos vale otra. Cristiano, Kaká, Raúl, Casillas, Benzema… están obligados a liderar la clasificación. El resto, un fracaso. Nosotros, que hemos soportado la ocupación del club blanco, que sufrimos la dictadura azulgrana, confiamos en estos bastardos y en que sus habilidades asesinas cambien la historia. Ojalá que el espíritu de Aldo Raine ocupe el cuerpo de Pellegrini y el argentino grite en el vestuario: “Cabrones, se acabó ya la misión de nenazas en Zurich. Toca, panda de guerreros aficionados, olvidar la puñetera publicidad, los atletas de Cristo, los tatuajes gilipollas, los Audis, las malditas revistas, los árbitros, el Barcelona… y entregarme el puto liderato de la liga. ¿Está claro?

lunes, 14 de septiembre de 2009

KAKÁ KLAN


¡Perdóname, Caroline, pensaba que estabas como una puta cabra!

Dice Caroline Celico, la bendita parienta de Kaká, que Dios puso la pasta en las manos del Real Madrid para que fichase a su chavalote. Y, la verdad, pensé que estaba chiflada, muy chiflada.

Amigos, reconozco mi tremendo error. Lo siento, Caroline, yes una santa moza y un ángel moreno de la creación. Reniego de Richard Dawkins, Bill Maher, Sam Harris y Christopher Hitchens. Son unos ateos de mierda y, encima, no les gusta el fútbol. He visto la luz: el de allí arriba (no me refiero a Ibias) tuvo que ser el cajero automático, omnipotente, omnipresente y omnisciente que colocó la pastona del fichaje de Ricardo Izecson Dos Santos Leite en las manos de su enviado en la tierra, Florentino Pérez. No se explica, si no, que un jugador cejijunto (con respeto, aprecio mucho a Induráin, a Güiza y a Trancas), ultrarreligioso (con respeto, aprecio mucho a Donato, a Lopera y a Aramís Fuster) y multimillonario (con respeto, aprecio mucho al Pocero, a Jose Luis Moreno y a Emilio Aragón), haya abierto los mares de un Real Madrid capaz, hoy, ¡hasta de hacer rotaciones!

Rotaciones, amigos, repito, rotaciones. ¿A que les suena esto a “deflagración de protones” o “kilombamiento de trácanos”? Recuerden el año pasado, leñe: ¡Drenthe no sabía rotar sobre sí mismo! Si Dios es el motor inmóvil de lo existente (incluidos, no lo perdonen, los sofás de cuero, Juan J. Alonso y el “Malibú” con piña), Kaká agita todo a su alrededor. Su juego transforma a chavales solteros y de barba (Granero) en profetas inesperados de su palabra y a entrenadores dubitativos (Pellegrini, ¡encuentra tu sitio, truhán!) en escribas de sus buenas nuevas. Como en cualquier religión, que la teología madridista asuma certezas sin mirar por el retrovisor, trae sus consecuencias. Ya que el Altísimo (no me refiero a Roberto Dueñas) ha puesto pasta “pa uno”, ¿Caroline, eso no significa que también la ha puesto “pal’ resto”? ¿Qué ocurre con jugadores ensombrecidos por Kaká (Cristiano Ronaldo) que deberían funcionar divinamente? Paciencia, hermanos, paciencia. Los caminos del dios blanco son insospechados. El sábado no nos bastó con un gol del poligonero portugués. Todavía le queda (quizá por no aclarar a qué juega fuera de sus acciones individuales) que nos convirtamos a su religión. Démosle tiempo y estoy seguro de que, milagrosamente, nos curará la ceguera.

sábado, 12 de septiembre de 2009

GORDOS

Director: Daniel Sánchez Arévalo
Intérpretes: Antonio De La Torre, Roberto Enríquez, Verónica Sánchez
Web: http://www.gordoslapelicula.com/



Desde el arranque, Sánchez Arévalo decide mostrar lorza. Cuatro gordos y su terapeuta retozan encima de ese pegajoso sebo, de ese asco de uno mismo, que la hiperreflexión y la hiperatención sobre el propio cuerpo hacen emerger de la cintura, del pecho o del útero de los humanos globalizados. El mosaico de personajes va armándose, hábilmente apoyado en un reparto bien balanceado (cabe Teté Delgado y cabe Verónica Sánchez), y uno pediría a Umberto Eco que añadiese un capítulo en su “Historia de la fealdad” alrededor de la visión actual de la gordura. No son estos fofos urbanitas los divertidos sátrapas de “La gran comilona” de Ferreri, ni intentan la hilaridad desmadrada (y panzuda) de los Monthy Python en “El sentido de la vida” o de los Beatles en “Magical Mistery Tour”. Muy a propósito, disturba Sánchez Arévalo con sus imágenes (unas, por su desbordamiento sexual, otras, por su agradable sabor azconiano) y, enfundado con ellas, encuentra varias historias potentes, lúcidas, equilibradas.

Vale que en un relato coral siempre hay irregularidades (aquí, en el episodio de De La Torre), pero la primera mitad del metraje explica con pulso firme la cuestión: dónde se convierte el sobrepeso de quehacer accesorio a quehacer vital y por qué. Ayudado por sus actores (incluso el limitado Enríquez brilla), Sánchez Arévalo da en el clavo. Tras sesenta minutos de buen ritmo, de conseguir lo complicado (construir caracteres, desplegar motivaciones, sugerir explicaciones), uno no entiende qué obliga al cineasta a desviarse por caminos impostados.

Habiendo concebido la idea y el desarrollo de “Gordos”, decepciona (uno revive la sensación que tuvo al ver a Djukic fallar aquel puto penalty) que en su última parte Sánchez Arévalo apueste por tracas vergonzantes (esa sublimación del marido muerto; esa resurrección al tercer día; ese montaje alternando sexo y parto). Así, la menos artificiosa de sus resoluciones, arrasa en emoción. Ahogados por nuestra asfixiante (y vigilante) cultura multimedia, una pareja de gordos descubre en youtube sus dos gigantescas masas corporales follando… y sonríen. Exacto, Sánchez Arévalo. Sonrían más, coño.

12 TRAMPAS

Director: Renny Harlin
Intépretes: John Cena, Aidan Gilles, Ashley Scott
Web: http://www.12trampas.es/



John Cena es un hombre del Renacimiento, capaz de repartir hostias como monolitos en la WWE, grabar un disco de hip-hop para Columbia o protagonizar películas del nivel de "El marine" (me dirán, "estás malgastando tu vida". Ya.). Sin saberlo, el "salao" de Cena recoge una tradición bizarra de luchadores profesionales que saltan a la gran pantalla. Fíjense: Van Damme le daba al kickboxing antes de interpretar a un "gay karate man" en "Mónaco Forever" (dato impactante de imdb.com); André era un gigante que peleaba como el “Gigante” de la WWF, justo cuando le ofrecieron dar vida a... un gigante... en "La princesa prometida".

Lo que sí conoce John perfectamente son sus cualidades como actor. En la terrible "12 trampas" (un sucedáneo telefilmero de "La jungla de cristal 3", Renny Harlin por medio), las podemos comprobar. Cara pétrea, músculos a cascoporro y una rigidez corporal digna de Ronald Koeman o Chuck Norris. Proponemos al gran Joaquín Reyes que le dedique un "celebrities" y que Cena metamorfosee, descojonándonos todos, de machetero estadounidense a machetero albaceteño.

domingo, 6 de septiembre de 2009

HAZME REÍR

Director: Judd Appatow
Intérpretes: Adam Sandler, Seth Rogen, Leslie Mann
Web: http://www.hazmereir-lapelicula.es/



En su emocionado obituario de George Carlin ("Morirse es duro. Ser cómico es aún más duro", NY Times), Jerry Seinfeld escribía: "La verdad es que, en el día a día de un cómico, la muerte es sólo un punto de partida para escribir chistes". Con "Hazme reír", Judd Appatow ("Virgen a los 40") mezcla muerte y comedia en el personaje de George Simmons (un sosias de Adam Sandler), humorista al que le detectan una leucemia terminal. Toma autoconciencia el comediante de la proximidad de su funeral y ésa podría ser la nota potente del discurso de Appatow. La representación de sí mismo (alguien sufrido, familiar, cercano) que intenta maquinar Simmons de forma inconsciente, choca frontalmente con la rutina de un actor cómico mundialmente famoso (alguien en permanente fiesta, en permanente agasajo, en permanente soledad). Aún obviando ciertos brochazos groseros, la búsqueda de ese "yo" imposible retiene el punto agridulce, gris y vital del metraje. Uno, que lleva años defendiendo a Adam Sandler, se reconforta cuando el actor norteamericano controla los "tempos" y arranca una interpretación memorable.

Los ciento cuarenta minutos de "Hazme reír" se reforzarían si Appatow hubiese decidido los géneros de su película y trabajase en ellos con menor superficialidad. Mientras que la tragicomedia (un ente más cómico que trágico) carbura, las situaciones humorísticas y dramáticas (así se estructuran en el filme, casi en compartimentos estancos) dejan la sensación de algo incompleto y accesorio. Ni Seth Rogen ni los limitados Eric Bana y Leslie Mann conseguirían levantar unos secundarios esbozados que terminan de empequeñecer el proyecto. Desgraciadamente, al no resolver Appatow qué quiere y en qué medida lo quiere, incluso la faceta sólida de "Hazme reír" se agúa y abandona cualquier profundidad, cualquier mirada al “backstage” de esa profesión suicida llamada "cómico".

QUÉ LES PASA A LOS HOMBRES

Director: Ben Kwapis
Intérpretes: Ben Affleck, Scarlett Johansson, Kevin Connolly
Web: http://www.tripictures-spain.com/quelespasaaloshombres/index.html



Según recoge Eva Illouz en “El consumo de la utopía romántica” (Ed. Katz), la revista estadounidense “Photoplay” publicó un artículo en 1928 que recomendaba a los cineastas lo siguiente: “La palabra “amor” en el título garantiza que los hombres, mujeres y niños querrán pagar la entrada. El segundo lugar lo ocupan otras palabras sensuales como “pasión”, “corazón”, “besos”, “mujer” (…)”. Ben Kwapis y su “Que le pasa a los hombres” (“A él no le molas lo suficiente”, su traducción correcta) se toman esta sugerencia al pie de la letra. Detrás del título, los escenarios prefabricados, el reparto interminable, los eslóganes blancos y el falso documental, no hay nada.

El filme trata de convencernos de que, mediante varias parejas tipo y con cuatro ideas de instituto, es capaz de analizar (y aconsejar sobre) las relaciones entre los mozos y mozas del siglo veintiuno (myspace, móvil, algún gay y Bon Jovi para ambientar, claro). Vistos los treinta primeros minutos, comprendemos que “Que les pasa a los hombres” ahonda a un nivel de Cosmopolitan en lo que le pasa a los hombres (y a las mujeres). Molestan más que Jennifer Connelly o Ben Affleck en un papel vacío, las intenciones pseudodidácticas, moralistoides, impostadas y baratas del guión, tan pseudodidácticas, moralistoides, impostadas y baratas como el libro de autoayuda en el que se basa. Únicamente merece la pena recordar su final (“nunca pierdas la esperanza (en el amor)”, suelta la protagonista) si lo enfrentamos a estas líneas de Illouz: “(En la cultura postmoderna) el amor, como el consumo, es para todos, y en ese sentido aparenta estar radicalmente libre de divisiones de clase y de género”. Sólo apariencia. Como “Que le pasa a los hombres”.