lunes, 25 de mayo de 2009

MADRIDISTA EL QUE NO POTE


Piqué, aquí está el método perfecto para demostrar tu barcelonismo

Qué bonita estampa la del sábado en el Camp Nou. La familia azulgrana, tras dos años sin ganar nada, recibía de Ángel María Villar (salido del museo de cera) la copa de la Liga. Al ver a esa turba exultante, me asaltaron imágenes de “La gran familia”, de “La tribu de los Brady” y de “La casa de la pradera”. ¿Era Mike Brady el que levantaba los brazos junto al desahuciado Eto’o? ¿Dedicaba Guardiola sus palabras a Michael Landon? ¿Quién faltó a la celebración: Milito o Chencho? Muy blandengue todo, como ese lejano año 96 en el que el Atleti ganó el doblete y Gil (abierto el chándal hasta la cintura) removió sus carnes sobre Neptuno cual chamán “empeyotado”.

Amigos, hay algo que no puede faltar en cualquier evento culé (victorias, derrotas, cumpleaños, “raves”…): referencias al Real Madrid. Florentino no había presentado su candidatura y Laporta ya andaba loco advirtiéndole que no tocase a sus jugadores. En Liga, con (en sus palabras) “un equipo imbatible” todavía les inquietaba si Juande (y su banquillo cómico) sería capaz de remontar. Por favor, barcelonistas, superen esa inseguridad ontológica: el Madrid continúa siendo el mejor club de la historia. Traten de asimilarlo y sigan adelante.

Me increparán: “Galán, mamonazo, siempre exagerando. También el Madrid se despacha a gusto”. No, no tanto. Estamos más acostumbrados a ganar que el Barça (y que el Atleti). Eso se nota. Precisamente un jugador que no ha demostrado nada (22 añitos), hizo de “showman” en la celebración y se dedicó a cantar el habitual “madridista el que no bote”. Piqué, ¿no ves que ya aguantamos a demasiados “frikis”? ¿No has sufrido en youtube el discurso del segundo de Onieva, Fernando Martínez Blanco? ¿Y la denuncia de Eduardo García? ¿Y el espíritu de Nanín? Te pediría que abandonases este bizarrismo tuyo con una medida drástica: demostrar tu barcelonismo con algo más que unos simples botes. Entérate, Gerard; elevar tu cuerpo unas cuantas veces al son de la multitud no es mérito suficiente. Incluso yo, gordito y cabezón, podría. En un capítulo de “Padre de familia”, Peter propone a Brian y a Stevie la competición perfecta para decidir quién se comerá una tarta: dar un buen trago a un bote de purgante y el que no vomite se la zampa. Piqué, te diría que buscases algún método parecido pero no llegas al talento de Peter Griffin. Si el Madrid está tan presente en tu vida que te ves obligado a nombrarlo al ganar una liga, por lo menos, sé original.

sábado, 23 de mayo de 2009

GOOD

Director: Vicente Amorim
Intérpretes: Viggo Mortensen, Jason Isaacs, Mark Strong
Web: http://goodthemovie.com/



Los que vimos (canal perdido, madrugada tonta) «Camino en las nubes», descubrimos en Vicente Amorim las suficientes cualidades como para construir una voz propia, capaz de conjugar los espíritus del «Cinema novo» brasileño con directores cariocas contemporáneos (Salles, Mireilles). Apelmazaba Amorim la tierra en las llantas de las bicicletas de una familia sin destino aparente y de esa peculiar comunión salía Brasil y sus aires, salía Río y ese trabajo imposible (esa quimera) que traería la felicidad de una puñetera vez. Mediante «Camino en las nubes» recreaba el realizador ese experimento mágico que suele darse en las buenas «road movies» y que saca paisajes de las marcas de la piel del viajero.

Nacido en Austria de padres diplomáticos, no sorprende tampoco que su primera producción internacional, «Good», gire alrededor de un profesor alemán (Mortensen) que vive las circunstancias de la llegada al poder del partido nazi a finales de los años treinta. Incubado a partir de la obra de teatro de C.P. Taylor, el proyecto se motiva por la participación de Viggo Mortensen en su reparto. Es él quien acarrea el peso y es él quien genera el interés del filme. Duda uno si será el mismo Amorim de «Camino en las nubes» al contemplar «Good», tan poco ocupada en emocionar más que con las (necesarias, no suficientes) armas de guión. También duda uno si las críticas entusiastas del montaje original las compartiría la película. Si las palabras de Taylor poseían fuerza (desconozco el libreto), aquí caen (salvo en algunos momentos: la madre rota y abandonada; el arrepentimiento entre camiones sudorosos) en una asepsia peligrosa anidada en una gran falta de potencia visual. Ni los esforzados Mortensen e Isaac inflan una historia en la que sólo se esboza ese mundo al que hundieron en el mal hombres buenos como éste.

lunes, 18 de mayo de 2009

POCOMADRID

La nueva plantilla del Madrid

En estos momentos el Real Madrid se encuentra perdido en un universo blanco, similar al que ocupan Elly, Pato o Pocoyó durante sus divertidas aventuras en la serie animada “Pocoyó”. Es la situación actual del club un lugar incoloro en el que se distinguen figuras pero no hay fondo; una especie de infierno aséptico sobre el que resaltan unos personajes (Juande “Pajaroto”, Boluda “Elly”, Raúl “Pocoyó”, Casillas “Loula”) huérfanos de perspectiva, de pasado y de horizontes.

La primera en sufrir esta desorientación espacial es la plantilla. Ayer se emitieron las imágenes del banquillo del Madrid en Villarreal. Los amigos Royston Ricky Drenthe y Julien Faubert confirmaron con su actitud infantil el estatus del resto de los jugadores: una mezcla entre pasotismo y espera. Al sufrir ese documento audiovisual uno deslizó su vergüenza hacia la esperanza terapéutica. Si “freaks” así llegaron al Real Madrid, ¡estoy a tiempo de cumplir mi sueño de jugar en el equipo blanco!

Aunque las cosas no son tan fáciles. Con ese subidón de moflete que padece todo aquel que no está acostumbrado a ganar, Laporta ya comienza a dinamitar: “creo que el Real Madrid va a remolque”. Menudo diagnóstico, ¡premio Nobel para el intelectual catalán! Obviamente, Joan, vamos a remolque; Florentino tendrá que lidiar una situación complicada. En mi opinión, no hablamos de los trescientos millones de euros que nuestro tío Gilito favorito dice que necesita la entidad. Se trata más de saber a quién fichar: recuerden al (todavía) director deportivo del club, Mijatovic, y el dineral malgastado en contrataciones bizarras.

Antes de su lanzamiento, los creadores de “Pocoyó” albergaban serias dudas sobre si los niños serían capaces de entender una serie sin fondos. Incluso los repetitivos escenarios de “Los Picapiedra” (un bucle por donde corrían Pedro y Pablo), ofrecían alguna referencia a los chiquillos. Ese riesgo en apostar por elementos nuevos e innovar es lo que le pedimos a Florentino. Ojalá haya aprendido a combinar fichajes desconocidos (espero, ahí participarán activamente Valdano & Zidane) con futbolistas contrastados (no comparto esa obsesión con Kaká). Ojalá se decidan por un entrenador que nos saque de este limbo blanco (no Mourinho) y consiga reconstruir los escenarios habituales del Real Madrid: victorias, campeonatos, goles.

lunes, 11 de mayo de 2009

PAUL MOOR & THE FANTASTIC TWO


"El último vals" en acústico

Pablo Moro presenta su nuevo formato acústico en Madrid

“La boca del lobo” ocupa un lugar mínimo en el centro de la capital. Su sótano, enladrillado como el “Cavern” de Líverpool, acogió a Pablo Moro el viernes por la noche. A punto de lanzar su tercer disco (allí se destaparon algunas canciones inéditas), Pablo acudió a la cita en un formato inusual: dos guitarras (él y el estratosférico Álvaro Bárcena) y un teclista (un sorprendente Richard García). Frente a un público que llenó la planta (una mezcolanza extraña: mozas y mozos a partes iguales, de buena crianza todos), Moro despojó sus canciones de abalorios.

Hay que callarse. Desde la última vez que le vi (hace ya un año y medio, qué viejunez), ha acogido el cantautor asturiano la religión musical “Americana” (ésa que venera a The Band, Dylan o Grateful Dead). Como prueba de fe, las barbas pobladas y las camisas de “working man hero”. Y relucen sus composiciones desnudas, a pesar de una audiencia a veces más preparada para escuchar “guatanebikonso” en la cercana calle Huertas. Caen las espléndidas “Smoking point”, “Imitadores de Elvis”, “Pídeme” o “Perdedores sinceros”. También hubo rato de novedades (Moro maneja la ironía y la autoparodia, virtudes manifiestas en mi canción favorita, “Tic tac”) y de versiones (Fito Páez).

Todavía le queda carretera a Pablo, pero se nota que sabe rodearse de fantásticos músicos y que sabe evolucionar, revisitando, violando trabajos y músicas pasadas. Además, que Jaime Urrutia apareciese en la sala durante la divertida “Quédate” da una idea de hacia dónde encara Moro el largo y sinuoso camino.

NO SOMOS EL CAPITÁN KIRK

¡Éste no!


¡Éste sí!

Seguramente, en ningún otro medio como la televisión sea tan fácil que un actor se identifique con su personaje por los siglos de los siglos. Peter Falk nunca será el amigo de Cassavetes que participó en “Una mujer bajo la influencia” o “Husbands”. Peter Falk siempre será Colombo. Angela Lansbury nunca será Minnie Littlejohn en “El largo y cálido verano”. Angela Lansbury siempre será Jessica Fletcher. Este suceso paranormal puede darse por diversas razones (añadan las suyas): la presentación continua (semana tras semana) de un personaje a través de un interprete; la representación de una ficción en un lugar íntimo (y estable) de la vida del público; o la asignación de una cara virgen (los actores desconocidos copan las series) a un carácter nuevo.

Durante esta temporada, los madridistas (quizá porque no distinguíamos a Faubert de Van Der Vaart o de Lass; quizá porque les veíamos en casa con dos cervezas de más; quizá porque ganaban cada jornada), nos hemos creído que el Real Madrid podría haber plantado cara al Barcelona. Este sábado, viendo en Valencia al verdadero Madrid uno siente que el resto del año nos tragamos la ciencia ficción de “Star trek” con Klingons y todo. No somos el capitán Kirk (para eso, basta William Shatner), ni nuestros dirigentes adivinan el futuro como Mr. Spock (para eso, basta Leonard Nimoy). Ni siquiera Florentino (nuestro Jean-Luc Picard, nuestro Patrick Stewart) sabe todavía qué papel desarrollar. Ojalá no nos convirtamos en ese muñeco de trapo que jugó en Mestalla, un equipo con futbolistas que han firmado por otros clubs, con un entrenador depresivo, con unos capitanes de vacaciones, con un presidente engominado.

A principios de los noventa, Jerry Seinfeld se despreocupó de engancharse a su personaje. Junto con el genio Larry David, creó uno a su medida: él mismo. Trata “Seinfeld” de un cómico neoyorquino que vive en un apartamento del Upper West Side en el que recibe a su grupo de amigos… justo a lo que dedicaba Seinfeld su vida real. Ese club debería volver a ser el Real Madrid: un equipo que se interpreta a sí mismo. No queremos parecernos a los “gremlins” azulgranas, sin historia a la que honrar. Nosotros sí poseemos un pasado: Di Stefano, Gento, Juanito, la Quinta… Sólo lo recuperaremos interpretando al Real Madrid, haciendo justicia a nuestro nombre.

NUNCA ES TARDE PARA ENAMORARSE

Director: Joel Hopkins
Intépretes: Dustin Hoffman, Emma Thompson, Eileen Atkins



No. “Nunca es tarde para enamorarse” no es “Papillon”, ni “Lenny”, ni “Sentido y sensibilidad”, ni “Primary colors”, ni “Los amigos de Peter”, ni siquiera es “Mad city” o “El beso de Judas”. La propuesta de Joel Hopkins (su primera producción “major”) no engaña a nadie: su título (el ridículo “Nunca es tarde para enamorarse”), las previsibles intenciones de su trama… Hopkins ha tenido la enorme suerte (o la enorme capacidad económica) de conseguir a dos actores que podrían levantar un filme de Jodorowsky. En ellos reposa el interés del metraje, en sus monólogos (de recuerdo escojo al norteamericano brindando por su hija), en sus coqueteos de guión anecdótico.

¿Qué sería de “Nunca es tarde para enamorarse” si eliminásemos a los extraterrestres Hoffman y Thompson? Una tontería simplona, geriátrica, dispuesta a emitirse a altas horas de la madrugada. Es paradójico que una película sobre la vejez descubra a uno de los grupos jóvenes del momento: los (maravillosamente) anticuados “teenagers” “Kitty, Daisy & Lewis” entonan “Son of a gun”.

domingo, 10 de mayo de 2009

GENOVA

Director: Michael Winterbottom
Intérpretes: Collin Firth, Catherine Keener, Willa Holland



En “La cabeza de la Medusa: el miedo, el espejo y la muerte” escribe Vicente Dominguez (vicentedominguez.org) con su habitual inteligencia, con su habitual (profunda) liviandad: “la superstición es la expresión de un miedo muy concreto, el miedo a la muerte de un hijo. Escribe Fernando Beltrán (…) que en una ocasión un amigo le dijo: “mi hija es mi miedo””.

En sentido inverso, Michael Winterbottom, un director que hoy debería ser tachado de “clásico” allá donde vaya, ausculta a un padre (Collin Firth, intachable siempre) que utiliza la superstición (un viaje a Genova) para ahuyentar el miedo de una niña; una niña que con su azar inconsciente provocó la muerte de su madre. Sin emplear elementos hitchockianos (jamás muestra dos estímulos), Winterbottom sacrifica el futuro de Marianne (Hope Davis). Sabemos todos (y eso que no nos han condicionado burdamente) que esa mujer, inmersa en un juego de ciegas intenciones, sólo cuece su epílogo. Posee Winterbottom la suficiente templanza, la suficiente “naturalidad” (aquí entrecomillamos en homenaje barato a las armas de la “nouvelle vague”) que nos presenta una muerte vital como un hecho natural, un hecho provocado por la inmadurez de una niña que ciega a su madre con dos brazos que no abarcarían a su propia vida.

Encuentra entonces su padre una solución supersticiosa (viaje a un nuevo mundo paradójicamente antiguo) y se plantea una existencia ficticia en un lugar contradictorio. Sobre esos mimbres tambaleantes, nada es posible. Italia ya no es la de “Vacaciones en Roma”: los italianos ya no quieren como Gregory Peck y su niña mayor ya no aguanta como Audrey Hepburn. Génova, a la vista de padre e hijas, asfixia con sus callejones y sus lloros a medianoche, recicla sus propósitos de lugar inhóspito e incomprensible. Winterbottom arrastra a sus personajes al límite (puestos a ello, una vez más arrastra a su lenguaje cinematográfico) y les suelta en una incertidumbre que provoca fantasmas.

“Génova”, en su corto recorrido (ese puede constituir su solitario déficit), deja a esas niñas solas, deja a ese padre solo, y él las arropa, y ellas le arropan a él de aquella penumbra, de aquel vacío que Fernando Beltrán llama “mi miedo” y que a todos, llame como Fernando lo llame, nos sacude el pecho cuando el azar nos asalta.

miércoles, 6 de mayo de 2009

LA REINA VICTORIA

Director: Jean Marc Vallée
Intérpretes: Emily Blunt, Rupert Friend, Paul Bettany
Web: http://www.theyoungvictoria.co.uk/



Gracias al éxito del sobrevalorado drama gay “C.R.A.Z.Y.”, Jean Marc Vallée atraca en una superproducción “britanicohistórica”, “La reina Victoria”. Aunque en principio el salto desde la homosexualidad a la realeza parezca un giro mortal con doble tirabuzón, si rascamos surge un buen número de semejanzas entre ambas realidades. Fíjense: fascinación por los trajes de plumas, por la colorida solemnidad, por los bailes bizarros, por el amor-odio del populacho… ¿lo ven?

Aún separada de la anterior mediante un estilo rígido y fotográfico de película inglesa de época, “La reina Victoria” arranca a similar marcha que “C.R.A.Z.Y.”. Gusta a Vallée la idea de un personaje central que lucha contra su inmadurez y las contradicciones que florecen cuando ésta es obligada a asumir roles que la desbordan. La primera hora, rodeada una gélida Emily Blunt de arpías y miserables, alcanza sus objetivos: ensombrecer los destellos de la juventud, de los carruajes, de las recepciones con maquinaciones, traiciones, engaños. Obviamente, no carburaría este engranaje de maldades sin la exacta, cronometrada aportación de unos secundarios que engrandecen al filme (y empequeñecen a Blunt y Friend): Paul Bettanny, Julian Glover, Miranda Richardson, Jim Broadbent, Mark Strong y (mínimo papel, enorme actor) Michael Maloney.

En cambio, a medida que avanza el metraje la cosa se vuelve falsa como la (ahistórica) herida del príncipe Alberto durante un atentado a la reina. Se desenturbian los entuertos de la peor manera: aclarándolos con toneladas de azúcar. De golpe, de forma inverosímil, dejan de ser malvados los malvados y regresan los buenos a la bondad. Después de prometer algo (¡estupenda escena de una monarquía reprochándose mientras come!), uno no entiende esta rebaja final de “La reina Victoria” en su discurso, este rendimiento al “Hola!” (¿se deberá a la producción de Sarah Ferguson?) que desecha la real ponzoña real en pos de una taza de té fría, muy fría.

lunes, 4 de mayo de 2009

EL MADRID Y POLI DÍAZ

En ese momento, todavía creía que ganariamos...

La noche del 27 de Julio de 1991 yo era un niño cabezón y feliz. Mis padres me dejaban ver la pelea de Poli Díaz con Pernell Whitaker. Aunque luego se convertiría en un hábito, aquella noche fue la primera en la que comencé a hacerme a la idea de lo que iba a significar para mí la nocturnidad y la alevosía. Con Policarpo, “el potro de Vallecas”, me sentía identificado: era duro de mirar, imbécil (dos características que compartimos) y pegaba unas hostias como campanos (ésta no). También conocía a Whitaker, el malo de la peli. Whitaker era negro e invencible y yo me negaba a creerlo. Sí, le había visto en peleas previas y me parecía tan bestia como Don Julián, un profesor enorme que me daba coscorrones de hijo de puta. “No, no… Poli podrá con él… le machacará”, me engañaba mientras zampaba la cena. Y allí estaba con mi padre, un pobre zombie de sueño, apoyando a “El potro”. Ya conocen la historia: Poli aguantó todos los golpes del mundo y parte del extranjero. A partir del cuarto asalto sabíamos que la victoria era imposible. El madrileño soportaba estoicamente los cañonazos de Whitaker y se mantenía en pie. ¡El muy jodido conservaba su napiota de dibujo animado entre salpicones de sangre y babas!

Ganó Whitaker. Poli perdió y regresó a España con una muñeca y una costilla rotas. Pero aguantó. Poli aguantó. Yo no: lloré como un capullo, como un puto capullo. ¿Saben ese niño feo que llora y pendulea un moco permanentemente? Yo. El que me llama “gilipollas” es mi padre.

El Madrid del sábado fue un equipo duro de mirar, imbécil y aficionado a dar hostias como campanos. Pero, tampoco le maltratemos, ha sido un digno rival de este Barcelona sobrehumano. No lo nieguen: resistió una liga adjudicada a un equipo insuperable con unos jugadores de saldo (hagan cuentas: Faubert, Drenthe, Metzelder, Cannavaro, Marcelo, Guti,…). Eso sí, lo confieso: hasta el minuto quince yo creía que podíamos ganar. Me engañaba. ¿Qué si lloré? No, aguanté cañonazos barcelonistas al mejor estilo de Whitaker. Sólo quería que se evaporase el sueño, que Undiano desapareciese a Messi y a Etoo y a Iniesta y a…

¿Y el futuro, me dirán? Pues no lo sé. Juande no debería continuar, al igual que más de media plantilla (¿cuándo se transformó el Madrid en un espectáculo de los Morancos?) y una directiva lamentable. Observo en el Madrid un mañana tan impredecible como el de Poli Díaz, que acabó pegándose con Mickey Rourke, haciendo porno o durmiendo en una tienda de campaña, justo al lado del puente de Vallecas.

UN BUEN HOMBRE

Director: Juan Martinez Moreno
Intérpretes: Tristán Ulloa, Emilio Gutiérrez Caba, Nathalie Poza
Web: http://www.unbuenhombre.com/



“Un buen hombre” arranca con un tipo mediocre con asesinato al fondo. Vicente (Tristán Ulloa) descubre a su amigo Fernando (Gutiérrez Caba) cuando éste asesina a su mujer. De Fernando depende el ascenso a catedrático de Vicente. De Fernando depende que la vida de Vicente continúe por los raíles establecidos.

Si usted critica al cine español por vegetar en un estado entre el coma, la subvención y los experimentos indescifrables, debería hallarle suficientes méritos a “Un buen hombre”. Salvo en determinadas (y desafortunadas) ocasiones en las que trata de plantear una simplona aproximación al fenómeno de la clase media, el filme sortea pretenciosidades y construye un ejercicio de suspense más que repetido, más que conocido, más que efectivo. Es Juan Martínez Moreno un director que controla sus recursos (no le pillamos empantanándose con planos metafísicos, tampoco sufrimos canciones “pop” alrededor de sus fotogramas) y que conoce los puntales de una obra de este estilo, limítrofe al telefilme. Unos actores aceptables (Caba rebaja su habitual brillantez con un papel renqueante, incompleto; se eleva Alberto Jiménez sobre el resto), un desarrollo entretenido (aunque algunas vueltas de tuerca sean de traca) y un desenlace previsible. Imagínense que este filme se hubiese producido en Hollywood: ahora lo pasarían en un canal de televisión a las tres y media y siestearíamos, felices, a la vez que él minuta. ¿Pasa algo?

sábado, 2 de mayo de 2009

LA VERGÜENZA

Director: David Planell
Intérpretes: Alberto San Juan, Natalia Mateo, Norma Martínez
Web: http://www.laverguenza.com/



Existe una esplendorosa vertiente del cine español, bastarda de Berlanga, Buñuel y Bardem (y de Baroja, y de Clarín, y de Fernández Flórez), encantada con revolver la mierda de la burguesía. Berlanga acompañaba (¡cómo acompaña Berlanga!) a los señores que traían a un pobre a su mesa en Navidad; Buñuel se acostaba, se pervertía con Catherine Deneuve y Jean Sorel; Bardem desangraba las risas que sobrevuelan a una solterona en una ciudad miserable. En “La vergüenza”, David Planell explora ese lado oculto, esa cara pútrida de dos personas, Lucía (Natalia Mateo) y Pepe (Alberto San Juan), que valoran devolver al niño peruano que acogieron.

Ganadora del festival de Málaga, la película disecciona sentimientos primarios e infantiles: rechazo, vergüenza, dependencia… y los maquilla, hábilmente, entre excusas adultas, encriptadas, vacías. Son los personajes de Planell unos treintañeros acomodados que no consiguen descubrir las consecuencias de sus actos hasta que se han materializado, hasta que pasan de lo invisible a lo evidente. Mediante de una propuesta teatral (el propio director confesó en la presentación que era una “película pequeña convertida en grande”), una pareja machaca sus sueños con mil mentiras que, como cantaba Sabina, no merecen ser verdad. A esos caracteres inseguros, asediados por las dudas, Planell asigna un reparto que demuestra su capacidad interpretativa aguantando los envites de un último tramo irregular. A San Juan (actor monocorde, digno hoy), Mateo y Martínez, debe el largometraje una gran parte de su efectividad: estalla la tragicomedia en el momento exacto, con la dosis recomendada, a través de sus bocas reventadas, de sus reproches enmascarados.

Pero, mientras que en la primera hora Planell horada en las contradicciones hasta pedir apósitos (magnífica la escena con la nueva evaluadora), no sucede lo mismo al dirigir su objetivo hacia una segunda trama más endeble y edulcorada. Quizás esperando que hubiese sido tan cabrona con nuestra omnipresente clase media como Buñuel, Berlanga o Bardem (el talento de Planell así promete desde los títulos), “La vergüenza” extingue con menos fuerza sus sólidos argumentos de filme muy notable.

X-MEN ORIGENES: LOBEZNO

Director: Gavin Hood
Intérpretes: Hugh Jackman, Liev Schreiber, Danny Houston
Web: http://www.xmenlobezno.es/



Con “Lobezno”, precuela de la serie “X-Men, uno entra en la sala como en una franquicia: se sabe lo que se va a encontrar, se esperan las triquiñuelas habituales y se conoce gran parte del argumento. Y todo sin haber visto la copia filtrada en Internet hace unas semanas, un archivo que le costó el puesto a un crítico de cine norteamericano acusado de bajarla ilegalmente. Lo primero es autoexculparse (se lo recomiendo en cualquier situación): para que no me alquitranen y me llenen de plumas, guardo la entrada que prueba que he ido a los Yelmo.

Siempre he pensado que la única manera de darle interés a este tipo de franquiciado es encargarlo a cineastas arriesgados y no a artesanos. Los segundos funcionan con buenos guiones, los primeros afilan guiones mediocres (léase la mayoría de estos productos). Por eso, se nota a Alfonso Cuarón en su “Harry Potter”, a Ang Lee en “Hulk” o a Zack Snyder en “Watchmen”. De Gavin Hood no sospechamos. Su debut con “Tsosi”, cinta honesta y digna, y “Expediente Anwar”, un apreciable “thriller” de denuncia, señalan que el director sudafricano alberga condiciones suficientes cuando se trata de insuflar a un texto el ritmo y la forma cinematográfica adecuados. En cambio, eso no ocurre con “Lobezno”.

Como dije antes, hay que disculparle (un poco) por una cosa: venimos aprendidos de casa. Incluso los profanos del cómic recitamos al dedillo las etapas en la vida del mutante patilludo. Aún así, su aséptico metraje está constituido por una serie de postales inconexas y sosas del personaje de Marvel. Decepcionan a sus intachables títulos iniciales, unos supuestos argumentos dramáticos (las escenas amorosas dan repelús), un amontonamiento de superhéroes esbozados y varios batallas que revelan una producción corta frente a otros filmes del género. Lentamente, Dientes de Sable aquí, Gámbito allá, llega una escena final que muestra el potencial desaprovechado del resto. Se veía venir. Demasiado tarde.