lunes, 21 de septiembre de 2009

BASTARDOS MALDITOS

¡A POR ELLOS, CABRONES!

Tengo algo que deciros, panda de guerreros aficionados. Bajo mi mando, adquirís una deuda. Una deuda personal conmigo. Cada uno de vosotros me debe cien cabelleras nazis”.

En “Malditos bastardos”, el nuevo pasote de Quentin Tarantino, el teniente Aldo Raine (Brad Pitt) alienta a su pelotón de soldados y les recuerda por qué y para qué combaten en la Francia ocupada de 1944. Torturar y matar nazis. Cuantos más, mejor. Punto. Y sus hombres, los soldados Donny Donowitz, Hugo Stiglitz o Smithson Utivich, atacan su cometido. Mujeres, familias, lealtades, países… nada, nadie. El único motivo de su existencia se resume en masacrar a los seguidores de un “maníaco asesino en masa” llamado Adolf Hitler.

La concienzuda labor exterminadora del Barcelona, reiterada en el partido contra los teleñecos rojiblancos, necesita ser detenida por el bien del fútbol. Esa superioridad manifiesta (¿cómo no se iba a acoplar bien Ibrahimovic?), esas demostraciones megalomaníacas de Laporta en la Diada (sí, sí importan), no las puede parar un club pequeño repleto de guerras internas. Kün y… Abel, Forlán y… Roberto, Jurado y… Pablo. Como la resistencia francesa del 44, el Atlético no posee la suficiente estructura, la suficiente claridad de ideas, la suficiente entidad frente a un ejército demoledor.

Entonces hay que llamar a los norteamericanos, a los profesionales, a los malditos bastardos. Y en la primera división española, este batallón es el Real Madrid. En su partido contra el Xerez (escribo el domingo por la mañana), la plantilla tiene una deuda personal con todos los aficionados madridistas. Los jugadores deberían traernos al menos cinco goles de diferencia con el equipo andaluz. No nos vale otra. Cristiano, Kaká, Raúl, Casillas, Benzema… están obligados a liderar la clasificación. El resto, un fracaso. Nosotros, que hemos soportado la ocupación del club blanco, que sufrimos la dictadura azulgrana, confiamos en estos bastardos y en que sus habilidades asesinas cambien la historia. Ojalá que el espíritu de Aldo Raine ocupe el cuerpo de Pellegrini y el argentino grite en el vestuario: “Cabrones, se acabó ya la misión de nenazas en Zurich. Toca, panda de guerreros aficionados, olvidar la puñetera publicidad, los atletas de Cristo, los tatuajes gilipollas, los Audis, las malditas revistas, los árbitros, el Barcelona… y entregarme el puto liderato de la liga. ¿Está claro?

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