martes, 8 de junio de 2010

KICK ASS. LISTO PARA MACHACAR.

Director: Matthew Vaughn
Intérpretes: Aaron Johnson, Christopher Mintz-Plasse, Nicolas Cage
Web: http://www.kick-ass.es/



En mi mundo, los superhéroes sólo existen en los cómics. Esto sería justo si los malvados sólo existiesen allí también”. En la vida de Dave Lizewski (Aaron Johnson), como en nuestras vidas, no habita la justicia poética: es un nadie para las chicas, para sus amigos, para su familia. En Cannes, Woody Allen repitió uno de sus lemas: “La ficción es la única forma de sobrellevar los horrores de la realidad”. Mientras que a Alonso Quijano “llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles”, Dave se embarga la imaginación con la quimera de convertirse en un justiciero sobrehumano y alcanzar los dos principales objetivos de éstos: ser alguien (por contra a una personalidad vacía, la real) y conseguir algo (el objeto de deseo, el reconocimiento popular… unas hazañas inabarcables por su persona desenmascarada).

El mecanismo intertextual (visualidades de “comic”, canciones pop, referencias a otras películas, requiebros a “El Quijote”) que el realizador Matthew Vaugh utiliza en “Kick Ass” no debería sorprender al público incauto. Productor de “Lock & Stock” o “Snatch” y director de “Layer Cake”, Vaughn pertenece a una generación de cineastas británicos (Guy Ritchie, Danny Boyle...) fascinados por la estética del videojuego (en “Sherlock Holmes” se ofrecen múltiples disquisiciones previas a machacar a alguien, previas a apretar el botón del golpeo); del punk (siempre un punk muy “limpio”, aquí al servicio de la súper-prepúber “Baby girl”); y del “videoclip”. Adaptada (se trastocó, sobre todo, al vengador encarnado por Nicolas Cage) del “comic book” de Mark Millar y John Romita Jr., la película funciona más por su sustento quijotesco (y enternecedor) que por su vampirización de la postmodernidad fílmica (incluso a medida que avanza el metraje se hace evidente lo limitado, por redundante, de esta opción formal).

A pesar de su dependencia del estilo “neo brit”, sus intenciones transgresoras y su compromiso por la diversión salvan a una excesivamente autoconsciente “Kick ass” de la mediocridad. Ese “laissez fare” con el que se distribuye la violencia a lo largo del filme (y que ya se manifiesta en la brutal introducción) asienta una cualidad que, al menos, separa a la cinta de obra en automático a obra con ciertos méritos. No esconde Vaugh las referencias al “corpus” tarantiniano pero, al reinterpretar a una niña mona (y occidental) en la piel de una psicópata, el celuloide va (un poco) más allá del director norteamericano, así como al otorgar la responsabilidad del mal a un actor híperbizarro (Christopher Mintz-Plasse, “Súpersalidos”). Esas felices licencias con las que se desembaraza de corsés y olvida deudas, dotan a “Kick Ass” de una identidad que parecía que se había perdido en el transvase del cómic a la pantalla.

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