lunes, 7 de abril de 2008

EL ÚLTIMO GRAN MAGO

Directora: Gillian Anderson
Intérpretes: Guy Pierce, Catherine Zeta-Jones, Timothy Spall

Gillian Armstrong, la realizadora australiana, jamás se ha escapado de la pulcritud en sus proyectos. Una limpieza de telefilme que sólo se ve perturbada cuando el material escrito supera la media. “Mujercitas”, aún con su almibarado sabor, o “Charlotte Gray”, con su discretísimo encanto, confirman esta excepción a la regla. Únicamente faltaría reivindicar “Hard to handle”, concierto grabado de Dylan y Petty en el 86, para completar su obra básica.

Porque “El último gran mago” reitera constantemente la impresión de ser una película incompleta, un mediometraje que se estira y se estira sin mayor inercia que una serie de anécdotas enlazadas a través de una ristra de estereotipos comatosos (protagonista fascinante, representante “malvado”, chiquilla listísima...). De esta forma, la narración ficticia del encuentro de Houdini con una “mentalista” escocesa de la que acaba enamorándose deja de tener interés al rato de comenzar. Además, y probablemente tomándonos demasiado a pecho sus licencias, mosquea un montón, un montonazo, ¡un huevo! que se tergiverse la figura de un escéptico convencido (Houdini desenmascaró a múltiples farsantes e inspiró a discípulos como James Randi), en alguien que estaría dispuesto a creer en “mediums”, “videntes”, “iluminados” y personal de esa asquerosa calaña. Con ese déficit, repetimos: personal e intransferible, el resto de un guión mimético de “Descubriendo nunca jamás” o biopics similares no consigue levantar el vuelo a lo largo de su limitado número de fotogramas. No importan los bailes de la Zeta-Jones, no importa la niña fascinada, no importa el acartonamiento de Guy Pierce, no importa, concluyamos el salmo, “El último gran mago”.

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