sábado, 17 de enero de 2009

SIETE ALMAS

Director: Gabriele Muccino
Intérpretes: Will Smith, Rosario Dawson, Woody Harrelson
Web: http://www.sonypicturesreleasing.es/sites/sietealmas/

Will Smith ha "okupado" un lugar inmejorable del cosmos hollywoodiense, una posición a la que sólo se llega reventando taquillas. El ex-“príncipe de Bel-Air” ha protagonizado, de forma consecutiva, cinco taquillazos (de “Yo, robot” a “Hancock”) que le permiten todo tipo de gracietas de "megaestrella": escoger guiones, despedir directores, aumentar su tiempo en pantalla... Gracias a ese “súperpoder”, Gabriele Muccino apareció en su vida. El bueno de Will había visto “L’ultimo bacio”, un pestiño de enormes proporciones, y le gustó tanto, tantísimo, que fichó al italiano para “La búsqueda de la felicidad”. ¿Y qué "major" de Hollywood le iba a decir que no? La primera película del tándem adaptó el caso real de Chris Gardner, un buen hombre que alcanzó su sueño de convertirse en un broker de éxito. Banal y, sobre todo, peligrosa al “verdaderamente” demostrar esa falacia extendida de que "con el esfuerzo, se consigue el éxito", "La busqueda de la felicidad" abrió al actor las puertas de los premios.

Siguiendo esa tortuosa senda, Smith y Muccino vuelven a la carga con “Siete almas”, la historia de un hombre que decide redimirse cambiando la vida de siete extraños. Nadie puede negar que lo más potente de la película (como de casi todas las malas películas) reside en su comienzo: el indicio de una narración en “flashback” y esa violenta conversación con un pobre teleoperador ciego (Woody Harrelson). En cuanto Muccino opta por contar el resto de la historia (“per se” empalagosa) acentuando el drama mediante frases rimbombantes, situaciones estrambóticas y un Will Smith afeitadamente pétreo, el metraje desciende al peor de los infiernos. Engolado, vacuo y, perdonen la saña, aburridísimo, el tiempo empleado en ver “Siete almas” se justifica por Rosario Dawson. Ella, una “moça do corpo dourado” como la chica de Ipanema, da solitario sentido a ciento veintitrés interminables minutos.

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