viernes, 3 de julio de 2009

ESENCIA DE MUJER

A principios de los noventa, Al Pacino bordó otro personaje inolvidable: el coronel Frank Slade, un ciego accidental comprometido con vivir rápido y morir pronto. En “Esencia de mujer” le conoceremos a él y al principal culpable de reventar sus propósitos, el joven Charlie Simms. Dentro de la colección De Niro-Pacino, LA NUEVA ESPAÑA ofrece a sus lectores esta película mañana, sábado, por 4,95 euros más el cupón de descuento que se incluye en el periódico del día.

EL OSCAR DE PACINO

“Robert Downey Jr. por “Chaplin”, Clint Eastwood por “Sin perdón”, Al Pacino por “Esencia de mujer”, Stephen Rea por “Juego de lágrimas”, Denzel Washington por “Malcom X””, leyó la presentadora Jodie Foster en la gala de los Oscar de 1993. “And the Oscar goes to… Al Pacino”. El público, en un momento inédito (Pacino había estado nominado en otras siete ocasiones), se levantó de sus butacas aplaudiendo a raudales y Pacino no pudo comenzar sus palabras. “Me habéis fastidiado el discurso”, ironizó. Se premiaba a un hombre diminuto, trastabillado al hablar, motor de algunas de las obras maestras sin las que el cine perdería su significado. La trilogía del “El padrino”, “Serpico”, “Glengarry Glen Ross” o “Atrapado por su pasado” sobrarían de pruebas monumentales de lo que escribo.

Y todo este reconocimiento mundial por un “remake” (muy libre) de “Profumo di donna”, una película italiana (y pequeñísima) de Dino Risi estrenada en 1974 y protagonizada por Vittorio Gassman. El director Martin Brest se topa con los derechos del filme en los ochenta y, desde el primer segundo, se obsesiona con Pacino. Pero el gran Pacino no quería saber nada, como admitió en el estrado de los Oscar. “Fue mi representante, Rick Nicita, el que me sugirió decidirme por este papel… bueno, me amenazó si no lo cogía porque, no me digan a qué se debía, yo no quería hacerla”, confiesa. Así, uno de los personajes más importantes de la carrera del actor italoamericano llegó a sus manos de una manera totalmente fortuita, casi con él mismo oponiéndose a aceptarlo. Frank Slade, el ciego bipolar que roba el metraje de “Esencia de mujer”, es un hombre preparado para suicidarse justo después de disfrutar los (mejores) últimos días de su vida. Una pena que aparezca un lazarillo inesperado, el universitario Charlie Simms (un imberbe Chris O’Donnell), junto al que dará un giro radical a su vida.

Los minutos de la cinta de Brest juegan siempre del lado de Pacino: un tango sensual que ya forma parte de la historia del cine; un “gag” impecable de un invidente conduciendo o un monólogo final que probablemente le haya adjudicado el Oscar, bastan a “Esencia de mujer”. Gracias a ellos, la película pasó a encallarse en el imaginario colectivo de los noventa y a elevar (¡aleluya, hermanos!) a Al Pacino a ese cielo que sólo habitan intérpretes como Marlon Brando, Jack Lemmon, Gary Cooper, John Wayne, Robert Mitchum o James Stewart. El de las leyendas del séptimo arte.

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