sábado, 21 de noviembre de 2009

AMELIA

Directora: Mira Naïr
Intérpretes: Hillary Swank, Richard Gere, Ewan McGregor
Web: http://www.foxsearchlight.com/amelia/



“Como yo, ella tenía el sueño de volar/ Como Ícaro elevándose/ en brazos inconscientes./ Amelia, sólo fue una falsa alarma”, cantaba Joni Mitchell. Si la vida de Amelia Earhart fue un compendio de hazañas y marketing, no es extraño que después de su muerte las mitificaciones de su existencia empezasen a aparecer rápidamente: la canción “Amelia Earhart’s Last Flight” de Red River Dave McEnery (1939) o la adaptación libre “Un encuentro en el Pacífico” de Lothar Mendes (1943).

Hollywood y su eterna afición a los “biopics” de héroes norteamericanos (categoría en la que cohabitan músicos, militares o cómicos) debía ofrecer su perspectiva sobre la aviadora. Tras intentos muy olvidables (en España, aterrizó en DVD “Amelia Earhart, el vuelo final” con una Diane Keaton desubicadísima), Hillary Swank parecía la opción perfecta para el papel. Ella y la realizadora Mira Naïr (“La boda del monzón”, “Salaam Bombay!”) levantan una filme que, en diferentes manos, habría caído en arenas movedizas. Aún con los vicios de estas producciones (cierto, algunas vergonzantes: las convivencias con Gore Vidal, esa gélida disputa entre dos hombres y sus excesivos secundarios de cartón), “Amelia” no merece un vapuleo en automático. Por un lado, Hillary Swank reafirma su condición de “male leading actress” y mimetiza a Earhart en gestos, sonrisas y durezas. Pero quizá una gran parte de la dignidad de “Amelia” sea responsabilidad de Mira Naïr. Maquillando millones de dólares, la directora india vuelve a honrar su mínimo discurso formal como recurso que evita imposturas y engendra dialéctica con la historia narrada. Entiende Naïr (lo entendió antes Joni Mitchell) que de nada serviría retratar a una heroína tan poco heroína con las monumentales rutinas del “biopic” hollywoodiense. Aunque “Amalia” sea una falsa alarma a la espera de la película definitiva sobre Earhart, el esfuerzo de Naïr (con sus evidentes fallos) se valora por su discreción, por su falta de pretensiones. Un mérito inusual en una superproducción, vamos.

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