domingo, 15 de junio de 2008

VENUS

Director: Roger Michell
Intérpretes: Peter O’Toole, Leslie Phillips, Vanessa Redgrave

Peter O’Toole pertenece a esa clase de actores por los que siempre algún indocumentado pregunta: “Pero, ¿no había muerto?”. Esto sucede en el momento que se produce su enésimo advenimiento desde el olvido de la serie “B”. Porque O’Toole ha habitado el averno (recuerden “Supergirl”) y se ha recompuesto mil veces (primero, de sus problemas de salud, segundo, en “El último emperador” o “Troya”). A pesar de todo, “Venus” se erige en el filme esencial de la vejez del intérprete irlandés. Obviamente se debe al extraordinario talento de un actor malgastado, no aquel chaval rubio que protagonizó “Lawrence de Arabia”, capaz de logros tan distantes como cazar la piel de un emperador romano o, en “Venus”, arrancarse la suya a tiras. Maurice, su alter ego en pantalla, sólo podría haber florecido en el cuerpo de O’Toole. Sus circunstancias (películas malas, olvidos), sus aficiones (mujeres, bebida) y ese pálpito constante por convertirse en otros (soberbia escena en un auditorio invernal), construyen un personaje inseparable de la persona que lo lleva puesto. Recita los sonetos de Shakespeare, O’Toole; resucita mediante unas tetas jóvenes, Maurice; bebe whisky a golpes, O’Toole.

Aunque resumir “Venus” en el trabajo de O’Toole sería una injusticia. La dirección de Roger Michell (un tipo con argumentos: “El intruso”) y el apoyo de un férreo casting (la Redgrave, Jodie Whittaker) ayudan a resaltar, con mucha ironía, con cierta nostalgia, la época donde comenzamos a darnos cuenta de que somos epílogo. En “La silla de Fernando”, el documental de Trueba y Alegre sobre Fernán-Gómez, el maestro español mostraba sus sentimientos alrededor de la muerte de sus amigos: “Surge el llanto, porque tengo la extraña sensación de que no les veré nunca más”. La tertulia de actores viejos, enormes Leslie Phillips y Richard Griffiths, observa la foto de un Maurice/O’Toole joven, cigarro en mano, cuando una camarera les dice: “Sí que era guapo”, casi como si se refiriese a un hombre diferente al anciano que conoció. Ambos, mientras cuentan las columnas del obituario, tienen la extraña sensación de no le verán nunca más.

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