domingo, 5 de julio de 2009

SOBRE LAS "SLASHER MOVIES"

Durante sus declaraciones a la policía sobre el macabro descuartizamiento de Vallobín, el principal implicado, Pablo B. B., declaró que su destreza de carnicero en una situación extrema se debía a que le gustaban mucho las películas “del de la máscara”. Repasamos qué personajes de ficción se esconden tras de ella, qué subgénero de terror alimentan y cómo se han instalado en nuestro imaginario cotidiano desde los setenta hasta la primera década del nuevo siglo.

UN SUBGÉNERO SANGRIENTO

A mediados del siglo XX el cine de terror adoptó un nuevo arquetipo: el de un asesino implacable y sobrehumano que persigue sin descanso a sus víctimas (casi siempre, chicas guapas y semidesnudas) por alguna decisión moral errónea que han tomado (casi siempre, en compañía de su grupo de amigos) en el pasado. Armado con objetos punzantes (machetes, cuchillos, garfios, tijeras…), este demonio encarnado va matando a cada uno de los jóvenes que le habían despertado de su sueño maldito o que, mala suerte, simplemente se habían topado con él y su venganza en una excursión rural. Debido al gran número de producciones que proliferaron en los setenta, se multiplicaron en los ochenta, fallecieron en los noventa y resucitaron (en forma de “remakes” o parodias) en el siglo veintiuno, el subgénero adquirió la suficiente entidad como para adoptar un nombre: los “slasher films” (“películas de acuchilladores/ descuartizadores”).

Y aquellos aficionados a la arqueología cinematográfica pueden encontrar antecedentes en la década de los sesenta. El primero y más obvio es el esquizoide Norman Bates, interpretado por Anthony Perkins en “Psicosis” (1960). Convencidas de los cánones fílmicos que Hitchock marca, las producciones posteriores adoptan un libro de estilo potentísimo sobre el que construir un imaginario. Lo comprobamos en los esfuerzos italianos del “Giallo” (un “pulp” barato repleto de sangre) que impulsaron Dario Argento (“El pájaro de las plumas de cristal”, 1970) o Mario Bava (“La chica que sabía demasiado”, 1963); o, también, lo evidencian los intentos norteamericanos de los verdaderos padres del subgénero. Imperdonable olvidar, antes de levantar las máscaras de nuestros “psychokillers”, a los pioneros Herschell Gordon Lewis (autoproclamado creador del “gore” y de bizarradas como “2000 maníacos”, 1964, o “The gruosome twosome”, 1967) y Bob Clark (director de “Navidades negras”, 1974).

Mezclando estas influencias, Tobe Hopper puso la primera piedra: “La matanza de Texas” (1974). Basado en el caso real del psicópata Ed Gein, un grupo de mozos y mozas acaban su viaje de investigación secuestrados por una familia de dementes. De entre ellos, “Cara de cuero”, un enorme individuo con la faz cubierta, es el principal encargado de traer diversión a sus congéneres, generalmente presentada ésta en forma de torturas diversas a visitantes perdidos.

Pero fue el director de cine John Carpenter quien dio con el tono adecuado en el momento justo: “Halloween” (1978). Mike Myers, un paciente de un psiquiátrico estadounidense, escapa de la institución y se dedica a masacrar adolescentes con su aspecto imponente y su delicada (así es) careta. El éxito estratosférico del filme (la producción costó trescientos veinticinco mil dólares y recaudó cuarenta y siete millones), no sólo dio lugar a la habitual retahíla de secuelas sino que parió a la posterior “Viernes 13” (1980) y al infame Jason Voorhes.

Voorhes es un ser satánico que, con una máscara de hockey, emerge del lago Crystal para castigar a aquellos que le hicieron daño cuando era un niño. Dispuesto a eliminar a cualquiera que se le ponga en el camino, el personaje parido por Victor Miller representa a la perfección las características de los “slasher films”: maldiciones eternas, asesinatos gratuitos (y violentos), sustos efectivos, protagonistas femeninas y un final abierto con el que continuar la saga. De esta manera, enlazando muertes y resurrecciones (hay, a lo largo de treinta años, once secuelas y un “remake”) la figura monumental de Voorhes se ha ido instalando (junto a Myers o “Cara de cuero”) en nuestra cultura cinematográfica como algo habitual y definitorio de un tipo de cine que escapa de la serie “B” minoritaria y asalta las pantallas masivas (la cultura masiva, en suma) de un mundo global.

Lo interesante de este subgénero es que, como sus arquetipos, ha resurgido de sus cenizas. A principios de los noventa estas películas habían dejado (demasiadas repeticiones, demasiada falta de originalidad) de generar esos beneficios exponenciales a los que tenían acostumbrados a los estudios. Extrañamente, tuvo que ser una redefinición de estas cintas, la magnífica “Scream” (1996) de Wes Craven, paródica y autoconsciente a la vez, la encargada de reanimar los cadáveres de Jason y compañía. Craven, curtido en estos lares con “La última casa de la izquierda” (1972), se dedicó concienzudamente a desmontar el subgénero con una máscara deforme y un “whodunit” (“¿quién lo hizo?”) que, en lugar de desprestigiar a este enfoque del terror, dio fuerzas a que se “re-rodasen” “remakes” de las películas nacidas en los setenta (sirvan de ejemplo el “Halloween” de Rob Zombie, 2007, o el “Viernes 13” de Marcus Nispel, 2009). Con una mínima producción (se frotan las manos los ejecutivos), con unas cuantas chicas guapas (hoy, depiladas y operadas), con algún “crossover” (“Freddy vs. Jason”), se le proporciona el suficiente lustre a un producto para que parezca nuevo y para que, más importante, les parezca nuevo a su público objetivo, esos chiquillos que rellenan las salas cada fin de semana. Incluso, en el límite de la desvergüenza (compartida con los padres del género), se le permite acercarse al cine maduro. Y entonces adivinamos a “slashers” justicieros en la serie “Dexter” (un heredero del doctor Collingwood de “La última casa de la izquierda”); y entonces adivinamos “slashers” “yuppies” en “American Psycho” (2000); y entonces adivinamos “slashers” víricos en “Cabin fever” (2002); y entonces adivinamos a “slashers” femeninos en “Alta tensión” (2003); y, la verdad, entonces adivinamos “slashers” por todas partes.

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