Directora: Mar Coll
Intérpretes: Nausicaa Bonín, Eduard Fernández, Ramón Fontseré
Me apetecería preguntarle a Mar Coll, la directora debutante de "Tres días con la familia", cuánta antropología, sociología y psicología ha leído. Porque (aún en el supuesto de que no haya comprado ni un libro) la directora comprende perfectamente a Frederic Skinner, a Richard Sennet o a Marvin Harris mientras traslada a imágenes los hábitos, los ritos, al cabo, de una familia del primer mundo durante los tres días posteriores al fallecimiento del patriarca. Los vaivenes vitales de la veinteañera Léa (una azulada, fascinante Nausicaa Bonnin) albergan el "mcguffin" perfecto para introducirnos en un núcleo de personas condenadas (bueno o malo; ese es el resumen de haber nacido en una familia) a convivir un tiempo excesivo en un lugar determinado, y por motivos impuestos (comunes, las navidades; excepcionales, un velatorio). Junto a su coguionista Valentina Viso, ambas construyen personajes redondos que alimentan una trama dolorosa y cotidiana de adictos a ficciones: un padre (Eduard Fernández) que espera ordenar su vida como quien ordena revistas; una madre atrapada en un pasado que considera futurible; o un hermano mayor (Fontseré, monumental) creyente de un mundo caduco.
En otro acierto (¿cuántos van?), la elección formal de Coll se plantea sencilla, naturalista y terriblemente efectiva. Evitando los dramas bergmanianos (podría haber escogido ese camino), la catalana opta por esquemas de "Nouvelle vague" con aromas chejovianos (la tragedia latente al hábito). Le falta a "Tres días con la familia" remate en los argumentos con los que define a esa chica y a sus primos, pero esto sería tratar de rebuscar quicios a un filme sobresaliente, sin duda uno de los estrenos esenciales de dos mil nueve. Esos créditos finales que podrían valer de arranque, auguran mucha más rutina, muchas más historias tras unos personajes tan silentes como la muerte que les están tapiando delante.
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