sábado, 28 de noviembre de 2009

EL BAILE DE LA VICTORIA

Director: Fernando Trueba
Intérpretes: Ricardo Darín, Abel Ayala, Miranda Bodenhofer



En una de las presentaciones de “El baile de la victoria”, Fernando Trueba declaraba que “la cultura no puede ser nacional”. Siguiendo esta máxima, su obra vive en viaje, en permanente tránsito: traspasa fronteras (“Two much”, “El milagro de Candeal”), quema pasaportes (“El sueño del mono loco”) y regresa a casa (“Belle epoque”, “La niña de tus ojos”, “Ópera prima”). El accidentado estreno de “El embrujo de Shangai” dio paso al documental y, sólo al cabo de seis años, vuelve Trueba a atacar una ficción: la adaptación de la novela “El baile de la victoria” de Antonio Skármeta.

Construida a partir de dos personajes, el ladronzuelo Ángel Santiago (Abel Ayala) y el ladrón Nicolás Vergara (Ricardo Darín), el filme opta por lo inmenso: una época histórica tumultuosa (el Chile del encarcelamiento londinense de Pinochet), el reencuentro con una vida anterior, un amor desbordado, un robo a un ex - militar, una venganza en ciernes… Acaso semejante cantidad de elementos narrativos, aquí alineados uno tras otro, abrumaría. Pero no es el caso de la primera hora de metraje. En ese rato se obvia la intención de Trueba de imprimir a cada fotograma, a cada transición, una insoportable trascendencia. Y esto lo consigue “El baile de la victoria” con la alternancia hábil, rítmica de sus dos historias paralelas. Comandadas por el encanto de Ayala y Bodenhofer (especialmente de la segunda, con ese misterio atormentado) y por la solvencia de Ricardo Darín, uno sí se inmerge en la pelea (“lutte”, en francés, por hermanarla con “noir”) que estos personajes disputan con su pasado y su futuro.

La película se trompica y se embarulla en el cruce de caminos de los protagonistas durante el tercio final. Demasiadas aspiraciones (trata de tocar un número inabarcable de géneros), demasiado entramado (no se acaban de entender muchos “por qué” de la resolución) y demasiado efectismo. En este último exceso, uno recuerda la fábula del león enamorado de Esopo, cuento que el director madrileño utilizó en uno de sus cortos de aprendizaje. La dinámica de este Trueba monumental, de intenciones trascendentes (paradójicamente, las menos trascendentes de las intenciones) contrasta con la de aquel cineasta ingrávido, de intenciones intrascendentes (paradójicamente, las más trascendentes de las intenciones). Como si Trueba, cual león enamorado, se hubiese arrancado los dientes y se hubiese cortado las uñas y hubiese dejado de ser él.

2 comentarios:

javiguerrero dijo...

Hola, me alegro de haber encontrado este blog porque soy un cinéfilo irredento y me suelo fiar de ti y de Tino Pertierra a menudo, aunque a menudo me la sudan las críticas y me arriesgo a gastar lo 7 euros para ver lo que finalmente resulta ser una mierda en pantalla grande. Es arriesgado ir al cine hoy en día.

Edu Galán dijo...

Joder, Javi, muchas gracias. Te fías de mí porque no me conoces jajaja

Muchas gracias por leernos, de verdad.

P.D. Me han hecho mucha gracia "Los sapos ciegos"