sábado, 9 de enero de 2010

TENIENTE CORRUPTO

Director: Werner Herzog
Intérpretes: Nicolas Cage, Eva Mendes, Val Kilmer
Web: http://www.badlt.com/



Los dieciocho días de rodaje de la magistral “Teniente corrupto” (Abel Ferrara, 1992) supuraron un filme en descomposición, en derribo por ruina. La silueta contrahecha de “El teniente” (Harvey Keitel), transitaba drogas, sexo y redención con esa sensación oscura, indigesta que Leonard Cohen imprimió a su “The future”, él había visto el porvenir y se llamaba asesinato. Abel Ferrara y su guionista Zoe Lünd (que murió consumida por la heroína) rellenaron sus hipodérmicas de las calles desamparadas de Scorsese (“Malas calles”), Cassavettes (“The killing of a chinese booking”) o Friedkin (“A la caza”) para buscar un chutazo, el perdón divino, al alma doliente de Keitel.

Cuando se enteró del “remake” de su película, a Abel Ferrara se le extravió la gracia del perdón, como al Dios del Antiguo Testamento. El director neoyorquino declaró al periódico “The guardian” que se sentía “como si le hubiesen robado” y que todos los que estaban implicados "deberían morir en el infierno”. Completó su diatriba con “No entiendo cómo Nicolas Cage tiene los huevos de interpretar el papel de Harvey Keitel” y "(el guionista) William M. Finkelstein es un idiota".

Visto el “Teniente corrupto” de Werner Herzog, las similitudes con la obra de Ferrara son mínimas; se reducen al personaje principal (una figura recurrente en el “noir”, por otro lado) y al título, tuneado con el “Puerto de Nueva Orleans”. No busca la redención Terence McDonagh (Nicolas Cage), sino aplacar deudas y drogarse a granel (¿he aquí el siglo XXI?); no busca la réplica Werner Herzog, sino la reiteración de sus temáticas habituales: un hombre que se enfrenta a la Naturaleza, y pierde. El cineasta alemán sitúa en la Nueva Orleans post-Katrina (un apocalipsis natural) a su policía, anegando en la "vice city" parte de la efectividad de sus mejores cintas. No se encuentra la angustia de “Aguirre”, no se encuentra la obsesión de “Fitzcarraldo”, no se encuentra la empatía (aún inocente) de “Grizzly Man”. A pesar de su sudorosa Nueva Orleans; a pesar de su pulso firme a la nocturnidad postmoderna (recuerda al viaje enloquecido de la extraordinaria "Al límite" de Scorsese); a pesar del adecuado Nicolas Cage, hallamos un filme a medias: en lo críptico (esos largartos lisérgicos, ese final ¿onírico?), en lo formal (esa BSO desubicada de Mark Isham) y en lo narrativo (¿hay desarrollo de personajes?). No debería cabrearse Ferrara en exceso, ya que este ¿remake? rechaza, incluso, la esencia de su película. Mientras que él ¿rescataba? al teniente mediante metafísicas católicas, Herzog, como ya hiciera con Timothy Treadwell en "Grizzly Man", le rescata mediante la ficción de un sueño, la ficción de un futuro que, al menos, simule a un futuro.

No hay comentarios: