viernes, 2 de julio de 2010

¡¡VAMPIROS GUAPOS PARA TODAS!!


Aún habiendo experimentado todas las primeras sesiones de la saga “Crepúsculo”, todavía sorprende adentrarse en las tenebridades del cine Callao de Madrid y descubrir sus mil quinientas butacas (¡mil quinientas!) repletas de féminas adolescentes (¿existe la infancia? ¿y la madurez?) que han empujado a sus madres (es un miércoles a las diez y media de la noche), a sus amigas o a sus novi@s a zamparse “Eclipse”, la continuación del serial chupóptero-licántropo de moda. Mediante las maravillas del márketing multipantalla, el fenómeno de 2008 ha amplificado su intensidad exponencialmente y, antesdeayer, las reacciones ante el majísimo Pattinson y el, según mi “suspirómetro”, más salado Lautner (algo tendrá que ver su “pechaco” desnudo) alcanzan unos niveles sólo registrados en 2001 durante un concierto de Julio Iglesias en el antiguo Tartiere.

Por eso, quizá la única grieta que permite atisbar el potentísimo imaginario del director David Slade (revisen “Hard candy” y “30 días de oscuridad”) sea el arranque; ese temazo, “Chop & change” de los Black Keys, que arrastra a un pobre imbécil desde una noche fiestera a una noche mortuoria. Y hasta aquí las innovaciones de David Slade y su apuesta por el terror. Porque, como ocurría en los episodios previos, “Eclipse” no honra a la tradición vampírica, sangrienta y “gochona”, en el cine. Antes de adentrarnos en este punto y con el fin de contextualizarlo, hay que volver a recordar que la autora de las novelas en las que se basa la trilogía, Stephanie Meyers, pertenece a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (los mormones, vamos), esa religión loca que cree en ¡la ropa interior mágica (¿no me lo compran? Busquen “mormon underwear” en Google)!

En la última escena de “Luna nueva”, el segundo filme, el plasta de Chris Weitz nos abandonaba a un fundido en negro con una frase lapidaria y folletinesca (“Cásate conmigo, Bella”) en boca del blancuzco Edward Cullen. Aunque confiábamos en el trabajo de David Slade (y confiamos en el trabajo de Bill Condon para la cuarta cinta), los argumentos artísticos de “Eclipse” replican a su predecesora y casi se terminan ahí. Aparte de la terrible conceptualización del matrimonio que se nos entrega en la película (entre postadolescentes, rodeado de parabienes romanticoides, sin sexo previo ni familiares plastas), se empeña el guión en una tensión dramática que, al rascar, no es tal. Resumiéndola: la pelea de dos hombres enigmáticos por una moza feúcha de clase media. Menudo lío, pensarían la escritora, eso hay que rellenarlo con enfrentamientos externos (una persecución), alianzas contra natura (con los indios lobo) y una conspiración (de los vampiros “Volturi”).

Si los programas de la Sexta o las comedias románticas han trepanado a la población masculina con un arquetipo completamente majadero (un hombre “sensible” y poco agraciado al lado de una cachonda peligrosa), la franquicia “Crepúsculo” juega a algo similar pero dirigido a la masa femenina y con intenciones más perversas. Supurando toda la corrección formal que uno se pueda imaginar (el número de planos-contraplanos de los caretos de Bella y Edward debería entrar en el Guiness de los récords), en la tercera parte se refuerzan además varias tonterías, muy habituales en el inconsciente del personal, con esa contundencia del que siente que va a ser adorado cada minuto de sus pontificados. A saber; la posibilidad de un mundo oscuro, gótico y “especial” donde superar la incomprensión adolescente-suicida; la idea de una a-sexualidad (a-sudorípara, a-seminal, a-salival, a-velluda) caracterizada por el “abracito”; el discurso romántico/“afterpop” (un “turmix” deslavazado del XIX y del XXI); la afición degenerada a la inmutabilidad del amor; la presentación de dos arquetipos masculinos (el buen salvaje, el misterioso visitante) que se pelean por ¡una chica mediocre del medio Oeste norteamericano!; la conceptualización del matrimonio como único billete válido al barco del “quererse a rabiar” (en escenas sucesivas, Slade contrapone a la pareja “buena”, castrada por el vampirismo para el folleteo, con la pareja “mala”, que prepara su plan diabólico mientras soba y trinca).

A pesar de la firmeza psicótica con la que son entregadas estas lindezas y lo que molesten a la muchachada, al final esclarecen éste (y muchos otros rollos) las palabras del psicólogo/lingüista Domingo Caballero: “nada existe en el hogar de los hombres que no sea conflictivo internamente, contradictorio y belicoso”. Dudo que las mil doscientas humanas del cine Callao (me lo desmientan ellas), suspirasen y arrullasen y gritasen y aplaudiesen por los postulados morales de Stephanie Meyers. Frente a la propaganda del “rueda, que algo queda” (imagino a la mormona susurrándole esas palabras a David Slade), lo que interesaba a las mozas que se aturullaban en pleno centro de Madrid era admirar cacho con fruición minifaldera. Los sermones edulcorados de la novelista podrían funcionar como estímulo condicionado a largo plazo, pero se hace necesario reiterar a Caballero: la contradicción está ahí fuera, en la forma del “Waka waka” de Shakira o el tanga de Lady GaGa. Lo que le molaba a la chica de Moratalaz que compró su entrada hace tres semanas, eran los “pezoncillos” de Taylor Lautner,... o la sonrisa de Pattinson,... o los besos sucesivos de Stewart con el uno y con el de más allá. Esa marranada, que diría la Meyers; esa fisicidad “cool” de las imágenes (tan impostada, tan aséptica, tan efectiva,... tan metrosexual), y no si nos vamos a casar o cómo o si nos vamos a querer o cómo o si nos vamos a poner condón o cómo, centraba los desvelos de las mocitas madrileñas. ¿Y del resto, me dirán, de eso que “viene siendo” cine? ¿Merece la pena “Eclipse”? No, salvo que asistan a la primera sesión.
 

1 comentario:

Papy_llego dijo...

Si enrealidad existe el Toma pan y Moja este es el resultado,Valla como esta el muchacho para comerselo todo todo todo enterito, mira que si me lo dan no le dejo ni las uñas.