lunes, 27 de septiembre de 2010

COME, REZA, AMA

Director: Ryan Murphy
Intérpretes: Julia Roberts, Javier Bardem, Richard Jenkins
Web: http://www.sites.sonypicturesreleasing.es/sites/comerezaama_teaser/



En el estreno de la octava temporada de su programa de debate “Real time” (HBO), el cómico Bill Maher afirmó, con mucha mala baba, que si el pastor Terry Jones quemaba copias del Corán, se les podía permitir a los musulmanes que quemasen copias de la nueva sagrada escritura estadounidense, “Come, reza, ama”. El “bestseller” de Elizabeth Gilbert se mantuvo durante ¡ochenta y ocho semanas! en la lista de libros más vendidos del “New york times”, atrapando con un subtítulo tan pomposo como vacuo (“The search for Everything”, la mayúscula es reveladora) los anhelos/ilusiones de un público objetivo muy determinado y muy apreciado por las marcas en su escalado caníbal de consumidores potenciales. Son las mujeres urbanas, de clase media y media-alta, con estudios y un trabajo estable, a las que azuza la novelista. ¿Y qué les cuenta? Su “historia” de “búsqueda interior” en un viaje “molón” a través del mundo (discúlpenme la acumulación de comillas pero necesito algún tipo de profiláctico lingüístico ante tal patraña). Tras divorciarse de su marido (en la película dramatizado como un idiota insensible en el cuerpo de Billy Cudrup) y “pasar de” una relación “superficial” con un actor que la introduce en la meditación (James Franco), la Gilbert (Julia Roberts) decide emprender un tránsito en tres etapas: la primera, Italia, para zampar; la segunda, India, para rezar a cascoporro y adentrarse en una “espiritualidad cool”; y la tercera, Bali, para darse un gusto con un negociante brasileño (Javier Bardem).

El director Ryan Murphy, renegando de sus agrias (y estupendas) “Recortes de mi vida” (2007) y la serie “Nip/Tuck” (2003), muestra las correrías de la Roberts con una luz cálida, cercana y, miedito, acrítica. Pareciera como si en sus retinas y en las de su extraordinario director de fotografía, Robert Richardson, no se inscribiesen las majaderías que están rodando. La concepción de un viaje de clase alta (o, ¿serán así los viajes de clase alta?) en el que todo se adapta a los preceptos, mandatos y prejuicios de la protagonista (¡incluso un elefante se le acerca mansamente y le arrulla!), deletrea una de las mayores barrabasadas que se han filmado en un buen tiempo, y convierte en quimera, este fenómeno no le ocurre al personal que me acompaña, cualquier suspensión de la verosimilitud. A lo largo del periplo de la Roberts, no hablamos de un “tour” con Marsans, cada una de las personas que se encuentra le tratan con amabilidad, le facilitan las cosas y le ayudan a, finalmente, “sentir el Universo en sí misma”, en una escena únicamente superada en pomposidad y gratuidad por el texto en el que se basa.

Aunque “Sexo en Nueva York 2” sea, categorización definitiva de Tino Pertierra en este diario, “una trama desharrapada”, sí poseía la ligereza de la desvergüenza neoliberal de cuatro mujeres ricas que, al igual que Stallone descarga ansiedades en soldados latinos, acarrean sus manías por compras compulsivas. Porque sólo puede verse “Come, reza, ama” en su papel de prescriptora enmascarada, apocada, “espiritualoide”, de ilusiones de consumo; y sólo puede verse enfrentada a al “blahnikismo” sincero, pijo y descarnado de Carrie Preston y su grupo de zombis devora-complementos. No es extraño que la novela apremie a añorar viajes inasumibles e imposibles; que diversos cines organicen una engendro tan lamentable como “Alfombras rosas” (pases exclusivos para mozas que incluyen un “cocktail” y coloquio posterior); y que la película recomiende “merchandise” circundante a su trama (velas, gorritos, “bolas de meditación”... visiten la tienda oficial worldmarket.com), como única solución a una vida insatisfactora de mujer de clase media. Observar con distancia el filme y disfrutar bebiendo, eructando, fumando de las canciones de Neil Young, Stevie Nicks, Joao Gilberto o Eddie Vedder que componen su BSO pueden ser algunas de las justificaciones a no cabrearse con semejante desfachatez.

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