martes, 28 de septiembre de 2010

CARANCHO

Director: Pablo Trapero
Intérpretes: Ricardo Darín, Martina Gusman, Carlos Weber
Web: http://www.caranchofilm.com/



22 muertos por día, 683 por mes, más de 8000 por año, 100.000 muertes en la última década. En Argentina, los accidentes de tráfico son la principal causa de muerte entre jóvenes menores de 35 años. Esto sostiene un negocio millonario en indemnizaciones”.

Necesario apropiarse de las palabras que, sobre un fondo (muy) negro, prologan las sub-ciedades asfaltadas por donde se va a mover “Carancho”, la séptima película de Pablo Trapero (realizador de la memorable “Mundo grúa”). Las calles y carreteras de Buenos Aires le sirven a Sosa (Ricardo Darín), un abogado de poca monta, para ganarse el pan suyo de cada día. Muy sencillo: se trata de exprimir a los afectados de un accidente de tráfico a cambio de una generosa comisión o, si esa estrategia no funciona, se trata de simular atropellos, afectados, “incidentes”. Todo sea por el dinero de la aseguradora; todo sea por servirse el dinero de una organización mafiosa que se esconde bajo el nombre de “La fundación”. En un universo (los arrabales bonaerenses, saturados de oficinas de pladur, de matones de saldo, de hospitales descuartizados), donde la cochambre se contagia, donde la existencia equivale a la supervivencia, la huida de este hombre hacia una ficción luminosa, enganchado a un ángel de ambulancia (Martina Gusman), forma el principal ingrediente de un “noir” tenaz, trabajado e inteligente.

Controla Trapero los “tempos” del género y, aún más, se luce mediante licencias visuales que engrandecen su producción. Con su apuesta por los planos secuencia, un portento que remite, en un hospital convertido en una guerra de bandas, a George A. Romero y sus criaturas; o, en una sala de reanimación, a Brian De Palma y sus dobles identidades, el director recuerda a quién quiere rendir pleitesía: a esa generación de cineastas norteamericanos (Bob Rafelson, Arthur Penn, Robert Benton) que jugaron con el “negro” en los setenta, lo remezclaron,.. y ganaron. La pareja protagonista, interpretada con pulso y grandeza por Darín (qué inmenso actor) y Gusman, remarca, incansable, una de las profecías del género: los perdedores no tienen futuro, por mucho que nosotros, lamentables espectadores, consideremos que se merezcan un rato, un instante, un segundo, de victoria. Los dos, él, un mediocre acostumbrado al engaño, y ella, una adicta acostumbrada a la soledad, buscan una escapatoria que, en principio, les parece justa pero que, en el último tercio, les parece única, quién creería en la justicia cuando se vive en la mierda, y corren tras ella olvidando sus imposturas de arranque, su ilusión inicial de equidad ontológica y fiestas de cumpleaños.

A pesar de que se atranque en la segunda parte, entre alguna escena de hospital de más, entre alguna reiteración formal de más (no todos los cineastas son Audiard o Polanski), la notabilísima película de Pablo Trapero obliga una visita al cine. No siempre se consigue encontrar estas pequeñas joyas que, en el fondo, como lo eran las pequeñas/enormes joyas que se rodaron en los setenta en Estados Unidos, son un homenaje a un cine que no volverá, a unos señores llamados Tourneur, Houston o Hawks.

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