martes, 27 de julio de 2010

"¿DE QUÉ SE RÍE, SR. MARTINEZ?" EN ONDA CERO. 1º PROGRAMA



Amig@s, este jueves día 29 de julio a las 19:00 arrancamos en Onda Cero “¿De qué &/$# se ríe, señor Martínez?”, un espacio semanal sobre el humor (y sus circunstancias) junto a Arturo Téllez y una serie de humanos de variopinta procedencia.

¡¡Daremos la lata todo el mes de agosto!!


El primer capítulo se titula “¿Tetas, tetas y más tetas? La comedia costumbrista en el cine español” y tendrá como invitados a Jordi Costa, crítico de “EL PAÍS” y “Fotogramas”, David Serrano, director de “Días de fútbol” y “Una hora más en Canarias”, y Borja Cobeaga, director de “Pagafantas”.

Doy la brasa: este jueves 29 de julio a partir de las 19:00 en Onda Cero.

Una recomendación:: si os quereis descojonar de Galán durante vuestras vacaciones en Tombuctú, el podcast estará disponible en ondacero.es.

domingo, 25 de julio de 2010

PESADILLA EN ELM STREET (EL ORIGEN)

Director: Samuel Bayer
Intérpretes: Jackie Earle Haley, Kyle Gallner, Katie Cassidy
Web: http://www.nightmareonelmstreet.com/



Uno de los esfuerzos titánicos de la carrera de Sylvester Stallone, aún mayor que rodar "Rocky VI”, aún mayor que rodar "¡Alto!, o mi madre dispara", se centró en la (inútil) ocultación de su intervención en un "porno light" de principios de los setenta, "El semental italiano" o "Fiestón en Kitty y Stud's", dirigido por el “híper-freak” Morton Lewis . Es curioso que el ¿actor? tratase de enterrar a su criatura (un tipo latino, hípermusculado y trincador), para que luego él mismo la necrofilizase en "El especialista" u "Óscar", películas terribles que, ¡putadas de no llegar a fin de mes!, ensalzaban a un tipo latino, hipermusculado y trincador. Similar es la quimera del director Wes Craven (“La serpiente y el arcoiris”, “La última casa a la izquierda”); como Pierre Nodoiuna, el cineasta persigue (con nula fortuna) la masacre de uno de sus monstruos, Freddy Krueger. Harto de secuelas y secuelas y secuelas ajenas (¡hasta una en 3D, “Pesadilla final”!), el realizador norteamericano pensó en acabar con el hombre del jersey a rayas de dos puñaladas definitivas y repletas de talento: el largometraje "La nueva pesadilla" (1994) , que trasladaba a su psicópata satánico del mundo onírico a la realidad y le desmembraba gracias a las leyes de la física; y la saga “Scream”, donde Craven le remataba con las armas adecuadas a la bellísima tarea de la aniquilación total del arquetipo “slasher” (asesino machetero): la autorreferencia y la ironía.
Después de esta hazaña, parece lógico que al bueno de Wes le haya sentado como una patada en las criadillas que inhumen el cadáver putrefacto de Krueger del fondo de su sótano infernal. Vaquero, éstos son los daños colaterales de no haber salvaguardado los derechos legales de tu personaje. Al no poseer el copyright de tu invento, es muy posible que las malignas “majors” te ataquen con “crossovers” (la estupenda “Freddy vs. Jason” de Ronny Yu) o, créanselo, ¡hasta “realities”(en 2004, NBC produjo “The Real Nightmares”, donde concursantes vivían sus pesadillas con Robert Englund)! Inevitable: el siguiente paso era el “remake”. Tras el éxito de experimentos semejantes (“Viernes 13”, “Las colinas tienen ojos”), tocaba cederle la figura arqueada del cuchillero maldito al realizador de “videoclips” Samuel Bayer. Imagino a los productores de “Pesadilla en Elm Street: el origen”, en una mesa plagada de puros y billetes, haciendo cálculos: “a Robert Englund le disfrazamos de Jackie Lee Earle digitalizado; a los adolescentes ochenteros, les disfrazamos de adolescentes de Facebook; y a las pesadillas sangrientas del XX las disfrazamos de “cangueles” del XXI. Chaval, pónme otro Cardhu, ¡que vamos “embolaos”!”.

Ay, amigos de la pasta, no es tan fácil. La conceptualización “kitsch”, “naive” (y, por tanto, marrana) de los filmes de Craven no deja mucho espacio a su adaptación en nuestro hábitat internetizado, impoluto y siliconado. Esa liviandad de serie “B” (la primera película y la última, “Freddy vs. Jason”, supuran ese bizarrismo) se tambalea al jugar con variables contradictorias (cine “mainstream” vs. cine de bajo presupuesto; actor enraizado vs. debutante); y al redibujar a Freddy desde una perspectiva sombría (las referencias gratuitas a la pederastia y al psicoanálisis vuelven pretencioso al conjunto). Se lo anticipo, no se basa esta reseña en una nostalgia viejuna de terrores ochenteros: escarbando el palimpsesto de esta revisitación no encontramos nada que recuerde méritos de entregas previas ni que asiente suficientes honores autónomos. Tampoco la nueva Nancy (la chiquilla preferida de Krueger, aquí interpretada por Rooney Mara), despojada del encanto “nerd” de Heather Langenkamp, se diferencia de cualquiera de las miles de secundarias que pueblan terrores mínimos (“Un San Valentín de muerte”, “Destino final 3” o, por ponernos patrios, “Intrusos en Manasés”).

En suma, el imaginario de la calle Elm debería mimetizarse en formas tan ingobernables (y tan divertidas) como su dueño. Así, la estrategia de pretender aprisionarlo con márketing, digitalizaciones, estandarizaciones o, el mayor pecado, la rebaja en su sana sinvergonzonería, se revela como una temeridad equiparable a la del pobre “teenager” guaperas e imbécil que confía en librarse de las garras de Freddy mientras aúlla por las tinieblas de su sótano infernal. De castigo ¿divino?, molaría que el Sr. Craven copase las pesadillas de los productores de este “remake” al grito, en bucle infinito y predicante, de “ésto nooooo, majaderooooosssss, ésto nooooooooo”.

jueves, 22 de julio de 2010

UNA HORA MÁS EN CANARIAS

Director: David Serrano
Intérpretes: Angie Cepeda, Quim Gutiérrez, Juana Acosta
Web: http://www.unahoramasencanarias.com/



David Serrano, explorador de las entrañas del musical (“Hoy no me puedo levantar” y “40. El musical”) y la comedia (“El otro lado de la cama” y “Días de fútbol”), regresa con “Una hora más en Canarias” a unos terrenos que, ocho años desde su debut, ya le son familiares. En su tercera película como director, la idea de arranque le sitúa en las proximidades de las típicas “veranadas” de los sesenta (uno recuerda “Verano 70” de Lazaga o “Cuarenta grados a la sombra” de Mariano Ozores), unos filmes que se introducían en las maquinaciones de futuras infidelidades que germinaban en las cabecitas de los humanos patrios, cachondos ellos por el “solecito” y la altísima probabilidad de admirar jamelgas en bikini. Aquí, que han pasado los años y somos muy liberales, se intercambian los papeles: son tres mozas las dispuestas a pelearse por un donjuán de paletos divergentes (Quim Gutierrez). Serrano construye su película con similares argumentos a “El otro lado de la cama”: números musicales de bajo presupuesto, candidez en la comedia y un alto grado de engaños y desengaños que mantengan el engranaje en acción.

Esos supuestos que en su anterior producción funcionaban bien, no repiten su altísima eficacia en “Una hora más en Canarias”. Se resume el filme en aportaciones secundarias: el encanto de algunos números musicales (especialmente aquellos que son autoconscientes); los buenos trabajos de Gutiérrez (robo la descripción al gran Ángel Ramos, “a lo Pajares”), Ordaz y Manver; y la eficacia de sus “gags” (especialmente, en los que se ve envuelta la psicópata que interpreta Miren Ibarguren). Ese honesto final, machacando a las comedias románticas al uso, nos deja la impresión de que si Serrano hubiese tratado de ser Ozores o Lázaga y no Cukor o Donen, nos hubiésemos divertido más.

lunes, 19 de julio de 2010

LONDON RIVER

LONDON RIVER
Director: Rachid Bouchareb
Intérpretes: Brenda Blethyn, Sotigui Kouyaté, Sami Bouajila
Web: http://www.londonriver.es/



«Mira a través de los tulipanes inclinados para comprobar cómo vive la otra mitad», cantaba John Lennon en «Glass onion». Después de mirar «London river», la nueva película del francés Rachid Bouchareb, surgen los paralelismos con la obra de otro cineasta adoptado por el país galo: Costa-Gavras. En «Desaparecido», el director griego trasladaba al cine la historia real de Ed Horman (Jack Lemmon), un empresario norteamericano que viajó al Chile post-golpe de Estado en busca de su hijo, un reportero de izquierdas. Sus ideales conservadores, su confianza en el «sueño americano», su sentimiento de culpa por un hijo «comunista»? se derrumbaban al comprobar en su propia carne la brutalidad de la dictadura de Pinochet.

Sin la denuncia política de Gavras, Bouchareb sigue a una mujer británica (Brenda Blethyn) que intenta averiguar qué ha ocurrido con su hija, desaparecida durante los atentados terroristas de Londres en 2005. En la urbe, su camino choca con el de Ousmane (el imponente actor de Malí, Sotigui Kouyaté), un musulmán que también está buscando a su hijo en las mismas circunstancias. Apoyada en una sobriedad formal cercana a Ken Loach, la película atraviesa esa pared (física, la división de las barriadas; conceptual, los hábitos de los dos grupos sociales) que separa a la clase media inglesa de los «otros» habitantes de las islas: árabes, pakistaníes, indios? En el conflicto (ahí se recrea el filme), nace el drama de Bouchareb. Con tiento en los espacios, con unos actores principales impecables, con una (cierta) honestidad sociológica, la corrección final de la que no sale a flote el largometraje se atrinchera en varios frentes: el primero (me apropio de la causa abierta por Javier Ocaña en «El País»), la deshonestidad de jugar al engaño con el destino final de los hijos de los protagonistas (un recurso que puede asimilar, por ejemplo, un drama-thriller como «En el valle de Elah», pero no la mesura que persigue Bouchareb); y, por encima, la sensación de que el total, a base de practicar el «cine del silencio», está inflado. Que «London river» se podría haber resuelto con duración limitada y efecto ilimitado.

lunes, 12 de julio de 2010

GAINSBOURG (VIDA DE UN HÉROE)

Director: Joann Sfar
Intérpretes: Eric Elmosnino, Laetitia Casta, Lucy Gordon
Web: http://www.avalonproductions.es/gainsbourg



Los andamiajes de la música popular están dispuestos, como el mecano de un niño, para su desmontaje y re-ensamblaje en diferentes morfologías. Incluso desde dentro de esta disciplina se refuerzan (y se premian) alteraciones en su forma: el “remix” (la revisitación por otros artistas de una canción); el “mash up” (la combinación de dos composiciones en una sola) o el “unplugged” (la versión a-producida de un tema). Por eso, parece lógico que los autores de la música popular sean, a su vez, sujetos experimentales en mutaciones artísticas. El director Todd Haynes, gran aficionado a las “rockografías”, modeló a los múltiples “bobdylanes” de los que se nutre Bob Dylan en el cuerpo de los cinco protagonistas de “I'm not there”; Gus Van Sant bautizó a Kurt Cobain como Blake y le hizo pulular alrededor de sus últimos días; y, demostrando la ductilidad total de la figura “pop”, el actor John C. Reilly juntó glándulas de varios “rockstars” (Johnny Cash, Brian Wilson, Bob Dylan...) para construir al cantante ficticio Dewey Cox en su comedia “Dewey Cox: una vida larga y dura”.

Su propia novela gráfica le sirve al dibujante Joann Sfar de base en la hazaña de levantar un “biopic” del músico francés Serge Gainsbourg. El reto del debutante reside en algo que ni el mismo Gainsbourg consiguió: domar a su personaje principal. Ese seductor feo, ese provocador apolítico, ese “crooner” desafinado que el “bello” Serge perseguía (y que degeneró en alcohólico de plató), se despieza a lo largo de los cuentos del filme. Sfar se considera capaz de trocear la existencia de un creador poliédrico (el periodo infantil, su relación con la Bardot, su amor-odio con Jane Birkin) y, después (he aquí lo complicado), se considera capaz de rehacerla introduciendo artimañas del realismo mágico (la muerte de sus padres) o el cómic (un “alter ego” animado que representa el lado salvaje de Gainsbourg). Eso que creíamos que iba a funcionar, aturdidos por el notable arranque (unos títulos de crédito deslumbrantes, un niño fascinado por una modelo), se revela como fallido al sospechar y, al poco, comprobar que su mecano no carbura porque el cineasta ha desmenuzado tantísimo sus fragmentos que ya no ensamblan de nuevo y que, asfixiada, su historia ha desaparecido. Al contrario que “I’m not there”, el largometraje de Todd Haynes sobre Bob Dylan, el relato de Sfar renuncia a un discurso que le acerque a la idiosincrasia del personaje y escoge como único atractivo las pequeñas píldoras “pop” de la discografía de Gainsbourg. Nos reaniman de una película deslavazada y vacua aquellos méritos del artista galo menos deslavazados y vacuos: el “Comic Strip” al lado de una brutal Laetitia Casta, la revolución de una “Marsellesa” a ritmo de “reggae” y, cómo no, el “Je T’Aime… Moi Non Plus” contrapuesto a la cara sudorosa, al cuerpo rechoncho, a las órbitas salidas de un respetable ciudadano francés.

martes, 6 de julio de 2010

MADRES E HIJAS

Director: Rodrigo García
Intérpretes: Anette Bening, Naomi Watts, Samuel L. Jackson
Web: http://www.sonyclassics.com/motherandchild/



En la filmografía de Rodrigo García, hijo del premio Nobel Gabriel García Márquez, se aprecia un discurso consistente que, ¡éstos son los daños colaterales de escribir bien!, muta su envoltorio con fluidez a las pantallas múltiples que nos amamantan todos los días. Sus trabajos en cine (“Cosas que diría con sólo mirarla”, “Nueve vidas”), televisión (la imprescindible “En terapia”, “Big love” o “Dos metros bajo tierra”) o sus cortos (“Tired of being funny”) dan una pincelada de su capacidad para desarrollar, a través de diferentes formalidades, su tema favorito: los desafíos cotidianos de la mujer en nuestra época de capitalismo emocional. No es raro que su personaje masculino por excelencia, Paul Weston (“En terapia”), sea psicoterapeuta y dedique sus sesiones a tratar conflictos femeninos (maritales, familiares, autogenerados...) o que, incluso, éstos le acaben tragando (Laura, una paciente de la temporada de arranque, ejemplifica un caso de transferencia freudiana).

Podría Paul Weston, como psicólogo del desencanto de género (y como prueba de la ductilidad de las ficciones del director colombiano), ofrecer sus servicios desde la televisión a las mujeres que componen el mosaico cinematográfico de “Madres e hijas”. A lo largo de su metraje se entrecruzan tres historias que colindan con el trauma: una treintañera (Naomi Watts) que vive un “affaire” con su jefe (Samuel L. Jackson); una enfermera (Annette Bening) que batalla con el epílogo de su madre anciana; y una joven (Kerry Washington) que persigue con su marido la adopción de un bebé. Si algo demostró “Passengers”, su anterior película, es que el realizador se ajusta mejor el traje de autor que el de adaptador (aunque “En terapia” sea un “remake” de un serial israelí, los argumentos se apartan a partir de la mitad de la primera temporada). Así, García introduce en su catálogo de obsesiones el reto de la maternidad (y sus variaciones de siglo XXI) y lo agita en ese tablero de vaivenes femeninos al que nos ha acostumbrado.

La cinta se topa con su principal escollo en la desigualdad de sus cuentos. Lo que en una serie o en una película redonda (“Nueve vidas”) se esconde, aquí refulge cuando una trama sólida y dolorosa (hablo de las protagonizadas por Watts y Bening), se mezcla con otra de coherencia débil y recursos forzados (el episodio de Washington). Obra menor dentro de su carrera y mayor dentro de la de cualquiera, la gran baza de “Madres e hijas” se encuentra en su reparto sobrealimentado de talento (destacan Bening, Watts y el siempre discreto Jimmy Smits). Gracias a ellos, las escenas titubeantes lo parecen menos (a riesgo de ser reiterativo, en especial en el entramado del capítulo de la adopción) y los momentos sublimes lo parecen más (la “screwball comedy” de Smits y Bening; la relación paterno-amante-filial de Jackson y Watts). El filme de Rodrigo García provoca un “deja vú”; la sensación al salir del cine es idéntica a la que se experimenta tras alguno de los (poquísimos) capítulos “simplemente correctos” de “En terapia”. Sólo tienes ganas de ver el siguiente.

domingo, 4 de julio de 2010

TENÍAS QUE SER TÚ

Director: Anand Tucker
Intérpretes: Amy Adams, Matthew Goode, John Lithgow
Web: http://www.teniasquesertu-lapelicula.es/



En “€®0$” ("Eros"), reciente premio Anagrama de ensayo, Eloy Fernández Porta sitúa a la comedia romántica como uno de los principales mecanismos socializadores del amor romántico en nuestro hábitat de consumo. Nos coloca el autor en un vuelo trasatlántico y allí ennumera las películas, siempre "para todos los públicos", que se suelen emitir justo cuando nos encontramos encapsulados a miles de metros de altura, sin escapatoria posible. Nueve horas de viaje igual a tres filmes: uno de acción, uno familiar y una comedia romántica. Antes de haberlas experimentado, en sus pubertades precoces de aerolínea, las pre y los preadolescentes acceden a un manual cinematográfico y potentísimo sobre relaciones amorosas que, muy oportunamente, Fernández Porta cataloga como una combinación de "drama moderado (en la primera parte de la película) y comedia con final feliz (en la segunda parte)". No resulta extraño, entonces, que la adultez actual se nutra de quimeras del querer. Ellos (nosotros) esperamos a la medio loba, medio sierva que nos ate a la cama, nos pegue y nos sirva, después, un tazón de leche con miel; y ellas (nosotras) aguardamos a contrahacernos tras el duro y cabrón "outsider" de culo prieto que nos susurre al oído, lo aprendimos de Flanders y la difunta Maude, "chiquirrinina de mi corazoncín".

"Tenías que ser tú" del director tailandés Anand Tucker ejemplifica esa combinación de "drama ligero" y "comedia feliz" de la que el profesor catalán nos habla en su libro. Una moza (Amy Adams) tiene una vida estresada que adivina que podría acabar en la monotonía si sigue con el plasta de su novio (Adam Scott). Aún así, se propone pedirle matrimonio en Dublin el 29 de febrero (de ahí el original título original, “Año bisiesto”). Una fecha que, según el infalible calendario mitológico irlandés, empuja a todo este tipo de declaraciones de amor a terminar en el altar. En su recorrido por la ciudad lluviosa, la joven choca con Declan (Matthew Goode), un atractivo taxista, ideal para el trueque por su prometido (aquí arranca el “drama moderado”, no les digo cómo continúa). Dirigida a un público femenino (no se me mosquee la chavalada, eso reza el plan de márketing de las distribuidoras), a uno le ocurre lo mismo que a Fernández Porta (pero con un evidente menor talento). Más que la tontería de Anand Tucker, interesan los espectadores con los que se comparte sala y, más que ellos, interesa la moza con la que se entrelaza la mano y a la que se susurra "chiquirrinina de mi corazoncín".

viernes, 2 de julio de 2010

¡¡VAMPIROS GUAPOS PARA TODAS!!


Aún habiendo experimentado todas las primeras sesiones de la saga “Crepúsculo”, todavía sorprende adentrarse en las tenebridades del cine Callao de Madrid y descubrir sus mil quinientas butacas (¡mil quinientas!) repletas de féminas adolescentes (¿existe la infancia? ¿y la madurez?) que han empujado a sus madres (es un miércoles a las diez y media de la noche), a sus amigas o a sus novi@s a zamparse “Eclipse”, la continuación del serial chupóptero-licántropo de moda. Mediante las maravillas del márketing multipantalla, el fenómeno de 2008 ha amplificado su intensidad exponencialmente y, antesdeayer, las reacciones ante el majísimo Pattinson y el, según mi “suspirómetro”, más salado Lautner (algo tendrá que ver su “pechaco” desnudo) alcanzan unos niveles sólo registrados en 2001 durante un concierto de Julio Iglesias en el antiguo Tartiere.

Por eso, quizá la única grieta que permite atisbar el potentísimo imaginario del director David Slade (revisen “Hard candy” y “30 días de oscuridad”) sea el arranque; ese temazo, “Chop & change” de los Black Keys, que arrastra a un pobre imbécil desde una noche fiestera a una noche mortuoria. Y hasta aquí las innovaciones de David Slade y su apuesta por el terror. Porque, como ocurría en los episodios previos, “Eclipse” no honra a la tradición vampírica, sangrienta y “gochona”, en el cine. Antes de adentrarnos en este punto y con el fin de contextualizarlo, hay que volver a recordar que la autora de las novelas en las que se basa la trilogía, Stephanie Meyers, pertenece a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (los mormones, vamos), esa religión loca que cree en ¡la ropa interior mágica (¿no me lo compran? Busquen “mormon underwear” en Google)!

En la última escena de “Luna nueva”, el segundo filme, el plasta de Chris Weitz nos abandonaba a un fundido en negro con una frase lapidaria y folletinesca (“Cásate conmigo, Bella”) en boca del blancuzco Edward Cullen. Aunque confiábamos en el trabajo de David Slade (y confiamos en el trabajo de Bill Condon para la cuarta cinta), los argumentos artísticos de “Eclipse” replican a su predecesora y casi se terminan ahí. Aparte de la terrible conceptualización del matrimonio que se nos entrega en la película (entre postadolescentes, rodeado de parabienes romanticoides, sin sexo previo ni familiares plastas), se empeña el guión en una tensión dramática que, al rascar, no es tal. Resumiéndola: la pelea de dos hombres enigmáticos por una moza feúcha de clase media. Menudo lío, pensarían la escritora, eso hay que rellenarlo con enfrentamientos externos (una persecución), alianzas contra natura (con los indios lobo) y una conspiración (de los vampiros “Volturi”).

Si los programas de la Sexta o las comedias románticas han trepanado a la población masculina con un arquetipo completamente majadero (un hombre “sensible” y poco agraciado al lado de una cachonda peligrosa), la franquicia “Crepúsculo” juega a algo similar pero dirigido a la masa femenina y con intenciones más perversas. Supurando toda la corrección formal que uno se pueda imaginar (el número de planos-contraplanos de los caretos de Bella y Edward debería entrar en el Guiness de los récords), en la tercera parte se refuerzan además varias tonterías, muy habituales en el inconsciente del personal, con esa contundencia del que siente que va a ser adorado cada minuto de sus pontificados. A saber; la posibilidad de un mundo oscuro, gótico y “especial” donde superar la incomprensión adolescente-suicida; la idea de una a-sexualidad (a-sudorípara, a-seminal, a-salival, a-velluda) caracterizada por el “abracito”; el discurso romántico/“afterpop” (un “turmix” deslavazado del XIX y del XXI); la afición degenerada a la inmutabilidad del amor; la presentación de dos arquetipos masculinos (el buen salvaje, el misterioso visitante) que se pelean por ¡una chica mediocre del medio Oeste norteamericano!; la conceptualización del matrimonio como único billete válido al barco del “quererse a rabiar” (en escenas sucesivas, Slade contrapone a la pareja “buena”, castrada por el vampirismo para el folleteo, con la pareja “mala”, que prepara su plan diabólico mientras soba y trinca).

A pesar de la firmeza psicótica con la que son entregadas estas lindezas y lo que molesten a la muchachada, al final esclarecen éste (y muchos otros rollos) las palabras del psicólogo/lingüista Domingo Caballero: “nada existe en el hogar de los hombres que no sea conflictivo internamente, contradictorio y belicoso”. Dudo que las mil doscientas humanas del cine Callao (me lo desmientan ellas), suspirasen y arrullasen y gritasen y aplaudiesen por los postulados morales de Stephanie Meyers. Frente a la propaganda del “rueda, que algo queda” (imagino a la mormona susurrándole esas palabras a David Slade), lo que interesaba a las mozas que se aturullaban en pleno centro de Madrid era admirar cacho con fruición minifaldera. Los sermones edulcorados de la novelista podrían funcionar como estímulo condicionado a largo plazo, pero se hace necesario reiterar a Caballero: la contradicción está ahí fuera, en la forma del “Waka waka” de Shakira o el tanga de Lady GaGa. Lo que le molaba a la chica de Moratalaz que compró su entrada hace tres semanas, eran los “pezoncillos” de Taylor Lautner,... o la sonrisa de Pattinson,... o los besos sucesivos de Stewart con el uno y con el de más allá. Esa marranada, que diría la Meyers; esa fisicidad “cool” de las imágenes (tan impostada, tan aséptica, tan efectiva,... tan metrosexual), y no si nos vamos a casar o cómo o si nos vamos a querer o cómo o si nos vamos a poner condón o cómo, centraba los desvelos de las mocitas madrileñas. ¿Y del resto, me dirán, de eso que “viene siendo” cine? ¿Merece la pena “Eclipse”? No, salvo que asistan a la primera sesión.