domingo, 28 de septiembre de 2008
AHORA, PAUL NEWMAN SIEMPRE
Te queremos, Paul Newman
Paul Newman (1925-2008) desapareció ayer de nuestras vidas de manera contrapuesta a cómo apareció en ellas. Mientras que su muerte fue progresiva, sosegada y discreta, ¿hay alguien capaz de sobrevivir a los primeros fotogramas de Paul Newman en el cine? Un revés de seducción y talento noquea al espectador en “Marcado por el odio” (1956), poco después de su debut en “El cáliz de plata” (1954). De golpe, el boxeador Rocky Graciano permite al actor, además de sustituir al fallecido James Dean, tocar la cima de Hollywood casi al llegar. Su considerable formación en series de televisión y teatro marca su siguiente rol: Ben Quick en “Un largo y cálido verano” (1958). Arrebatado de Faulkner, el texto le proporciona un personaje característico que Newman revisitará a lo largo de su carrera. Joven perdedor, sin hogar a dónde regresar y dispuesto a quemar su existencia. Ése también es Brick Pollit, bebedor profesional de “La gata sobre el tejado de zinc” (1958). Este hombre, enmarañado entre su padre y una mujer por la que siente rechazo, muta en su primera nominación al Oscar.
Contradictoriamente, la monumentalidad y las elevadas intenciones de “Éxodo” (1960) han envejecido tan rápido que sólo sirven de referencia previa a la modesta y definitiva “El buscavidas” (1961). Otto Preminger (y Dalton Trumbo) crean el papel decisivo de Paul Newman: Eddie Felson. El intérprete adopta a este jugador suicida de billar para arrastrarlo a través de callejones donde no valen los ojos azules ni el encanto de clase alta. “El buscavidas” abrasa el alma hasta más allá del cuerpo de Newman. Por eso, tras esta demostración inigualable por la que ¡no! gana el Oscar, era lógico que sus siguientes proyectos bajasen de nivel: la revisable “Dulce pájaro de juventud” (1962) o la divertida “El premio” (1963) valdrían de muestra.
Repleto de atractivo, Paul disfruta con “Harper” (1966), nuestro detective “mod” favorito, y con “Cortina rasgada” (1966), un Hitchcock mediano. De paso, enamora a las mujeres de medio mundo. La esplendida “La leyenda del indomable” (1967) podría considerarse su última película de juventud, un hecho que él mismo reafirma con su maduro debut en la dirección, “Raquel, Raquel” (1968).
Los setenta, entierro del sistema de estudios, aportan un sabor agridulce a la carrera del actor. Lo más característico de la década, su alianza con Robert Redford y el director George Roy Hill, genera “Dos hombres y un destino” (1969), un western “hippie” de libro, y la agradablemente engañosa “El golpe” (1973). Con ellas conviven proyectos “major” de relativa calidad como “El coloso en llamas” (1974), “El hombre de Mackintosh” (1973) o “El castañazo” (1978); aciertos como “Buffalo Bill” (1976), “El juez de la horca” (1972) o “Con el agua al cuello” (la vuelta de Harper); y la dirección de una apuesta hoy olvidada injustamente “El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas” (1972).
A partir de esa fecha, los proyectos cinematográficos van bajando ritmo y calidad. Tragedias personales, aficiones paralelas o trabajos benéficos provocan una menor vinculación de Newman con el cine. “Veredicto final” (1982), negrísimo de Lumet; “Creadores de sombra” (1989), un acercamiento a los padres de “la Bomba”, y la controvertida “Esperando a Mr. Bridge” (1990), son ejemplos de producciones estimables que no consiguen la altura de la obra anterior de Newman. No la roza tampoco con Scorsese y su personaje estrella, Eddie Felson, en la irregular “El color del dinero” (1986) por la que ¡sí! gana el Oscar.
Únicamente Robert Benton comprendió a Newman en su última época. “Al caer el sol” (1998), ese Harper envejecido en un país para jóvenes y, sobre todo, “Ni un pelo de tonto” (1994), probablemente la mejor película de Newman en muchos años, devuelven al actor las esencias de un pasado enorme. Su despedida de la actuación en cine, lo sobresaliente de “Camino a la perdición” (2002), predecía un lento adiós. Así, “Empire falls” (2005), una miniserie dirigida por Fred Schepsi, supone el epílogo del intérprete.
Su maldito deterioro, erosionando con saña a aquel joven que nos miraba desde el lienzo, ha alcanzado los títulos de crédito. Como si se tratase de un “vídeo-homenaje” de una gala de premios cualquiera, Paul Newman regresa hoy a nuestra memoria. Ahora, salta con Robert Redford a un río; ahora, zampa huevos sin parar; ahora, atraviesa estancias en silla de ruedas; ahora, tima a Robert Shaw; ahora, Melanie Griffith le enseña los pechos; ahora, sus ojos azules en blanco y negro; ahora, Paul Newman siempre.
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