sábado, 27 de septiembre de 2008

EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS

Director: Mark Herman
Intérpretes: Vera Farmiga, David Thewlis, Asa Butterfield
Web: http://www.boyinthestripedpajamas.com/

Fíjense en las maravillas de la mercadotecnia: en un año, un novelista finiquita un texto; al siguiente, se dan salida a tres millones de ejemplares; y al otro, lanzamos la película. Esto ha sucedido con “El niño con pijama de rayas”, la novela del autor irlandés John Boyne. Al entregar el manuscrito a su editor, Boyne la definió como “un cuento para niños que puede gustar a los adultos”. Con ese carácter, el escritor desarrolla la relación de Bruno (Asa Butterfield), hijo del máximo responsable de un campo de concentración nazi, con Shmuel (Jack Scanlon), un niño judío encerrado en ese infierno. A cada lado de una verja electríficada, los dos chiquillos van progresivamente sufriendo el tiempo que les rodea.

No negamos a Boyne y, menos, a Mark Herman su honesta intención de sacar una buena película a partir de una novela. En el arranque, la obstinada despersonalización de los judíos da una cierta esperanza de que este propósito se cumpla. El “no son personas como nosotros, Bruno” que pronuncia la madre traza una pincelada (de acuerdo, gruesa) sobre alguno de los procesos psicológicos que funcionaron entre la sociedad nacionalsocialista. Junto a unos títulos inteligentes (Bruno “re-corriendo” la realidad), “El niño con pijama...” nos hace creer que podría ser algo más. Pues no. Lentamente, Boyne y Herman comienzan a confundir “infantil” con “simple”. Sus argumentos de situaciones y personajes planos (el sargento malvado, la preadolescente fascinada, el niño judío condenado,...) hacen flaco favor a su coherencia narrativa y a sus supuestas intenciones didácticas.

Además, éstas últimas se hunden definitivamente con una moraleja de profesor mediocre que busca el aplauso, el lector o el alumno fáciles. Los malos, falsifica Boyne, se llevan lo que se merecen (aunque este castigo se alcance únicamente a través de una ficción imposible). Sólo con la última escena de nuestro protagonista el filme recupera algo de dignidad. En ella, se agolpa lo realmente violento, malvado, miserable, triste... y, esperemos, didáctico de la cinta. Ahí, entre esqueletos corpóreos, se encuentra el infierno real, vergonzoso (recordemos, ¡cinco años!, de 1940 al 45) que los niños deberían descubrir, maestros, libros y películas cerca, en las escuelas.

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