Director: Steven Soderbergh
Intérpretes: Benicio Del Toro, Demián Bichir, Santiago Cabrera
Web: http://www.cheelargentino.com/
“Cuando acabe la Revolución, voy a meterte en una jaula y llevarte alrededor de Cuba cobrando entrada. Seguro que me haré de oro”, bromea uno de los guerrilleros con el Ché (Benicio Del Toro). En los previos a la entrada al cine, la sensación es la de acomodarse para asistir al enésimo manoseo de la figura del revolucionario. El germen de ese, seguramente, prejuicio no se genera en el vacío: numeren las biografías y las películas; las camisetas y calzoncillos; los pósteres y las gorras; las referencias políticas y las referencias de bar, que han pasado por sus vidas. Ernesto Guevara aparece en nuestra educación consumidora a la par que la Coca-Cola o, ajustando la mira, John Lennon. En definitiva, penetramos en la sala desvirgados por el argentino de una u otra manera: quizá le consideremos un terrorista o un liberador de la patria, pero venimos aprendidos de casa.
Soderbergh, consciente de este proceso, deconstruye de forma metódica (y objetiva, comprueben el metraje clásico), la visita de Guevara a Nueva York en el invierno de 1964. Con su discurso frente a la ONU y su entrevista en la CBS, el director norteamericano homenajea en áspera monocromía a los documentalistas de los años sesenta (D.A. Pennenbaker o Murray Lerner) y aprovecha para recuperar algunas de las históricas intervenciones del Ché político. La veracidad del tramo en blanco y negro deja claro que esa suerte de resurrección de la carne revolucionaria nada sería sin Benicio Del Toro. Frente a la sobreactuación de Demián Bichir del, por otra parte, eternamente sobreactuado Fidel Castro, el actor puertorriqueño vampiriza al comandante gracias a un físico mimético y a una interpretación que se engrandece cuando Soderbergh la encuadra en los “impasses” de su verdadero documental falso.
En cambio, al trasladar la acción al “flashback”, a los tiempos de la revolución (1955-1958), y regresar el color a la pantalla, y regresar el guión de ficción, el proyecto de Soderbergh se tambalea. Con un escaso desarrollo dramático, las diversas escaramuzas de los combatientes en pos de recobrar la isla no interesan nada. Enrocada en un Ché de camiseta y no en un personaje con matices, la figura principal del filme pierde atractivo al descubrir que el esfuerzo titánico de Del Toro es lo único que la mantiene en pie. Así, la sucesión de discursos del Ché a sus hombres tras la conquista de otra villa tras una buena acción del comandante tras otro discurso del Ché, demuestran que “El argentino” no escapa nunca (repetimos; salvo en su vertiente “documental”) de la corrección insulsa de una biografía para televisión. Sólo su ágil tramo final, interrumpido abruptamente, da esperanzas de encontrar algo más en su segunda parte, “Guerrilla”, a estrenar estas navidades.
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