domingo, 3 de octubre de 2010

BURIED (ENTERRADO)

Director: Rodrigo Cortés
Intérprete: Ryan Reynolds
Web: http://www.experimentaburied.es/



En 1944, Alfred Hitchcock ideó un reto maléfico (más) en su carrera cinematográfica: encarcelar a varios personajes en un espacio limitado por el océano (un bote salvavidas) y dejarlos hacer(se). En el texto clásico que recoge las entrevistas entre ambos, el director británico le comentaba a François Truffaut que, si la mayor parte de las “películas psicológicas corrientes” (cito textualmente) se basaban en planos cortos y medios de sus protagonistas, por qué no proponerse lo mismo acotándoles los espacios, por qué no proponerse lo mismo abandonándoles en alta mar. De ese desafío formal nació “Náufragos”, un filme que abrió paso a atrevimientos de retales similares (“El ángel exterminador”, de Luis Buñuel).

Que el maestro inglés inunda la cabeza de Rodrigo Cortés se demuestra ya en los títulos de crédito; unos trazos amarillos desgarran la pantalla y evidencian la tradición postmoderna, ahí está Hitchcock pero además, de sus reflejos de dólares dorados, emerge la lúdica de tramas como los “Ocean's Eleven” de Lewis Milestone o “Charada” de Stanley Donen. Los que vimos el debut de Cortés, “Concursante” (2007), notamos que, bajo la supuesta artificiosidad de su producción, se escondía un cineasta comprometido con la industria y los retos formales. Eso parece que fue lo que le atrajo de un guión maldito (no se entiende que haya deambulado desapercibida por los despachos de las “majors”). El desafío creativo de maquinar una solución (equivalga solución a divertimento de gran público) a un texto ¡de suspense! en el que el protagonista ocupa todo el metraje dentro de una caja, parecía suficientemente interesante como para asumir el riesgo.

Y el riesgo arranca al apagarse los títulos de crédito: la oscuridad despierta a su inquilino a centellazos de luz. Es la cinta de Cortés un artilugio de artilugios; si Hitchcock utilizó un periódico abandonado en la mar para su “cameo” profesional de “Náufragos”, Cortés avanza su desarrollo sólo si un artefacto lo consiente: un mechero, una linterna, un “vecino” inesperado, un vídeo, un móvil... bastan en su labor de evitarle al espectador “flashbacks” y onirismos, y de engrandecer los usos de Cortés. Pocas ocasiones en el cine reciente una película se asemeja más a un enorme mecano, a una competición de castillos de naipes tele-dirigida, no tanto a que el público se asombre, estamos suficientemente condicionados como para no asombrarnos con nada, sino a conseguir que su trama discurra, carbure. En uno de los capítulos de “Alfred Hitchock presenta”, titulado “Breakdown” (1955), el cineasta contaba la historia de un hombre (Joseph Cotten) que, dado por muerto cuando, en realidad, se encuentra paralizado, se desespera por comunicarse con el exterior mediante su única extremidad móvil, un dedo de la mano. En su reescritura de mitos hitchcockianos también se apoya Cortés en el cuerpo de un actor (un impresionante Ryan Reynolds) que acciona con su musculatura las bisagras de su juguete mortuorio. Ahora son sus dedos, ahora su cabeza, ahora sus piernas. Extraordinario esfuerzo de un intérprete que remite a una estirpe de actores mediocres (Kevin McCarthy en “La invasión de los ladrones de cuerpos”, Victor Mature en “El beso de la muerte”) en el papel de su vida.

No se engañen, no hay intenciones políticas en el ataúd; con su trasfondo iraquí, el realizador homenajea a Hitchcock, de nuevo, mediante un “mccguffin”. No importaría que su caja de pino, nada se acopla mejor a una pantalla rectangular, estuviese enterrada en El Cairo, Ohio o las Hurdes: lo esencial es crear el tras-fondo de cultivo para que el “show” continúe. Con lo que Cortés actualiza al maestro, como ya lo hiciera la sobresaliente “Última llamada” de Joel Schumacher, es con la sabia utilización de nuestra tecnología circundante en pos del suspense. Escribía Richard Sennet en el esencial “La corrosión del carácter” que, mientras que nuestros abuelos amortajaban sus relaciones personales con un mínimo movimiento (mudarse de ciudad, extraviar un número de teléfono), nosotros acarreamos (internet, móvil) a las personas de nuestro alrededor, en pesadísima alforja, a lo largo de nuestro camino vital. Entonces, ¿tiene algún sentido un bote en el que montar un “ring” donde los personajes se machaquen? No. Simplemente, dele un celular a un hombre encerrado y, como buen celular, permita que éste último le putee siempre que haya (o no) cobertura, que haya (o no) contestador, que haya (o no) respuesta.

Que, en su epílogo, “Buried” nos conduzca a una trampa (más), no debería cabrearnos en mayor grado que si nos sorprendemos porque un trilero, quién lo iba a pensar, nos haya estafado nuestra pasta. Cortés (y puede que no se dedique a otra cosa durante el metraje) no se cansa de repetirnos, a través de un aliado imprevisto, a través un amor inalcanzable, a través un psicópata y sus chantajes, “os voy a engañar”. No me sean dignos, déjense meter mano y disfruten. De eso se trata. Hitchcock estaría, salvo por su deshonroso doble espejo final, orgulloso de su discípulo.

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