lunes, 15 de noviembre de 2010

BERLANGA, BERLANGUIANO



Hasta en su fallecimiento, Berlanga ha sido berlanguiano. A pesar de tener a un golpe de “click” su obituario desde hace meses, el mejor director de la historia del cine español, ése que junto a Rafael Azcona tomó el testigo de Pío Baroja, Valle-Inclán o Jardiel Poncela y que ha proporcionado sustento fílmico al ente de fritanga, roña y griterío de nombre “España”, va y se nos muere en fin de semana, ausentes de las redacciones el personal necesario para apretar el botón de “publicar rememoranza”. El guionista y el director probablemente se descojonarían de la pomposidad de su funeral de Estado en la Academia de Cine, como ya hicieron con otros entierros (de variada calaña) en la trilogía “Nacional” o en “Todos a la cárcel”, observando en plano secuencia la danza, frente a su caja, de ministros, austrohúngaros y personal de diversa procedencia. Porque si algo reitera la producción berlanguiana es la importancia de deconstruir (de cagarse en, vamos) ritos patrios mediante el humorismo: los ritos de la ejecución (“El verdugo”), los ritos de la caridad (“Plácido”), los ritos de la guerra (“La vaquilla”), los ritos del fetichismo (“Tamaño natural”), los ritos de la política (“Todos a la cárcel”) o, y en este retrato puso extremo empeño, los ritos de la picaresca (“Bienvenido, Mr. Marshall”, “Moros y cristianos”, “La escopeta nacional”).

Prueba póstuma de la raigambre del arte berlanguiano, pareciera como si la comedia actual española tratase de canibalizarle. Sesenta años después del debut del cineasta valenciano, directores de generaciones tan diferentes como Borja Cobeaga (“Pagafantas”), Santiago Lorenzo (“Mamá es boba”) o José Luis Cuerda (“Amanece que no es poco”) recogen su herencia y su tesón en un esfuerzo, inconsciente y consciente a un tiempo, de mantenerle con vida. La sentencia “tengo miedo” clausuraba el plano final de “París Tombuctú”, la última película de Luis García Berlanga: ahora, gracias a su legado, el cine español puede sentirse más seguro, con menos miedo, al mirarse al espejo y otear futuros.

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