lunes, 13 de diciembre de 2010

FRANKLYN

Director: Gerald McMorrow
Intérpretes: Ryan Phillippe, Eva Green, Sam Riley



El insufrible chute de “neo-gótico” que inyectó Alex Proyas en nuestras venas postadolescentes con producciones como “El cuervo” o “Dark city”, resurge de tarde en tarde cual mono de yonqui vallecano. En la genética de estos filmes se incuba, aparte de las gabardinas de cuero y las mozas con los ojos sombreados, ese necesario juego cartesiano o, si se me ponen tontos, “baudrillardiano”, que bambolea la débil línea entre la simulación y la realidad y que, como su estética de edificios negruzcos sin esquinas, cansa. Aún así, con “Franklyn” comprobamos que “Matrix” y sucedáneos todavía no han muerto. Tras un par de años en una hibernación sospechosa desde su estreno en Inglaterra, arriba a nuestras pantallas el debut del director Gerald McMorrow, que funda sus argumentos en cuatro historias entrelazadas a lo largo de dos realidades: la primera (la “real”), el Londres actual, y la segunda (la “simulada”), un oscuro mundo utrarreligioso por donde pulula un justiciero vigilante.

Leyendo la sinopsis de “Franklyn” y obviando su “look & feel” (que diría un moderno), uno se espera mucho más del filme de McMorrow de lo que al final se encuentra. A medida que su metraje avanza, todo parece un castillo de naipes desembarazándose de sí mismo. Aceptada su capacidad como cortometrajista (su “Thespian X”, recomendable), uno descubre que las intenciones y la grandilocuencia del cineasta británico para con su creación superan ampliamente el resultado final. Al contrario que en otros filmes de múltiples variantes temporales, lo que funciona en esta cinta es el ensamble de sus diversas tramas: la historia desgarrada de un padre que busca a su hijo (un siempre efectivo Bernard Hill), el superhéroe ateo de Ryan Phillipe (una gran idea) o la seductora Eva Green en un papel endeble, sí casan en un epílogo que, repito la sorpresa, marca lo mejor del total. El problema, suele ocurrir, es que “Franklyn” nos proporcionaría un sobresaliente corto de segundos cruzados, no un insípido largo de minutos cruzados.

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