martes, 28 de diciembre de 2010

TRON: LEGACY

Director: Joseph Kosinski
Intérpretes: Garrett Hedlund, Jeff Bridges, Olivia Wilde
Web: http://disney.go.com/disneypictures/tron/



“Tron: legacy” pide de una atención cuidadosa: analizamos una película que, sin ser un “remake”, al mismo tiempo, lo es. Secuela de aquel éxito “Disneybizarro” de 1982 donde se proponía un universo electrónico que conducía sus comunicaciones a través de una red infinita, el nuevo filme no sólo se dedica darnos pistas sobre el paradero del científico Kevin Flynn (Jeff Bridges) y las pesquisas de su hijo (un pétreo Garrett Hedlund) para encontrarle. Obligado por la dependencia al estilo abrumador del original, han transcurrido veinte años desde su estreno, el largometraje se ve forzado a remozar su diseño, acercándolo a los dejes masivos del siglo XXI.

Uno no sabe qué es lo interesante del filme. ¿Merece más la pena focalizarse en las aventuras de un chiquillo y su padre enfrentados a un sistema rebelde que, a la vez, es el padre? O, probablemente, ¿no será de mayor provecho poner en contraposición las ambiciones formales de “Tron” y “Tron: legacy”? Si existía alguna duda ante este dilema, el guion en automático de Kitsis y Horowitz, rodado con mecánica frialdad por el debutante Joseph Kosinski, nos la descarta. El regreso a la tierra de las motos lumínicas repite los dejes del original. Por mucho que el tiempo lo haya mitificado, aquel “Tron” de Steven Lisberger no escapa a la anécdota, a ese “fíjate cómo éramos en los ochenta” que bastantes entonamos, observen lo mal que nos ha tratado la senectud, cuando nos recuerdan a las hombreras, a Wham! o a Ronald Reagan. Uno piensa que, con esta cinta, ocurrirá lo mismo al cabo, si me apuran, de dos o tres años. Desnaturalizada en sus referencias sexuales, ¿en qué se basa la relación pupila-maestro de Bridges y la estupenda Olivia Wilde?, y narrativas, un simple amontonamiento de escaramuzas sin fondo, la mirada del espectador se debería acercar más a la sociología que al análisis fílmico. “Tron: legacy” atrae a sus argumentos formales ochenteros (siempre “cool”, siempre de club gay) a las últimas tendencias petardas con el cuidado moral en albal que Disney exige. Ahí está el metrosexual (si es que no ha caducado), la meditación, las discotecas “techno” (incluso intervienen los “Daft Punk”), la comida macrobiótica, la loca “Ziggy Stardust” (un Michael Sheen desatado)…

Con esta película (y con la modernez mitificadora que tan rápido encumbra a Alaska como a Tamara), uno echa de menos los sudorosos, masculinos, cutres y tabaqueros “Recreativos Martínez” de Oviedo. Frente a la asepsia imbécil de “Tron: legacy”, allí se atropellaban los olores, el DYC, el mal rollo y la mediocridad, abstraídos todos ellos en el juego con un encanto especial, cuasinavideño.

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