lunes, 4 de abril de 2011

EN UN MUNDO MEJOR

Directora: Susanne Bier
Intérpretes: Mikael Persbrandt, Ulrich Thomsen, Markus Rygaard
Web: http://www.sonyclassics.com/inabetterworld/



En su docu-serie “Cosmos”, Carl Sagan explicaba que “el universo no parece que sea benigno ni hostil, sino simplemente indiferente”. La directora de las notables “Cosas que perdimos en el fuego” y “Brothers”, Susanne Bier, aplica en su decimotercer filme esta afirmación a dos (micro)universos respirables, la Dinamarca del bienestar social y el Sudán en guerra permanente, para desenmascarar a través de un buen doctor (extraordinario Mikael Persbrandt), la violencia indiferente, soterrada en un caso y manifiesta en el otro, que alimenta ambas realidades.

Es especialmente acertada la parte de su metraje que se centra en la vida familiar del médico: su hijo Elias, maltratado en el colegio, traba amistad con Christian, un chico con rasgos psicopáticos, que le defiende de los mafiosos de la clase. Empapado en ese crisol de contradicciones (el “sociedad, educación e igualdad” danés contrapuesto al inmediato refuerzo de la solución violenta), el guión de Anders Thomas Jensen se convierte en una de sus obras esenciales y, así, el brutal arranque de “Mamá es boba” (1997), de Santiago Lorenzo (“me dan vergüenza mis padres”, decía allí el chiquillo palentino protagonista), vuelve a la memoria en una de las escenas familiares más crudas del último cine mundial: la derrota de un padre a cachetazos de un matón delante de su hijo y la venganza posterior de éste último (el “Haeven” del título original significa “venganza”), casi intentando reanimar esa confianza malherida (en suma, esa vergüenza inesperada) en el progenitor/héroe.

Financiada por Zentropa, la productora de Lars Von Trier, y ganadora del Oscar a la mejor película extranjera, “En un mundo mejor” se balancea entre estas dos querencias. De una formalidad/sentimentalidad seca y aterradora (en puro sentido “Dogma”), sólo diluida por las inmensidades africanas, el filme se desmerece defendiendo, quizá en lo más endeble de su planteamiento (ahí su vertiente hollywoodiense), el regreso naif a la armonía. El continente salvaje se acaba tragando a sus (malos) salvajes y el continente civilizado acaba civilizando a sus (malos) incivilizados. Aunque Sagan (y el Woody Allen de “Delitos y faltas”) hubiese arrastrado su conclusión a un sano materialismo, se engrandece el talento incómodo de Bier por poner a prueba verdades (supuestamente) universales y, en el fondo, tan problemáticas como el amor filial, el deber de venganza o, mientras la turba tortura a un paciente, el juramento hipocrático.

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