ENTRE LAS LLAMAS
"Llamaradas" (1991) arrancó de la imaginación de Gregory Widen, un guionista que había saltado a la fama por parir un éxito inesperado del cine de los ochenta: "Los inmortales". A pesar de que se había forjado en el fantástico, un escritor no puede evitar que sus experiencias emerjan. Widen había trabajado como bombero en su juventud y fue ese oficio el que definió las líneas de "Llamaradas": “no sólo se trataba de pirotecnia, necesitaba mostrar las consecuencias de las tragedias inherentes a una estación de bomberos cualquiera”.
Su texto está protagonizado por Brian McCaffrey (William Baldwin), un chaval que no sabe qué hacer con su futuro. En cambio, su hermano mayor, el sargento Stephen McCaffrey (Kurt Russell) ha hallado el camino; honrar a su padre, fallecido de servicio en un incendio, continuando la tradición familiar. Brian, presente en el instante de la muerte de su progenitor, duda pero acaba por admitir que ése es su mundo, un mundo convulso. En ese momento, el cuerpo de bomberos de los Ángeles se dedica a descubrir quién está provocando fuegos y por qué. Esa tarea se la han encomendado a Donald Rimgale (Robert De Niro), un investigador experimentado que acoge a Brian de discípulo.
A principios de los noventa, Ron Howard confirmaba su habilidad como director de encargos de estudio. Desde sus primeras películas a las órdenes de Roger Corman ("Loca escapada a Las Vegas") o Brian Grazer (la subvalorada "Turno de noche"), pasando por "Splash", "Willow" o "Coocon" hasta "Angeles y demonios" o "Frost/ Nixon", el "wonder boy" hollywoodiense comprende la difícil tarea de traspasar guiones "bestseller" o éxitos literarios de consumo a las salas de proyección. "Llamaradas" abandona las anteriores cintas cómicas y de aventuras de Howard y propone un drama de suspense. Con un tropel de estrellas (William Baldwin, Donald Sutherland, Robert De Niro, Kurt Russell,...) que justificaría una película de catástrofes, el largometraje combina estos dos géneros colindantes gracias a la artesanía de un realizador que sabe lo que quiere la audiencia. Estudiando su biografía, resulta casi imposible que alguien así no entienda todos los mecanismos del séptimo arte industrializado de Hollywood. Ron Howard es un prisionero del cine (familia de actores y directores, actor, productor, realizador, cámara, guionista) y en "Llamaradas" prueba su capacidad para afrontar mil desafíos: controlar una producción enorme, domar a un reparto heterogéneo, ajustar los tiempos a un público masivo (ahora, acción; ahora, drama) y ser fiel al texto de Widen.
Un último mérito de Ron Howard: Robert De Niro. Aunque ganase el Oscar al mejor secundario por "El padrino II", los setenta fueron una sucesión de protagonistas que le revistieron (¡y no había cumplido cuarenta!) en una leyenda. Consagrado su mito, el actor se reinventa en los ochenta y noventa con secundarios irrepetibles: Archibald "Harry" Tuttle en "Brazil"; Al Capone en "Los intocables de Elliott Ness"; Louis Gara en "Jackie Brown" o este Donald Rimgale que compone, gigante, en "Llamaradas".
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