EL MAL REVISITADO
Spielberg regaló la oportunidad a Scorsese: “Marty, este proyecto tiene el potencial de un éxito comercial”, le vendió, “si sale bien, será tuyo el control sobre tus siguientes películas”. “Eso sí”, bromeó el director judío, “únicamente te lo pasaré si la familia sobrevive al final”. ¿Cuál era la propuesta y por qué Martin Scorsese llevaba un año rechazándola? La solución: un “remake” de “El cabo del terror” (1962), un suspense menor dirigido por J. Lee Thompson. En él, Gregory Peck interpreta a Sam Bowden, un abogado acechado por un psicópata, Max Cady (Robert Mitchum), que le culpa de haber testificado en su contra durante un juicio por el que pagó ocho años de su vida. Scorsese se negaba y se negaba, quizá pensando que no era el director adecuado para la revisitación de una cinta olvidada que jugaba, en términos muy obvios, a un antagonismo bien rodado pero poco profundo. No se imaginaba el cineasta que Robert De Niro ya había adoptado el proyecto. Con el ahínco de un buen amigo, el actor convenció a Scorsese y comenzaron a rodar en Florida “El cabo del miedo” casi solapándose al estreno de “Uno de los nuestros” (1990), esa obra maestra (y su inmediata colaboración anterior) que recorre la evolución de la mafia neoyorquina de los sesenta hasta los ochenta. Aún así, Scorsese no encontraba los acordes necesarios. Salvo De Niro, el resto de papeles estaba en el aire. Harrison Ford o Robert Redford como Sam Bowden, Resee Witherspoon o Jennifer Connelly como Danielle Bowden… y, lo peor, faltaba el tono general.
Hasta que llegó la respuesta. Con Jessica Lange, Juliette Lewis y Nick Nolte interpretando a la familia Bowden, el cineasta italoamericano vio la luz: rodar un cruce entre la asfixiante “La noche del cazador” (Charles Laughton, 1955) y la obra de Hitchcock. De esta forma, los títulos de crédito se los encargaría a Saul Bass (“Psicosis”) y la BSO la ensamblaría Elmer Bernstein a partir del original de Bernard Herrman, el compositor habitual de Hitchcock, mezclados con cortes inéditos de otra banda sonora del maestro inglés, “Cortina rasgada”. Esta cópula de estilos sobre un lienzo inestable (la película original, un material sin pulir repleto de oportunidades), permitió a Scorsese ahondar en los personajes y aportar nuevos matices (aquí irrumpe Laughton) que transforman “El cabo del miedo” de un filme de suspense correcto a un espléndido largometraje moral que (de)muestra la corrupción humana, sus consecuencias (y cómo redimirse de ellas). Frente la dicotomía “bondad/maldad” de la obra del 62, el realizador plantea un mosaico de claroscuros: en este “Cabo del miedo” todos los personajes han sido tan embarrados con culpabilidades, traiciones, mentiras y perversiones que Scorsese declaró que hubo un momento que deseó que “Max los matara a todos”.
Y cuando el director pide algo sabe que su estrella sería capaz. Robert De Niro, como antes hizo en “Toro salvaje” o “Los intocables”, dedicó alma y cuerpo a Max Cady porque descubrió uno de los principales problemas de la anterior versión: Robert Mitchum, el malvado, poseía un físico claramente inferior al de Gregory Peck (Peck, ya lo canta Bob Dylan en “Brownsville girl”, era un gigante de 1,91 al lado de los 1,80 de Mitchum). Y con Nick Nolte esto se repetía. Por eso, pagó 5000 dólares para que le alterasen los dientes, utilizó un acento sureño irreconocible (Scorsese admitió que le producía una gran inquietud) y, sobre todo, se ejercitó hasta la extenuación. En los meses previos al rodaje, el actor ocupó su tiempo quemando grasa hasta tal punto que ésta se vio reducida al tres por ciento de su cuerpo. ¿Una locura? Puede. Su Max Cady, sobrehumano, malvado, vengativo, asesino y purgante permanece en la memoria de los espectadores de la misma manera que habita en Danielle, la hija de los Bowden. “Nunca hablamos de lo que pasó. Por lo menos, entre nosotros. Miedo, supongo, de que recordar su nombre o lo que hizo significase devolverle a nuestros sueños”.
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